sábado, 1 de junio de 2019

Adictos al estrés


El estrés. ¡Se habla tanto de él! Parece que es la epidemia de nuestra civilización. Seguro que todos hemos oído y leído muchísimo sobre este tema, ¡quizás también lo hemos sufrido o lo estamos sufriendo! Así que quiero dejaros con unas pocas ideas sobre el estrés, de las que quizás no se habla tanto.

El estrés es natural


Ponerse tenso, a la defensiva o al ataque, es una reacción natural de nuestro cuerpo para sobrevivir. Cuando percibimos un peligro, nuestro cerebro ordena que las glándulas segreguen adrenalina y cortisol, dos hormonas que nos preparan para un gran esfuerzo físico. Esa reacción agudiza los cinco sentidos, tensa nuestros músculos, inyecta sangre a nuestras extremidades y frena los procesos involuntarios del cuerpo, como la digestión. Nos prepara para huir, atacar o quedarnos quietos como una roca. Es una reacción natural y necesaria. Si tenemos estrés, ¡es que estamos vivos!

Lo que no es tan natural es vivir estresados continuamente y por causas no reales. Las gacelas se estresan cuando un león las ataca… Echan a correr y cuando el peligro pasa, en dos minutos se relajan. ¿Cuántos leones nos atacan a nosotros, los humanos, cada día? ¿Cuántas catástrofes, accidentes o peligros reales nos acosan cada día? En el mejor de los casos, nunca los sufriremos. En el peor, unas pocas veces en la vida.

(Hago aquí una excepción: que estés conviviendo con alguien que te maltrata).

¿Cuántas veces nos persiguen como a esta gacela saltadora?

El problema casi siempre está en la mente


El problema está en la mente. No sólo nos sentimos atacados por una causa natural (algo rarísimo y poco frecuente) sino por mil cosas que disparan nuestra imaginación y nos hacen pensar o creer lo peor. Es nuestra psicología la que nos hace ver leones y tigres por todas partes. Por ejemplo: un jefe, un colega o vecino que no nos cae bien, la suegra, el cuñado, el médico o un profesor… Esa persona no es un dragón feroz, pero nuestra mente la etiqueta de “enemigo” y nuestro cuerpo reacciona de inmediato. Otras veces son situaciones: un examen, una entrevista, una visita o una prueba médica. Nadie nos va a torturar ni nos va a cortar la cabeza, pero sentimos que esa prueba es algo así como ir al matadero… como si nos jugáramos la vida. ¡Qué exagerada es nuestra querida mente!

¿Nos hemos parado a pensar más de cinco segundos si eso que nos causa estrés es realmente tan terrible? Salvo contadas excepciones, no.

Todo sale de la mente...

El estrés no es por mucho trabajo


Está muy difundida la idea de que el estrés es por exceso de trabajo y obligaciones, y eso no siempre es así. Claro que los excesos son malos y estresan: hasta comer demasiado, o beber, o ver demasiada tele nos puede estresar. Pero hay personas que hacen mil cosas, están ocupadísimas y aún tienen tiempo para hacer un voluntariado… y se las ve vibrantes, felices, positivas. ¿Tienen estrés? Si lo tienen, es un estrés “feliz” que no les amarga la vida. Más que estrés, yo lo llamaría vitalidad o animación. En cambio, otras personas que no tienen tanto trabajo, o incluso están en desempleo o jubiladas, viven en un permanente estado de tensión y agobio. ¿Qué ocurre?

Seguro que lo habéis observado en vosotros mismos. Cuando hacéis algo que os gusta, aunque os robe horas de sueño, ¡no os importa! Esto me sucedía a mí cuando empecé a escribir cada día. Mi jornada laboral era completa y terminaba tarde, de modo que sólo tenía tiempo para escribir de noche, quitándome horas de dormir. Nunca me estresó: al contrario, escribir me daba más energía y fuerza interior, porque era algo que me apasionaba. En cambio, cuando debía afrontar alguna tarea u obligación que no me gustaba, o que me generaba inseguridad y miedo, en seguida me ponía a mil por hora. ¿Os sucede algo parecido?

¡A veces nos encanta correr!

Pero a veces no queremos


El problema con el estrés es que puede llegar a ser una droga, ¡nos hacemos adictos a él! Sí, literalmente. Porque como todo es cuestión de química, nuestro cuerpo se acostumbra a esos chutes continuos de adrenalina y cortisol. ¿Por qué? Porque nos mantienen activos, alerta, despiertos… Y eso, en cierta medida, es estimulante.

Muchas personas se estresan porque no tienen medida. Es decir, no saben dónde están sus límites y, cuando se entusiasman con algo, empiezan a añadir más y más cosas a su carga laboral, profesional, personal… Aprietan el acelerador hasta que empiezan a derrapar. Debo confesarlo: me incluyo en este grupo de personas.

Después, aunque ya no sea tan agradable, ya no podemos prescindir de esa sensación de agitación interior. Necesitamos siempre ir a cien por hora, incluso cada vez más. Por un lado quisiéramos parar, pero por otro, es como si una fuerza irresistible nos llevara. Actuamos compulsivamente y nos lanzamos de cabeza a la acción, sin pensar dos veces. Y a lo mejor no es necesario correr tanto, ni hacer tanto, ni a esa velocidad. El estrés, como la velocidad, engancha. Cuando ya estamos muy atrapados, nos cuesta reconocerlo pero es la dura verdad: no queremos dejarlo. Necesitamos estar estresados. Necesitamos la velocidad, la presión, la prisa. Hay otras personas, es duro decirlo pero sucede, que “necesitan” estar ansiosas y angustiadas siempre. Si no tienen problemas, los generan. Necesitan que en su vida haya drama y conflicto, porque quizás así se sienten más vivas.

Es el cuerpo, nuestro amigo fiel y sufrido, el que nos hace parar con sus avisos. Primero lo intenta a buenas, de mil maneras. Todos esos síntomas y molestias más o menos pequeñas que vamos sufriendo son señales. Los trastornos digestivos son indicadores estrella. Hay muchos otros, desde problemas de piel y dolores musculares hasta hipertensión arterial. Pero si no hacemos caso… finalmente el cuerpo se declara en huelga y se desploma. Es cuando caemos enfermos, o cuando nos da un ataque, un infarto, un bajón inesperado y ¡pataplám! Tenemos que parar de golpe, y a veces durante un tiempo largo.

Continuaré hablando de este tema en las próximas entradas. Pero, en esta, quiero dejaros con esta idea: la adicción al estrés puede ser muy atractiva. Sobre todo si os gusta vuestro trabajo y vuestra actividad. Pero los excesos son peligrosos. Al final, lo que te entusiasma puede convertirse en una trampa y aprisionarte en sus redes. Entonces ya no es tan divertido. Vale la pena pararse a pensar. A dosis demasiado grandes, lo que te da vida te la puede quitar. Recordemos aquella máxima de los sabios griegos: Nada en exceso.

Equilibrio en todo... Nada con exceso.

viernes, 17 de mayo de 2019

Escucha a tu cuerpo


Para las personas que tenemos estómagos delicados, la digestión a veces se convierte en un quebradero de cabeza. ¿Por qué ayer me encontré bien y por qué hoy he hecho una digestión desastrosa? ¿Qué me sienta bien y qué me sienta mal? ¿De qué depende?

En la medicina oriental, que mira la totalidad de la persona y su relación con el entorno, se habla de «escuchar al cuerpo». Los médicos del ayurveda no hablan de dietas, sino de qué alimento conviene a tu cuerpo. Hay que entender que cada persona es diferente y tiene unas necesidades. No necesita comer lo mismo un bebé que un joven estudiante, o una embarazada que un anciano. No vale la misma dieta para un atleta que para un administrativo. No tienen las mismas necesidades físicas un leñador que un comercial o un informático… Además, está la genética de cada cual, el lugar donde naciste, cómo te has criado, qué alimentos son los propios de la tierra en que vives, en tu cultura. Está el clima de tu país, tu entorno y el tipo de vida que llevas, además de tu situación familiar y emocional. ¡Son muchas cosas a tener en cuenta!

Así que, para no volverte loco, el método más fiable es dejar a un lado dietas, modas, consejos y prescripciones y escuchar al único que no te engaña, y que siempre te dará señales ciertas: tu cuerpo.



Como dice un sabio hindú, la comida no puede depender de tus ideas, tus creencias, tus convicciones religiosas o políticas, ni tampoco de las modas nutricionales, que cada cierto tiempo varían… La comida tiene que ver con tu parte física, y no hay vuelta de llave. Lo que necesita tu cuerpo, lo que te pide, es lo que debes comer.

Aquí hago un inciso: muchas veces, lo que creemos que «nos pide el cuerpo» es una trampa de la mente: ¡las adicciones! Si eres adicto a una comida o bebida, quien te pide eso no es el cuerpo, sino la mente tramposa. «¡Lo necesito! No puedo vivir sin...» Porque el cuerpo, como veremos, es muy sincero y no se deja engañar. , quizás sí.

Escucha a tu cuerpo. ¡Es fácil de decir! Pero no todos sabemos hacerlo, y aquí me incluyo. Porque el cuerpo habla, siempre, pero no siempre lo escuchamos. No te va a hablar con palabras inteligibles, ni te enviará una inspiración intuitiva, ni un mensaje telepático… Nada de eso. El cuerpo te habla con lo que es y con lo que tiene: lo físico. El cuerpo te hablará a través de los cinco sentidos, con sensaciones, con reacciones, con bienestar o con dolor.

¿Cómo te sientes?


Así que el consejo es: párate un momento a observar. Comes. ¿Cómo te sientes después de comer? ¿Y al cabo de una o dos horas? ¿Y al cabo de cuatro?

Si te sientes mal, si te duele el estómago, se te hincha, tienes gases o eructos, ¡protesta inmediata!

Si no tienes dolor, pero te entra somnolencia y necesitas dormir una siesta, tomar un café o quedarte frito en el sofá, ¡el cuerpo está agotado! Lo que le has metido no le da la energía que se supone que debería aportar el buen alimento, al contrario, estás invirtiendo buena parte de tus fuerzas en digerir todo eso.

Si al cabo de unas horas de comer se te infla la barriga y tienes cualquier tipo de dolor, naúseas o incomodidad, es que tus intestinos están declarando la guerra. ¡No queremos más de esto!

Si dejas de evacuar y se te cierra la tripa con un estreñimiento, otra señal: has bloqueado o dañado el tránsito intestinal con algo que tampoco le sienta bien. Y si tienes diarrea, lo mismo: ¡tu cuerpo está expulsando todo eso con urgencia!

Como ves, los mensajes del cuerpo son clarísimos y evidentes. Es imposible ignorarlos. Los sentimos y los sufrimos. El problema no es que no lo oigamos, ¡claro que lo oímos! El problema es que no hacemos caso. Es como si intentáramos ignorar a un niño que llora. Al final, el niño llorará más fuerte, berreará y pataleará, hasta que nos obligue a dejarlo todo para ver qué le sucede. El cuerpo hace igual. Si no le hacemos caso, aguantará un tiempo, hasta que no pueda más y nos obligue a parar. Lo malo es que el parón, a veces, es grave y peligroso.



Escucha las señales


En clave digestiva, nuestro cuerpo es una buena guía. ¿Qué comer? Observa qué te sienta bien y haz la lista de alimentos que:
-        Te hagan sentir ligero y ágil después de comer: son los que te dan energía.
-        No te produzcan somnolencia, sino vitalidad.
-        No te causen tristeza, depresión o bruma mental, sino que te animen y te hagan sentir alerta.
-        Puedas digerirlos en un periodo de una a dos horas, no más de tres. Si tardan más, producirán fermentaciones y problemas. ¡Esta es una buena pista!

Descarta todo lo demás. Pero ahora hay que hacer una salvedad. ¡Las mezclas!

Ojo a las mezclas


Evita mezclar más de dos o tres alimentos en cada comida. Esta es otra regla ayurvédica muy antigua y sabia. Hay alimentos estupendos si se toman solos. Pero si mezclan con otros, pueden ser difíciles de digerir y causar putrefacciones internas. Es lo que ahora se conoce como incompatibilidades de alimentos. Pueden ser buenos, pero no casar bien juntos. Es preferible separarlos y tomarlos en comidas diferentes.

Aunque ya he hablado de este tema, recuerdo las reglas más básicas para no provocar mezclas explosivas:

-        No mezcles más de un tipo de almidón: arroces con otros cereales, arroz con patatas, arroz con pan, pan con patata, patatas con legumbres, etc. Si echas un puñadito de legumbres a la verdura o al cocido, que sean pocas.
-        No mezcles alimentos altos en proteínas con almidones: carne con patata, pescado con arroz, pan con jamón, huevo con patata, legumbres con carne, etc.
-        Menos aún mezclar potentes proteínas: carne con queso, huevo con carne, pescado con huevo o carne con pescado. ¡Una bomba!
-        No mezcles la fruta con NADA. Siempre sola. Sus azúcares mezclados con otras cosas producen fermentación y gases seguros.
-        Es mejor no tomar lácteos, pero si los tomas, igual que la fruta. No los mezcles con nada.
-        No mezcles crudo y cocido si tienes el intestino muy delicado.
-        No mezcles bebidas dulces de ningún tipo con otros alimentos.

Por supuesto, hay personas que digieren piedras y aseguran que estas mezclas no les afectan. Al menos aparentemente. Conozco personas que se sienten felices hartándose de comer cosas que les gustan y dicen no tener problemas. Pero tienen vientres hinchados y mil problemas: de circulación, de huesos, de respiración, de piel, tumores… El sistema digestivo no les protesta, pero el cuerpo sí, de otras maneras. A las personas que digerimos con dificultad, el estómago y la tripa nos están haciendo un favor: nos avisan de inmediato y son nuestra primera señal de alarma para que aprendamos a comer bien. Y esto nos ayudará a conservar la salud. Recordad: la salud empieza en el intestino…


viernes, 26 de abril de 2019

Bridas intestinales

Hoy quiero hablar de un problema que aqueja a algunas personas amigas y que me afectó a mí, sin saberlo, durante años. Se trata de las bridas o adherencias intestinales.

Si buscáis por Internet, encontraréis mucha información. Una de las páginas más serias y fiables es esta. Ahora quiero resumiros en qué consisten e ir un poco más allá de la mera descripción médica. Porque, a fin de cuentas, lo que nos interesa es ver cómo resolver el problema, sus causas y, si es posible, cómo evitarlo en el futuro.

¿Qué es una brida? Como dice el nombre, es una tira de tejido, una fibrosidad, que crece entre los órganos o los tejidos. Y, como toda brida, lo que hace es frenar e impedir el movimiento. En el abdomen, estas bridas o adherencias crecen entre las curvas del intestino y dificultan el tránsito, provocando hinchazón por gases, dolor, náuseas, estreñimiento y molestias. En un caso extremo, pueden retorcer las entrañas y producir una obstrucción intestinal. Esto es una emergencia médica y hay que operar con urgencia.

Y esto es lo que me ocurrió hace ya tres años ―lo explico en detalle en mi libro Digerir la vida―. Tras dos días de dolores intensos que no remitían, fui ingresada de urgencias y me tuvieron que operar para extraerme una brida que me había enrollado por completo las tripas. Mi intestino era como un ovillo enredado, a punto de explotar. ¡Ese día nací de nuevo! Y encontré la explicación a muchos dolores y molestias que había sufrido durante décadas.

Lo curioso de mi caso es que las bridas suelen aparecer como consecuencia de cirugías previas. A mí nunca me habían “abierto”, de modo que los médicos concluyeron que debía ser una brida congénita.

Bridas intestinales (adherencias).

¿Por qué se producen las bridas?


Esa es la cuestión. Puede haber varias causas, la más habitual es que sean la consecuencia de alguna intervención en el vientre: cesáreas ―muy frecuente― u otras cirugías ginecológicas o intestinales. El contacto de los órganos internos con las gasas, productos e instrumental quirúrgico puede secar o dañar los tejidos, provocando el crecimiento de tejido cicatricial, que formará las futuras bridas. Otras causas pueden ser la inflamación crónica y las infecciones intestinales.

Lo triste del caso es que la única solución para las bridas es operar para extraerlas. Se puede hacer por laparoscopia, que es una técnica menos invasiva, pero a veces hay que “rajar”. Y cuanto más se opera, más riesgo hay de que se vuelvan a formar. Recuerdo que, cuando me revisó el médico después de mi operación, antes de darme el alta, me dijo: «Hay un 80 % de posibilidades de que las bridas se reproduzcan».  Y pensé: «Yo voy a estar en ese 20 % restante».

¡Eso espero! De modo que, una vez has sufrido las consecuencias de tener una brida, y ya te han operado, la siguiente cuestión es: ¿Cómo evitar que se formen de nuevo estas adherencias?

Los fármacos: una causa frecuente de inflamación intestinal.


¿Cómo prevenir?


Una cirugía que ya has pasado es inevitable. Pero sí podemos evitar los otros factores de riesgo: inflamación e infecciones.  Al menos, podemos hacer bastantes cosas.

Para prevenir la inflamación hemos de saber qué cosas pueden dañar nuestro intestino e inflamarlo. Está claro que esto depende de lo que le metemos adentro, es decir, lo que comemos.

Hay dos cosas que entran por la boca e inflaman el intestino: los fármacos y ciertos alimentos.

En cuanto a fármacos, todos los antiinflamatorios ―¡qué contradicción!—, esteroides, corticoides, ibuprofeno, aspirina y similares, y los antibióticos, todo eso inflama el intestino. También los antidepresivos, tan comunes, y los antiácidos. De modo que, si puedes evitarlo, no te mediques. Casi cualquier fármaco es un agente extraño a tu cuerpo que hará saltar la alarma en tus intestinos. Algunos de ellos provocan permeabilidad intestinal ―el intestino se vuelve poroso y filtra elementos indeseados a la sangre—. La permeabilidad intestinal dispara el sistema autoinmune, produciendo una serie de reacciones, desde irritación de piel hasta daño articular, y más inflamación.

En cuanto a alimentos, ¡ay! Muchas cosas que nos gustan inflaman el intestino. En general, todos los alimentos refinados y procesados que no encontramos en la naturaleza tal cual son inflamatorios: azúcar, harinas blancas ―panes y bollería, pasta―, aceites refinados, zumos y bebidas de todo tipo.

Pero hay alimentos “naturales” que también inflaman el intestino: los lácteos son los campeones a la hora de golpear. Si tienes problemas intestinales, lo primero sería eliminar estos alimentos ―todos― salvo, quizás, el yogur natural ecológico, sin edulcorar. Pero incluso el yogur puede perjudicarte, pues el problema está en las proteínas y los azúcares de la leche. Los fermentos del yogur, por buenos que sean, no eliminan estos agentes inflamatorios de la leche.
Otros alimentos que irritan al intestino: la carne roja, los pescados grasos, los fritos, el café y el chocolate. En algunas personas sensibles, verduras como la cebolla, el ajo, la alcachofa, el pimiento y las berenjenas.

Y si tienes una infección bacteriana en el intestino, todo lo que lleve fibra (verduras, legumbres) y las frutas dulces te sentarán fatal, porque no harán más que multiplicar la acción de las bacterias más allá de lo deseado.

Estos alimentos aparentemente sanos pueden inflamar tu intestino. ¡Cuidado!


¿Qué comer?


Entonces, ¿qué comer? Lo mejor es hacerse algunas pruebas para descartar infecciones intestinales, un SIBO (proliferación bacteriana en el intestino delgado) y permeabilidad intestinal, pues estas dolencias requieren dietas y tratamientos específicos. Un médico especializado te indicará a qué análisis debes someterte.

Si no tienes infección intestinal ni permeabilidad, te puede ir muy bien seguir una dieta básicamente vegetal, con poca grasa y mucha, mucha fibra: cereales integrales ―todo integral―, legumbres en moderación si las digieres bien, verduras de todo tipo, hortalizas almidonosas ―patata, boniato, calabaza, yuca―. Todo hervido, al vapor o a la plancha. Sin aceite o con muy poco aceite virgen prensado en frío. Si quieres tomar algo de pescado, hervido o a la plancha, no lo mezcles con almidones ―cereales, patata, legumbres― sino sólo con verduras verdes o de colores. También te irán genial caldos naturales de hierbas y, si quieres, con algo de pollo ecológico o pescado.

Con una dieta así yo me he curado, me he encontrado de maravilla y he ganado salud y regularidad intestinal. Eso sí, hay que ponerse muy enérgico y evitar esos alimentos que comenté antes, sobre todo azúcares, refinados y lácteos. Y evitar mezclas peligrosas. Lo ideal es hacer comidas muy simples y con pocos alimentos distintos cada vez. Más vale cinco comidas sencillas y ligeras al día que dos muy pesadas con muchos ingredientes juntos.


Los alimentos ricos en gluten (trigo y todos los cereales, salvo el maíz y el arroz) 
pueden provocar inflamación intestinal.

Ojo a las intolerancias


Otra causa de inflamación intestinal pueden ser las intolerancias a algún alimento. He hablado de ello en varias ocasiones, en este blog. Mira aquí.

Si tienes problemas digestivos inexplicables vale la pena hacerse un test de intolerancia, pero serio. Este es el que me hice y recomiendo, por su fiabilidad. Sólo necesitas dar unas muestras de sangre y te lo entregan en breve tiempo. Cuesta dinero, pero ¿acaso no vale más tu salud? Seguro que amortizas la inversión muy pronto, y te ahorrarás sufrimiento y gastos inútiles.

Si no quieres hacerte un test, prueba a eliminar de tu dieta algunos de estos alimentos, que son los que suelen producir más intolerancias. Pasados quince días de dieta “limpia”, ve introduciéndolos uno a uno, con intervalos de una semana, para ver si los síntomas y molestias vuelven. ¡Lo detectarás muy pronto! El cuerpo no engaña…

-        Lácteos.
-        Huevos.
-        Trigo y derivados ―y todo lo que tenga gluten―.
-        Café.
-        Chocolate.
-        Fresas y otras frutas, como melocotones.
-        Tomates y solanáceas ―pimiento, berenjena―.
-        Ajos y cebolla.
-        Nueces y frutos secos.
-        Aceites ―hay personas intolerantes a las grasas, más de lo que parece―.

Cuando descubras lo que te revuelve el estómago y hace que tu tripa se infle como un globo, plantéate muy en serio dejarlo. Y, si te cuesta, piensa en el quirófano. Vale la pena esforzarse un poco para gozar de salud y evitar todo eso, ¿no crees? El alimento es necesario para vivir, pero hay miles de cosas buenas que tomar. Y, finalmente, «la vida es más que el alimento...»

Una clásica menestra de verduras cocidas es excelente para tu intestino. 
Si la cueces al punto, usas ingredientes frescos y la aliñas con hierbas 
y un poco de sal, ¡tiene mucho sabor!

viernes, 8 de marzo de 2019

Cama, calor y ayuno


Cuando tienes una mala digestión o te sientes mal, ¿qué haces? En nuestra cultura, hemos adoptado la mentalidad de “bombero”. ¿Hay un problema? ¡Pronto, hay que buscar un remedio! ¡Urgente! Y casi siempre aparatoso. ¿Me duele la cabeza? Aspirina o gelocatyl. ¿Me duele el estómago? Antiácido. ¿Me siento fatal, o al borde de un ataque de nervios? Pastilla de… o infusión de… La tendencia, casi siempre, es a buscar algo para meternos en el cuerpo. Algo que obre una reacción química milagrosa y nos devuelva el bienestar.



A veces estas pastillas o pócimas funcionan, otras no. Pero casi siempre se cobran su precio, salvo que sean remedios naturales sin efectos secundarios. El precio del uso continuado de fármacos puede ser muy elevado. ¿Sabíais que la aspirina, indirectamente, mata más que los accidentes de tráfico? Los sangrados internos provocados por el uso crónico de esta inocente pastilla causan miles de muertes cada año. ¿Sabíais que un antiácido tan socorrido como el omeprazol acaba empeorando lo que quiere resolver? Si se toma de manera regular, al cabo de los años arruina el sistema digestivo y aumenta el riesgo de sufrir dolencias cardiacas, mentales y hasta cáncer de estómago. Si tenéis valor, leed más en este enlace sobre el ardor de estómago y los terribles efectos del omeprazol.

¿Y qué pasa con los remedios naturales? Hay cientos, y podemos probar a ver cuál nos va mejor. En el mismo enlace encontraréis unos cuantos para el dolor de estómago.

Además, todos conocemos los clásicos: bicarbonato, limón, una infusión de anís o de manzanilla, u otras hierbas digestivas, como la tila, la menta, la marialuisa, el jengibre…

Pero pocas veces pensamos en los remedios más naturales de todos. Los que tendríamos que utilizar si estuviéramos en plena naturaleza, en una isla desierta sin otros recursos. Los que utilizan todos los animales del mundo y les van de primera. Baratísimos y eficaces.

Para mí han sido los mejores remedios, siempre. Cuando estás en medio de una mala digestión toda intervención puede irritar todavía más. O tiene sus secuelas. Lo que me ha funcionado es el triple remedio “C-C-A”: cama, calor, ayuno.



Cama


Cama significa descanso. Puede ser la cama si no te aguantas en pie, un sofá o un lugar donde puedas reposar y encontrar una postura cómoda (a veces para digerir necesitas estar un poco enderezado). Cuando sufres una indigestión, todas las energías de tu cuerpo están concentradas ahí, en el abdomen, intentando arreglar el desaguisado, y te sobreviene un cansancio tremendo, incluso somnolencia. Señal de que tu cuerpo necesita parar y destinar todas sus fuerzas a resolver la guerra intestina.

¿Os habéis fijado en los animales? Cuando se sienten mal, lo primero que hacen es retirarse. Buscan un rincón aislado donde puedan estar tranquilos y se echan. No quieren compañía, ni la necesitan. Sólo reposo y tiempo. Pues esto mismo necesitamos las personas. Si has comido mal o algo te ha hecho daño, lo primero es: ¡stop actividad! Para, busca un lugar tranquilo, descansa. Verás que no tienes ganas ni de hablar, ni de leer, hasta la tele o la música te molestan. Guarda cama y rodéate de silencio. Deja que tu cuerpo se repare y solucione el problema. ¡Tu cuerpo es sabio! Sólo necesita tiempo.



Calor


No siempre se recomienda el calor cuando hay alguna dolencia. Incluso a veces se prescribe frío para bajar la inflamación. Si tienes apendicitis, lo último que te dirán los médicos es que te apliques calor, ¡lo prohíben! Para las indigestiones, algunos naturópatas como el doctor Lezaeta Acharán recomiendan paños fríos o emplastes de barro aplicados sobre el abdomen. Como podéis imaginar, lo he probado y funciona bastante bien. Otro remedio es el baño vital: ir al bidé o a la bañera y echarte agua fría sobre el bajo vientre y los genitales. Da mucha pereza cuando estás mal, pero realmente alivia y hace desaparecer las náuseas. La explicación de este remedio es que el frío intenso del agua baja la fiebre y el calor que se ha acumulado en el abdomen, ayudando a descongestionar la zona.

Pero, aunque puedas aplicarte estos baños o emplastes fríos localmente, tu cuerpo globalmente necesita calor. La indigestión que concentra la sangre en el abdomen puede dejarte frías las extremidades y te destempla. Arrebujarte bajo una mantita, en la cama o en el sofá, incluso ponerte algo caliente en los pies, puede ayudar y darte confort.

La medicina china utiliza la moxibustión para activar algunos puntos esenciales del sistema digestivo. Se trata de varios puntos alrededor del abdomen, que se calientan con agujas de acupuntura o con moxas. Es un sistema un poco aparatoso quizás, pero que también proporciona alivio si se sabe hacer. Además, ahora existen moxas eléctricas, que evitan el humo y tener que quemar varillas. Aquí tenéis el enlace a un aparato muy práctico que puede calentar cualquier parte del cuerpo con un calor seco y concentrado, muy terapéutico. Yo lo tengo, me lo regalaron hace tiempo y la verdad es que lo he utilizado muchísimo.


Ayuno


Y vamos al último remedio. ¡Controvertido! El ayuno tiene tantos detractores como fanáticos entusiastas. La verdad es que es un remedio antiquísimo y sabio, que conocen y han practicado todas las culturas del mundo. Más allá de sus connotaciones espirituales, el ayuno es el remedio más universal y eficiente para cualquier dolencia. Además, es lo primero que pide el cuerpo, aparte del descanso. ¿No habéis notado que cuando os sentís enfermos lo primero que desaparece son las ganas de comer?

Aquí no voy a hablar del ayuno terapéutico o de las curas de ayuno, que son muchas y variadas, y deben hacerse siempre con prudencia y supervisión de algún médico o terapeuta. Hablo del ayuno de emergencia y sin riesgos, que puede durar medio día, un día o dos. Es, ni más ni menos, lo que nuestro cuerpo nos reclama. No meternos más comida adentro para que el sistema digestivo pueda desatascarse y el cuerpo recupere la normalidad.



¿Mala digestión? ¿Empacho, atracón o intoxicación? Si no tienes que correr al hospital por emergencia, descansa, échate en un lugar cómodo y ayuna lo que sea necesario. Al menos, pasa una noche entera sin comer nada, y espera hasta la mañana siguiente. Si continúas sintiéndote mal, alarga el ayuno hasta que tu cuerpo, por sí mismo, sienta hambre y te pida de comer. En esto el mejor médico es tu cuerpo, no lo dudes. Si algo no te entra, es que tu organismo no está en condiciones de asimilarlo y lo va a rechazar.

El ayuno puede incluir tomar un poco de agua, caldo ligero de verduras, jugo de limón e incluso alguna infusión, si la admites y te sienta bien. Nada más. Pero a veces lo ideal es no tomar nada hasta que el “conflicto” se resuelva.

¿Por qué el ayuno es tan beneficioso cuando estás enfermo? Porque la digestión roba muchísima energía al cuerpo. Si ayunas, permites al organismo que todas sus energías se centren en curarse. El sistema inmune puede actuar a toda potencia contra cualquier invasión, los tejidos dañados, si los hay, se pueden reparar mejor. El ayuno es un verdadero descanso para el cuerpo. Junto con el descanso, le estamos dando espacio para que se recupere por sí mismo. Y os aseguro que nuestro cuerpo es bastante más sabio y eficaz que todos los fármacos y laboratorios del mundo.

Cama, calor, ayuno. Tres remedios naturales que están al alcance de todos, son gratis, nos los pide el cuerpo y funcionan de maravilla. Además, su impacto es rápido, indoloro y sin efectos adversos. Los únicos efectos secundarios siempre serán positivos: más vitalidad, bienestar e incluso mejora la calidad de la piel.

De todos modos, mejor es prevenir que curar, siempre. Y la mayoría de enfermedades crónicas y molestias digestivas son evitables. Sólo necesitamos saber qué hacer y qué comer… y ponerlo en práctica. ¡Recordémoslo! Hay mucho sufrimiento evitable en este mundo.

sábado, 16 de febrero de 2019

Amor y digestión


Esta semana ha sido San Valentín. Y será por la moda o por vender, pero seguro que casi todos hemos visto innumerables escaparates decorados con rosas, corazones y mensajes amorosos (y comerciales). Pues bien, aprovechando esta oleada tan dulce, hoy hablaré de amor y digestión. No del amor romántico de los enamorados, pero sí del amor en general, como actitud de vida y como una riqueza que todos tenemos en nuestro interior.

Sabemos que las emociones afectan a nuestra salud, y el amor es fuente de muchas emociones. Si son positivas y placenteras, apenas vemos a la persona amada y sentimos calidez adentro nuestro torrente sanguíneo se inunda de hormonas y sustancias químicas que nos proporcionan bienestar, vitalidad y buen humor. El amor nos relaja y nos llena de energía. Y esto repercute directamente en la calidad de nuestras digestiones.

Y al contrario sucede lo mismo: los sentimientos de tristeza, envidia, odio y enfado, provocan una catarata de hormonas estresantes que se vierten a la sangre y a los órganos vitales. Nos ponen en estado de alerta, aumentan nuestro miedo y nuestra agresividad. Ralentizan o interrumpen algunos procesos vitales que no son de supervivencia: el primero de todos, la digestión. Literalmente, nos envenenan.

De modo que podríamos decir que el amor, desde un punto de vista científico, nos sana y favorece la buena salud, mientras que las emociones negativas nos enferman. El amor contribuye a nuestra buena digestión.

Pero no quiero quedarme en la superficie. Es fácil decir que el amor nos mantiene sanos, y ¿quién no quiere amor en su vida? Pero la realidad del día a día nos muestra panoramas distintos. Muchas personas sufren de desamor: rupturas sentimentales, matrimonios separados, fricción o alejamiento de la familia, conflictos laborales… Nuestras relaciones humanas están marcadas, muchas veces, por la falta de amor. La peor situación, sin embargo, es cuando ya no hay relaciones. Por los motivos que sean, algunas personas se van quedando aisladas, sin vínculos, y acaban cayendo en la soledad más profunda.

Hace pocos meses leí un libro precioso sobre el amor, de Anselm Grün. En este libro se habla de diversas formas de amor, pero no se limita a un discurso bello, sino que toca realidades humanas muy comunes, por desgracia, y cómo abordarlas. Por ejemplo, el caso de una mujer maltratada, o de una persona sola, o de alguien cuyas relaciones familiares son tormentosas…

Me centraré en el caso quizás más frecuente en nuestra sociedad occidental: el de la persona que se ha ido quedando sola, hambrienta de amor, y no lo encuentra. Muchas veces estas personas sufren depresión y todo tipo de enfermedades o problemas físicos. El desamor casi siempre va de la mano de alguna dolencia… ¿Qué decir a estas personas? ¿Cómo ayudarlas? Ellas aseguran que quieren amor, que buscan amor, pero no lo encuentran, o las personas que las rodean no responden a sus demandas. Les fallan, las traicionan, las olvidan… Han entrado en un círculo terrible, un pozo donde cuesta ver la salida.

Anselm Grün ofrece una reflexión que me parece muy iluminadora, y que quiero compartir aquí. Él asegura que toda persona, incluso la más carente de amor, ya tiene amor dentro. El amor es como el agua del cuerpo humano: tenemos sed porque ¡ya somos 70 % agua! Del mismo modo, la sed de amor significa que dentro de nosotros hay un gran potencial amoroso. Y ese amor, que todos tenemos dentro, es lo que podemos cultivar y dejar que florezca, poquito a poco. Lo primero que necesitamos es reconocer que en nuestra vida ¡ya hay amor! Quizás el primer paso, muy básico, sea amarnos un poquito a nosotros mismos. Un amor que se reflejará en el cuidarse, alimentarse bien, descansar, procurar buscar un sustento y condiciones de vida dignas, pedir ayuda con delicadeza, sin exigencia ni agresividad.



Y un segundo paso puede ser aquel que decía san Juan de la Cruz, y que para mí es el que mejor funciona: «Donde no haya amor, pon amor y hallarás amor». ¡Es realmente así! Porque, aunque te parezca que no hay amor, sí que lo hay… dentro de ti. El amor, como la alegría, es algo que no se gasta y que funciona al revés que el dinero o las cosas: cuanto más das, más tienes.

¿Tienes malas digestiones inexplicables? El doctor Mario Alonso lo explica en el caso de una de sus pacientes, que sufría de indigestiones persistentes, sin causa médica identificable. El motivo de fondo era el enojo y la aversión a cierta persona. Cuando logró ser amable con ella, las indigestiones remitieron como por arte de magia. ¿Conclusión? Pon un poco más de amor en tu vida. Pon amabilidad, pon generosidad, pon gentileza hacia los demás. Da algo de ti, aunque te parezca que no tienes nada. Mira más allá de ti mismo y de tu problema. Y serás un poco ―o un mucho― más feliz, y podrás digerir mejor la comida y la vida.

sábado, 26 de enero de 2019

Masaje Bok-bu, ¡un mimo para el sistema digestivo!


¿Existe un masaje especial para mejorar la digestión? ¡Sí! Seguramente hay muchos, pero este es excepcional, y está concebido para beneficiar todo el sistema digestivo y, de rebote, la salud de todo el cuerpo.

Si alguna vez os decidís a probarlo, seguramente vais a experimentar lo mismo que me sucedió a mí: un cambio asombroso en cuestión de minutos, y un enorme bienestar que dura horas, después. Es como si una bocanada de oxígeno, sol y suavidad entrara en tu vientre, y todos los nudos, atascos y tensiones acumulados en la tripa se liberasen. En realidad, esto es lo que ocurre, más o menos, en una sesión de masaje Bok-bu.


El Bok-bu forma parte de una disciplina, el Keng-rak, que abarca el masaje de todo el cuerpo. Es una de las ramas de la medicina tradicional coreana, muy similar a la china o la japonesa. Las medicinas orientales, como muchos de vosotros ya sabréis, descansan en varios pilares: remedios herbales, acupuntura, dieta, masajes y otras terapias. En China encontramos el masaje tuina, en Japón el shiatsu y en Corea el Keng-rak.

El masaje se utiliza para equilibrar las energías del cuerpo, pero también para movilizar y colocar los órganos en su sitio. El Bok-bu es único porque se centra a fondo en la zona abdominal; su finalidad es proporcionar bienestar digestivo y liberar la energía bloqueada en la zona, o bien atraer calor a las entrañas, si hubiera una carencia.

Muchos de nosotros estamos familiarizados con el concepto de energía vital en la medicina china. En la medicina occidental se prioriza lo puramente material ―órganos, tejidos, química corporal―, pero la verdad es que los seres humanos, y todo ser vivo, no sólo somos materia, sino energía que fluye. La vida, de hecho, es pura energía. ¿Qué diferencia un cuerpo vivo de un cadáver? Justamente, la energía que fluye por él. De la misma manera que podemos tener retención de líquidos o mala circulación de la sangre, podemos tener bloqueos y mala circulación de energía en nuestro organismo. Y esto, a corto o a largo plazo, produce enfermedad y dolor.

Sanar un bloqueo o una carencia energética requiere a veces varias terapias o tratamientos. Pueden incluir una cierta alimentación, ejercicio, descanso, acupuntura y también masaje. El solo contacto físico con otras manos ya provoca un fluido de energía. Si, además, los movimientos son precisos y están dirigidos a mover, desbloquear y estimular los órganos internos, el efecto se multiplica. Por este motivo el masaje Bok-bu genera tanto bienestar.

Por otra parte, en la medicina oriental la digestión es un proceso clave. Una mala digestión, o un problema en cualquier tramo del tubo digestivo, es el origen de la mayoría de enfermedades. De ahí la importancia de asegurar unas buenas digestiones para la salud integral de la persona.

El introductor en España de este masaje es Lee Kyu Moon, que tiene escuela y un centro de terapias abierto en Barcelona: Cielo y Tierra. Teresa, mi terapeuta amiga, es una de sus discípulas aventajadas. Si sufrís de malas digestiones, o de problemas tan comunes como el estreñimiento, y tenéis la ocasión de buscar algún centro donde practiquen este masaje, ¡os lo recomiendo!


domingo, 13 de enero de 2019

Digerir la vida: tragarse un marrón


¡Año nuevo, vida nueva! Hoy voy a iniciar una serie más centrada en el tema que da título a mi libro, Digerir la vida. Pero la iré alternando con otras cosas que he aprendido sobre alimentación y salud, así como consejos prácticos para que tu digestión sea un placer, y no un suplicio.

Digerir la vida parece algo poético o simbólico, pero no lo es tanto. En realidad, muchas indigestiones físicas que sufrimos vienen de situaciones que nos caen encima, nos alteran la vida y no siempre podemos asimilar bien. No tenemos la culpa, pero sufrimos las consecuencias. Os sonarán expresiones muy corrientes, como “tener tragaderas”, “tragarse el sapo” o “comerse un marrón”.

A nadie le gusta tragarse esas cosas horribles, pero hay personas que parecen nacidas para ir engullendo todos los “marrones” que se les presentan en el camino. Incluso algunas tienen como una especie de vocación de ir recogiendo los marrones ajenos y comérselos. Quizás con la mejor intención... pero con nefastas consecuencias, para su salud y su felicidad.

Lo mejor que podemos hacer


Hace tiempo, después de mi operación intestinal, descubrí que una de las mejores cosas que puedes ofrecer al mundo es ser feliz y florecer tal como tú eres, desprendiendo tu perfume particular y aportando tu color propio. Si el mundo es un gran campo de flores, ¿qué mejor puedes hacer, que crecer, desplegarte y aportar tu nota de belleza y vitalidad? Nada será mejor que esto: ni intentar parecerte a otra flor distinta, ni marchitarte para dejar crecer a las plantas de al lado, ni dejar de abrir tus pétalos para no ser vista... Nada será mejor que tu propio florecimiento. Y esto se traduce en reflexiones como estas. Ni tu sacrificio, ni tu auto-machacarte, ni tu falsa modestia, ni tu anulación van a ser buenas para el mundo y para los demás. Si quieres hacer un bien, ¡sé tú misma, florece y haz aquello que exprese mejor tu libertad!



Por supuesto, en el mundo no estamos solos. Convivimos con otras personas y no podemos crecer sin ellas ni apartados de ellas. Las cosas no siempre son como nos gustan. La libertad va unida a la responsabilidad, y también a la voluntad. Si deseas algo, casi siempre tendrás que luchar por ello. Es libre no quien sigue su capricho del momento, sino quien se entrega y pelea contra viento y marea por aquello que ama.

Una vida con propósito es el camino para el florecimiento. Y descubrir tu propósito no siempre es fácil ni rápido. Muchas personas pasan años buscando y tanteando... No todas lo encuentran, o van cambiando. El propósito tampoco es algo trivial: es más que una simple meta profesional o familiar, es más que un objetivo de empresa. El propósito es una dirección que guía toda tu vida, tu estrella del norte, tu vocación. Es aquello que te llama desde lo más hondo de ti mismo. No se puede descubrir el propósito vital sin cultivar la interioridad, sin practicar el silencio.




¿Hemos de tragarlo todo?


Vuelvo al tema inicial. Si lo mejor que podemos hacer es florecer, encontrar nuestro camino nos ayudará y contribuirá a nuestra salud, tanto física como anímica. ¡Y a nuestras digestiones!

En el camino nos toparemos con dificultades y obstáculos, como todo el mundo. Y en nuestro día a día siempre hay situaciones desagradables que afrontar, y a veces no somos responsables de ellas, ni sus causantes. ¿Debemos tragarlas todas?

¡Marrón a la vista! ¿Qué hacer? Un “marrón” es como una curva peligrosa en la carretera. Lo primero es frenar. Ante una situación problemática, lo mejor es parar un poco y pensar. ¿Debo tragarme eso? ¿Puedo esquivarlo? ¿Qué consecuencias tendrá hacer una cosa u otra? ¿A quién beneficiará? ¿A quién perjudicará?

Si nos hacemos estas preguntas veremos que hay cosas que no tenemos por qué tragar. No nos va a beneficiar a nosotros, pero tampoco a los demás. Nos harán daño y nadie saldrá ganando. ¿Realmente debemos pasar por eso?

Por ejemplo: una visita, un compromiso, un trabajo que no nos toca hacer o un error que reparar... Pero también puede ser una compra, una oferta, una invitación. Ahora que nos bombardean los e-mails y los mensajes de whatsapp, quizás haya muchas cargas que nos entren de manera imprevista a través de nuestros accesorios móviles. ¿Tenemos que tragar todo eso?

Los malos tragos de la vida no siempre son inevitables ni obligatorios. A veces nos los autoimponemos y no nos paramos a pensar si realmente tenemos que pasar por ellos. ¡Vamos tan aprisa! Vamos con piloto automático y topamos con todos los baches. Hay que saber decir STOP. Y aprender el valor de un NO bien fundamentado.



Cuando no hay más remedio...


Pero hay veces que ¡sí! No hay más remedio que tragarse el sapo. Hay situaciones que no podemos eludir, que nos caen encima, inevitables y pesadas. Un accidente, una muerte, un trabajo obligatorio, o una pérdida de trabajo, un deber mayor o un compromiso familiar...

¿Qué hacer, entonces? ¿Cómo digerir estas situaciones duras de tragar?

Quizás nos ayude esta comparación. Tragar un marrón es como tener que digerir un plato muy fuerte. Si no podemos evitarlo, la mejor manera es... tomárselo con calma. Respirar hondo, e irlo tomando muy despacio, bocado a bocado, masticando bien, rumiando, tragando poco a poco. Nada de deborar y engullir. De esta manera, hasta la comida más potente se hace más digerible y nuestro sistema puede asimilarla mejor. Después, si es posible, podemos echar mano de algunos remedios y ayudas: una infusión, un chorrito de limón, un poco de piña o algo que ayude a “bajar”. 

En la vida, estos lenitivos pueden ser ayudas humanas: compañía, consejo, consuelo de una persona cercana o amiga, un tiempo de descanso, un cambio de ritmo o de actividad para compensar... A veces pueden ser también lecturas, formación, buscar un grupo de autoayuda, hacer deporte, distraerse con un hobby, salir a caminar o tomar el sol. ¡Mil cosas! Todos podemos encontrar paliativos sanos para superar mejor las situaciones difíciles de digerir.

Escribir es otro gran remedio. Escribir ayuda muchísimo a «digerir la vida», pues nos permite ordenar nuestro pensamiento y reflexionar sobre lo ocurrido con más calma y profundidad, a la vez que nos desahogamos y podemos expresar lo que hay dentro de nosotros. No se necesita ser un gran literato: basta una libreta o diario y un bolígrafo... o un teclado y un ordenador. Escribir es terapéutico: ¡los dedos liberan muchísima energía contenida!



Finalmente, y yendo al plano más biológico, mi experiencia es esta. Si cuando tienes que afrontar una situación estresante, retadora o desagradable te cuidas bien y procuras comer muy suave y frugal, todo pasa mejor. Atracarse de dulce, beber o fumar no son buenos paliativos y empeoran las cosas, aunque todos tendamos a refugiarnos en alguna de estas compulsiones para “paliar” el marrón. Incluso, en ciertas circunstancias, lo mejor es afrontarlas en ayunas. El cuerpo está más ligero, la mente más despejada y toda tu energía puede concentrarse en lo que estás haciendo. Estás más atento, más lúcido y vives a fondo el momento, preparado para lo que convenga. Una digestión pesada no te ayudará a pasar mejor por esos momentos difíciles. Al contrario, puede aumentar tu ofuscación y tu tristeza.



En resumen, ante los “marrones” que nos presenta la vida, podemos optar. Si no es necesario ni bueno para nadie, digamos un ¡no! rotundo y evitémoslos. Si no tenemos otra que tragarlos, seamos buenos con nosotros mismos y procuremos “masticarlos” a fondo y con calma, para que podamos digerirlos con la mayor suavidad posible y extraer algo bueno de ellos.

Por cierto...

¿Malas digestiones o resaca después de fiestas? Os recuerdo una receta de una infusión fantástica para después de un atracón (la tríada de mi madre), y esta otra es invento mío y de verdad que sienta muy, muy bien.