viernes, 27 de abril de 2018

¿Qué pasa con la leche?


Este es un tema polémico. Porque, según oímos, muchos médicos, nutricionistas y asociaciones recomiendan su consumo. ¿Qué puedo decir? Yo misma he sido bebedora de leche, consumidora ávida de queso y yogures, y procedo de una familia muy lechera. Pero hace unos dos años decidí cortar con los lácteos. Lo hice convencida después de haber leído un libro decisivo, varios artículos de médicos e investigadores, y de ver algunos documentales. No me arrepiento en absoluto, mi experiencia me ha demostrado los beneficios de dejar de consumir leche y sus derivados. El libro que cambió mi visión sobre los lácteos y la nutrición es El estudio de China, de Thomas Colin Campbell, ¡lo recomiendo!

La leche, para los bebés


La leche es un alimento perfecto para los bebés: la leche de sus madres. Es decir, que cada especie animal debe consumir su propia leche, y no la de otros mamíferos. Porque cada especie tiene su ritmo de crecimiento y sus necesidades. No crece igual un niño que un ternero, un corderito o un conejo. La leche materna está perfectamente adaptada a las necesidades de la cría. No hay ningún otro animal, salvo nosotros, que consuma leche de otras especies.

La mayoría de adultos humanos —se calcula que un 70 %— no estamos adaptados para digerir leche, pues la enzimas que descomponen sus azúcares y proteínas las vamos perdiendo a medida que crecemos. En realidad, a partir de los 8-10 años ya no deberíamos consumir lácteos. La excepción son los pueblos que por su cultura han sido nómadas y ganaderos, y han tomado leche fermentada y quesos también siendo adultos. Pero ojo, que los fermentados no son lo mismo que la leche. Han perdido parte o toda la lactosa y tienen bacterias que los hacen más digeribles.

La leche materna tiene una proporción ideal de azúcares, grasas y proteínas para que un bebé doble su peso en seis meses. Un adulto no crece así, de modo que no necesita ese cóctel tan concentrado. Pero si, además, lo que bebe es leche de vaca, aún peor. Porque los terneros crecen más que un bebé humano, y su leche tiene más azúcares y grasas que la humana.

7 motivos para no beber leche


Vamos ahora a los problemas que presenta la leche de vaca, tal como se nos vende. Voy a dar siete motivos para no tomar leche ni sus derivados (quesos, yogures, natillas, etc.). Todos ellos están bien documentados científicamente. Si lees El estudio de China o buscas por Internet encontrarás muchos artículos, estudios clínicos y reportajes que así lo explican. Este documental puede sorprenderte: míralo si tienes tiempo.

1.    La leche de vaca tiene un exceso de grasas y azúcares que no necesitamos los adultos, además de la dificultad que podamos tener para asimilar la lactosa y la caseína, que es la proteína láctea. Si es desnatada sigue siendo alta en azúcares y conserva la caseína, que puede dar problemas e intolerancias a mucha gente.
2.    Las vacas crecen en granjas alimentadas por piensos a menudo de mala calidad, a base de harinas transgénicas y desechos animales. Todo eso pasa a su leche y te lo bebes.
3.    Las vacas no dan leche todo el año; para que den más leche les inyectan hormonas. Las hormonas que toma la vaca no se destruyen con la pasteurización; te las tomas tú. ¿Imaginas un hombre adulto bebiéndose un cóctel de hormonas femeninas? ¡No es inocuo! Tampoco para la mujer. El consumo abundante de lácteos causa desequilibrios hormonales tanto a hombres como a mujeres, y una pubertad precoz en muchos adolescentes.
4.    Las vacas de granja están hacinadas y enferman. Para ello se les dan muchos antibióticos. Todos esos fármacos también están en la leche. Quizás piensas que nunca tomas antibióticos ni medicamentos, pero con cada vaso de leche te estás tomando un cóctel farmacológico, y eso puede explicar por qué las cepas de virus son cada vez más resistentes y mutan con mayor rapidez.
5.    Pese a los fármacos, las vacas están plagadas de virus y bacterias que no son totalmente destruidos. Todos esos microbios, en cierta proporción, te los bebes con tu vaso de leche o tu yogur. Los virus que infectan las vacas pueden pasar a los humanos. Recuerda el famoso síndrome de las vacas locas. Otro virus muy frecuente en los bovinos es el de la leucemia. Es posible que detrás de muchos casos inexplicables de leucemia ―incluida la leucemia infantil― esté el consumo de lácteos.
6.    Aunque no tengas una alergia o intolerancia declarada a la lactosa o a la caseína, tomar un alimento que tu cuerpo no está preparado para digerir produce una inflamación interna crónica, que causa daños a largo plazo. Algunos síntomas de esta inflamación: generación de mocos, asma recurrente y afecciones de la piel. Los lácteos irritan el intestino, producen gases y estreñimiento. De hecho, se ha demostrado en estudios con niños estreñidos: al dejar de tomar leche, desaparecía el problema. Al volver a tomar lácteos, volvían a estar estreñidos.
7.    La leche tiene calcio, pero por su contenido en grasas y azúcares resula un alimento muy ácido para el organismo. Para contrarrestar la acidez, nuestro cuerpo utiliza sodio y calcio. ¿De dónde los saca? De los huesos, sobre todo. Por eso, el calcio que ingieres con la leche lo pierdes neutralizando la acidez. No es un buen alimento para los huesos, como se viene diciendo (mira este vídeo del Dr. Greger si quieres más detalles). En realidad, se ha comprobado que los países más consumidores de leche son los que presentan tasas más altas de osteoporosis (compara los mapas de fractura ósea y consumo lácteo en este enlace). Si quieres alimentos ricos en calcio, busca alternativas, como los frutos secos, las legumbres y las verduras de hoja verde. La soja (que sea orgánica) es una excelente fuente de calcio.

Por tanto, si quieres mejorar tu salud y tus digestiones, ¡olvídate de los lácteos!

4 ventajas de dejar los lácteos


Cuatro beneficios que obtendrás al dejar los lácteos. Comprobados en mí misma.
1.    Adiós a mucosidades, afonías y afecciones de garganta. También mejoran mucho los gases.
2.    Adiós a la celulitis. Se reduce de manera espectacular (siempre que no haya sobrepeso).
3.    Adiós a la acidez y al ardor de estómago. Los batidos con cacao y los postres lácteos son promotores número 1 de reflujo gastroesofágico (aunque no lo parezca).
4.    Aliviará tu estreñimiento.

5 peligros de los lácteos


T. Colin Campbell trata de ello ampliamente en su libro El estudio de China. Este biólogo e investigador procede de una familia de ganaderos y se educó creyendo que la carne y la leche eran alimentos básicos y que todo el mundo debería tener acceso a ellos. Pero cambió radicalmente de opinión cuando hizo una serie de hallazgos en sus investigaciones. Sus argumentos contra el consumo de lácteos no son ideológicos ni morales, sino basados en la evidencia científica.

1.    La caseína de la leche es un potente carcinógeno, de efectos comprobados. Son múltiples los estudios que muestran su relación con el desarrollo de varios cánceres, sobre todo en los órganos reproductivos: próstata, útero y mama.
2.    La grasa saturada de los lácteos —sobre todo los quesos— se deposita en las arterias y causa aglomeración de las células sanguíneas, promoviendo arteriosclerosis, trombosis y accidentes cardiovasculares. La grasa que no se quema se deposita en el cuerpo y es un almacén de toxinas, aparte de los efectos perjudiciales del sobrepeso en los huesos y articulaciones.
3.    La lactosa —el azúcar propio de la leche— no es bien asimilada por la mayoría de personas y produce reacciones inflamatorias y autoinmunes. Si el sistema inmune del cuerpo se agota o se desequilibra los problemas se multiplican: no es capaz de hacer frente a las infecciones, no destruye los tumores, puede atacar a otras células del cuerpo y generar enfermedades autoinmunes, como  la diabetes I, la esclerosis múltiple, la  artritis, el lupus y otras.
4.    La leche y los lácteos no tienen fibra y sí muchos azúcares; resultan altamente inflamatorios para el intestino, produciendo todo tipo de molestias: gases, permeabilidad intestinal, estreñimiento…
5.    Los lácteos pueden contribuir a descalcificar tu cuerpo: como son muy ácidos, el cuerpo utiliza calcio para alcalinizar su medio. El calcio que aporta un lácteo se ve contrarrestado por el calcio que te quita. Por otra parte, el calcio es un mineral frágil: no está demostrado por ningún estudio que su consumo evite problemas óseos. Al contrario, podría agudizarlos. Lo que fortalece y regenera los huesos es el colágeno, el magnesio y el ejercicio físico.

¿Por qué los recomiendan?


Pero ¿por qué se nos enseña que los lácteos son buenos y necesarios? ¿Por qué los recomiendan los médicos y las asociaciones de consumidores y nutricionistas?

La buena fama de los lácteos es más una cuestión de publicidad que de evidencia científica. Durante siglos la mayoría de culturas de la humanidad han vivido sin consumir lácteos a diario y a todas horas. Bebían leche los niños mientras eran amamantados. Los adultos, como mucho consumían algo de queso y, en algunas culturas, leche cruda o fermentada, poco más. Además, la calidad de la leche ordeñada en casa, de animales que pastan en el campo, no tiene nada que ver con la leche de granja que hoy llena nuestros supermercados.

El consumo masivo de lácteos es cosa de los últimos 50 años, y está ligado al auge de la ganadería intensiva posterior a la II Guerra Mundial. En los años 40-50, después de la guerra, en Estados Unidos hubo un excedente de leche y se decidió comercializarla a toda costa. Así es como se difundió su consumo. La industria lechera se valió de un gran argumento para vender leche: su contenido en calcio y su capacidad de engorde. El mensaje era: leche = calcio = huesos fuertes y crecimiento sano. Por tanto, se comenzó a enseñar en todos los ámbitos que era el alimento ideal para los niños y personas con necesidades nutricionales.

Intereses monetarios


La ciencia nutricional es algo reciente. En la mayoría de facultades de medicina se trata muy poco y de manera superficial. Los médicos saben poco de nutrición, a menos que se preocupen por el tema y amplíen estudios por su cuenta. Lo que se enseña sobre nutrición está basado en estudios realizados y pagados en su mayoría por… las industrias que quieren vender sus alimentos.

La lógica es esta: quiero vender mi producto. Mi producto es rico en calcio. Voy a pagar a unos científicos para que demuestren que consumir alimentos ricos en calcio es muy beneficioso. Si los estudios no acaban de ser concluyentes, los interpretaremos de manera que el mensaje quede claro. Lo que nos llega a la gente no es el resultado del estudio, sino la nota de prensa que la industria pasa a los medios, a las escuelas y a la sanidad pública. Si uno se tomara la molestia de buscar y leer los estudios, vería que los resultados no son tan claros, que los ensayos tienen defectos de método o, incluso, que demuestran lo contrario de lo que se divulga. Pero se juega con el lenguaje y la publicidad porque se trata de mantener un negocio muy lucrativo, del que viven muchas personas.

Lo que interesa no es la salud, sino las ganancias monetarias. Algunos médicos conscientes, como el Dr. McDougall, señalan que, desde los años 80, casi todos los estudios científicos en materia de nutrición están patrocinados por grandes industrias alimentarias. La mayoría están sesgados, son poco fiables y sus resultados no se difunden adecuadamente a la opinión pública.

Ciudadanos mal informados


La industrias ganaderas, lecheras y productoras de otros alimentos se ocupan de realizar grandes campañas en los medios e incluso de pagar programas educativos en las escuelas y en las facultades de medicina. Organizan congresos, invitan a los médicos y divulgan la información que les interesa.

Por este motivo la mayoría de ciudadanos no recibimos la información correcta y somos educados en la convicción de que hemos de tomar muchos lácteos. La publicidad nos bombardea de mil maneras y lo creemos sin cuestionarlo porque confiamos en la tele, en los médicos, en el gobierno y en las escuelas y universidades. Confiamos: hacemos un acto de fe. Por eso creemos que tomar leche es bueno. Si investigáramos un poco, como han hecho el Dr. Campbell y otros científicos responsables, veríamos que la realidad es otra y tomaríamos decisiones más acertadas para nuestra salud.

Afortunadamente, también contamos con muchos medios para informarnos, conocer datos reales y decidir de manera consciente. Con Internet y las bibliotecas públicas o virtuales tenemos mucha información seria a nuestro alcance. También hay cada vez más médicos y terapeutas honrados que pueden ayudarnos y orientarnos.

Sé que dejar los lácteos es una decisión drástica y cuesta. Lo he vivido en mi propia carne. Son adictivos ―las mujeres somos especialmente amigas de yogures, natillas, flanes, helados...—. Los viejos argumentos resuenan: el calcio, los probióticos del yogur, la proteína del queso… Además, ¡son tan ricos! ¿Podemos elegir con inteligencia y no por motivos emocionales?

Lo importante es saber qué estamos tomando y qué efectos nos puede producir. A partir de aquí, cada cual es responsable de lo que hace y de cómo quiere comer… ¡y cómo quiere vivir!

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