domingo, 13 de enero de 2019

Digerir la vida: tragarse un marrón


¡Año nuevo, vida nueva! Hoy voy a iniciar una serie más centrada en el tema que da título a mi libro, Digerir la vida. Pero la iré alternando con otras cosas que he aprendido sobre alimentación y salud, así como consejos prácticos para que tu digestión sea un placer, y no un suplicio.

Digerir la vida parece algo poético o simbólico, pero no lo es tanto. En realidad, muchas indigestiones físicas que sufrimos vienen de situaciones que nos caen encima, nos alteran la vida y no siempre podemos asimilar bien. No tenemos la culpa, pero sufrimos las consecuencias. Os sonarán expresiones muy corrientes, como “tener tragaderas”, “tragarse el sapo” o “comerse un marrón”.

A nadie le gusta tragarse esas cosas horribles, pero hay personas que parecen nacidas para ir engullendo todos los “marrones” que se les presentan en el camino. Incluso algunas tienen como una especie de vocación de ir recogiendo los marrones ajenos y comérselos. Quizás con la mejor intención... pero con nefastas consecuencias, para su salud y su felicidad.

Lo mejor que podemos hacer


Hace tiempo, después de mi operación intestinal, descubrí que una de las mejores cosas que puedes ofrecer al mundo es ser feliz y florecer tal como tú eres, desprendiendo tu perfume particular y aportando tu color propio. Si el mundo es un gran campo de flores, ¿qué mejor puedes hacer, que crecer, desplegarte y aportar tu nota de belleza y vitalidad? Nada será mejor que esto: ni intentar parecerte a otra flor distinta, ni marchitarte para dejar crecer a las plantas de al lado, ni dejar de abrir tus pétalos para no ser vista... Nada será mejor que tu propio florecimiento. Y esto se traduce en reflexiones como estas. Ni tu sacrificio, ni tu auto-machacarte, ni tu falsa modestia, ni tu anulación van a ser buenas para el mundo y para los demás. Si quieres hacer un bien, ¡sé tú misma, florece y haz aquello que exprese mejor tu libertad!



Por supuesto, en el mundo no estamos solos. Convivimos con otras personas y no podemos crecer sin ellas ni apartados de ellas. Las cosas no siempre son como nos gustan. La libertad va unida a la responsabilidad, y también a la voluntad. Si deseas algo, casi siempre tendrás que luchar por ello. Es libre no quien sigue su capricho del momento, sino quien se entrega y pelea contra viento y marea por aquello que ama.

Una vida con propósito es el camino para el florecimiento. Y descubrir tu propósito no siempre es fácil ni rápido. Muchas personas pasan años buscando y tanteando... No todas lo encuentran, o van cambiando. El propósito tampoco es algo trivial: es más que una simple meta profesional o familiar, es más que un objetivo de empresa. El propósito es una dirección que guía toda tu vida, tu estrella del norte, tu vocación. Es aquello que te llama desde lo más hondo de ti mismo. No se puede descubrir el propósito vital sin cultivar la interioridad, sin practicar el silencio.




¿Hemos de tragarlo todo?


Vuelvo al tema inicial. Si lo mejor que podemos hacer es florecer, encontrar nuestro camino nos ayudará y contribuirá a nuestra salud, tanto física como anímica. ¡Y a nuestras digestiones!

En el camino nos toparemos con dificultades y obstáculos, como todo el mundo. Y en nuestro día a día siempre hay situaciones desagradables que afrontar, y a veces no somos responsables de ellas, ni sus causantes. ¿Debemos tragarlas todas?

¡Marrón a la vista! ¿Qué hacer? Un “marrón” es como una curva peligrosa en la carretera. Lo primero es frenar. Ante una situación problemática, lo mejor es parar un poco y pensar. ¿Debo tragarme eso? ¿Puedo esquivarlo? ¿Qué consecuencias tendrá hacer una cosa u otra? ¿A quién beneficiará? ¿A quién perjudicará?

Si nos hacemos estas preguntas veremos que hay cosas que no tenemos por qué tragar. No nos va a beneficiar a nosotros, pero tampoco a los demás. Nos harán daño y nadie saldrá ganando. ¿Realmente debemos pasar por eso?

Por ejemplo: una visita, un compromiso, un trabajo que no nos toca hacer o un error que reparar... Pero también puede ser una compra, una oferta, una invitación. Ahora que nos bombardean los e-mails y los mensajes de whatsapp, quizás haya muchas cargas que nos entren de manera imprevista a través de nuestros accesorios móviles. ¿Tenemos que tragar todo eso?

Los malos tragos de la vida no siempre son inevitables ni obligatorios. A veces nos los autoimponemos y no nos paramos a pensar si realmente tenemos que pasar por ellos. ¡Vamos tan aprisa! Vamos con piloto automático y topamos con todos los baches. Hay que saber decir STOP. Y aprender el valor de un NO bien fundamentado.



Cuando no hay más remedio...


Pero hay veces que ¡sí! No hay más remedio que tragarse el sapo. Hay situaciones que no podemos eludir, que nos caen encima, inevitables y pesadas. Un accidente, una muerte, un trabajo obligatorio, o una pérdida de trabajo, un deber mayor o un compromiso familiar...

¿Qué hacer, entonces? ¿Cómo digerir estas situaciones duras de tragar?

Quizás nos ayude esta comparación. Tragar un marrón es como tener que digerir un plato muy fuerte. Si no podemos evitarlo, la mejor manera es... tomárselo con calma. Respirar hondo, e irlo tomando muy despacio, bocado a bocado, masticando bien, rumiando, tragando poco a poco. Nada de deborar y engullir. De esta manera, hasta la comida más potente se hace más digerible y nuestro sistema puede asimilarla mejor. Después, si es posible, podemos echar mano de algunos remedios y ayudas: una infusión, un chorrito de limón, un poco de piña o algo que ayude a “bajar”. 

En la vida, estos lenitivos pueden ser ayudas humanas: compañía, consejo, consuelo de una persona cercana o amiga, un tiempo de descanso, un cambio de ritmo o de actividad para compensar... A veces pueden ser también lecturas, formación, buscar un grupo de autoayuda, hacer deporte, distraerse con un hobby, salir a caminar o tomar el sol. ¡Mil cosas! Todos podemos encontrar paliativos sanos para superar mejor las situaciones difíciles de digerir.

Escribir es otro gran remedio. Escribir ayuda muchísimo a «digerir la vida», pues nos permite ordenar nuestro pensamiento y reflexionar sobre lo ocurrido con más calma y profundidad, a la vez que nos desahogamos y podemos expresar lo que hay dentro de nosotros. No se necesita ser un gran literato: basta una libreta o diario y un bolígrafo... o un teclado y un ordenador. Escribir es terapéutico: ¡los dedos liberan muchísima energía contenida!



Finalmente, y yendo al plano más biológico, mi experiencia es esta. Si cuando tienes que afrontar una situación estresante, retadora o desagradable te cuidas bien y procuras comer muy suave y frugal, todo pasa mejor. Atracarse de dulce, beber o fumar no son buenos paliativos y empeoran las cosas, aunque todos tendamos a refugiarnos en alguna de estas compulsiones para “paliar” el marrón. Incluso, en ciertas circunstancias, lo mejor es afrontarlas en ayunas. El cuerpo está más ligero, la mente más despejada y toda tu energía puede concentrarse en lo que estás haciendo. Estás más atento, más lúcido y vives a fondo el momento, preparado para lo que convenga. Una digestión pesada no te ayudará a pasar mejor por esos momentos difíciles. Al contrario, puede aumentar tu ofuscación y tu tristeza.



En resumen, ante los “marrones” que nos presenta la vida, podemos optar. Si no es necesario ni bueno para nadie, digamos un ¡no! rotundo y evitémoslos. Si no tenemos otra que tragarlos, seamos buenos con nosotros mismos y procuremos “masticarlos” a fondo y con calma, para que podamos digerirlos con la mayor suavidad posible y extraer algo bueno de ellos.

Por cierto...

¿Malas digestiones o resaca después de fiestas? Os recuerdo una receta de una infusión fantástica para después de un atracón (la tríada de mi madre), y esta otra es invento mío y de verdad que sienta muy, muy bien.

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