martes, 27 de diciembre de 2016

Un desayuno delicioso

Prueba este exquisito desayuno. Pela un mango, un plátano, una manzana o una pera, un melocotón o unas ciruelas. Añade una cucharada de polen y canela, si quieres. Mételo todo en la batidora hasta que se forme una crema bien fina. Tómala despacio, saboreando cada cucharada... ¡disfruta! 
Puedes variar las frutas según la temporada y ensayar diferentes condimentos (vainilla, rosa mosqueta, maca, cúrcuma...). 

¿Por qué es bueno este desayuno?
  • Primero, por la enorme cantidad de nutrientes que tiene: muchas vitaminas y minerales de las frutas frescas, que son regeneradoras y antioxidantes.
  • Aporta muchas enzimas y esto beneficia la digestión y el metabolismo del cuerpo.
  • Aporta mucha agua y fibra, te hidrata y es estupendo para el tránsito intestinal.
  • Tiene un sabor delicioso, dulce sin azúcares añadidos. La fruta ya aporta muchos azúcares naturales, pero al estar mezclados con el agua y la fibra no tienen el efecto yo-yo del azúcar refinado.
  • Da mucha energía con un mínimo gasto digestivo, ya que se digiere muy rápido. Es ideal para alimentar el cerebro y el cuerpo a primera hora del día.
  • El polen le añade aminoácidos esenciales: todos los que necesitas para formar tus proteínas. Tomado así, con la fruta, se asimila de maravilla.


Si no eres muy amigo de la fruta, es una manera deliciosa de tomar muchas frutas variadas y del tiempo. A los niños les puede encantar. Muy pocos se resistirán a esta mousse cremosa y homogénea con un sabor casi tan dulce como las chuches. Toda una delicatessen y un chute de salud para tu cuerpo.

martes, 20 de diciembre de 2016

Lo bello y bueno

Si alguien me preguntara ¿qué comes ahora? Le diría: casi de todo... menos cuatro cosas. Mis “NO” son: lácteos, azúcar, aceites y harinas. ¿Animales? Muy pocos, solo carne de corral y huevo ecológico, nada de embutidos ni conservas. Y si alguien me dijera con espanto: ¿Qué comes, entonces? Le contestaría: ¡todo lo demás! ¿Te parece poco?

Ve a una frutería o a la sección de verduras de un supermercado. Hay una variedad asombrosa de frutas y hortalizas. ¡Hasta resulta bonito verlo! Ve a un mercado, como el de la Boquería o Santa Caterina. Hay verdulerías que exhiben sus productos en formas artísticas, combinando formas y colores, ¡una belleza!

Lo que es bello a la vista es sabroso al paladar, nutritivo en el cuerpo y un regalo para tu barriga. Come plantas. Come muchas frutas. Elígelas del tiempo, de proximidad, orgánicas si puedes, si no es igual. En su punto de maduración. Disfruta y aliméntate. Tu cuerpo y tus digestiones lo agradecerán.
Por supuesto, si tienes problemas con alguna fruta o verdura concreta, evítala. Conócete. Ciertas personas tienen alergia a los melocotones o a las fresas, o digieren mal las coles, la alcachofa o los tomates. No todos los «plantívoros» digerimos bien el crudo.

Experimenta: atrévete a probar frutas y hortalizas que no acostumbras a tomar o que jamás has probado. Puedes llevarte sorpresas agradables.

Yo me he pasado cuarenta años de mi vida tomando contadísimas clases de fruta, y más de veinte años comiendo a base de harinas, aceites, azúcar y... ¡lácteos! Justo los cuatro tipos de comida que ahora evito. Eso me mantuvo viva y me dio energía, pero minó mi salud y destrozó mi sistema digestivo. Ahora como todo lo contrario, ¡jamás había tomado tantas frutas ni tan variadas! Y me siento como nunca. Mi intestino funciona con una regularidad pasmosa que no recordaba. ¿Por qué será?

Si al cuerpo le das lo bueno, lo que le conviene, y además con belleza, gusto y sabor, ¡tu tripa estará de fiesta!

viernes, 16 de diciembre de 2016

Pilar número 4: descanso

Descanso no quiere decir solo dormir o tumbarse a la bartola sin hacer nada... aunque sí, también quiere decir eso. Hay muchos tipos de descanso, incluso actividades que nos descansan, aunque parezca una paradoja.

Descanso es todo aquello que nos permite relajarnos, dejar nuestro cuerpo en un estado de calma y permitir que los procesos vitales sigan su curso: digestión y asimilación de nutrientes, oxigenación, reparación de tejidos, regeneración, crecimiento... Los niños crecen cuando duermen. Los adultos nos reparamos durmiendo. Nuestro cerebro se ordena y fija las ideas y la memoria en las horas de sueño. Somos como un coche o un barco: para arreglarlo y ponerlo apunto tiene que estar parado, en un taller o en dique seco.

Para hacer buenas digestiones, como para tener salud en general, necesitamos el descanso suficiente. Y esto significa:

A.    Horas de sueño. Cada cual tiene su tope ideal, pero por lo general dormimos menos de lo que deberíamos. Entre seis y ocho horas está bien, aunque hay personas que con cinco ya tienen bastante y otras necesitan nueve o diez para sentirse bien. La señal de que has dormido lo suficiente es esta: te levantas con buen pie, con ánimo y energía. Y durante el día te mantienes despierto sin necesidad de cafés o estimulantes. Si no es así, te falta sueño.

B.    Busca cada día un tiempo para relajarte y respirar hondo, aunque solo sean cinco minutos. Unas cuantas respiraciones profundas pueden hacer maravillas en tu cuerpo y en tu psique.

C.    Duerme la siesta, si puedes. Es genial para facilitar una buena digestión. Pero atención: no una laaaarga siesta de dos horas. Con veinte minutos basta, según los expertos es el tiempo ideal para reponer energías y no aletargarte aún más. Si no puedes ir a la cama, duérmela en un sofá o sillón, semi-recostado en la postura que te sea más confortable.

D.    Cada día intenta darte un descanso mental: distrayéndote con alguna actividad creativa o divertida que te sea gratificante. Jugar con tus hijos, bailar con tu música preferida, pasear, charlar con los amigos, ir a correr, pintar, escribir, tocar la guitarra. ¡Tú sabrás! Hazte ese regalo.

Personalmente te diré que sigo estos cuatro consejos desde hace años, y me va de perlas. El día que fallo en alguno de ellos no me encuentro tan bien... incluso no digiero tan bien la comida, ¡puedes creerlo! Los dos indispensables son, para mí, dormir bien por la noche y la siesta. Buscar tiempo para respirar, relajarme y dedicarme a mis hobbies ha sido una conquista, pero te aseguro que ha valido la pena. Te animo a emprender tu lucha por un descanso reparador. Si no descansas bien, no harás buenas digestiones.  Y aunque te parezca que digieres piedras, tu cuerpo no asimilará bien la comida que tomas y no te aprovechará. Ya lo sabes, ¡descansa!


sábado, 10 de diciembre de 2016

Pilar número 3: el ejercicio es vida

Pues sí, ¡el ejercicio es vital! Para tener una buena digestión hay que comer con hambre. Y para comer con hambre... ¡hay que haber gastado energía! En la prehistoria nuestros antepasados tenían el gasto calórico asegurado, desplazándose y buscando comida, enfrascados en mil tareas de supervivencia. Pero hoy somos tan sedentarios que, si queremos despertar el apetito, la mayoría de nosotros necesitamos hacer un extra.

A menos que tu trabajo te demande un esfuerzo físico ―leñadores, personal de limpieza, vendedores, camareros, etc.— si tu vida transcurre entre el sofá, la cama, el coche y la silla de un despacho, más vale que te pongas las pilas.

El ejercicio es movimiento y el movimiento oxigena la sangre, tonifica los músculos y da alegría. Se ha comprobado científicamente: veinte minutos de ejercicio ligero, como una caminata, son mucho más eficaces que los mejores fármacos antidepresivos. Moverse da ganas de vivir.

Ocurre como con el estrés: el ejercicio también cambia nuestra química cerebral. Provoca la liberación de una serie de sustancias ―las endorfinas― que nos dan bienestar, placer y optimismo. Aún más: la ciencia ha descubierto que el ejercicio físico ¡puede hasta modificar nuestro ADN! Investigad un poco y os asombraréis.

Mucha gente frunce el ceño cuando les dicen: haz ejercicio. Para muchos el deporte es una carga enorme, una obligación aburrida que detestan. Pero todos necesitamos movernos. La norma aquí es: busca algo que te divierta. Algo que te guste y que puedas hacer cada día sin que te suponga un gran sacrificio ni un coste económico que no te puedes permitir. No necesitas apuntarte a un gimnasio o enrolarte en un equipo de fútbol local. Puedes caminar, ir en bici, bailar, correr, hacer aeróbic, yoga, natación, zumba o taichí. ¡Lo que más te atraiga y te convenga! Si tienes problemas de peso o de movilidad, lógicamente tendrás que buscar algo tranquilo o adaptado a tu situación... Pero casi todo el mundo puede caminar. Una buena caminata, una hora al día, es suficiente. Basta que el pulso te suba, que sientas que te esfuerzas y llegues a sudar un poco. ¡Sudar la camiseta una vez al día hace maravillas por tu salud!

Y también por tu digestión. Te despertará el apetito, te mejorará el humor y movilizará tu tracto digestivo. Ciertos ejercicios, además, pueden favorecer la evacuación, como caminar, bailar, subir montañas, cuestas o escaleras, y algunos estiramientos y posturas de yoga. 

Mi consejo hoy es este: si no haces deporte con regularidad, busca tu ejercicio y ponte a practicarlo, ya, cada día. Ejercitarse es tan importante como comer, no te lo saltes. Todo el mundo puede reservar al menos 10 minutos al día para cuidarse un poco. Si puedes, que sean más. Por Internet encontrarás mil opciones gratis, desde clases de cualquier cosa ―danza del vientre, salsa, pilates o aerobic-step― hasta tablas de ejercicios para hacer en casa y programas que te puedes descargar para variar tu repertorio. Los expertos aconsejan dar cada día unos 10 000 pasos. ¿Quién no puede organizarse para dar una caminata al día? Aunque sea dejando el autobús o el coche e ir caminando al trabajo, todo el trayecto o un tramo.


Si todavía te resistes, o piensas que no puedes hacer ejercicio porque ¡tienes tan malas digestiones! te voy a contar algo. Yo empecé a hacer gimnasia con regularidad cuando comencé a tener malas digestiones. Buscaba momentos al día en que tuviera el estómago vacío, así podía ejercitarme con tranquilidad y dando lo máximo de mi energía. Nunca pasaba mucho tiempo, entre 10 y 20 minutos al día, no más. Iba variando: tonificación, aeróbic, estiramientos, yoga. Más tarde empecé a correr y descubrí la belleza del footing, la paz y el bienestar interior que produce correr por el campo o en la playa. ¡Una meditación en movimiento! Te aseguro que hacer ejercicio me ha ayudado mucho y ha sido el mejor contrapunto a mis molestias digestivas. ¡El ejercicio es vida!

martes, 6 de diciembre de 2016

Pilar número 2: las emociones

Hace tiempo fui a un doctor especializado en la bioquímica corporal. Me analizó varias gotas de sangre y me dijo: Vigila tu hígado. Después de una larga conversación, acabó con palabras terminantes: Aprende a gestionar tus emociones. Tu patógeno eres tú misma. Eso es lo primero, y lo fundamental.

No todo está en la comida. Tampoco todo está en la psique. Es una cuestión... de corazón y de olla. Pero el corazón siempre, siempre, es importante. Por corazón me refiero, claro está, al mundo de los sentimientos. Y este es un mundo que se escapa a las leyes físicas y biológicas. En términos llanos, hablamos del alma y de los vínculos de afecto que nos unen a otras personas.

Gestionar las emociones es algo que debemos plantearnos siempre a la hora de tratar cualquier enfermedad. Pero especialmente los problemas digestivos son muy sensibles a lo que se cuece un poquito más arriba, ahí entre costilla y costilla. ¿Por qué? Pues muy sencillo: las emociones provocan reacciones químicas en el cerebro, y este da órdenes al cuerpo. Si hay miedo, tensión, ansiedad o rabia, se activa el sistema nervioso simpático, un sistema autónomo que funciona siempre, tanto si lo queremos como si no. Es el que nos pone en modo «ataque-huida» y nos ayuda a sobrevivir. Por tanto, no podemos desconectarlo a voluntad. Este sistema nos prepara para correr, pelear, defendernos, estar alerta... Manda toda la sangre a los músculos y al cerebro, y suspende las funciones no vitales, como la digestión. Cuando el momento de peligro pasa, regresa la calma.

Todos vivimos sobresaltos en la vida, y esa reacción de estrés máximo es necesaria para afrontarlos. El problema es cuando el estrés se hace crónico. No estamos preparados para ello, y por desgracia el estrés crónico es demasiado común. Nuestro cuerpo sigue en estado de alerta máxima y esto causa estragos, especialmente en las digestiones.

¿Significa eso que si tienes malas digestiones debes hacer yoga, meditar o ir al psicólogo? No necesariamente, aunque todo eso te puede ayudar. Lo importante es que, como me aconsejó este doctor, aprendamos a cultivar la serenidad. Y esto es como un ejercicio, no se improvisa. Mi propuesta de hoy es: revisa tu vida, mira cómo está tu termómetro emocional. Hay emociones que afectan especialmente a la digestión. Según la medicina china el hígado se asocia con la ira; el estómago con la preocupación, el páncreas con la angustia; el intestino grueso con la tristeza... ¿Te suena todo esto? ¿Por qué será que la medicina tradicional decía que las personas malhumoradas tenían mala bilis? ¿Por qué se relacionaba la melancolía con un estómago perezoso? Fíjate, en inglés la palabra spleen significa a la vez melancolía y bazo. Todo esto no es casual.


Si identificas una situación que te provoca sentimientos indigestos, mira a ver cómo puedes solucionarla. Si se trata de alguna relación familiar, laboral o con tus seres próximos, tendrás que pensar en hablar de ello y buscar formas de resolver el conflicto. Tu salud lo merece, tú lo mereces. Seguro que todos salís ganando con el cambio.

sábado, 3 de diciembre de 2016

¿Qué pasa con el postre??

He hablado de la razón número uno de por qué médicos y pacientes damos tan poca importancia a la alimentación a la hora de tratar problemas digestivos. Hablé de ignorancia y falta de información.

Pues bien, hoy trataré la razón número dos. Es esta: ¡nos cuesta sangre cambiar nuestros hábitos alimentarios! Dicen que cambiar de forma de comer es más difícil que cambiar de religión... No es exagerado. Lo veo cada día. La gente se aferra a su dieta habitual, a sus comidas de confort, a sus hábitos, como un dogma de fe. Y lo he visto en mí. Me ha costado muchísimo dejar ciertos alimentos que me perjudicaban y a los que me había hecho adicta.

Sí, la comida, y sobre todo ciertas comidas, crean adicción. Lo peor es que a veces son justamente esos alimentos los que más daño nos hacen. Y hasta nos queremos convencer de que son buenos, nos sientan bien y los necesitamos...

Como dice el doctor McDougall, a nadie le gusta que le digan que su comida favorita es mala para su salud. A nadie, ni siquiera a los médicos. Por eso un cirujano cardiovascular puede pasarse el día desatascando arterias bloqueadas por el colesterol y luego, al finalizar su jornada, zamparse una hamburguesa doble con queso y quedarse tan pancho. ¡Así somos los humanos!

Si quieres mejorar tu salud digestiva, lo primero que debes mirar es tu alimentación. Seguro que hay algo que puedes mejorar. Cada persona es única y lo que a uno le sienta bien a ti te puede caer fatal, pero hay alimentos que casi siempre estorban a una buena digestión, te duela el estómago o no. Por ejemplo, el azúcar y los dulces. Por dulces me refiero a todo lo que lleva azúcar refinado: caramelos, bombones, bollería, pasteles, galletas, natillas, helado, batidos, zumos, yogures de sabores, etc.

Mi propuesta hoy es esta: prueba a eliminar los dulces de tu dieta, especialmente el postre después de comer. Ya sé que cuesta, ya... ¡Estamos tan acostumbrados a ese broche dulce de todas las comidas! Pero los postres, a los que tan habituados estamos, pueden arruinar tu digestión. Generan una mezcla explosiva en el estómago: los azúcares, con el calorcito, los jugos gástricos y los otros alimentos, producen fermentación. Y fermentación = gases, hinchazón y posible reflujo o ardor.

Tengo una regla muy sencilla. Lo que no mezclarías en el plato, no lo mezcles en el estómago. ¿Verdad que no te comerías un bistec bañado en natillas, unas patatas con helado de fresa o unos espaguetis con chocolate? (Bueno, hay gente que tiene gustos para todo...) Pues bien, no te lo metas en el cuerpo de una sentada. Casi siempre esas mezclas acaban dando problemas.


Simplemente haz esto durante unos días y observa cómo te sientes. Suprimir el postre dulce de tus comidas puede marcar toda una diferencia. ¡Dímelo a mí!