sábado, 10 de diciembre de 2016

Pilar número 3: el ejercicio es vida

Pues sí, ¡el ejercicio es vital! Para tener una buena digestión hay que comer con hambre. Y para comer con hambre... ¡hay que haber gastado energía! En la prehistoria nuestros antepasados tenían el gasto calórico asegurado, desplazándose y buscando comida, enfrascados en mil tareas de supervivencia. Pero hoy somos tan sedentarios que, si queremos despertar el apetito, la mayoría de nosotros necesitamos hacer un extra.

A menos que tu trabajo te demande un esfuerzo físico ―leñadores, personal de limpieza, vendedores, camareros, etc.— si tu vida transcurre entre el sofá, la cama, el coche y la silla de un despacho, más vale que te pongas las pilas.

El ejercicio es movimiento y el movimiento oxigena la sangre, tonifica los músculos y da alegría. Se ha comprobado científicamente: veinte minutos de ejercicio ligero, como una caminata, son mucho más eficaces que los mejores fármacos antidepresivos. Moverse da ganas de vivir.

Ocurre como con el estrés: el ejercicio también cambia nuestra química cerebral. Provoca la liberación de una serie de sustancias ―las endorfinas― que nos dan bienestar, placer y optimismo. Aún más: la ciencia ha descubierto que el ejercicio físico ¡puede hasta modificar nuestro ADN! Investigad un poco y os asombraréis.

Mucha gente frunce el ceño cuando les dicen: haz ejercicio. Para muchos el deporte es una carga enorme, una obligación aburrida que detestan. Pero todos necesitamos movernos. La norma aquí es: busca algo que te divierta. Algo que te guste y que puedas hacer cada día sin que te suponga un gran sacrificio ni un coste económico que no te puedes permitir. No necesitas apuntarte a un gimnasio o enrolarte en un equipo de fútbol local. Puedes caminar, ir en bici, bailar, correr, hacer aeróbic, yoga, natación, zumba o taichí. ¡Lo que más te atraiga y te convenga! Si tienes problemas de peso o de movilidad, lógicamente tendrás que buscar algo tranquilo o adaptado a tu situación... Pero casi todo el mundo puede caminar. Una buena caminata, una hora al día, es suficiente. Basta que el pulso te suba, que sientas que te esfuerzas y llegues a sudar un poco. ¡Sudar la camiseta una vez al día hace maravillas por tu salud!

Y también por tu digestión. Te despertará el apetito, te mejorará el humor y movilizará tu tracto digestivo. Ciertos ejercicios, además, pueden favorecer la evacuación, como caminar, bailar, subir montañas, cuestas o escaleras, y algunos estiramientos y posturas de yoga. 

Mi consejo hoy es este: si no haces deporte con regularidad, busca tu ejercicio y ponte a practicarlo, ya, cada día. Ejercitarse es tan importante como comer, no te lo saltes. Todo el mundo puede reservar al menos 10 minutos al día para cuidarse un poco. Si puedes, que sean más. Por Internet encontrarás mil opciones gratis, desde clases de cualquier cosa ―danza del vientre, salsa, pilates o aerobic-step― hasta tablas de ejercicios para hacer en casa y programas que te puedes descargar para variar tu repertorio. Los expertos aconsejan dar cada día unos 10 000 pasos. ¿Quién no puede organizarse para dar una caminata al día? Aunque sea dejando el autobús o el coche e ir caminando al trabajo, todo el trayecto o un tramo.


Si todavía te resistes, o piensas que no puedes hacer ejercicio porque ¡tienes tan malas digestiones! te voy a contar algo. Yo empecé a hacer gimnasia con regularidad cuando comencé a tener malas digestiones. Buscaba momentos al día en que tuviera el estómago vacío, así podía ejercitarme con tranquilidad y dando lo máximo de mi energía. Nunca pasaba mucho tiempo, entre 10 y 20 minutos al día, no más. Iba variando: tonificación, aeróbic, estiramientos, yoga. Más tarde empecé a correr y descubrí la belleza del footing, la paz y el bienestar interior que produce correr por el campo o en la playa. ¡Una meditación en movimiento! Te aseguro que hacer ejercicio me ha ayudado mucho y ha sido el mejor contrapunto a mis molestias digestivas. ¡El ejercicio es vida!

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