He hablado de la razón número uno de por qué
médicos y pacientes damos tan poca importancia a la alimentación a la hora de
tratar problemas digestivos. Hablé de ignorancia y falta de información.
Pues bien, hoy trataré la razón número dos. Es
esta: ¡nos cuesta sangre cambiar
nuestros hábitos alimentarios! Dicen que cambiar de forma de comer es más
difícil que cambiar de religión... No es exagerado. Lo veo cada día. La gente
se aferra a su dieta habitual, a sus comidas de confort, a sus hábitos, como un
dogma de fe. Y lo he visto en mí. Me ha costado muchísimo dejar ciertos
alimentos que me perjudicaban y a los que me había hecho adicta.
Sí, la comida, y sobre todo ciertas comidas,
crean adicción. Lo peor es que a veces son justamente esos alimentos los que
más daño nos hacen. Y hasta nos queremos convencer de que son buenos, nos
sientan bien y los necesitamos...
Como dice el doctor McDougall, a nadie le
gusta que le digan que su comida favorita es mala para su salud. A nadie, ni
siquiera a los médicos. Por eso un cirujano cardiovascular puede pasarse el día
desatascando arterias bloqueadas por el colesterol y luego, al finalizar su
jornada, zamparse una hamburguesa doble con queso y quedarse tan pancho. ¡Así
somos los humanos!
Si quieres mejorar tu salud digestiva, lo
primero que debes mirar es tu alimentación. Seguro que hay algo que puedes
mejorar. Cada persona es única y lo
que a uno le sienta bien a ti te puede caer fatal, pero hay alimentos que casi
siempre estorban a una buena digestión, te duela el estómago o no. Por ejemplo,
el azúcar y los dulces. Por dulces me refiero a todo lo que lleva azúcar refinado: caramelos, bombones, bollería,
pasteles, galletas, natillas, helado, batidos, zumos, yogures de sabores, etc.
Mi propuesta hoy es esta: prueba a eliminar los dulces de tu dieta, especialmente
el postre después de comer. Ya
sé que cuesta, ya... ¡Estamos tan acostumbrados a ese broche dulce de todas las
comidas! Pero los postres, a los que tan habituados
estamos, pueden arruinar tu digestión. Generan una mezcla explosiva en el estómago:
los azúcares, con el calorcito, los jugos gástricos y los otros alimentos,
producen fermentación. Y fermentación = gases, hinchazón y posible reflujo o
ardor.
Tengo una regla muy sencilla. Lo que no mezclarías en el plato, no lo
mezcles en el estómago. ¿Verdad que no te comerías un bistec bañado en
natillas, unas patatas con helado de fresa o unos espaguetis con chocolate?
(Bueno, hay gente que tiene gustos para todo...) Pues bien, no te lo metas en
el cuerpo de una sentada. Casi siempre esas mezclas acaban dando problemas.
Simplemente haz esto durante unos días y
observa cómo te sientes. Suprimir el postre dulce de tus comidas puede marcar
toda una diferencia. ¡Dímelo a mí!
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