viernes, 27 de abril de 2018

¿Qué pasa con la leche?


Este es un tema polémico. Porque, según oímos, muchos médicos, nutricionistas y asociaciones recomiendan su consumo. ¿Qué puedo decir? Yo misma he sido bebedora de leche, consumidora ávida de queso y yogures, y procedo de una familia muy lechera. Pero hace unos dos años decidí cortar con los lácteos. Lo hice convencida después de haber leído un libro decisivo, varios artículos de médicos e investigadores, y de ver algunos documentales. No me arrepiento en absoluto, mi experiencia me ha demostrado los beneficios de dejar de consumir leche y sus derivados. El libro que cambió mi visión sobre los lácteos y la nutrición es El estudio de China, de Thomas Colin Campbell, ¡lo recomiendo!

La leche, para los bebés


La leche es un alimento perfecto para los bebés: la leche de sus madres. Es decir, que cada especie animal debe consumir su propia leche, y no la de otros mamíferos. Porque cada especie tiene su ritmo de crecimiento y sus necesidades. No crece igual un niño que un ternero, un corderito o un conejo. La leche materna está perfectamente adaptada a las necesidades de la cría. No hay ningún otro animal, salvo nosotros, que consuma leche de otras especies.

La mayoría de adultos humanos —se calcula que un 70 %— no estamos adaptados para digerir leche, pues la enzimas que descomponen sus azúcares y proteínas las vamos perdiendo a medida que crecemos. En realidad, a partir de los 8-10 años ya no deberíamos consumir lácteos. La excepción son los pueblos que por su cultura han sido nómadas y ganaderos, y han tomado leche fermentada y quesos también siendo adultos. Pero ojo, que los fermentados no son lo mismo que la leche. Han perdido parte o toda la lactosa y tienen bacterias que los hacen más digeribles.

La leche materna tiene una proporción ideal de azúcares, grasas y proteínas para que un bebé doble su peso en seis meses. Un adulto no crece así, de modo que no necesita ese cóctel tan concentrado. Pero si, además, lo que bebe es leche de vaca, aún peor. Porque los terneros crecen más que un bebé humano, y su leche tiene más azúcares y grasas que la humana.

7 motivos para no beber leche


Vamos ahora a los problemas que presenta la leche de vaca, tal como se nos vende. Voy a dar siete motivos para no tomar leche ni sus derivados (quesos, yogures, natillas, etc.). Todos ellos están bien documentados científicamente. Si lees El estudio de China o buscas por Internet encontrarás muchos artículos, estudios clínicos y reportajes que así lo explican. Este documental puede sorprenderte: míralo si tienes tiempo.

1.    La leche de vaca tiene un exceso de grasas y azúcares que no necesitamos los adultos, además de la dificultad que podamos tener para asimilar la lactosa y la caseína, que es la proteína láctea. Si es desnatada sigue siendo alta en azúcares y conserva la caseína, que puede dar problemas e intolerancias a mucha gente.
2.    Las vacas crecen en granjas alimentadas por piensos a menudo de mala calidad, a base de harinas transgénicas y desechos animales. Todo eso pasa a su leche y te lo bebes.
3.    Las vacas no dan leche todo el año; para que den más leche les inyectan hormonas. Las hormonas que toma la vaca no se destruyen con la pasteurización; te las tomas tú. ¿Imaginas un hombre adulto bebiéndose un cóctel de hormonas femeninas? ¡No es inocuo! Tampoco para la mujer. El consumo abundante de lácteos causa desequilibrios hormonales tanto a hombres como a mujeres, y una pubertad precoz en muchos adolescentes.
4.    Las vacas de granja están hacinadas y enferman. Para ello se les dan muchos antibióticos. Todos esos fármacos también están en la leche. Quizás piensas que nunca tomas antibióticos ni medicamentos, pero con cada vaso de leche te estás tomando un cóctel farmacológico, y eso puede explicar por qué las cepas de virus son cada vez más resistentes y mutan con mayor rapidez.
5.    Pese a los fármacos, las vacas están plagadas de virus y bacterias que no son totalmente destruidos. Todos esos microbios, en cierta proporción, te los bebes con tu vaso de leche o tu yogur. Los virus que infectan las vacas pueden pasar a los humanos. Recuerda el famoso síndrome de las vacas locas. Otro virus muy frecuente en los bovinos es el de la leucemia. Es posible que detrás de muchos casos inexplicables de leucemia ―incluida la leucemia infantil― esté el consumo de lácteos.
6.    Aunque no tengas una alergia o intolerancia declarada a la lactosa o a la caseína, tomar un alimento que tu cuerpo no está preparado para digerir produce una inflamación interna crónica, que causa daños a largo plazo. Algunos síntomas de esta inflamación: generación de mocos, asma recurrente y afecciones de la piel. Los lácteos irritan el intestino, producen gases y estreñimiento. De hecho, se ha demostrado en estudios con niños estreñidos: al dejar de tomar leche, desaparecía el problema. Al volver a tomar lácteos, volvían a estar estreñidos.
7.    La leche tiene calcio, pero por su contenido en grasas y azúcares resula un alimento muy ácido para el organismo. Para contrarrestar la acidez, nuestro cuerpo utiliza sodio y calcio. ¿De dónde los saca? De los huesos, sobre todo. Por eso, el calcio que ingieres con la leche lo pierdes neutralizando la acidez. No es un buen alimento para los huesos, como se viene diciendo (mira este vídeo del Dr. Greger si quieres más detalles). En realidad, se ha comprobado que los países más consumidores de leche son los que presentan tasas más altas de osteoporosis (compara los mapas de fractura ósea y consumo lácteo en este enlace). Si quieres alimentos ricos en calcio, busca alternativas, como los frutos secos, las legumbres y las verduras de hoja verde. La soja (que sea orgánica) es una excelente fuente de calcio.

Por tanto, si quieres mejorar tu salud y tus digestiones, ¡olvídate de los lácteos!

4 ventajas de dejar los lácteos


Cuatro beneficios que obtendrás al dejar los lácteos. Comprobados en mí misma.
1.    Adiós a mucosidades, afonías y afecciones de garganta. También mejoran mucho los gases.
2.    Adiós a la celulitis. Se reduce de manera espectacular (siempre que no haya sobrepeso).
3.    Adiós a la acidez y al ardor de estómago. Los batidos con cacao y los postres lácteos son promotores número 1 de reflujo gastroesofágico (aunque no lo parezca).
4.    Aliviará tu estreñimiento.

5 peligros de los lácteos


T. Colin Campbell trata de ello ampliamente en su libro El estudio de China. Este biólogo e investigador procede de una familia de ganaderos y se educó creyendo que la carne y la leche eran alimentos básicos y que todo el mundo debería tener acceso a ellos. Pero cambió radicalmente de opinión cuando hizo una serie de hallazgos en sus investigaciones. Sus argumentos contra el consumo de lácteos no son ideológicos ni morales, sino basados en la evidencia científica.

1.    La caseína de la leche es un potente carcinógeno, de efectos comprobados. Son múltiples los estudios que muestran su relación con el desarrollo de varios cánceres, sobre todo en los órganos reproductivos: próstata, útero y mama.
2.    La grasa saturada de los lácteos —sobre todo los quesos— se deposita en las arterias y causa aglomeración de las células sanguíneas, promoviendo arteriosclerosis, trombosis y accidentes cardiovasculares. La grasa que no se quema se deposita en el cuerpo y es un almacén de toxinas, aparte de los efectos perjudiciales del sobrepeso en los huesos y articulaciones.
3.    La lactosa —el azúcar propio de la leche— no es bien asimilada por la mayoría de personas y produce reacciones inflamatorias y autoinmunes. Si el sistema inmune del cuerpo se agota o se desequilibra los problemas se multiplican: no es capaz de hacer frente a las infecciones, no destruye los tumores, puede atacar a otras células del cuerpo y generar enfermedades autoinmunes, como  la diabetes I, la esclerosis múltiple, la  artritis, el lupus y otras.
4.    La leche y los lácteos no tienen fibra y sí muchos azúcares; resultan altamente inflamatorios para el intestino, produciendo todo tipo de molestias: gases, permeabilidad intestinal, estreñimiento…
5.    Los lácteos pueden contribuir a descalcificar tu cuerpo: como son muy ácidos, el cuerpo utiliza calcio para alcalinizar su medio. El calcio que aporta un lácteo se ve contrarrestado por el calcio que te quita. Por otra parte, el calcio es un mineral frágil: no está demostrado por ningún estudio que su consumo evite problemas óseos. Al contrario, podría agudizarlos. Lo que fortalece y regenera los huesos es el colágeno, el magnesio y el ejercicio físico.

¿Por qué los recomiendan?


Pero ¿por qué se nos enseña que los lácteos son buenos y necesarios? ¿Por qué los recomiendan los médicos y las asociaciones de consumidores y nutricionistas?

La buena fama de los lácteos es más una cuestión de publicidad que de evidencia científica. Durante siglos la mayoría de culturas de la humanidad han vivido sin consumir lácteos a diario y a todas horas. Bebían leche los niños mientras eran amamantados. Los adultos, como mucho consumían algo de queso y, en algunas culturas, leche cruda o fermentada, poco más. Además, la calidad de la leche ordeñada en casa, de animales que pastan en el campo, no tiene nada que ver con la leche de granja que hoy llena nuestros supermercados.

El consumo masivo de lácteos es cosa de los últimos 50 años, y está ligado al auge de la ganadería intensiva posterior a la II Guerra Mundial. En los años 40-50, después de la guerra, en Estados Unidos hubo un excedente de leche y se decidió comercializarla a toda costa. Así es como se difundió su consumo. La industria lechera se valió de un gran argumento para vender leche: su contenido en calcio y su capacidad de engorde. El mensaje era: leche = calcio = huesos fuertes y crecimiento sano. Por tanto, se comenzó a enseñar en todos los ámbitos que era el alimento ideal para los niños y personas con necesidades nutricionales.

Intereses monetarios


La ciencia nutricional es algo reciente. En la mayoría de facultades de medicina se trata muy poco y de manera superficial. Los médicos saben poco de nutrición, a menos que se preocupen por el tema y amplíen estudios por su cuenta. Lo que se enseña sobre nutrición está basado en estudios realizados y pagados en su mayoría por… las industrias que quieren vender sus alimentos.

La lógica es esta: quiero vender mi producto. Mi producto es rico en calcio. Voy a pagar a unos científicos para que demuestren que consumir alimentos ricos en calcio es muy beneficioso. Si los estudios no acaban de ser concluyentes, los interpretaremos de manera que el mensaje quede claro. Lo que nos llega a la gente no es el resultado del estudio, sino la nota de prensa que la industria pasa a los medios, a las escuelas y a la sanidad pública. Si uno se tomara la molestia de buscar y leer los estudios, vería que los resultados no son tan claros, que los ensayos tienen defectos de método o, incluso, que demuestran lo contrario de lo que se divulga. Pero se juega con el lenguaje y la publicidad porque se trata de mantener un negocio muy lucrativo, del que viven muchas personas.

Lo que interesa no es la salud, sino las ganancias monetarias. Algunos médicos conscientes, como el Dr. McDougall, señalan que, desde los años 80, casi todos los estudios científicos en materia de nutrición están patrocinados por grandes industrias alimentarias. La mayoría están sesgados, son poco fiables y sus resultados no se difunden adecuadamente a la opinión pública.

Ciudadanos mal informados


La industrias ganaderas, lecheras y productoras de otros alimentos se ocupan de realizar grandes campañas en los medios e incluso de pagar programas educativos en las escuelas y en las facultades de medicina. Organizan congresos, invitan a los médicos y divulgan la información que les interesa.

Por este motivo la mayoría de ciudadanos no recibimos la información correcta y somos educados en la convicción de que hemos de tomar muchos lácteos. La publicidad nos bombardea de mil maneras y lo creemos sin cuestionarlo porque confiamos en la tele, en los médicos, en el gobierno y en las escuelas y universidades. Confiamos: hacemos un acto de fe. Por eso creemos que tomar leche es bueno. Si investigáramos un poco, como han hecho el Dr. Campbell y otros científicos responsables, veríamos que la realidad es otra y tomaríamos decisiones más acertadas para nuestra salud.

Afortunadamente, también contamos con muchos medios para informarnos, conocer datos reales y decidir de manera consciente. Con Internet y las bibliotecas públicas o virtuales tenemos mucha información seria a nuestro alcance. También hay cada vez más médicos y terapeutas honrados que pueden ayudarnos y orientarnos.

Sé que dejar los lácteos es una decisión drástica y cuesta. Lo he vivido en mi propia carne. Son adictivos ―las mujeres somos especialmente amigas de yogures, natillas, flanes, helados...—. Los viejos argumentos resuenan: el calcio, los probióticos del yogur, la proteína del queso… Además, ¡son tan ricos! ¿Podemos elegir con inteligencia y no por motivos emocionales?

Lo importante es saber qué estamos tomando y qué efectos nos puede producir. A partir de aquí, cada cual es responsable de lo que hace y de cómo quiere comer… ¡y cómo quiere vivir!

viernes, 20 de abril de 2018

Sugar - cuatro cosas que...


«SUGAR», así, con mayúsculas luminosas de neón se titula el espectáculo que se ofrece en el Teatro Coliseum de Barcelona, con el subtítulo obvio que acompaña a la fotografía: Con faldas y a lo loco. He sonreído al pasar por delante. ¡Sugar! Dulce azúcar, que traes sabor y alegría a la vida, el antidepresivo número uno y el bálsamo sabroso para los dolores del corazón. Dulce aditivo... y dulce veneno.

Cuatro curiosidades


¿Sabéis que hace quinientos años el azúcar era un producto de lujo, equiparable al caviar, que sólo consumían los reyes y los ricos, en ocasiones especiales? Y a veces lo hacían a escondidas, llevándolo en cajitas de plata, como los que hoy esnifan una raya de coca en la intimidad de un lavabo. Si queréis saber más, en este artículo encontraréis una amena historia del azúcar.

¿Sabéis cuánto azúcar, de media, consumía un norteamericano en el año 1900? Unos 8 kilos al año. ¿Hoy? Unos 40. La situación en Europa no varía mucho.

¿Sabéis cuánto azúcar consumís a diario? Si creéis que está sólo en la cucharilla que echáis al café, vais equivocados. Contad el azúcar oculto en bebidas, bollería, salsas, panes... Como es un excelente saborizante, se añade a casi todos los alimentos procesados para mejorar su sabor. En el reportaje Sobredosis de azúcar se detalla el experimento con varios voluntarios. Contando contando, os puede salir una taza entera de azúcar, así, tal cual. ¿Os la tomaríais a cucharadas? (Hay quien sí...)

¿Sabéis que el azúcar es más adictivo que la cocaína? En el mismo reportaje unos científicos nos explican su tremendo descubrimiento cuando investigaban las adicciones con ratoncitos. ¡Pues sí!

Una aclaración necesaria: tipos de “azúcares”


Intento ser breve. Por “azúcar” entiendo azúcar refinado, ya sea blanco, moreno, panela o de caña. Químicamente todos son similares. Son un extracto de la remolacha azucarera o la caña de azúcar, y su composición es 100 % azúcares simples, que se asimilan velozmente en el cuerpo y producen picos de energía (subidones) seguidos de caídas rápidas (esto dispara la liberacion de insulina, una hormona vital para que las células puedan asimilar la glucosa y obtener energía).

Hay que distinguir entre azúcar y carbohidratos, para no caer en malentendidos y confusiones.

Los carbohidratos o glúcidos, popularmente llamados azúcares, son el primer alimento que necesita nuestro cuerpo: nos dan energía. Están formados por carbono, hidrógeno y oxígeno, se obtienen exclusivamente de las plantas y pueden ser de varios tipos:

Azúcares simples o monosacáridos: fructosa y glucosa. Presentes en las frutas, el azúcar y la miel. De rápida asimilación, hay que tomarlos con prudencia o en su versión natural (frutas). La glucosa es el alimento preferido del cerebro.

Disacáridos: sacarosa, lactosa, maltosa. Presentes en la leche, el azúcar y algunos cereales. Estos se digieren también bastante rápido.

Polisacáridos: son de dos tipos, los almidones y las fibras. Estos son los llamados carbohidratos complejos, y son los más sanos y necesarios para los humanos.

  • Los almidones se asimilan y nos dan mucha energía, pero al ser moléculas grandes se digieren más lentamente que los azúcares simples y nos van dando energía progresiva, sin subidones. Los diabéticos los pueden tomar sin problema. Están presentes en las patatas y otros tubérculos, los cereales, las legumbres...
  • Las fibras son grandes cadenas de glúcidos que en las plantas forman sus tejidos de sostén. Nuestro organismo no las puede digerir, pasan directamente al colon y forman parte del bolo de las heces. Nosotros no asimilamos la fibra, pero sí nuestras bacterias: es su alimento preferido. Y gracias a la fibra, las bacterias del colon fabrican ácidos y otros compuestos indispensables para nuestra buena salud. Hablo más de ello en mi entrada sobre la rica fibra.

Por tanto, los almidones y la fibra son “azúcares” sanísimos y muy recomendados. A tomar en cantidad. El “sugar” del que hablaré hoy, el “malo de la película”, se refiere a los azúcares simples o monosacáridos.

Cómo nos perjudica el azúcar


Un poco de azúcar no hace daño. Todos lo decimos. A nadie le amarga un dulce. Y es verdad. Nuestras papilas gustativas están hechas para saborear el dulce y nuestro sistema digestivo, ávido de carbohidratos, tiene las enzimas para asimilar toda clase de azúcares y almidones. El problema no es el dulce de la fruta, las verduras, los tubérculos o el arroz. El problema es el azúcar refinado, pura caloría sin una pizca de las vitaminas, fibras y el agua que contienen los vegetales. El problema es que nunca tomamos un poco... En realidad, tomamos demasiado. Nuestro organismo no está preparado para soportar esa enorme carga de azúcar refinado, y las consecuencias saltan a la vista.

Desde el punto de vista sanitario, el exceso de azúcar es responsable de muchos casos de sobrepeso, diabetes, exceso de triglicéridos en la sangre y envejecimiento celular. No es el único alimento culpable, pero influye mucho.

Desde el punto de vista digestivo, el azúcar te puede arruinar la digestión. Aunque en la boca sabe bien, dentro del cuerpo el azúcar se transforma. Se mezcla con los otros alimentos... ¿Os tomaríais un bistec con azúcar, unas sardinas con mermelada o una pizza rociada en caramelo? Fermenta y produce alcohol. Y ese alcohol, además de dañar el hígado y el intestino, genera gases y malestar. Pasa a la sangre y llega a las células, donde puede causar todo tipo de desastres: mutación del ADN, oxidación, deterioro de la célula... No quiero abrumaros con palabras y conceptos científicos, pero seguro que todos entendéis qué puede hacer el alcohol en el cuerpo, si se toma en cierta cantidad, a diario y varias veces a lo largo del día. A largo plazo, el azúcar puede ser que tenga un papel importante en diversos problemas que sufre la gente mayor, como la artrosis por exceso de acidez (todo lo que acidifica daña los huesos) y las demencias (por sus efectos en el cerebro). Muchas personas sufren de hígado graso y hasta de cirrosis sin ser alcohólicas: es por el azúcar que toman.

Y sí, el azúcar nos hace adictos. Yo soy una adicta, lo confieso, en fase de “desintoxicación”. Hace años que lidio con ella y he logrado apartarla de mi dieta. En mi casa no hay azucarero, pero sé que entra por la puerta de atrás, camuflada con algunos alimentos de los que me cuesta prescindir. ¿Cuesta dejarla? ¡Claro que cuesta! Lo que más me motiva es el bienestar que siento cuando logro erradicarla de mis menús. Desde que dejé de tomar postres digiero mucho mejor. Y mi piel tambien está mejor. El cuerpo siempre habla, ¡hay que escucharlo!


Dulces sustitutos


Ahora me diréis: pero ¿cómo vamos a vivir sin el sabor dulce? No, no vamos a ser tan espartanos. Hay muchísimos alimentos dulces y sustitutos sanos del azúcar.

Para empezar, todas las frutas y verduras en su punto de maduración son dulces. Contienen glucosa y fructosa, pero bien envuelta en la pulpa, que lleva agua, fibra, minerales y vitaminas. Es una proporción sana y asimilable sin problemas para el cuerpo. Un desayuno a base de frutas, o un batido de frutas (mejor enteras que el jugo solo) es de lo más sabroso y dulce que pueda haber, sanísimo y nos quita la ansiedad. Ojo: debe tomarse sin mezclar con otros alimentos. Se digiere muy rápido, en una hora ya podremos comer otra cosa.

¿Queremos hacer pasteles saludables, postres o meriendas sin azúcar y con sabor dulce? Buenos sustitutos del azúcar son los dátiles, algunas frutas frescas, como la manzana y el mango, o secas, como los albaricoques, las ciruelas o las uvas pasas.

La miel también tiene interesantes propiedades dietéticas (minerales, aminoácidos y otras cosas) pero a efectos digestivos y calóricos, es un concentrado similar al azúcar. Mejor no contar mucho de ella. La miel, en realidad, es un alimento medicinal muy potente que sólo debería utilizarse para endulzar infusiones y para ciertos momentos en que necesitamos un refuerzo de energía, en dosis muy moderadas. Para ello hay que asegurar su calidad: buscad mieles crudas de productores locales o con certificado ecológico. De lo contrario, estaréis tomando azúcar con espesantes y un mínimo contenido de miel para darle sabor, o sea, caramelo puro. ¿Quieres saber si la miel que tomas es buena? Lee este artículo con sencillos trucos para averiguarlo.

¿Y la estevia? Estupenda si la utilizáis en forma de hierba, en hojas para infusión o molida para otros preparados. No os fiéis mucho de los comprimidos y los líquidos “con estevia”, suelen ser un fraude y no son sanos como la hierba en sí. Sobre la estevia ha habido cierta controversia últimamente. En este artículo podéis aclarar algunas dudas.

¿Y los azúcares de bajo índice glicémico, como el de coco o el de abedul? Es verdad que por su índice glicémico son mejores que el azúcar, no causan picos de energía ni caídas bruscas, son aptos para diabéticos y no acidifican la sangre. Pero... no dejan de ser azúcares refinados que perpetúan nuestra adicción, y las calorías son las mismas. Así que los recomiendo sólo como alternativa cuando no hay más remedio. Aparte de que son bastante caros. Un pote de azúcar de abedul de 500 g cuesta más de 10 euros.

En mi libro Digerir la vida encontraréis más sobre mi experiencia con el azúcar. Son muchos los dietistas que recomiendan prudencia, o incluso su eliminación de la dieta. Si tenéis problemas digestivos, aunque os cueste sangre... ¡Es uno de mis primeros consejos, y os lo digo por experiencia! Bye, bye, sugar!

viernes, 13 de abril de 2018

Cuatro cosas que he dejado de tomar


Hoy voy a hablar de cuatro alimentos que he dejado de tomar. Eliminarlos de mi dieta ha supuesto un antes y un después en mi bienestar digestivo. Explico brevemente por qué son alimentos problemáticos, pero en próximas entradas profundizaré más en cada uno de ellos.

Si tu estómago digiere piedras, quizás no te preocupe tanto. Pero si tienes problemas digestivos y has de recurrir a los antiácidos con cierta frecuencia, quizás vale la pena que pruebes a dejarlos, al menos un par de semanas, y compruebes la diferencia. A lo mejor no tienes problemas de digestión, pero sí de estreñimiento, o diarreas, u otros problemas “misteriosos” cuya causa parece inexplicable (los médicos dicen que “no se sabe”). Muchos de estos problemas se relacionan con el sistema digestivo, aunque no lo parezca: migrañas, irritación o sequedad de piel, verrugas, mucosidad o tos persistente, lagrimeo, alguna alergia o incluso dolores articulares y tensión muscular excesiva. Estos síntomas son señales de que tu cuerpo quiere librarse de algo que no le sienta bien, y posiblemente la causa sea alimentaria.

Aquí van los cuatro ingredientes que saqué de mi dieta. Vale decir que, antes, los consumía a diario y en cantidades considerables. ¡Lo que me costó!

Uno. El azúcar. En mi libro Digerir la vida hablo ampliamente del tema. El azúcar no sólo es la cucharilla endulzante en el café o la infusión. Dejar el azúcar significa dejar TODO lo que la contiene: dulces, galletas, bollería, caramelos, chocolates, postres dulces, zumos... Todo. El azúcar, con el calor de la digestión, se convierte en alcohol, y el alcohol hace trastadas en tu cuerpo. Provoca acidez, náuseas, euforia seguida de caída emocional, maltrata al hígado... ¿Sabías que muchas personas padecen cirrosis o hígado graso sin probar el alcohol? Es por el azúcar. El diente dulce tiene consecuencias muy amargas. Lo malo es que casi todos somos adictos al azúcar. Es una droga dura, mucho más adictiva que la cocaína y otras. ¡Cuesta sangre dejarlo! Pero ¡qué bienestar, cuando logras superar la tentación! Por cierto, todos los azúcares, químicamente, son similares: no hay azúcar más sano que otros (moreno, blanco, etc., todos fuera). Excepción: el azúcar de abedul (comercializado por marcas como Abedulce), que químicamente tiene un índice glicémico bajo y es apto para diabéticos. Pero es muy caro, calórico y tampoco recomiendo acostumbrarse a él.

Dos. La leche y los lácteos. La gran mayoría de adultos no estamos preparados para digerir la leche materna, un alimento propio de bebés que necesitan crecer y doblar su peso en un año... ¡Los adultos no necesitamos doblar nuestro peso! La leche es un alimento muy concentrado y difícil de digerir (azúcares, grasas, proteína). Pero, además, la leche de consumo habitual es de vaca. Un ternero no tiene las mismas necesidades que un niño (es un animal mucho más grande). Fijaos la cantidad de problemas que sufren los bebés cuando pasan de la leche de pecho a otras leches de biberón, o a la leche de vaca. Además, la leche que tomamos hoy, tal como se produce en granjas industriales, lleva incluidos un cóctel de antibióticos, bacterias y hormonas que no son inocuos para nuestro organismo. Es un alimento que produce muchas alergias o intolerancias, irrita el intestino, causa estreñimiento crónico y mucosidades (los mocos son una reacción del cuerpo para librarse de toxinas). Los lácteos, especialmente el queso, son difíciles de digerir y causan ardor de estómago. Si los digieres bien a nivel de estómago, el problema llega en el intestino. Todo tipo de lácteos es una carga para el sistema digestivo. ¿Y el calcio?, preguntaréis muchos. Bueno, hay muchos alimentos ricos en calcio, más que la leche y más digestivos, como las verduras de hoja verde, los higos y los frutos secos. ¿Sabéis que los países más consumidores de leche son los que tienen mayores tasas de osteoporosis? La leche descalcifica los huesos, literalmente (¡no pongáis el grito en el cielo!). Esto también lo explicaré otro día... ¿Y los yogures? ¿No los necesitamos por los probióticos? Los yogures, en su mayoría, están hechos de leche pasteurizada. Y el calor destruye los bífidus y otros bichitos. Así que esos probióticos tan sanos del yogur, en realidad, están... muertos. Eso no lo dicen en los anuncios.

Tres. Los aceites. El aceite es otro producto muy concentrado y artificial. Una aceituna o una almendra pueden ser muy sanas, pero si les quitamos toda la fibra, minerales, vitaminas... y dejamos sólo la grasa que tienen, nos queda un alimento que es 99 % grasa. ¡Una bomba! Las grasas son las sustancias más difíciles de digerir. Todas, desde las margarinas y grasas trans hasta el aceite de oliva virgen prensado en frío. Quizás no sea tu caso, pero lo cierto es que muchas personas somos intolerantes a las grasas (y no lo sabemos). La bilis de la vesícula disuelve las grasas y el ileon, la parte del intestino que absorbe la bilis, está irritado. Dejar los aceites para mí fue una revelación. De la noche a la mañana desaparecieron los ardores de estómago y las náuseas nocturnas. Aparte de los beneficios cardiovasculares de dejar de inundar las arterias de grasa. Sé que esto choca, y más en nuestra cultura. Es casi un dogma de fe creer en las bondades de “los aceites sanos”. Si tienes problemas digestivos, sólo prueba. Muchas personas han descubierto que librarse del aceite ha mejorado sus digestiones de manera increíble. ¡Como me sucedió a mí!

Cuatro. El pan de trigo. ¡Otro rico alimento al que estamos enganchados! Y qué bueno está, y cuántas panaderías y hornos proliferan a nuestro alrededor, tentadores, con cientos de tipos de panes y pastas. El pan puede ser conflictivo para las digestiones por varios motivos. Uno, por el trigo. Hay muchas personas no alérgicas al gluten ni celíacas, pero sí intolerantes al trigo (es mi caso). Como el trigo es un cereal que ha sufrido muchas modificaciones genéticas, da reacciones a muchas personas, ya sean digestivas o autoinmunes. Dos: la levadura. Hay personas a quienes los fermentos del pan sientan fatal, hinchan y producen acidez digestiva. Tres: la mayoría de panes están hechos con harinas refinadas, que químicamente son muy parecidas al azúcar... Así que el mismo efecto que el azúcar lo produce una baguette: subidón energéticos, sí, pero con fermentación alcohólica interna y toda clase de repercusiones. Y cuatro: la mayoría de panes tienen algo más que harina. Muchos llevan grasas añadidas (grasas trans, mantecas, aceites baratos), leche, incluso huevos, y azúcar, sin contar con otros aditivos artificiales.

Estos son los cuatro alimentos que he dejado. Pan, azúcar, leche, aceites... Dios mío, ¡si parecen los básicos de nuestra alimentación! Todos ellos adictivos a más no poder. Presentes en la mayoría de comidas procesadas, llenan estanterías de todos los supermercados y cuesta dejarlos. Cuesta sangre. Pero vale la pena. Cuando alguien me dice que renunciar a estos productos resulta radical y espartano le respondo que no lo hago por ascesis ni por radicalismo, sino por bienestar. Lo que me parece masoquista es seguir comiendo algo que sé que me va a dar sufrimiento y molestias. Sin estos productos me encuentro bien. Adiós a despertarme por las noches con náuseas y ardor de estómago. Se acabaron los paseos nocturnos y las tardes pesadas en las que me tenía que tragar mi malestar para seguir trabajando a golpe de voluntad y con una sonrisa en la cara. Treinta años sufriendo ya han sido bastantes. Dejar estos cuatro alimentos para mí ha sido como pasar de la noche al día. Sin contar con los beneficios fisicos y emocionales que supone una buena digestión. ¡Lo explicaré mejor en las próximas entradas!

martes, 3 de abril de 2018

Tisana anti-alergias

Estamos en primavera, los plátanos echan hojas y sus semillas plumosas, tan molestas, llenan el aire. Muchísimas personas están afectadas por las alergias. Así que hoy comparto con vosotros un artículo muy interesante sobre este tema. Está publicado en la revista Plantas y Bienestar.

Las alergias pueden ser debidas a muchas causas: contaminación ambiental, semillas en el aire, polvo… hasta una mala alimentación y una flora intestinal desequilibrada.

Las reacciones alérgicas: tos, estornudos, picor, goteo nasal y congestión son producidas por una sustancia que segrega el sistema inmune: la histamina. Los fármacos que se suelen recetar son antihistamínicos. El inconveniente es que no suelen ser eficaces, porque no actúan sobre las causas de la alergia, aparte de sus efectos secundarios.

Eliminar los alimentos que favorecen la producción de histamina es un primer paso fundamental. A veces sólo esto ya mejora mucho los síntomas. Además, existe una tisana que puede disminuir rápidamente los niveles de histamina. Así que hoy os propongo un doble remedio para aliviar o reducir las molestias de las alergias:

1.    Elimina todos los alimentos que te pueden aumentar la histamina. Toma nota: todos los lácteos (lo más importante), alimentos fermentados, embutidos, chocolate, fresas, atún, salmón, arenque, espinacas, tomate, alcohol, té negro y café.

2.    Prepara esta estupenda infusión de hierbas. Ve al herbolario, cómpralas a granel y mézclalas en un tarro. La infusión se pone a cocer en agua fría (2 cucharadas por un litro de agua). Cuando hierba, apaga y deja reposar unos 7 minutos. Bebe a lo largo del día. Atención: es diurética. Si la tomas por la tarde o la noche vas a tener que levantarte para ir al lavabo… Mejor tómala por la mañana y a mediodía.

La infusión consta de cinco partes iguales de:
-      Hojas de fresno.
-      Semillas de cardo mariano.
-      Hojas de grosella negra.
-      Hojas de zarzamora.
-      Pétalos de amapola.