martes, 6 de diciembre de 2016

Pilar número 2: las emociones

Hace tiempo fui a un doctor especializado en la bioquímica corporal. Me analizó varias gotas de sangre y me dijo: Vigila tu hígado. Después de una larga conversación, acabó con palabras terminantes: Aprende a gestionar tus emociones. Tu patógeno eres tú misma. Eso es lo primero, y lo fundamental.

No todo está en la comida. Tampoco todo está en la psique. Es una cuestión... de corazón y de olla. Pero el corazón siempre, siempre, es importante. Por corazón me refiero, claro está, al mundo de los sentimientos. Y este es un mundo que se escapa a las leyes físicas y biológicas. En términos llanos, hablamos del alma y de los vínculos de afecto que nos unen a otras personas.

Gestionar las emociones es algo que debemos plantearnos siempre a la hora de tratar cualquier enfermedad. Pero especialmente los problemas digestivos son muy sensibles a lo que se cuece un poquito más arriba, ahí entre costilla y costilla. ¿Por qué? Pues muy sencillo: las emociones provocan reacciones químicas en el cerebro, y este da órdenes al cuerpo. Si hay miedo, tensión, ansiedad o rabia, se activa el sistema nervioso simpático, un sistema autónomo que funciona siempre, tanto si lo queremos como si no. Es el que nos pone en modo «ataque-huida» y nos ayuda a sobrevivir. Por tanto, no podemos desconectarlo a voluntad. Este sistema nos prepara para correr, pelear, defendernos, estar alerta... Manda toda la sangre a los músculos y al cerebro, y suspende las funciones no vitales, como la digestión. Cuando el momento de peligro pasa, regresa la calma.

Todos vivimos sobresaltos en la vida, y esa reacción de estrés máximo es necesaria para afrontarlos. El problema es cuando el estrés se hace crónico. No estamos preparados para ello, y por desgracia el estrés crónico es demasiado común. Nuestro cuerpo sigue en estado de alerta máxima y esto causa estragos, especialmente en las digestiones.

¿Significa eso que si tienes malas digestiones debes hacer yoga, meditar o ir al psicólogo? No necesariamente, aunque todo eso te puede ayudar. Lo importante es que, como me aconsejó este doctor, aprendamos a cultivar la serenidad. Y esto es como un ejercicio, no se improvisa. Mi propuesta de hoy es: revisa tu vida, mira cómo está tu termómetro emocional. Hay emociones que afectan especialmente a la digestión. Según la medicina china el hígado se asocia con la ira; el estómago con la preocupación, el páncreas con la angustia; el intestino grueso con la tristeza... ¿Te suena todo esto? ¿Por qué será que la medicina tradicional decía que las personas malhumoradas tenían mala bilis? ¿Por qué se relacionaba la melancolía con un estómago perezoso? Fíjate, en inglés la palabra spleen significa a la vez melancolía y bazo. Todo esto no es casual.


Si identificas una situación que te provoca sentimientos indigestos, mira a ver cómo puedes solucionarla. Si se trata de alguna relación familiar, laboral o con tus seres próximos, tendrás que pensar en hablar de ello y buscar formas de resolver el conflicto. Tu salud lo merece, tú lo mereces. Seguro que todos salís ganando con el cambio.

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