Esta semana ha sido San
Valentín. Y será por la moda o por vender, pero seguro que casi todos hemos
visto innumerables escaparates decorados con rosas, corazones y mensajes
amorosos (y comerciales). Pues bien, aprovechando esta oleada tan dulce, hoy
hablaré de amor y digestión. No del amor romántico de los enamorados, pero sí
del amor en general, como actitud de vida y como una riqueza que todos tenemos
en nuestro interior.
Sabemos que las emociones
afectan a nuestra salud, y el amor es fuente de muchas emociones. Si son
positivas y placenteras, apenas vemos a la persona amada y sentimos calidez
adentro nuestro torrente sanguíneo se inunda de hormonas y sustancias químicas
que nos proporcionan bienestar, vitalidad y buen humor. El amor nos relaja y nos
llena de energía. Y esto repercute directamente en la calidad de nuestras
digestiones.
Y al contrario sucede lo
mismo: los sentimientos de tristeza, envidia, odio y enfado, provocan una
catarata de hormonas estresantes que se vierten a la sangre y a los órganos
vitales. Nos ponen en estado de alerta, aumentan nuestro miedo y nuestra
agresividad. Ralentizan o interrumpen algunos procesos vitales que no son de
supervivencia: el primero de todos, la digestión. Literalmente, nos envenenan.
De modo que podríamos
decir que el amor, desde un punto de vista científico, nos sana y favorece la
buena salud, mientras que las emociones negativas nos enferman. El amor contribuye
a nuestra buena digestión.
Pero no quiero quedarme
en la superficie. Es fácil decir que el amor nos mantiene sanos, y ¿quién no
quiere amor en su vida? Pero la realidad del día a día nos muestra panoramas
distintos. Muchas personas sufren de desamor: rupturas sentimentales,
matrimonios separados, fricción o alejamiento de la familia, conflictos laborales…
Nuestras relaciones humanas están marcadas, muchas veces, por la falta de amor.
La peor situación, sin embargo, es cuando ya no hay relaciones. Por los motivos
que sean, algunas personas se van quedando aisladas, sin vínculos, y acaban
cayendo en la soledad más profunda.
Hace pocos meses leí un libro precioso sobre el amor, de Anselm Grün. En este libro se habla de diversas formas de
amor, pero no se limita a un discurso bello, sino que toca realidades humanas
muy comunes, por desgracia, y cómo abordarlas. Por ejemplo, el caso de una
mujer maltratada, o de una persona sola, o de alguien cuyas relaciones
familiares son tormentosas…
Me centraré en el caso
quizás más frecuente en nuestra sociedad occidental: el de la persona que se ha
ido quedando sola, hambrienta de amor, y no lo encuentra. Muchas veces estas
personas sufren depresión y todo tipo de enfermedades o problemas físicos. El
desamor casi siempre va de la mano de alguna dolencia… ¿Qué decir a estas
personas? ¿Cómo ayudarlas? Ellas aseguran que quieren amor, que buscan amor,
pero no lo encuentran, o las personas que las rodean no responden a sus
demandas. Les fallan, las traicionan, las olvidan… Han entrado en un círculo
terrible, un pozo donde cuesta ver la salida.
Anselm Grün ofrece una
reflexión que me parece muy iluminadora, y que quiero compartir aquí. Él
asegura que toda persona, incluso la más carente de amor, ya tiene amor dentro.
El amor es como el agua del cuerpo humano: tenemos sed porque ¡ya somos 70 %
agua! Del mismo modo, la sed de amor significa que dentro de nosotros hay un gran
potencial amoroso. Y ese amor, que todos tenemos dentro, es lo que podemos
cultivar y dejar que florezca, poquito a poco. Lo primero que necesitamos es
reconocer que en nuestra vida ¡ya hay amor! Quizás el primer paso, muy básico,
sea amarnos un poquito a nosotros mismos. Un amor que se reflejará en el cuidarse,
alimentarse bien, descansar, procurar buscar un sustento y condiciones de vida
dignas, pedir ayuda con delicadeza, sin exigencia ni agresividad.
Y un segundo paso puede
ser aquel que decía san Juan de la Cruz, y que para mí es el que mejor
funciona: «Donde no haya amor, pon amor y hallarás amor». ¡Es realmente así!
Porque, aunque te parezca que no hay amor, sí que lo hay… dentro de ti. El
amor, como la alegría, es algo que no se gasta y que funciona al revés que el
dinero o las cosas: cuanto más das, más tienes.
¿Tienes malas digestiones
inexplicables? El doctor
Mario Alonso lo explica en el caso de una de sus pacientes, que sufría de
indigestiones persistentes, sin causa médica identificable. El motivo de fondo
era el enojo y la aversión a cierta persona. Cuando logró ser amable con ella,
las indigestiones remitieron como por arte de magia. ¿Conclusión? Pon un poco
más de amor en tu vida. Pon amabilidad, pon generosidad, pon gentileza hacia
los demás. Da algo de ti, aunque te parezca que no tienes nada. Mira más allá
de ti mismo y de tu problema. Y serás un poco ―o un mucho― más feliz, y podrás
digerir mejor la comida y la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario