martes, 27 de diciembre de 2016

Un desayuno delicioso

Prueba este exquisito desayuno. Pela un mango, un plátano, una manzana o una pera, un melocotón o unas ciruelas. Añade una cucharada de polen y canela, si quieres. Mételo todo en la batidora hasta que se forme una crema bien fina. Tómala despacio, saboreando cada cucharada... ¡disfruta! 
Puedes variar las frutas según la temporada y ensayar diferentes condimentos (vainilla, rosa mosqueta, maca, cúrcuma...). 

¿Por qué es bueno este desayuno?
  • Primero, por la enorme cantidad de nutrientes que tiene: muchas vitaminas y minerales de las frutas frescas, que son regeneradoras y antioxidantes.
  • Aporta muchas enzimas y esto beneficia la digestión y el metabolismo del cuerpo.
  • Aporta mucha agua y fibra, te hidrata y es estupendo para el tránsito intestinal.
  • Tiene un sabor delicioso, dulce sin azúcares añadidos. La fruta ya aporta muchos azúcares naturales, pero al estar mezclados con el agua y la fibra no tienen el efecto yo-yo del azúcar refinado.
  • Da mucha energía con un mínimo gasto digestivo, ya que se digiere muy rápido. Es ideal para alimentar el cerebro y el cuerpo a primera hora del día.
  • El polen le añade aminoácidos esenciales: todos los que necesitas para formar tus proteínas. Tomado así, con la fruta, se asimila de maravilla.


Si no eres muy amigo de la fruta, es una manera deliciosa de tomar muchas frutas variadas y del tiempo. A los niños les puede encantar. Muy pocos se resistirán a esta mousse cremosa y homogénea con un sabor casi tan dulce como las chuches. Toda una delicatessen y un chute de salud para tu cuerpo.

martes, 20 de diciembre de 2016

Lo bello y bueno

Si alguien me preguntara ¿qué comes ahora? Le diría: casi de todo... menos cuatro cosas. Mis “NO” son: lácteos, azúcar, aceites y harinas. ¿Animales? Muy pocos, solo carne de corral y huevo ecológico, nada de embutidos ni conservas. Y si alguien me dijera con espanto: ¿Qué comes, entonces? Le contestaría: ¡todo lo demás! ¿Te parece poco?

Ve a una frutería o a la sección de verduras de un supermercado. Hay una variedad asombrosa de frutas y hortalizas. ¡Hasta resulta bonito verlo! Ve a un mercado, como el de la Boquería o Santa Caterina. Hay verdulerías que exhiben sus productos en formas artísticas, combinando formas y colores, ¡una belleza!

Lo que es bello a la vista es sabroso al paladar, nutritivo en el cuerpo y un regalo para tu barriga. Come plantas. Come muchas frutas. Elígelas del tiempo, de proximidad, orgánicas si puedes, si no es igual. En su punto de maduración. Disfruta y aliméntate. Tu cuerpo y tus digestiones lo agradecerán.
Por supuesto, si tienes problemas con alguna fruta o verdura concreta, evítala. Conócete. Ciertas personas tienen alergia a los melocotones o a las fresas, o digieren mal las coles, la alcachofa o los tomates. No todos los «plantívoros» digerimos bien el crudo.

Experimenta: atrévete a probar frutas y hortalizas que no acostumbras a tomar o que jamás has probado. Puedes llevarte sorpresas agradables.

Yo me he pasado cuarenta años de mi vida tomando contadísimas clases de fruta, y más de veinte años comiendo a base de harinas, aceites, azúcar y... ¡lácteos! Justo los cuatro tipos de comida que ahora evito. Eso me mantuvo viva y me dio energía, pero minó mi salud y destrozó mi sistema digestivo. Ahora como todo lo contrario, ¡jamás había tomado tantas frutas ni tan variadas! Y me siento como nunca. Mi intestino funciona con una regularidad pasmosa que no recordaba. ¿Por qué será?

Si al cuerpo le das lo bueno, lo que le conviene, y además con belleza, gusto y sabor, ¡tu tripa estará de fiesta!

viernes, 16 de diciembre de 2016

Pilar número 4: descanso

Descanso no quiere decir solo dormir o tumbarse a la bartola sin hacer nada... aunque sí, también quiere decir eso. Hay muchos tipos de descanso, incluso actividades que nos descansan, aunque parezca una paradoja.

Descanso es todo aquello que nos permite relajarnos, dejar nuestro cuerpo en un estado de calma y permitir que los procesos vitales sigan su curso: digestión y asimilación de nutrientes, oxigenación, reparación de tejidos, regeneración, crecimiento... Los niños crecen cuando duermen. Los adultos nos reparamos durmiendo. Nuestro cerebro se ordena y fija las ideas y la memoria en las horas de sueño. Somos como un coche o un barco: para arreglarlo y ponerlo apunto tiene que estar parado, en un taller o en dique seco.

Para hacer buenas digestiones, como para tener salud en general, necesitamos el descanso suficiente. Y esto significa:

A.    Horas de sueño. Cada cual tiene su tope ideal, pero por lo general dormimos menos de lo que deberíamos. Entre seis y ocho horas está bien, aunque hay personas que con cinco ya tienen bastante y otras necesitan nueve o diez para sentirse bien. La señal de que has dormido lo suficiente es esta: te levantas con buen pie, con ánimo y energía. Y durante el día te mantienes despierto sin necesidad de cafés o estimulantes. Si no es así, te falta sueño.

B.    Busca cada día un tiempo para relajarte y respirar hondo, aunque solo sean cinco minutos. Unas cuantas respiraciones profundas pueden hacer maravillas en tu cuerpo y en tu psique.

C.    Duerme la siesta, si puedes. Es genial para facilitar una buena digestión. Pero atención: no una laaaarga siesta de dos horas. Con veinte minutos basta, según los expertos es el tiempo ideal para reponer energías y no aletargarte aún más. Si no puedes ir a la cama, duérmela en un sofá o sillón, semi-recostado en la postura que te sea más confortable.

D.    Cada día intenta darte un descanso mental: distrayéndote con alguna actividad creativa o divertida que te sea gratificante. Jugar con tus hijos, bailar con tu música preferida, pasear, charlar con los amigos, ir a correr, pintar, escribir, tocar la guitarra. ¡Tú sabrás! Hazte ese regalo.

Personalmente te diré que sigo estos cuatro consejos desde hace años, y me va de perlas. El día que fallo en alguno de ellos no me encuentro tan bien... incluso no digiero tan bien la comida, ¡puedes creerlo! Los dos indispensables son, para mí, dormir bien por la noche y la siesta. Buscar tiempo para respirar, relajarme y dedicarme a mis hobbies ha sido una conquista, pero te aseguro que ha valido la pena. Te animo a emprender tu lucha por un descanso reparador. Si no descansas bien, no harás buenas digestiones.  Y aunque te parezca que digieres piedras, tu cuerpo no asimilará bien la comida que tomas y no te aprovechará. Ya lo sabes, ¡descansa!


sábado, 10 de diciembre de 2016

Pilar número 3: el ejercicio es vida

Pues sí, ¡el ejercicio es vital! Para tener una buena digestión hay que comer con hambre. Y para comer con hambre... ¡hay que haber gastado energía! En la prehistoria nuestros antepasados tenían el gasto calórico asegurado, desplazándose y buscando comida, enfrascados en mil tareas de supervivencia. Pero hoy somos tan sedentarios que, si queremos despertar el apetito, la mayoría de nosotros necesitamos hacer un extra.

A menos que tu trabajo te demande un esfuerzo físico ―leñadores, personal de limpieza, vendedores, camareros, etc.— si tu vida transcurre entre el sofá, la cama, el coche y la silla de un despacho, más vale que te pongas las pilas.

El ejercicio es movimiento y el movimiento oxigena la sangre, tonifica los músculos y da alegría. Se ha comprobado científicamente: veinte minutos de ejercicio ligero, como una caminata, son mucho más eficaces que los mejores fármacos antidepresivos. Moverse da ganas de vivir.

Ocurre como con el estrés: el ejercicio también cambia nuestra química cerebral. Provoca la liberación de una serie de sustancias ―las endorfinas― que nos dan bienestar, placer y optimismo. Aún más: la ciencia ha descubierto que el ejercicio físico ¡puede hasta modificar nuestro ADN! Investigad un poco y os asombraréis.

Mucha gente frunce el ceño cuando les dicen: haz ejercicio. Para muchos el deporte es una carga enorme, una obligación aburrida que detestan. Pero todos necesitamos movernos. La norma aquí es: busca algo que te divierta. Algo que te guste y que puedas hacer cada día sin que te suponga un gran sacrificio ni un coste económico que no te puedes permitir. No necesitas apuntarte a un gimnasio o enrolarte en un equipo de fútbol local. Puedes caminar, ir en bici, bailar, correr, hacer aeróbic, yoga, natación, zumba o taichí. ¡Lo que más te atraiga y te convenga! Si tienes problemas de peso o de movilidad, lógicamente tendrás que buscar algo tranquilo o adaptado a tu situación... Pero casi todo el mundo puede caminar. Una buena caminata, una hora al día, es suficiente. Basta que el pulso te suba, que sientas que te esfuerzas y llegues a sudar un poco. ¡Sudar la camiseta una vez al día hace maravillas por tu salud!

Y también por tu digestión. Te despertará el apetito, te mejorará el humor y movilizará tu tracto digestivo. Ciertos ejercicios, además, pueden favorecer la evacuación, como caminar, bailar, subir montañas, cuestas o escaleras, y algunos estiramientos y posturas de yoga. 

Mi consejo hoy es este: si no haces deporte con regularidad, busca tu ejercicio y ponte a practicarlo, ya, cada día. Ejercitarse es tan importante como comer, no te lo saltes. Todo el mundo puede reservar al menos 10 minutos al día para cuidarse un poco. Si puedes, que sean más. Por Internet encontrarás mil opciones gratis, desde clases de cualquier cosa ―danza del vientre, salsa, pilates o aerobic-step― hasta tablas de ejercicios para hacer en casa y programas que te puedes descargar para variar tu repertorio. Los expertos aconsejan dar cada día unos 10 000 pasos. ¿Quién no puede organizarse para dar una caminata al día? Aunque sea dejando el autobús o el coche e ir caminando al trabajo, todo el trayecto o un tramo.


Si todavía te resistes, o piensas que no puedes hacer ejercicio porque ¡tienes tan malas digestiones! te voy a contar algo. Yo empecé a hacer gimnasia con regularidad cuando comencé a tener malas digestiones. Buscaba momentos al día en que tuviera el estómago vacío, así podía ejercitarme con tranquilidad y dando lo máximo de mi energía. Nunca pasaba mucho tiempo, entre 10 y 20 minutos al día, no más. Iba variando: tonificación, aeróbic, estiramientos, yoga. Más tarde empecé a correr y descubrí la belleza del footing, la paz y el bienestar interior que produce correr por el campo o en la playa. ¡Una meditación en movimiento! Te aseguro que hacer ejercicio me ha ayudado mucho y ha sido el mejor contrapunto a mis molestias digestivas. ¡El ejercicio es vida!

martes, 6 de diciembre de 2016

Pilar número 2: las emociones

Hace tiempo fui a un doctor especializado en la bioquímica corporal. Me analizó varias gotas de sangre y me dijo: Vigila tu hígado. Después de una larga conversación, acabó con palabras terminantes: Aprende a gestionar tus emociones. Tu patógeno eres tú misma. Eso es lo primero, y lo fundamental.

No todo está en la comida. Tampoco todo está en la psique. Es una cuestión... de corazón y de olla. Pero el corazón siempre, siempre, es importante. Por corazón me refiero, claro está, al mundo de los sentimientos. Y este es un mundo que se escapa a las leyes físicas y biológicas. En términos llanos, hablamos del alma y de los vínculos de afecto que nos unen a otras personas.

Gestionar las emociones es algo que debemos plantearnos siempre a la hora de tratar cualquier enfermedad. Pero especialmente los problemas digestivos son muy sensibles a lo que se cuece un poquito más arriba, ahí entre costilla y costilla. ¿Por qué? Pues muy sencillo: las emociones provocan reacciones químicas en el cerebro, y este da órdenes al cuerpo. Si hay miedo, tensión, ansiedad o rabia, se activa el sistema nervioso simpático, un sistema autónomo que funciona siempre, tanto si lo queremos como si no. Es el que nos pone en modo «ataque-huida» y nos ayuda a sobrevivir. Por tanto, no podemos desconectarlo a voluntad. Este sistema nos prepara para correr, pelear, defendernos, estar alerta... Manda toda la sangre a los músculos y al cerebro, y suspende las funciones no vitales, como la digestión. Cuando el momento de peligro pasa, regresa la calma.

Todos vivimos sobresaltos en la vida, y esa reacción de estrés máximo es necesaria para afrontarlos. El problema es cuando el estrés se hace crónico. No estamos preparados para ello, y por desgracia el estrés crónico es demasiado común. Nuestro cuerpo sigue en estado de alerta máxima y esto causa estragos, especialmente en las digestiones.

¿Significa eso que si tienes malas digestiones debes hacer yoga, meditar o ir al psicólogo? No necesariamente, aunque todo eso te puede ayudar. Lo importante es que, como me aconsejó este doctor, aprendamos a cultivar la serenidad. Y esto es como un ejercicio, no se improvisa. Mi propuesta de hoy es: revisa tu vida, mira cómo está tu termómetro emocional. Hay emociones que afectan especialmente a la digestión. Según la medicina china el hígado se asocia con la ira; el estómago con la preocupación, el páncreas con la angustia; el intestino grueso con la tristeza... ¿Te suena todo esto? ¿Por qué será que la medicina tradicional decía que las personas malhumoradas tenían mala bilis? ¿Por qué se relacionaba la melancolía con un estómago perezoso? Fíjate, en inglés la palabra spleen significa a la vez melancolía y bazo. Todo esto no es casual.


Si identificas una situación que te provoca sentimientos indigestos, mira a ver cómo puedes solucionarla. Si se trata de alguna relación familiar, laboral o con tus seres próximos, tendrás que pensar en hablar de ello y buscar formas de resolver el conflicto. Tu salud lo merece, tú lo mereces. Seguro que todos salís ganando con el cambio.

sábado, 3 de diciembre de 2016

¿Qué pasa con el postre??

He hablado de la razón número uno de por qué médicos y pacientes damos tan poca importancia a la alimentación a la hora de tratar problemas digestivos. Hablé de ignorancia y falta de información.

Pues bien, hoy trataré la razón número dos. Es esta: ¡nos cuesta sangre cambiar nuestros hábitos alimentarios! Dicen que cambiar de forma de comer es más difícil que cambiar de religión... No es exagerado. Lo veo cada día. La gente se aferra a su dieta habitual, a sus comidas de confort, a sus hábitos, como un dogma de fe. Y lo he visto en mí. Me ha costado muchísimo dejar ciertos alimentos que me perjudicaban y a los que me había hecho adicta.

Sí, la comida, y sobre todo ciertas comidas, crean adicción. Lo peor es que a veces son justamente esos alimentos los que más daño nos hacen. Y hasta nos queremos convencer de que son buenos, nos sientan bien y los necesitamos...

Como dice el doctor McDougall, a nadie le gusta que le digan que su comida favorita es mala para su salud. A nadie, ni siquiera a los médicos. Por eso un cirujano cardiovascular puede pasarse el día desatascando arterias bloqueadas por el colesterol y luego, al finalizar su jornada, zamparse una hamburguesa doble con queso y quedarse tan pancho. ¡Así somos los humanos!

Si quieres mejorar tu salud digestiva, lo primero que debes mirar es tu alimentación. Seguro que hay algo que puedes mejorar. Cada persona es única y lo que a uno le sienta bien a ti te puede caer fatal, pero hay alimentos que casi siempre estorban a una buena digestión, te duela el estómago o no. Por ejemplo, el azúcar y los dulces. Por dulces me refiero a todo lo que lleva azúcar refinado: caramelos, bombones, bollería, pasteles, galletas, natillas, helado, batidos, zumos, yogures de sabores, etc.

Mi propuesta hoy es esta: prueba a eliminar los dulces de tu dieta, especialmente el postre después de comer. Ya sé que cuesta, ya... ¡Estamos tan acostumbrados a ese broche dulce de todas las comidas! Pero los postres, a los que tan habituados estamos, pueden arruinar tu digestión. Generan una mezcla explosiva en el estómago: los azúcares, con el calorcito, los jugos gástricos y los otros alimentos, producen fermentación. Y fermentación = gases, hinchazón y posible reflujo o ardor.

Tengo una regla muy sencilla. Lo que no mezclarías en el plato, no lo mezcles en el estómago. ¿Verdad que no te comerías un bistec bañado en natillas, unas patatas con helado de fresa o unos espaguetis con chocolate? (Bueno, hay gente que tiene gustos para todo...) Pues bien, no te lo metas en el cuerpo de una sentada. Casi siempre esas mezclas acaban dando problemas.


Simplemente haz esto durante unos días y observa cómo te sientes. Suprimir el postre dulce de tus comidas puede marcar toda una diferencia. ¡Dímelo a mí!

martes, 29 de noviembre de 2016

Pilar número 1: la comida


Es obvio. Lo que comemos es lo primero que afecta a nuestras digestiones. Si crees que la comida no tiene nada que ver con tu salud digestiva, hazte esta pregunta. Cuando a un fumador le detectan cáncer de pulmón, ¿qué es lo primero que le prescribe el médico? ¡Dejar de fumar, por supuesto! Pues bien, a una persona que tiene malas digestiones, ¿qué debería ser lo primero que tendría que mirar un médico? Es de lógica aplastante: ¡lo que come! Después ya veremos si el problema es más complicado, si ha sufrido alguna infección o tiene un problema más interno.

Te puedo decir que en un altísimo porcentaje de casos los problemas digestivos son de origen alimentario. Dime lo que comes y te diré cómo digieres.

Parece mentira, pero esta verdad tan obvia a menudo es ignorada por médicos y pacientes. ¿Sabes por qué? Razón número uno: no hemos recibido educación adecuada sobre nutrición, tampoco los médicos. Y lo poco que sabemos son cuatro pirámides alimentarias que se han divulgado por las escuelas y los medios de comunicación. Estas famosas pirámides se basan en estudios que casi siempre están financiados por alguna gran empresa alimentaria. O sea, que no podemos fiarnos de su objetividad ni de su falta de ánimo lucrativo. La ciencia y la realidad sanitaria de millones de personas nos revelan que lo que creíamos muy sano hace unos años no lo es tanto. Por eso hay tanta confusión y las noticias que llegan al público son tan contradictorias.


Hablaré mucho más de comida en este blog. Pero ahora no voy a darte consejos. Hoy te propongo que investigues un poco sobre qué alimentación es la adecuada para la especie humana. Es un tema amplísimo y apasionante, y encontrarás miles de opiniones, algunas muy divergentes y algunas muy poco científicas. También hay una guerra de dietas que se libra desde hace años. 

Te invito a leer un libro que puede cambiar tu visión en este campo. Está escrito por una persona honesta y con una sólida base científica. Corroborado por médicos con una larga experiencia. Se trata de El estudio de China. Su autor, T. Colin Campbell, es biólogo y se ha dedicado a estudiar la alimentación y su impacto en la salud humana durante más de cuarenta años. Sus descubrimientos lo han llevado a crear un centro de estudio sobre nutrición y salud, con cursos avalados por la Universidad de Cornell, en los Estados Unidos. Es autor de otros libros interesantísimos, como Integral, y participa en un documental valiente y claro: Forks over Knives (Tenedores contra cuchillos), que puedes conseguir por Internet. ¡Ojalá se emitiera por televisión, en una hora de máxima audiencia! Creo que los ciudadanos nos merecemos información honesta y clara como la que Campbell y muchos otros nos están brindando.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Los pilares de la salud digestiva

Empecemos por el comienzo. La salud digestiva no está separada de la salud global de todo tú, como persona. Tu sistema digestivo está conectado con el resto del cuerpo y lo que pasa por la mente afecta nuestra biología. Al mismo tiempo, nuestra persona vive en un medio ambiente: el entorno también nos afecta, tanto física como emocionalmente. Lo que ocurre es que el entorno no siempre podemos modificarlo. En cambio, podemos intervenir en aquello que nosotros somos y hacemos. 

Así que para tener una tripa sana… hay que estar sano de otras cosas.

Los pilares de una buena salud podríamos decir que son cuatro, como las cuatro patas de una mesa:
1.    Alimento: qué comes y cómo lo comes.
2.    Emociones: cómo están tu vida sentimental y tus relaciones.
3.    Ejercicio: moverse es importante, ¡hay que comer con apetito!
4.  Descanso: para digerir bien necesitas sueño, relax, controlar el estrés y disfrutar de la vida, al menos un poquito cada día.

Añade a estos cuatro pilares una «cúpula»: tu propósito vital. ¿Sabes qué quieres hacer en esta vida? ¿Tienes una misión, una pasión, algo a lo que quieres dedicarte en cuerpo y alma (o alguien)? No desdeñes la importancia de este factor en tu vida. Jung decía que la mayoría de sus pacientes, en el fondo, tenían un problema espiritual muy hondo: sus vidas carecían de sentido. De aquí pueden brotar infinidad de enfermedades, malos hábitos y trastornos que minan tu salud.

Te podría dar muchos ejemplos, seguro que tú también los conoces. Cuando una persona tiene claro su propósito vital encuentra la fuerza interior para afrontar cualquier problema y, también, para tomar las riendas de su salud. 

Te propongo que medites en estos cinco puntos. ¿Crees que algún pilar falla? Por ahí puedes rastrear un posible origen de tus molestias digestivas. Y si crees que todo está bien, profundiza un poco. Quizás descubras que tu alimentación, tu descanso, tu nivel de ejercicio o tu vida emocional no son tan sanos como creías…


¿Qué puedes hacer para mejorar cada uno de estos puntos? Si quieres, lo iremos viendo en los próximos días.

martes, 22 de noviembre de 2016

No eres un caso perdido

Es posible que hayas llegado a este blog buscando remedios para hacer una buena digestión. Es posible que lleves años, quizás décadas, lidiando con dolores de estómago, gases, estreñimiento… o problemas peores. A mí me sucedía igual.

También es posible que estés harto de ir al médico y hacerte infinidad de análisis y pruebas solo para que el especialista te diga: No tienes nada grave. Todo son nervios. O: ha sido algo pasajero. Estrés, o una pequeña infección, o…

¿Te has sentido impotente, diciéndote a ti mismo que eres un misterio sin resolver y que no entiendes qué pasa dentro de ti? ¿Te has sentido estúpido cuando los médicos insisten en que no tienes nada malo, pero sigues encontrándote mal?

Tu cuerpo no te engaña. Algo pasa. Tanto si es de origen psíquico como orgánico, algo te sucede. No son imaginaciones tuyas.

Mi mensaje de hoy es… ¡No te rindas! No te dejes por un caso perdido. No te conformes con lo que te diga uno, dos o media docena de médicos. Si tienes la tripa alterada, hay algo que provoca tu malestar.

Llegó el momento de tomar las riendas. Lee libros. Investiga por Internet. Busca médicos o terapeutas que puedan ayudarte y arrojar luz sobre tus problemas. Escucha tu cuerpo. Estudia, aprende, forma tu criterio y ábrete a nuevas terapias o remedios naturales.

¿Crees que los médicos lo saben todo? No. No lo saben todo. Los estudios de medicina no abarcan a fondo toda la complejidad de la biología humana. Por ejemplo, se estudia poquísima nutrición. Los médicos memorizan largas listas de fármacos y sus aplicaciones, pero saben poco de dietética, a menos que les interese el tema y se formen por su cuenta. Por otra parte, los médicos están presionados. Se les gratifica para que receten ciertos fármacos o tratamientos. O se les obliga a seguir un protocolo. ¿Quién decide qué fármacos promocionar y qué protocolos seguir? Son comités formados por diversas personas. Algunas quizás no tienen ni idea de medicina, pero tienen poder decisorio. Saben de negocios y de política, y quieren que la sanidad sea rentable. Les preocupa el ahorro o el lucro pero no tu salud. Como paciente, tienes derecho a estar bien informado por tus médicos. Pregunta, pide explicaciones de por qué te recetan algo y qué riesgos o efectos secundarios tiene el medicamento, la terapia o la cirugía que te prescriben. Si no te convence, pide alternativas. Puedes negarte a seguir alguna terapia que no consideres adecuada, siempre bajo tu responsabilidad. Pide también copias de tu historial médico, tienes todo el derecho a conservarlo. Y busca siempre una segunda opinión médica, o una tercera.

Finalmente, los médicos no están en tu piel. No sienten cómo te sientes. No pueden adivinar. Los análisis y las pruebas dan unos datos, pero no muestran el mapa completo de tu cuerpo y de tu realidad.

De manera que no te conformes con una opinión o con un tratamiento que no te funciona. Sigue buscando. ¡Tú lo mereces!

De corazón y de olla

Así se titula uno de los primeros capítulos de mi libro Digerir la vida.

¿Por qué? Pues muy sencillo. Para gozar de salud digestiva tienes que atender a dos factores: cómo está tu corazón… y qué metes en la olla. En otras palabras, las emociones y pensamientos que salen de ti y la comida que entra en tu cuerpo.

Es fácil caer en los extremos. Para algunos, TODAS las enfermedades y trastornos tienen un origen psicológico. Para otros, nada de eso: TODO problema es biológico y debe tratarse con química pura.
¿Dónde estará la verdad? Posiblemente en el justo medio. Casi seguro hay un factor físico y biológico que desencadena el trastorno. Pero muchas veces también hay un componente emocional que crea un entorno favorable a la enfermedad.

Te pongo un ejemplo: una relación tensa con tu pareja puede darte ansiedad. Como los nervios te comen, comes más y te acostumbras a picotear dulces entre horas. Esto crea un desequilibrio en tu metabolismo y ataca tu sistema digestivo. Comienzas a hacer malas digestiones, que no hacen más que empeorar tu angustia y tu declive anímico. Cuanto más te deprimes, más azúcar tomas para consolarte. Y peor te sientes. ¡Has entrado en un círculo vicioso! ¿Cómo romperlo? No basta que hagas dieta y dejes de tomar dulces. La ansiedad por tu problema emocional no desaparecerá hasta que abordes qué sucede con tu pareja. Pero, al mismo tiempo, necesitas comer más sano para que tu cuerpo se recupere y tu mente se aclare.

Otro ejemplo al revés: tienes una intolerancia alimentaria, pero lo ignoras. El alimento «ofensor» está deteriorando tu intestino e impide que este produzca las hormonas necesarias. Como consecuencia, la química de tu cerebro se ve afectada y padeces altibajos emocionales. ¡No entiendes por qué te sientes así! Puedes ir al psicólogo o al psiquiatra y te dará algún fármaco que puede funcionar o puede desequilibrarte todavía más… Mientras no resuelvas qué alimento está dañando tu intestino, el problema no se arreglará. 

En resumen: las personas somos cuerpo y alma. Un problema de salud digestiva a menudo tiene un origen combinado de dos desequilibrios, carencias o excesos. Algo que comes te sienta mal, pero hay algo que también te está comiendo por dentro… ¿Un consejo? Busca dónde está el origen del mal, identifica el hábito que te está dañando y tendrás dos preciosas pistas para encontrar la solución.


Ni todo es psicológico ni todo es biológico. Pero sí una combinación de ambos factores, la mayor parte de las veces. Es una cuestión… de corazón y de olla.

sábado, 5 de noviembre de 2016

Digerir la vida

Para más información, visita esta página.

La medicina tradicional de todas las culturas del mundo siempre ha unido el cuerpo y el alma, la biología y la psique. La moderna medicina occidental parece que olvidó un poco esta doble dimensión del ser humano, entusiasmada con los hallazgos de la química, la biología y la anatomía. Pero en las últimas décadas los médicos ya admiten que buena parte de las enfermedades tienen un componente o incluso un origen psicosomático. En palabras llanas: lo que se cuece en el corazón se refleja en el cuerpo.
A todos nos resulta familiar. Un gran disgusto lleva a un infarto de miocardio. Un desamor puede hundir tu sistema inmune. Una preocupación te anuda el estómago y el miedo te provoca diarrea.
En estos años en que he iniciado mi camino para mejorar mis digestiones he podido comprobar que el cuerpo es un fiel amigo, sabio y paciente, que avisa cuando algo no va bien en tu vida. Como afirma la doctora Lissa Rankin, autora de Mente sobre medicina, el cuerpo primero susurra, luego avisa y finalmente, si no le haces caso, grita. Ese grito es la enfermedad, o el ataque, o el dolor.
¿Qué nos dice una tripa enfadada? ¿De qué nos está avisando un estómago en llamas? ¿De qué se queja un vientre hinchado y dolorido? A veces protesta por algo tan simple como lo que le has echado adentro. ¿Qué clase de comida te has metido entre el pecho y la espalda? ¿Han sido buenos alimentos o ha sido «basura»? ¿Te has pasado con la cantidad? ¿Le has regalado una dosis de droga o veneno irritante?
Pero nuestro sistema digestivo no es un motor aislado del resto del cuerpo. Muchos científicos y autores nos han puesto al día: hay una íntima conexión entre cerebro e intestino, entre mente y vientre, entre pensamiento y digestión. Hay veces en que nuestra tripa nos está avisando de que hay algo en nuestra vida que necesita ajustes. Puede ser un tema personal, laboral, emocional, de relaciones… Puede ser la actitud con que encaramos nuestras circunstancias vitales.
De ahí este título. He aprendido que el camino en busca de una digestión perfecta es algo más que explorar en la anatomía humana y en las ciencias biológicas y nutricionales. Es también un largo aprendizaje para aprender a digerir la vida.

jueves, 1 de septiembre de 2016

¿Por qué estás leyendo esto?

En este blog aúno dos de mis grandes pasiones: la salud y la literatura. ¿Letras y salud? ¿Qué tienen que ver?

Si eres una persona que ha estado enferma de cuerpo y herida de alma, la literatura es una gran medicina. Leer consuela... ¡Escribir es sanador! Y cuando dejas de ser una paciente pasiva y empiezas a tomar las riendas de tu vida descubres que hay un mundo por explorar y que la salud humana es un campo donde florecen muchas ciencias y hallazgos impresionantes.

Hace tiempo comencé a escribir unas notas destinadas a una doctora amiga para resumirle la epopeya de mi salud digestiva, desde la niñez hasta la actualidad. Esas notas se alargaron. Le tomé gusto a la «historia de mi barriga» y finalmente de allí salió un libro que pronto verá la luz: Digerir la vida. Este blog quiere ir un poco más allá. En un libro lo escrito, escrito está. Un blog es un diario abierto y en evolución que crece cada día y permite que los lectores también formen parte de él. En este blog compartiré, además de mis experiencias, todos los conocimientos que he ido adquiriendo en un largo camino en busca del bienestar digestivo. ¡Y que no ha terminado! Espero con ello ayudar a otras personas que también sufran problemas digestivos.

Quizás como tú, lector, he pasado décadas de mi vida sufriendo molestias digestivas, algunas leves y otras más graves, hasta llegar a las puertas del quirófano. El ardor de estómago, el vientre inflado, los episodios de cólicos alternados con estreñimiento y las indigestiones se llegaron a convertir en el pan de cada día. Llegó un momento en que decidí tres cosas.

Una: no resignarme.

Dos: conocerme mejor y entender qué ocurre en mi barriga, y por qué.

Y tres: atreverme a cambiar lo que fuera necesario para vivir en paz con mi vientre y disfrutar de la vida. Porque convendrás conmigo que las malas digestiones crónicas no sólo te hacen daño y minan tu salud: pueden arruinar la felicidad a cualquiera.  

Te invito a iniciar este viaje conmigo. Atrévete a creer. Hacer buenas digestiones es posible… también para ti.