Hace tiempo fui a un doctor especializado en
la bioquímica corporal. Me analizó varias gotas de sangre y me dijo: Vigila tu
hígado. Después de una larga conversación, acabó con palabras terminantes:
Aprende a gestionar tus emociones. Tu patógeno eres tú misma. Eso es lo
primero, y lo fundamental.
No todo está en la comida. Tampoco todo está
en la psique. Es una cuestión... de
corazón y de olla. Pero el corazón siempre, siempre, es importante. Por
corazón me refiero, claro está, al mundo de los sentimientos. Y este es un
mundo que se escapa a las leyes físicas y biológicas. En términos llanos,
hablamos del alma y de los vínculos de afecto que nos unen a otras personas.
Gestionar las emociones es algo que debemos
plantearnos siempre a la hora de tratar cualquier enfermedad. Pero
especialmente los problemas digestivos son muy sensibles a lo que se cuece un
poquito más arriba, ahí entre costilla y costilla. ¿Por qué? Pues muy sencillo:
las emociones provocan reacciones químicas en el cerebro, y este da órdenes al
cuerpo. Si hay miedo, tensión, ansiedad o rabia, se activa el sistema nervioso
simpático, un sistema autónomo que funciona siempre, tanto si lo queremos como
si no. Es el que nos pone en modo «ataque-huida» y nos ayuda a sobrevivir. Por
tanto, no podemos desconectarlo a voluntad. Este sistema nos prepara para
correr, pelear, defendernos, estar alerta... Manda toda la sangre a los
músculos y al cerebro, y suspende las funciones no vitales, como la digestión.
Cuando el momento de peligro pasa, regresa la calma.
Todos vivimos sobresaltos en la vida, y esa
reacción de estrés máximo es necesaria para afrontarlos. El problema es cuando
el estrés se hace crónico. No estamos preparados para ello, y por desgracia el
estrés crónico es demasiado común. Nuestro cuerpo sigue en estado de alerta
máxima y esto causa estragos, especialmente en las digestiones.
¿Significa eso que si tienes malas digestiones
debes hacer yoga, meditar o ir al psicólogo? No necesariamente, aunque todo eso
te puede ayudar. Lo importante es que, como me aconsejó este doctor, aprendamos
a cultivar la serenidad. Y esto es como un ejercicio, no se improvisa. Mi propuesta
de hoy es: revisa tu vida, mira cómo está tu termómetro emocional. Hay
emociones que afectan especialmente a la digestión. Según la medicina china el
hígado se asocia con la ira; el estómago con la preocupación, el páncreas con
la angustia; el intestino grueso con la tristeza... ¿Te suena todo esto? ¿Por
qué será que la medicina tradicional decía que las personas malhumoradas tenían
mala bilis? ¿Por qué se relacionaba la melancolía con un estómago perezoso?
Fíjate, en inglés la palabra spleen
significa a la vez melancolía y bazo. Todo esto no es casual.
Si identificas una situación que te provoca
sentimientos indigestos, mira a ver cómo puedes solucionarla. Si se trata de
alguna relación familiar, laboral o con tus seres próximos, tendrás que pensar
en hablar de ello y buscar formas de resolver el conflicto. Tu salud lo merece,
tú lo mereces. Seguro que todos salís ganando con el cambio.
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