viernes, 26 de abril de 2019

Bridas intestinales

Hoy quiero hablar de un problema que aqueja a algunas personas amigas y que me afectó a mí, sin saberlo, durante años. Se trata de las bridas o adherencias intestinales.

Si buscáis por Internet, encontraréis mucha información. Una de las páginas más serias y fiables es esta. Ahora quiero resumiros en qué consisten e ir un poco más allá de la mera descripción médica. Porque, a fin de cuentas, lo que nos interesa es ver cómo resolver el problema, sus causas y, si es posible, cómo evitarlo en el futuro.

¿Qué es una brida? Como dice el nombre, es una tira de tejido, una fibrosidad, que crece entre los órganos o los tejidos. Y, como toda brida, lo que hace es frenar e impedir el movimiento. En el abdomen, estas bridas o adherencias crecen entre las curvas del intestino y dificultan el tránsito, provocando hinchazón por gases, dolor, náuseas, estreñimiento y molestias. En un caso extremo, pueden retorcer las entrañas y producir una obstrucción intestinal. Esto es una emergencia médica y hay que operar con urgencia.

Y esto es lo que me ocurrió hace ya tres años ―lo explico en detalle en mi libro Digerir la vida―. Tras dos días de dolores intensos que no remitían, fui ingresada de urgencias y me tuvieron que operar para extraerme una brida que me había enrollado por completo las tripas. Mi intestino era como un ovillo enredado, a punto de explotar. ¡Ese día nací de nuevo! Y encontré la explicación a muchos dolores y molestias que había sufrido durante décadas.

Lo curioso de mi caso es que las bridas suelen aparecer como consecuencia de cirugías previas. A mí nunca me habían “abierto”, de modo que los médicos concluyeron que debía ser una brida congénita.

Bridas intestinales (adherencias).

¿Por qué se producen las bridas?


Esa es la cuestión. Puede haber varias causas, la más habitual es que sean la consecuencia de alguna intervención en el vientre: cesáreas ―muy frecuente― u otras cirugías ginecológicas o intestinales. El contacto de los órganos internos con las gasas, productos e instrumental quirúrgico puede secar o dañar los tejidos, provocando el crecimiento de tejido cicatricial, que formará las futuras bridas. Otras causas pueden ser la inflamación crónica y las infecciones intestinales.

Lo triste del caso es que la única solución para las bridas es operar para extraerlas. Se puede hacer por laparoscopia, que es una técnica menos invasiva, pero a veces hay que “rajar”. Y cuanto más se opera, más riesgo hay de que se vuelvan a formar. Recuerdo que, cuando me revisó el médico después de mi operación, antes de darme el alta, me dijo: «Hay un 80 % de posibilidades de que las bridas se reproduzcan».  Y pensé: «Yo voy a estar en ese 20 % restante».

¡Eso espero! De modo que, una vez has sufrido las consecuencias de tener una brida, y ya te han operado, la siguiente cuestión es: ¿Cómo evitar que se formen de nuevo estas adherencias?

Los fármacos: una causa frecuente de inflamación intestinal.


¿Cómo prevenir?


Una cirugía que ya has pasado es inevitable. Pero sí podemos evitar los otros factores de riesgo: inflamación e infecciones.  Al menos, podemos hacer bastantes cosas.

Para prevenir la inflamación hemos de saber qué cosas pueden dañar nuestro intestino e inflamarlo. Está claro que esto depende de lo que le metemos adentro, es decir, lo que comemos.

Hay dos cosas que entran por la boca e inflaman el intestino: los fármacos y ciertos alimentos.

En cuanto a fármacos, todos los antiinflamatorios ―¡qué contradicción!—, esteroides, corticoides, ibuprofeno, aspirina y similares, y los antibióticos, todo eso inflama el intestino. También los antidepresivos, tan comunes, y los antiácidos. De modo que, si puedes evitarlo, no te mediques. Casi cualquier fármaco es un agente extraño a tu cuerpo que hará saltar la alarma en tus intestinos. Algunos de ellos provocan permeabilidad intestinal ―el intestino se vuelve poroso y filtra elementos indeseados a la sangre—. La permeabilidad intestinal dispara el sistema autoinmune, produciendo una serie de reacciones, desde irritación de piel hasta daño articular, y más inflamación.

En cuanto a alimentos, ¡ay! Muchas cosas que nos gustan inflaman el intestino. En general, todos los alimentos refinados y procesados que no encontramos en la naturaleza tal cual son inflamatorios: azúcar, harinas blancas ―panes y bollería, pasta―, aceites refinados, zumos y bebidas de todo tipo.

Pero hay alimentos “naturales” que también inflaman el intestino: los lácteos son los campeones a la hora de golpear. Si tienes problemas intestinales, lo primero sería eliminar estos alimentos ―todos― salvo, quizás, el yogur natural ecológico, sin edulcorar. Pero incluso el yogur puede perjudicarte, pues el problema está en las proteínas y los azúcares de la leche. Los fermentos del yogur, por buenos que sean, no eliminan estos agentes inflamatorios de la leche.
Otros alimentos que irritan al intestino: la carne roja, los pescados grasos, los fritos, el café y el chocolate. En algunas personas sensibles, verduras como la cebolla, el ajo, la alcachofa, el pimiento y las berenjenas.

Y si tienes una infección bacteriana en el intestino, todo lo que lleve fibra (verduras, legumbres) y las frutas dulces te sentarán fatal, porque no harán más que multiplicar la acción de las bacterias más allá de lo deseado.

Estos alimentos aparentemente sanos pueden inflamar tu intestino. ¡Cuidado!


¿Qué comer?


Entonces, ¿qué comer? Lo mejor es hacerse algunas pruebas para descartar infecciones intestinales, un SIBO (proliferación bacteriana en el intestino delgado) y permeabilidad intestinal, pues estas dolencias requieren dietas y tratamientos específicos. Un médico especializado te indicará a qué análisis debes someterte.

Si no tienes infección intestinal ni permeabilidad, te puede ir muy bien seguir una dieta básicamente vegetal, con poca grasa y mucha, mucha fibra: cereales integrales ―todo integral―, legumbres en moderación si las digieres bien, verduras de todo tipo, hortalizas almidonosas ―patata, boniato, calabaza, yuca―. Todo hervido, al vapor o a la plancha. Sin aceite o con muy poco aceite virgen prensado en frío. Si quieres tomar algo de pescado, hervido o a la plancha, no lo mezcles con almidones ―cereales, patata, legumbres― sino sólo con verduras verdes o de colores. También te irán genial caldos naturales de hierbas y, si quieres, con algo de pollo ecológico o pescado.

Con una dieta así yo me he curado, me he encontrado de maravilla y he ganado salud y regularidad intestinal. Eso sí, hay que ponerse muy enérgico y evitar esos alimentos que comenté antes, sobre todo azúcares, refinados y lácteos. Y evitar mezclas peligrosas. Lo ideal es hacer comidas muy simples y con pocos alimentos distintos cada vez. Más vale cinco comidas sencillas y ligeras al día que dos muy pesadas con muchos ingredientes juntos.


Los alimentos ricos en gluten (trigo y todos los cereales, salvo el maíz y el arroz) 
pueden provocar inflamación intestinal.

Ojo a las intolerancias


Otra causa de inflamación intestinal pueden ser las intolerancias a algún alimento. He hablado de ello en varias ocasiones, en este blog. Mira aquí.

Si tienes problemas digestivos inexplicables vale la pena hacerse un test de intolerancia, pero serio. Este es el que me hice y recomiendo, por su fiabilidad. Sólo necesitas dar unas muestras de sangre y te lo entregan en breve tiempo. Cuesta dinero, pero ¿acaso no vale más tu salud? Seguro que amortizas la inversión muy pronto, y te ahorrarás sufrimiento y gastos inútiles.

Si no quieres hacerte un test, prueba a eliminar de tu dieta algunos de estos alimentos, que son los que suelen producir más intolerancias. Pasados quince días de dieta “limpia”, ve introduciéndolos uno a uno, con intervalos de una semana, para ver si los síntomas y molestias vuelven. ¡Lo detectarás muy pronto! El cuerpo no engaña…

-        Lácteos.
-        Huevos.
-        Trigo y derivados ―y todo lo que tenga gluten―.
-        Café.
-        Chocolate.
-        Fresas y otras frutas, como melocotones.
-        Tomates y solanáceas ―pimiento, berenjena―.
-        Ajos y cebolla.
-        Nueces y frutos secos.
-        Aceites ―hay personas intolerantes a las grasas, más de lo que parece―.

Cuando descubras lo que te revuelve el estómago y hace que tu tripa se infle como un globo, plantéate muy en serio dejarlo. Y, si te cuesta, piensa en el quirófano. Vale la pena esforzarse un poco para gozar de salud y evitar todo eso, ¿no crees? El alimento es necesario para vivir, pero hay miles de cosas buenas que tomar. Y, finalmente, «la vida es más que el alimento...»

Una clásica menestra de verduras cocidas es excelente para tu intestino. 
Si la cueces al punto, usas ingredientes frescos y la aliñas con hierbas 
y un poco de sal, ¡tiene mucho sabor!

viernes, 8 de marzo de 2019

Cama, calor y ayuno


Cuando tienes una mala digestión o te sientes mal, ¿qué haces? En nuestra cultura, hemos adoptado la mentalidad de “bombero”. ¿Hay un problema? ¡Pronto, hay que buscar un remedio! ¡Urgente! Y casi siempre aparatoso. ¿Me duele la cabeza? Aspirina o gelocatyl. ¿Me duele el estómago? Antiácido. ¿Me siento fatal, o al borde de un ataque de nervios? Pastilla de… o infusión de… La tendencia, casi siempre, es a buscar algo para meternos en el cuerpo. Algo que obre una reacción química milagrosa y nos devuelva el bienestar.



A veces estas pastillas o pócimas funcionan, otras no. Pero casi siempre se cobran su precio, salvo que sean remedios naturales sin efectos secundarios. El precio del uso continuado de fármacos puede ser muy elevado. ¿Sabíais que la aspirina, indirectamente, mata más que los accidentes de tráfico? Los sangrados internos provocados por el uso crónico de esta inocente pastilla causan miles de muertes cada año. ¿Sabíais que un antiácido tan socorrido como el omeprazol acaba empeorando lo que quiere resolver? Si se toma de manera regular, al cabo de los años arruina el sistema digestivo y aumenta el riesgo de sufrir dolencias cardiacas, mentales y hasta cáncer de estómago. Si tenéis valor, leed más en este enlace sobre el ardor de estómago y los terribles efectos del omeprazol.

¿Y qué pasa con los remedios naturales? Hay cientos, y podemos probar a ver cuál nos va mejor. En el mismo enlace encontraréis unos cuantos para el dolor de estómago.

Además, todos conocemos los clásicos: bicarbonato, limón, una infusión de anís o de manzanilla, u otras hierbas digestivas, como la tila, la menta, la marialuisa, el jengibre…

Pero pocas veces pensamos en los remedios más naturales de todos. Los que tendríamos que utilizar si estuviéramos en plena naturaleza, en una isla desierta sin otros recursos. Los que utilizan todos los animales del mundo y les van de primera. Baratísimos y eficaces.

Para mí han sido los mejores remedios, siempre. Cuando estás en medio de una mala digestión toda intervención puede irritar todavía más. O tiene sus secuelas. Lo que me ha funcionado es el triple remedio “C-C-A”: cama, calor, ayuno.



Cama


Cama significa descanso. Puede ser la cama si no te aguantas en pie, un sofá o un lugar donde puedas reposar y encontrar una postura cómoda (a veces para digerir necesitas estar un poco enderezado). Cuando sufres una indigestión, todas las energías de tu cuerpo están concentradas ahí, en el abdomen, intentando arreglar el desaguisado, y te sobreviene un cansancio tremendo, incluso somnolencia. Señal de que tu cuerpo necesita parar y destinar todas sus fuerzas a resolver la guerra intestina.

¿Os habéis fijado en los animales? Cuando se sienten mal, lo primero que hacen es retirarse. Buscan un rincón aislado donde puedan estar tranquilos y se echan. No quieren compañía, ni la necesitan. Sólo reposo y tiempo. Pues esto mismo necesitamos las personas. Si has comido mal o algo te ha hecho daño, lo primero es: ¡stop actividad! Para, busca un lugar tranquilo, descansa. Verás que no tienes ganas ni de hablar, ni de leer, hasta la tele o la música te molestan. Guarda cama y rodéate de silencio. Deja que tu cuerpo se repare y solucione el problema. ¡Tu cuerpo es sabio! Sólo necesita tiempo.



Calor


No siempre se recomienda el calor cuando hay alguna dolencia. Incluso a veces se prescribe frío para bajar la inflamación. Si tienes apendicitis, lo último que te dirán los médicos es que te apliques calor, ¡lo prohíben! Para las indigestiones, algunos naturópatas como el doctor Lezaeta Acharán recomiendan paños fríos o emplastes de barro aplicados sobre el abdomen. Como podéis imaginar, lo he probado y funciona bastante bien. Otro remedio es el baño vital: ir al bidé o a la bañera y echarte agua fría sobre el bajo vientre y los genitales. Da mucha pereza cuando estás mal, pero realmente alivia y hace desaparecer las náuseas. La explicación de este remedio es que el frío intenso del agua baja la fiebre y el calor que se ha acumulado en el abdomen, ayudando a descongestionar la zona.

Pero, aunque puedas aplicarte estos baños o emplastes fríos localmente, tu cuerpo globalmente necesita calor. La indigestión que concentra la sangre en el abdomen puede dejarte frías las extremidades y te destempla. Arrebujarte bajo una mantita, en la cama o en el sofá, incluso ponerte algo caliente en los pies, puede ayudar y darte confort.

La medicina china utiliza la moxibustión para activar algunos puntos esenciales del sistema digestivo. Se trata de varios puntos alrededor del abdomen, que se calientan con agujas de acupuntura o con moxas. Es un sistema un poco aparatoso quizás, pero que también proporciona alivio si se sabe hacer. Además, ahora existen moxas eléctricas, que evitan el humo y tener que quemar varillas. Aquí tenéis el enlace a un aparato muy práctico que puede calentar cualquier parte del cuerpo con un calor seco y concentrado, muy terapéutico. Yo lo tengo, me lo regalaron hace tiempo y la verdad es que lo he utilizado muchísimo.


Ayuno


Y vamos al último remedio. ¡Controvertido! El ayuno tiene tantos detractores como fanáticos entusiastas. La verdad es que es un remedio antiquísimo y sabio, que conocen y han practicado todas las culturas del mundo. Más allá de sus connotaciones espirituales, el ayuno es el remedio más universal y eficiente para cualquier dolencia. Además, es lo primero que pide el cuerpo, aparte del descanso. ¿No habéis notado que cuando os sentís enfermos lo primero que desaparece son las ganas de comer?

Aquí no voy a hablar del ayuno terapéutico o de las curas de ayuno, que son muchas y variadas, y deben hacerse siempre con prudencia y supervisión de algún médico o terapeuta. Hablo del ayuno de emergencia y sin riesgos, que puede durar medio día, un día o dos. Es, ni más ni menos, lo que nuestro cuerpo nos reclama. No meternos más comida adentro para que el sistema digestivo pueda desatascarse y el cuerpo recupere la normalidad.



¿Mala digestión? ¿Empacho, atracón o intoxicación? Si no tienes que correr al hospital por emergencia, descansa, échate en un lugar cómodo y ayuna lo que sea necesario. Al menos, pasa una noche entera sin comer nada, y espera hasta la mañana siguiente. Si continúas sintiéndote mal, alarga el ayuno hasta que tu cuerpo, por sí mismo, sienta hambre y te pida de comer. En esto el mejor médico es tu cuerpo, no lo dudes. Si algo no te entra, es que tu organismo no está en condiciones de asimilarlo y lo va a rechazar.

El ayuno puede incluir tomar un poco de agua, caldo ligero de verduras, jugo de limón e incluso alguna infusión, si la admites y te sienta bien. Nada más. Pero a veces lo ideal es no tomar nada hasta que el “conflicto” se resuelva.

¿Por qué el ayuno es tan beneficioso cuando estás enfermo? Porque la digestión roba muchísima energía al cuerpo. Si ayunas, permites al organismo que todas sus energías se centren en curarse. El sistema inmune puede actuar a toda potencia contra cualquier invasión, los tejidos dañados, si los hay, se pueden reparar mejor. El ayuno es un verdadero descanso para el cuerpo. Junto con el descanso, le estamos dando espacio para que se recupere por sí mismo. Y os aseguro que nuestro cuerpo es bastante más sabio y eficaz que todos los fármacos y laboratorios del mundo.

Cama, calor, ayuno. Tres remedios naturales que están al alcance de todos, son gratis, nos los pide el cuerpo y funcionan de maravilla. Además, su impacto es rápido, indoloro y sin efectos adversos. Los únicos efectos secundarios siempre serán positivos: más vitalidad, bienestar e incluso mejora la calidad de la piel.

De todos modos, mejor es prevenir que curar, siempre. Y la mayoría de enfermedades crónicas y molestias digestivas son evitables. Sólo necesitamos saber qué hacer y qué comer… y ponerlo en práctica. ¡Recordémoslo! Hay mucho sufrimiento evitable en este mundo.

sábado, 16 de febrero de 2019

Amor y digestión


Esta semana ha sido San Valentín. Y será por la moda o por vender, pero seguro que casi todos hemos visto innumerables escaparates decorados con rosas, corazones y mensajes amorosos (y comerciales). Pues bien, aprovechando esta oleada tan dulce, hoy hablaré de amor y digestión. No del amor romántico de los enamorados, pero sí del amor en general, como actitud de vida y como una riqueza que todos tenemos en nuestro interior.

Sabemos que las emociones afectan a nuestra salud, y el amor es fuente de muchas emociones. Si son positivas y placenteras, apenas vemos a la persona amada y sentimos calidez adentro nuestro torrente sanguíneo se inunda de hormonas y sustancias químicas que nos proporcionan bienestar, vitalidad y buen humor. El amor nos relaja y nos llena de energía. Y esto repercute directamente en la calidad de nuestras digestiones.

Y al contrario sucede lo mismo: los sentimientos de tristeza, envidia, odio y enfado, provocan una catarata de hormonas estresantes que se vierten a la sangre y a los órganos vitales. Nos ponen en estado de alerta, aumentan nuestro miedo y nuestra agresividad. Ralentizan o interrumpen algunos procesos vitales que no son de supervivencia: el primero de todos, la digestión. Literalmente, nos envenenan.

De modo que podríamos decir que el amor, desde un punto de vista científico, nos sana y favorece la buena salud, mientras que las emociones negativas nos enferman. El amor contribuye a nuestra buena digestión.

Pero no quiero quedarme en la superficie. Es fácil decir que el amor nos mantiene sanos, y ¿quién no quiere amor en su vida? Pero la realidad del día a día nos muestra panoramas distintos. Muchas personas sufren de desamor: rupturas sentimentales, matrimonios separados, fricción o alejamiento de la familia, conflictos laborales… Nuestras relaciones humanas están marcadas, muchas veces, por la falta de amor. La peor situación, sin embargo, es cuando ya no hay relaciones. Por los motivos que sean, algunas personas se van quedando aisladas, sin vínculos, y acaban cayendo en la soledad más profunda.

Hace pocos meses leí un libro precioso sobre el amor, de Anselm Grün. En este libro se habla de diversas formas de amor, pero no se limita a un discurso bello, sino que toca realidades humanas muy comunes, por desgracia, y cómo abordarlas. Por ejemplo, el caso de una mujer maltratada, o de una persona sola, o de alguien cuyas relaciones familiares son tormentosas…

Me centraré en el caso quizás más frecuente en nuestra sociedad occidental: el de la persona que se ha ido quedando sola, hambrienta de amor, y no lo encuentra. Muchas veces estas personas sufren depresión y todo tipo de enfermedades o problemas físicos. El desamor casi siempre va de la mano de alguna dolencia… ¿Qué decir a estas personas? ¿Cómo ayudarlas? Ellas aseguran que quieren amor, que buscan amor, pero no lo encuentran, o las personas que las rodean no responden a sus demandas. Les fallan, las traicionan, las olvidan… Han entrado en un círculo terrible, un pozo donde cuesta ver la salida.

Anselm Grün ofrece una reflexión que me parece muy iluminadora, y que quiero compartir aquí. Él asegura que toda persona, incluso la más carente de amor, ya tiene amor dentro. El amor es como el agua del cuerpo humano: tenemos sed porque ¡ya somos 70 % agua! Del mismo modo, la sed de amor significa que dentro de nosotros hay un gran potencial amoroso. Y ese amor, que todos tenemos dentro, es lo que podemos cultivar y dejar que florezca, poquito a poco. Lo primero que necesitamos es reconocer que en nuestra vida ¡ya hay amor! Quizás el primer paso, muy básico, sea amarnos un poquito a nosotros mismos. Un amor que se reflejará en el cuidarse, alimentarse bien, descansar, procurar buscar un sustento y condiciones de vida dignas, pedir ayuda con delicadeza, sin exigencia ni agresividad.



Y un segundo paso puede ser aquel que decía san Juan de la Cruz, y que para mí es el que mejor funciona: «Donde no haya amor, pon amor y hallarás amor». ¡Es realmente así! Porque, aunque te parezca que no hay amor, sí que lo hay… dentro de ti. El amor, como la alegría, es algo que no se gasta y que funciona al revés que el dinero o las cosas: cuanto más das, más tienes.

¿Tienes malas digestiones inexplicables? El doctor Mario Alonso lo explica en el caso de una de sus pacientes, que sufría de indigestiones persistentes, sin causa médica identificable. El motivo de fondo era el enojo y la aversión a cierta persona. Cuando logró ser amable con ella, las indigestiones remitieron como por arte de magia. ¿Conclusión? Pon un poco más de amor en tu vida. Pon amabilidad, pon generosidad, pon gentileza hacia los demás. Da algo de ti, aunque te parezca que no tienes nada. Mira más allá de ti mismo y de tu problema. Y serás un poco ―o un mucho― más feliz, y podrás digerir mejor la comida y la vida.

sábado, 26 de enero de 2019

Masaje Bok-bu, ¡un mimo para el sistema digestivo!


¿Existe un masaje especial para mejorar la digestión? ¡Sí! Seguramente hay muchos, pero este es excepcional, y está concebido para beneficiar todo el sistema digestivo y, de rebote, la salud de todo el cuerpo.

Si alguna vez os decidís a probarlo, seguramente vais a experimentar lo mismo que me sucedió a mí: un cambio asombroso en cuestión de minutos, y un enorme bienestar que dura horas, después. Es como si una bocanada de oxígeno, sol y suavidad entrara en tu vientre, y todos los nudos, atascos y tensiones acumulados en la tripa se liberasen. En realidad, esto es lo que ocurre, más o menos, en una sesión de masaje Bok-bu.


El Bok-bu forma parte de una disciplina, el Keng-rak, que abarca el masaje de todo el cuerpo. Es una de las ramas de la medicina tradicional coreana, muy similar a la china o la japonesa. Las medicinas orientales, como muchos de vosotros ya sabréis, descansan en varios pilares: remedios herbales, acupuntura, dieta, masajes y otras terapias. En China encontramos el masaje tuina, en Japón el shiatsu y en Corea el Keng-rak.

El masaje se utiliza para equilibrar las energías del cuerpo, pero también para movilizar y colocar los órganos en su sitio. El Bok-bu es único porque se centra a fondo en la zona abdominal; su finalidad es proporcionar bienestar digestivo y liberar la energía bloqueada en la zona, o bien atraer calor a las entrañas, si hubiera una carencia.

Muchos de nosotros estamos familiarizados con el concepto de energía vital en la medicina china. En la medicina occidental se prioriza lo puramente material ―órganos, tejidos, química corporal―, pero la verdad es que los seres humanos, y todo ser vivo, no sólo somos materia, sino energía que fluye. La vida, de hecho, es pura energía. ¿Qué diferencia un cuerpo vivo de un cadáver? Justamente, la energía que fluye por él. De la misma manera que podemos tener retención de líquidos o mala circulación de la sangre, podemos tener bloqueos y mala circulación de energía en nuestro organismo. Y esto, a corto o a largo plazo, produce enfermedad y dolor.

Sanar un bloqueo o una carencia energética requiere a veces varias terapias o tratamientos. Pueden incluir una cierta alimentación, ejercicio, descanso, acupuntura y también masaje. El solo contacto físico con otras manos ya provoca un fluido de energía. Si, además, los movimientos son precisos y están dirigidos a mover, desbloquear y estimular los órganos internos, el efecto se multiplica. Por este motivo el masaje Bok-bu genera tanto bienestar.

Por otra parte, en la medicina oriental la digestión es un proceso clave. Una mala digestión, o un problema en cualquier tramo del tubo digestivo, es el origen de la mayoría de enfermedades. De ahí la importancia de asegurar unas buenas digestiones para la salud integral de la persona.

El introductor en España de este masaje es Lee Kyu Moon, que tiene escuela y un centro de terapias abierto en Barcelona: Cielo y Tierra. Teresa, mi terapeuta amiga, es una de sus discípulas aventajadas. Si sufrís de malas digestiones, o de problemas tan comunes como el estreñimiento, y tenéis la ocasión de buscar algún centro donde practiquen este masaje, ¡os lo recomiendo!


domingo, 13 de enero de 2019

Digerir la vida: tragarse un marrón


¡Año nuevo, vida nueva! Hoy voy a iniciar una serie más centrada en el tema que da título a mi libro, Digerir la vida. Pero la iré alternando con otras cosas que he aprendido sobre alimentación y salud, así como consejos prácticos para que tu digestión sea un placer, y no un suplicio.

Digerir la vida parece algo poético o simbólico, pero no lo es tanto. En realidad, muchas indigestiones físicas que sufrimos vienen de situaciones que nos caen encima, nos alteran la vida y no siempre podemos asimilar bien. No tenemos la culpa, pero sufrimos las consecuencias. Os sonarán expresiones muy corrientes, como “tener tragaderas”, “tragarse el sapo” o “comerse un marrón”.

A nadie le gusta tragarse esas cosas horribles, pero hay personas que parecen nacidas para ir engullendo todos los “marrones” que se les presentan en el camino. Incluso algunas tienen como una especie de vocación de ir recogiendo los marrones ajenos y comérselos. Quizás con la mejor intención... pero con nefastas consecuencias, para su salud y su felicidad.

Lo mejor que podemos hacer


Hace tiempo, después de mi operación intestinal, descubrí que una de las mejores cosas que puedes ofrecer al mundo es ser feliz y florecer tal como tú eres, desprendiendo tu perfume particular y aportando tu color propio. Si el mundo es un gran campo de flores, ¿qué mejor puedes hacer, que crecer, desplegarte y aportar tu nota de belleza y vitalidad? Nada será mejor que esto: ni intentar parecerte a otra flor distinta, ni marchitarte para dejar crecer a las plantas de al lado, ni dejar de abrir tus pétalos para no ser vista... Nada será mejor que tu propio florecimiento. Y esto se traduce en reflexiones como estas. Ni tu sacrificio, ni tu auto-machacarte, ni tu falsa modestia, ni tu anulación van a ser buenas para el mundo y para los demás. Si quieres hacer un bien, ¡sé tú misma, florece y haz aquello que exprese mejor tu libertad!



Por supuesto, en el mundo no estamos solos. Convivimos con otras personas y no podemos crecer sin ellas ni apartados de ellas. Las cosas no siempre son como nos gustan. La libertad va unida a la responsabilidad, y también a la voluntad. Si deseas algo, casi siempre tendrás que luchar por ello. Es libre no quien sigue su capricho del momento, sino quien se entrega y pelea contra viento y marea por aquello que ama.

Una vida con propósito es el camino para el florecimiento. Y descubrir tu propósito no siempre es fácil ni rápido. Muchas personas pasan años buscando y tanteando... No todas lo encuentran, o van cambiando. El propósito tampoco es algo trivial: es más que una simple meta profesional o familiar, es más que un objetivo de empresa. El propósito es una dirección que guía toda tu vida, tu estrella del norte, tu vocación. Es aquello que te llama desde lo más hondo de ti mismo. No se puede descubrir el propósito vital sin cultivar la interioridad, sin practicar el silencio.




¿Hemos de tragarlo todo?


Vuelvo al tema inicial. Si lo mejor que podemos hacer es florecer, encontrar nuestro camino nos ayudará y contribuirá a nuestra salud, tanto física como anímica. ¡Y a nuestras digestiones!

En el camino nos toparemos con dificultades y obstáculos, como todo el mundo. Y en nuestro día a día siempre hay situaciones desagradables que afrontar, y a veces no somos responsables de ellas, ni sus causantes. ¿Debemos tragarlas todas?

¡Marrón a la vista! ¿Qué hacer? Un “marrón” es como una curva peligrosa en la carretera. Lo primero es frenar. Ante una situación problemática, lo mejor es parar un poco y pensar. ¿Debo tragarme eso? ¿Puedo esquivarlo? ¿Qué consecuencias tendrá hacer una cosa u otra? ¿A quién beneficiará? ¿A quién perjudicará?

Si nos hacemos estas preguntas veremos que hay cosas que no tenemos por qué tragar. No nos va a beneficiar a nosotros, pero tampoco a los demás. Nos harán daño y nadie saldrá ganando. ¿Realmente debemos pasar por eso?

Por ejemplo: una visita, un compromiso, un trabajo que no nos toca hacer o un error que reparar... Pero también puede ser una compra, una oferta, una invitación. Ahora que nos bombardean los e-mails y los mensajes de whatsapp, quizás haya muchas cargas que nos entren de manera imprevista a través de nuestros accesorios móviles. ¿Tenemos que tragar todo eso?

Los malos tragos de la vida no siempre son inevitables ni obligatorios. A veces nos los autoimponemos y no nos paramos a pensar si realmente tenemos que pasar por ellos. ¡Vamos tan aprisa! Vamos con piloto automático y topamos con todos los baches. Hay que saber decir STOP. Y aprender el valor de un NO bien fundamentado.



Cuando no hay más remedio...


Pero hay veces que ¡sí! No hay más remedio que tragarse el sapo. Hay situaciones que no podemos eludir, que nos caen encima, inevitables y pesadas. Un accidente, una muerte, un trabajo obligatorio, o una pérdida de trabajo, un deber mayor o un compromiso familiar...

¿Qué hacer, entonces? ¿Cómo digerir estas situaciones duras de tragar?

Quizás nos ayude esta comparación. Tragar un marrón es como tener que digerir un plato muy fuerte. Si no podemos evitarlo, la mejor manera es... tomárselo con calma. Respirar hondo, e irlo tomando muy despacio, bocado a bocado, masticando bien, rumiando, tragando poco a poco. Nada de deborar y engullir. De esta manera, hasta la comida más potente se hace más digerible y nuestro sistema puede asimilarla mejor. Después, si es posible, podemos echar mano de algunos remedios y ayudas: una infusión, un chorrito de limón, un poco de piña o algo que ayude a “bajar”. 

En la vida, estos lenitivos pueden ser ayudas humanas: compañía, consejo, consuelo de una persona cercana o amiga, un tiempo de descanso, un cambio de ritmo o de actividad para compensar... A veces pueden ser también lecturas, formación, buscar un grupo de autoayuda, hacer deporte, distraerse con un hobby, salir a caminar o tomar el sol. ¡Mil cosas! Todos podemos encontrar paliativos sanos para superar mejor las situaciones difíciles de digerir.

Escribir es otro gran remedio. Escribir ayuda muchísimo a «digerir la vida», pues nos permite ordenar nuestro pensamiento y reflexionar sobre lo ocurrido con más calma y profundidad, a la vez que nos desahogamos y podemos expresar lo que hay dentro de nosotros. No se necesita ser un gran literato: basta una libreta o diario y un bolígrafo... o un teclado y un ordenador. Escribir es terapéutico: ¡los dedos liberan muchísima energía contenida!



Finalmente, y yendo al plano más biológico, mi experiencia es esta. Si cuando tienes que afrontar una situación estresante, retadora o desagradable te cuidas bien y procuras comer muy suave y frugal, todo pasa mejor. Atracarse de dulce, beber o fumar no son buenos paliativos y empeoran las cosas, aunque todos tendamos a refugiarnos en alguna de estas compulsiones para “paliar” el marrón. Incluso, en ciertas circunstancias, lo mejor es afrontarlas en ayunas. El cuerpo está más ligero, la mente más despejada y toda tu energía puede concentrarse en lo que estás haciendo. Estás más atento, más lúcido y vives a fondo el momento, preparado para lo que convenga. Una digestión pesada no te ayudará a pasar mejor por esos momentos difíciles. Al contrario, puede aumentar tu ofuscación y tu tristeza.



En resumen, ante los “marrones” que nos presenta la vida, podemos optar. Si no es necesario ni bueno para nadie, digamos un ¡no! rotundo y evitémoslos. Si no tenemos otra que tragarlos, seamos buenos con nosotros mismos y procuremos “masticarlos” a fondo y con calma, para que podamos digerirlos con la mayor suavidad posible y extraer algo bueno de ellos.

Por cierto...

¿Malas digestiones o resaca después de fiestas? Os recuerdo una receta de una infusión fantástica para después de un atracón (la tríada de mi madre), y esta otra es invento mío y de verdad que sienta muy, muy bien.

viernes, 7 de diciembre de 2018

Lo que comen nuestros niños


Hoy quiero hablar de algo que me parece crucial para todos aquellos que sois padres, madres, abuelos o educadores. Hace poco vi un vídeo por Internet y me quedé pensando... ¡Tengo que compartir esto!

En los últimos años se habla muchísimo de hiperactivismo infantil, déficit de atención, violencia escolar, bullying, trastornos de aprendizaje, depresión entre niños y adolescentes y hasta intentos de suicidio, en estas edades en que el niño o el joven deberían rebosar de ganas de vivir. Por desgracia, son realidades que nos encontramos cada día. También se habla de la obesidad infantil, que va en aumento de forma alarmante, y de casos cada vez más frecuentes de infartos, arteriosclerosis y problemas cardiovasculares entre niños y adolescentes.

Uno se pregunta por qué los niños de ahora sufren todos estos problemas. Enfermos, deprimidos, alterados, nerviosos o violentos... ¿qué les pasa? Muchos apuntan al estrés, a la inestabilidad familiar, a la separación de los padres, incluso a la crisis económica. Pero quizás pocos se han preguntado si todo esto no tendrá algo que ver con lo que comen nuestros niños.

Os voy a contar un caso extraordinario. Para los que sepáis inglés, os invito a ver este video de la Price-Pottenger Foundation. A partir del minuto 7:50 se habla de la estrecha relación entre conducta y comida, y del caso de la Escuela Central de Appleton, en Wisconsin (USA).

Es una escuela de secundaria, como tantas otras, que hasta hace poco tenía los problemas típicos de cualquier colegio público: absentismo, violencia, fracaso escolar, alumnos desmotivados y con problemas para estudiar, profesores angustiados e impotentes... Un desastre. La escuela ofrece comedor diario a sus estudiantes, y un buen día el director y su equipo decidieron algo nuevo. De la noche a la mañana desparecieron las máquinas de bebidas enlatadas y aperitivos dulces y salados y, en su lugar, colocaron unas fuentes de agua. El menú escolar cambió radicalmente: eliminaron todos los alimentos procesados e introdujeron verduras, frutas, legumbres, carne, pescado y huevos. Muchas ensaladas. Nada de fast food. Nada de cocacolas y zumos dulces. Nada de chucherías, helados o pizza.

¿Qué sucedió? El absentismo escolar cesó y la violencia desapareció de las aulas. Los mismos alumnos han reconocido que ahora pueden concentrarse mejor y estudiar, su rendimiento académico y deportivo ha aumentado de forma notable. Los profesores desmotivados, que estaban a punto de pedir un traslado, han pedido renovar su contrato. La escuela ha cambiado radicalmente con tan sólo modificar la dieta de los estudiantes.


No es tan extraño: lo que comemos altera nuestra bioquímica corporal y cerebral. Y si la bioquímica cerebral no está bien... nuestra conducta se ve afectada, y también nuestro rendimiento intelectual. Un exceso de grasas, azúcares y aditivos artificiales, como los que componen tantos alimentos procesados, acaban desequilibrando, no sólo nuestro cuerpo y nuestro peso, sino nuestra mente. Y de ahí muchas depresiones, estallidos de violencia, altibajos emocionales, dificultad para concentrarse, bruma mental...

Por supuesto, la comida no lo es todo en la conducta. Pero es un factor crucial que deberíamos tener en cuenta. Y más si hablamos de nuestros niños, que en esas edades se están jugando su futuro y su salud. ¿Damos de comer adecuadamente a nuestros niños y jóvenes?

¿O los estamos “drogando” a base de azúcar, chuches y comida rápida, que les encanta, pero que los enferma y los anestesia, impidiendo que crezcan bien y dén todo lo mejor que pueden dar de sí?

Hace poco leí que la reina Letizia había obligado al colegio donde van sus hijas a retocar sus menús, eliminando los fritos, procesados y comida rápida. Todo lo que sirven a sus alumnos ha de ser orgánico, incluyendo mucha fruta, verdura, legumbres y carne y pescado de calidad. La noticia despertó no pocas críticas en ciertos medios, pero me pregunto: ¿No es lo que toda madre consciente, si pudiera, pediría para sus hijos? Si queremos darles lo mejor, ¿por qué les damos comida chatarra?

Hoy tenemos todos los medios para buscar información sobre una buena nutrición y, afortunadamnte, casi todos tenemos acceso a alimentos sanos, aunque no siempre puedan ser ecológicos. Muchos quizás ya sabemos qué nos conviene comer, y qué conviene a nuestros niños... ¿Por qué nos cuesta vivir esto cada día?

Lo que comen nuestros hijos es mucho más relevante de lo que pensamos. Un extra de tanto en tanto no es problema... El problema es cuando los “caprichos” son a diario, y varias veces al día. O cuando se convierten en la base de su alimentación. Al final salen muy caros y generan mucho sufrimiento. ¿Creéis que es normal que una niña de nueve años tenga que hacer  régimen porque está obesa y se le deterioran las articulaciones? ¿O que un chico de quince años haya sufrido una angina de pecho y se esté tomando Sintron con regularidad? ¿O que una chica de doce piense en suicidarse, o un niño de ocho esté peleándose y pegando a sus compañeros dos días de cada tres? Por desgracia, casos similares todos conocemos unos cuantos. Y hay algo, muy simple, que podemos hacer y que está en nuestras manos. ¡Revisemos la alimentación!


Cuatro sencillas pautas


Cuatro NO:
-        No a las chuches y los azúcares.
-        No a la bollería y todos los preparados con harinas blancas (panes, pizzas, galletas...)
-        No a las bebidas dulces envasadas.
-        No a los fritos y rebozados, ni a las croquetas o empanadillas que-no-se-sabe-lo-que-llevan.

Batidos hechos en casa: una forma deliciosa de tomar frutas, para los que se resisten.


Cuatro SÍ (para sustituir):
-        Sí a las frutas (si no les gustan, podéis probar batidos, macedonias o smoothies deliciosos que no resistirán).
-        Sí al pan integral artesanal y a las féculas integrales: arroces, legumbres, patatas, pasta integral.
-        Sí al agua fresca y a los caldos.
-        Sí a la carne, pescado y huevos, a ser posible orgánicos, y a la plancha o al horno, nada de fritos y empanados.

Almidones integrales: a casi todo el mundo le gustan.


Y, por supuesto, buscad formas creativas de cocinar las verduras, ¡son una joya y tienen un sabor increíble! La pasta o la pizza que tanto les gusta a los niños tiene sabor por el tomate y la cebolla de la salsa. Casi todo lo que da buen sabor a la comida es de origen vegetal, ¡aprovechadlo!

Probar nuevos sabores y colores y estimular su creatividad culinaria: 
un aliciente más para comer sano.


Una precisión final para los que sois papás. A veces el tema de la comida, con los niños, es una guerra. Lo sé porque yo fui una niña de mal comer y causé muchos quebraderos de cabeza a mi pobre madre... La clave es la constancia y la coherencia. No os canséis y dad ejemplo. Tampoco lo planteéis como un castigo o una obligación. Si los niños ven que vosotros coméis sano y que toda la familia come lo mismo, acabarán acostumbrándose. Si además les explicáis las bondades de esos alimentos y le ponéis creatividad y gusto a los platos, ¡terminarán encantándoles! Y un día os lo agradecerán.

¿Queréis más ideas? La doctora Odile Fernández acaba de publicar su libro Mi niño come sano, con más de 90 recetas saludables. ¡Es una referencia de primera!

viernes, 30 de noviembre de 2018

Intolerancias mentales


Hoy quiero hablar sobre otro tipo de intolerancias que pueden afectar nuestra digestión ―y nuestra salud― tanto como las intolerancias biológica a ciertos alimentos.

¿Intolerancias mentales? Cuando oímos la palabra intolerancia a secas, quizás pensemos en actitudes rígidas o fundamentalistas. Pensamos en tiranía, en represión, en falta de libertad o en cerrazón mental. Pero una intolerancia mental, vivida a nivel personal, es exactamente lo mismo que una intolerancia alimentaria: algo ―una situación, una persona, un tema― te produce tal irritación y rechazo que te saca de tus casillas. Te altera todo: la psique y el cuerpo. Es algo que no puedes tragar. Literalmente, te pone enfermo.

Hay malas digestiones que son, sencillamente, causadas por este tipo de intolerancias. Pueden darse en personas que se han hecho todo tipo de pruebas, han ido de médico en médico y son un caso perdido: aparentemente «no tienen nada», pero sus digestiones son una ruina y su vida pierde calidad por ello.

El doctor Mario Alonso Puig, en algunas de sus conferencias, cuenta el caso de una paciente suya que sufría una de estas intolerancias, por así decir. Hablando con ella, logró descubrir qué era lo que le causaba tanto rechazo y repulsión. Mejor dicho, quién era el causante. Le recomendó una terapia peculiar... ¡y la mujer sanó! En poco tiempo desaparecieron sus molestias y recuperó el bienestar. No lo cuento para que podáis disfrutar de la charla, que merece la pena.


¿Una intolerancia mental?


La intolerancias pueden deberse a miedos, o pueden ser reacciones causadas por una herida muy honda. Si una situación nos ha marcado o una persona nos ha hecho daño ―una traición, un abandono, algún tipo de maltrato físico o emocional― es lógico que toda situación que nos recuerde o nos abra esa herida nos produzca alergia o dolor. A veces, incluso puede despertar en nosotros reacciones violentas, agresivas con los demás o con nosotros mismos. Toda persona o circunstancia que nos haga revivir aquel trauma nos va a alterar. Nuestro cuerpo se va a poner en estado de alerta. El cerebro ordenará a las glándulas que segreguen ciertas hormonas que nos prepararán a una de estas reaciones: huída, ataque o parálisis. Tendremos una subida de adrenalina, cortisol y otras sustancias. Si esta reacción se da de manera repetida y se hace crónica, nuestra salud caerá en picado, porque nuestro cuerpo no está preparado para vivir en estrés permanente.

El primer afectado por la reacción ataque-huida es el sistema digestivo. Si tu cuerpo se prepara para la lucha o la huída, ¡la digestión es lo último! Se detiene la secreción de jugos gástricos, se paralizan los intestinos, todo el proceso queda bloqueado. La digestión se alarga y acabará en un tránsito intestinal desastroso ―estreñimiento o cólico―, con todas las molestias que conlleva: hinchazón, gases, dolor, ardor de estómago...

¿Qué hacer ante una intolerancia mental?

Porque muchos de nosotros las padecemos, o las hemos padecido alguna vez, incluso sin ser conscientes de ello.

Quizás lo primero sea identificarla. Podemos ocultar o disfrazar, pero en el fondo, todos sabemos muy bien lo que nos produce rechazo, lo que nos enerva o altera. Un poquito de introspección o un diálogo con alguien de confianza nos permitirá descubrir al «agente alérgeno».

Una vez la hayamos identificado, un segundo paso puede ser ver qué opciones tenemos. ¿Podemos huir? ¿Es mejor aguantar y no hacer nada? ¿Podemos resolver la situación?

El tercer paso es elegir una opción y actuar... o no actuar.



Escapa


Por huir me refiero a evitar exponernos a esas situaciones que nos amargan. O bien evitar encontrarnos con la persona que nos genera tanto conflicto. A veces la huída es la mejor y la única alternativa. Si no es posible hacer nada al respecto y la irritación o el dolor son muy fuertes, lo mejor es, por el momento, la evitación.

Pero, claro, evitar ciertas cosas nos puede limitar mucho la vida. Los psicólogos lo saben bien. Una persona acosada por miedos y traumas puede reducir su ámbito vital, sus relaciones, sus actividades... Puede verse realmente presa de sus miedos y traumas, con lo cual su existencia quedará muy empobrecida.



Resiste


¿Aguantar? No es la mejor solución, pero es lo que toca cuando no podemos hacer realmente nada más o cuando actuar es contraproducente ―el remedio peor que la enfermedad―. A veces no queda otra que afrontar ciertas situaciones y entonces quizás lo más prudente sea tomar medidas para que el aguante no nos destroce, y sea lo más llevadero posible. Muchas personas que se ven atrapadas en situaciones o relaciones poco sanas, conflictivas o incómodas, pero que no pueden evitar, acaban desarrollando estrategias que compensen el dolor. Desde espacios de tiempo para ellas mismas, hacer alguna actividad gratificante, ir a caminar o hacer deporte, escribir, estudiar algo que les guste, encontrarse con amigos... Cuando no hay otra solución, hay que buscar consuelos. Lo delicado aquí es procurar que estos paliativos sean sanos y creativos. Porque muchas veces se cae en adicciones justamente para suavizar este dolor. Las más corrientes: comida, alcohol, tabaco, conectarse a los dispositivos electrónicos, juego...



Inventa algo nuevo


Creo que la mejor alternativa, siempre que sea posible, es ser creativos y procurar buscar soluciones. ¿Hay alguna manera posible de resolver la situación? ¿Se puede deshacer el nudo sin violencia? ¿Puedo buscar salidas constructivas?

Aquí es donde necesitamos pedir ayuda. Porque a veces estamos tan obcecados, tan sumergidos en el problema, que nos falta perspectiva para atisbar otras opciones.

¿Quién nos puede ayudar?

Es una tentación pensar que los demás no nos pueden ayudar, porque no pueden comprender a fondo nuestra situación: no están en nuestra piel, no son iguales que nosotros, ¡no han vivido lo mismo! Pero justamente por eso, porque no están metidos en el lodo, pueden tener una visión más amplia y pueden ayudarnos. Imaginad una persona que se ahoga... ¡la que intente ayudarla no puede estar ahogándose tambien! ¿Qué sería de la psicología si todos los psicoterapeutas tuvieran que sufrir las mismas patologías que sus pacientes? ¿Podrían los médicos ayudar si estuvieran enfermos?

Pero hay personas que han pasado por situaciones similares, las han superado y nos pueden ayudar. El «sanador herido» es una realidad. Nadie mejor que un «ex» para ayudar a otro que todavía está metido de lleno en el problema. También funcionan algunos grupos de autoayuda. Compartir con otras personas que sufren situaciones similares, escuchar y ser escuchado, empatizar, es un gran soporte. De hecho, en ciertas adicciones y trastornos, parece que la mejor terapia, la que funciona más y de forma más duradera, es precisamente participar en un grupo de autoayuda.

Los demás nos curan. Los demás nos hacen de espejo para ver más claro nuestra situación, los demás nos pueden acompañar y nos dan la fuerza moral necesaria para salir del hoyo. Yo lo he vivido así una y otra vez. Cuando parece que no hay salida, que me estrello contra un muro, resulta que sí hay alternativas... sí hay soluciones, o al menos paliativos sanos. Todo empieza cuando te abres y confías tu problema a una persona amiga. ¡Hablar es ya empezar a solucionar el problema!

La cuestión es encontrar quien te ayude de verdad. Ya sea un terapeuta, un familiar, tu pareja o un amigo. Porque no todas las personas ayudan. Quien te ayude de veras:
-        Te escucha sin juzgarte, con simpatía, con comprensión.
-        Respeta tu manera de ser, tus ritmos y tu libertad.
-        Te ofrece salidas creativas, no para “cambiarte” o “arreglarte”, sino para ayudarte a salir del sufrimiento.
-        Habla con sinceridad: a veces te dice cosas que no quieres oír...
-        Te acompaña en las decisiones que tomes, sean cuales sean.
-        No te abroncará ni te abandonará si decides no actuar y permanecer atascado en el problema.
-        Pero tampoco se dejará arrastrar por ti. No te podrá ayudar nunca si los dos quedáis atrapados en el bucle.


Ayudas que no funcionan


Puedo equivocarme, pero hay dos tipos de ayuda que no funcionan, al menos que yo sepa. Una es regalarte el oído. Todos necesitamos que nos regalen el oído alguna vez... Pero os explicaré un ejemplo real. Hace tiempo conocí a una señora con fibromialgia. Hablando, le pregunté si había buscado alguna asociación de pacientes o un grupo de apoyo. Me dijo que sí, que había estado yendo una temporada a un grupo de mujeres que sufrían la enfermedad, pero que lo había dejado porque cada vez que iba, salía más desmoralizada. Las mujeres hablaban y se escuchaban, sí, pero, según me contó, todo era dar vueltas y vueltas al problema, sin salir del mismo punto. «Y yo necesito hacer algo», me dijo. «Necesito ponerme en marcha y salir de ahí.»

Otra ayuda que no funciona es la de aquellas personas bienintencionadas y un poco impacientes que quieren «arreglarte» ya, y a su manera. Creen que saben mejor que tú lo que necesitas y te ofrecen soluciones rápidas o expeditivas. Van de terapeutas sin serlo. A veces aciertan, a veces no. Pero no tienen paciencia para escucharte y comprender tu problema. Si tu pareja, tus amigos o tus familiares son así, quizás te sientas bastante solo. Como quieren «arreglarte», además, te queda la triste sensación de que te ven como a un cacharro estropeado, alguien incompleto o con una tara o carencia. Estás herido, pero no eres un coche averiado. Simplemente, necesitas curarte. Y la sanación lleva tiempo.

Esta imagen me hizo mucha gracia... :)


¿Hay soluciones?


Ante una intolerancia alimentaria, está claro que la mejor estrategia es la evitación. Si no como ciertos alimentos, estoy genial. ¡Ya sé qué debo hacer! Hay miles de opciones dietéticas, así que, con un poco de información, puedo nutrirme perfectamente renunciando a comer ciertas cosas.

Pero un día hablé con una homeópata que me dijo: Está bien evitar x alimentos. Pero se puede ahondar más. ¿Por qué eres intolerante a eso? ¿Qué ocurre en tu intestino? Si se logra una sanación completa, no tienes por qué ser intolerante. El cuerpo humano tiene una capacidad de regeneración maravillosa, que no conocemos del todo.

Me quedé pensativa. De momento, la idea quedó ahí. Ahora me pregunto si con las intolerancias mentales no sucederá lo mismo. Quizás una alergia o una intolerancia física es inevitable, porque nuestros genes y nuestra biología están implicados. Tampoco pasa nada por evitar ciertos alimentos, siempre que lo lleves con paz y buen humor.

Pero con las intolerancias mentales es diferente, pues la evitación nos puede cerrar muchas oportunidades de crecer y ser felices. Nuestra mente no posee los mismos límites que nuestro cuerpo. Tiene un potencial inmenso y desconocido. ¿Será posible superar las intolerancias mentales con alguna forma de terapia interior?

Hablaré de lo único que sé, que es mi experiencia personal. Ojalá pueda ayudar a otros. Sí hay una manera de curarse de las intolerancias mentales o psíquicas. O mejor dicho, varias. Y hay un remedio que siempre funciona, aunque nos resulte un poco «caro» o costoso de aplicar.



Remedios posibles


Los psicólogos, ante una persona con fobias, miedos o ansiedades, recomiendan una terapia que llaman de «exposición». Se trata de exponerte a aquello que temes o te saca fuera de ti, de manera controlada, acompañada y poco a poco. Así, a pequeñas dosis, puedes ir superando el miedo o la obsesión. Recuerdo la primera vez que tuve que leer algo en público. Me puse tan nerviosa que me entró un cólico tremendo. Afronté la lectura, pero aquel día mis tripas se descompusieron. No obstante, no me eché para atrás. A base de leer en público una y otra vez, incluso de hablar, y dar charlas, ahora lo hago a menudo, con soltura, e incluso me gusta y me divierte. Nadie que me oye diría que me costó tanto, al principio. Nadie diría que yo fui una persona tímida y nerviosa, con pánico ante la sola idea de tener que hablar en público. Esto me ha ocurrido con varios miedos que he aprendido a superar a lo largo de mi vida. Cosas que ahora disfruto y hago con facilidad, en un primer momento me aterrorizaban.

Pero ¿qué ocurre cuando la intolerancia mental se da con una persona, o unas personas? ¿Qué ocurre si esa persona es alguien que nos ha hecho daño, nos ha traicionado, nos maltrata o, simplemente, nos «revienta» con su forma de ser y hacer?

Si es posible alejarte o mantener la distancia, a veces es lo más saludable y lo mejor. Por ejemplo, en el caso de un maltratador o de alguien que te ha jugado la peor trastada de tu vida. De todos modos, esto no cura la intolerancia, simplemente evita que estalles. Cuando te veas con una persona similar o en una situación que te haga revivir el trauma, el problema asomará de nuevo.

¿Y si es un familiar cercano, un colega de trabajo, un jefe o alguien cuya presencia es inevitable? Pues aquí una opción es intentar ver a esa persona de otra manera. Intentar encontrar sus puntos buenos, comprender por qué es así y por qué actúa de esa forma. Verla con compasión. Verla con empatía, si es posible. Ser amables con ella. Si sabemos que hay comentarios o acciones que nos disparan ―o la disparan a ella―, aprender a no apretar el gatillo. Buscar los puntos de encuentro y evitar los roces en lo posible. Si no, tomárselo con calma, paciencia y humor. Contener la violencia o el estallido, siempre. No hay otra.

Finalmente, el gran remedio que cura la herida, al menos la propia, es el perdón.

Un arte que sana


Sé que el perdón es difícil. Hay psicólogos que no están de acuerdo con él, porque alegan que es una forma de minimizar el daño y de disculpar a la persona que lo causó. Para mí es el único remedio que funciona siempre. Pero ojo, perdonar no significa exponerse y hacerse vulnerable de nuevo. No significa ser masoquista y someterse a la otra persona, o a una situación dolorosa. Puedes ―o debes― alejarte, pero desde la distancia, aprender a perdonar y no odiar.

Cuando lo consigues, tu herida empieza a sanar. Recobras paz. Poco a poco, con el tiempo, ocurre algo que parecía increíble. Si un día te encontraras cara a cara con esa persona que tanto rechazo te provocó, serías capaz de saludarla, sonreír y hasta desearle lo mejor.

Entonces la herida se cierra.

Sé que no es fácil. Cuesta sudor y lágrimas. Pide tiempo. A mí me ha costado años perdonar a ciertas personas y ciertas situaciones. Sí, años. Pero lo he vivido una y otra vez. Cuando decides perdonar, de verdad, cuando logras perdonar, algo dentro de ti se renueva. Entra aire limpio, luz, vida. No acabaría contando las bellezas y el bienestar que puede despertar dentro de nosotros el perdón.

Y la intolerancia, poco a poco, se va curando. Afrontas situaciones similares, pero ya no te desmoronas emocionalmente, no te cierras en ti misma, no te enfureces ni te dejas herir. Pides ayuda. Te dejas ayudar. Buscas salidas. Respiras y te lo tomas con mayor paz.

Puedes tener un rebrote de intolerancia, pero será mucho más leve. Pasará antes. Y saldrás fortalecido.

Si para curar una intolerancia alimentaria se requiere, quizás, un cambio en el metabolismo y hasta en los genes (algo a veces imposible), para curar una intolerancia mental se requiere otro cambio profundo, que en la psique es posible. Quizás no podemos cambiar nuestros genes, pero sí podemos pensar y sentir de otra manera. El perdón cambia nuestra «genética mental», por así decir, y nos cura.