viernes, 30 de noviembre de 2018

Intolerancias mentales


Hoy quiero hablar sobre otro tipo de intolerancias que pueden afectar nuestra digestión ―y nuestra salud― tanto como las intolerancias biológica a ciertos alimentos.

¿Intolerancias mentales? Cuando oímos la palabra intolerancia a secas, quizás pensemos en actitudes rígidas o fundamentalistas. Pensamos en tiranía, en represión, en falta de libertad o en cerrazón mental. Pero una intolerancia mental, vivida a nivel personal, es exactamente lo mismo que una intolerancia alimentaria: algo ―una situación, una persona, un tema― te produce tal irritación y rechazo que te saca de tus casillas. Te altera todo: la psique y el cuerpo. Es algo que no puedes tragar. Literalmente, te pone enfermo.

Hay malas digestiones que son, sencillamente, causadas por este tipo de intolerancias. Pueden darse en personas que se han hecho todo tipo de pruebas, han ido de médico en médico y son un caso perdido: aparentemente «no tienen nada», pero sus digestiones son una ruina y su vida pierde calidad por ello.

El doctor Mario Alonso Puig, en algunas de sus conferencias, cuenta el caso de una paciente suya que sufría una de estas intolerancias, por así decir. Hablando con ella, logró descubrir qué era lo que le causaba tanto rechazo y repulsión. Mejor dicho, quién era el causante. Le recomendó una terapia peculiar... ¡y la mujer sanó! En poco tiempo desaparecieron sus molestias y recuperó el bienestar. No lo cuento para que podáis disfrutar de la charla, que merece la pena.


¿Una intolerancia mental?


La intolerancias pueden deberse a miedos, o pueden ser reacciones causadas por una herida muy honda. Si una situación nos ha marcado o una persona nos ha hecho daño ―una traición, un abandono, algún tipo de maltrato físico o emocional― es lógico que toda situación que nos recuerde o nos abra esa herida nos produzca alergia o dolor. A veces, incluso puede despertar en nosotros reacciones violentas, agresivas con los demás o con nosotros mismos. Toda persona o circunstancia que nos haga revivir aquel trauma nos va a alterar. Nuestro cuerpo se va a poner en estado de alerta. El cerebro ordenará a las glándulas que segreguen ciertas hormonas que nos prepararán a una de estas reaciones: huída, ataque o parálisis. Tendremos una subida de adrenalina, cortisol y otras sustancias. Si esta reacción se da de manera repetida y se hace crónica, nuestra salud caerá en picado, porque nuestro cuerpo no está preparado para vivir en estrés permanente.

El primer afectado por la reacción ataque-huida es el sistema digestivo. Si tu cuerpo se prepara para la lucha o la huída, ¡la digestión es lo último! Se detiene la secreción de jugos gástricos, se paralizan los intestinos, todo el proceso queda bloqueado. La digestión se alarga y acabará en un tránsito intestinal desastroso ―estreñimiento o cólico―, con todas las molestias que conlleva: hinchazón, gases, dolor, ardor de estómago...

¿Qué hacer ante una intolerancia mental?

Porque muchos de nosotros las padecemos, o las hemos padecido alguna vez, incluso sin ser conscientes de ello.

Quizás lo primero sea identificarla. Podemos ocultar o disfrazar, pero en el fondo, todos sabemos muy bien lo que nos produce rechazo, lo que nos enerva o altera. Un poquito de introspección o un diálogo con alguien de confianza nos permitirá descubrir al «agente alérgeno».

Una vez la hayamos identificado, un segundo paso puede ser ver qué opciones tenemos. ¿Podemos huir? ¿Es mejor aguantar y no hacer nada? ¿Podemos resolver la situación?

El tercer paso es elegir una opción y actuar... o no actuar.



Escapa


Por huir me refiero a evitar exponernos a esas situaciones que nos amargan. O bien evitar encontrarnos con la persona que nos genera tanto conflicto. A veces la huída es la mejor y la única alternativa. Si no es posible hacer nada al respecto y la irritación o el dolor son muy fuertes, lo mejor es, por el momento, la evitación.

Pero, claro, evitar ciertas cosas nos puede limitar mucho la vida. Los psicólogos lo saben bien. Una persona acosada por miedos y traumas puede reducir su ámbito vital, sus relaciones, sus actividades... Puede verse realmente presa de sus miedos y traumas, con lo cual su existencia quedará muy empobrecida.



Resiste


¿Aguantar? No es la mejor solución, pero es lo que toca cuando no podemos hacer realmente nada más o cuando actuar es contraproducente ―el remedio peor que la enfermedad―. A veces no queda otra que afrontar ciertas situaciones y entonces quizás lo más prudente sea tomar medidas para que el aguante no nos destroce, y sea lo más llevadero posible. Muchas personas que se ven atrapadas en situaciones o relaciones poco sanas, conflictivas o incómodas, pero que no pueden evitar, acaban desarrollando estrategias que compensen el dolor. Desde espacios de tiempo para ellas mismas, hacer alguna actividad gratificante, ir a caminar o hacer deporte, escribir, estudiar algo que les guste, encontrarse con amigos... Cuando no hay otra solución, hay que buscar consuelos. Lo delicado aquí es procurar que estos paliativos sean sanos y creativos. Porque muchas veces se cae en adicciones justamente para suavizar este dolor. Las más corrientes: comida, alcohol, tabaco, conectarse a los dispositivos electrónicos, juego...



Inventa algo nuevo


Creo que la mejor alternativa, siempre que sea posible, es ser creativos y procurar buscar soluciones. ¿Hay alguna manera posible de resolver la situación? ¿Se puede deshacer el nudo sin violencia? ¿Puedo buscar salidas constructivas?

Aquí es donde necesitamos pedir ayuda. Porque a veces estamos tan obcecados, tan sumergidos en el problema, que nos falta perspectiva para atisbar otras opciones.

¿Quién nos puede ayudar?

Es una tentación pensar que los demás no nos pueden ayudar, porque no pueden comprender a fondo nuestra situación: no están en nuestra piel, no son iguales que nosotros, ¡no han vivido lo mismo! Pero justamente por eso, porque no están metidos en el lodo, pueden tener una visión más amplia y pueden ayudarnos. Imaginad una persona que se ahoga... ¡la que intente ayudarla no puede estar ahogándose tambien! ¿Qué sería de la psicología si todos los psicoterapeutas tuvieran que sufrir las mismas patologías que sus pacientes? ¿Podrían los médicos ayudar si estuvieran enfermos?

Pero hay personas que han pasado por situaciones similares, las han superado y nos pueden ayudar. El «sanador herido» es una realidad. Nadie mejor que un «ex» para ayudar a otro que todavía está metido de lleno en el problema. También funcionan algunos grupos de autoayuda. Compartir con otras personas que sufren situaciones similares, escuchar y ser escuchado, empatizar, es un gran soporte. De hecho, en ciertas adicciones y trastornos, parece que la mejor terapia, la que funciona más y de forma más duradera, es precisamente participar en un grupo de autoayuda.

Los demás nos curan. Los demás nos hacen de espejo para ver más claro nuestra situación, los demás nos pueden acompañar y nos dan la fuerza moral necesaria para salir del hoyo. Yo lo he vivido así una y otra vez. Cuando parece que no hay salida, que me estrello contra un muro, resulta que sí hay alternativas... sí hay soluciones, o al menos paliativos sanos. Todo empieza cuando te abres y confías tu problema a una persona amiga. ¡Hablar es ya empezar a solucionar el problema!

La cuestión es encontrar quien te ayude de verdad. Ya sea un terapeuta, un familiar, tu pareja o un amigo. Porque no todas las personas ayudan. Quien te ayude de veras:
-        Te escucha sin juzgarte, con simpatía, con comprensión.
-        Respeta tu manera de ser, tus ritmos y tu libertad.
-        Te ofrece salidas creativas, no para “cambiarte” o “arreglarte”, sino para ayudarte a salir del sufrimiento.
-        Habla con sinceridad: a veces te dice cosas que no quieres oír...
-        Te acompaña en las decisiones que tomes, sean cuales sean.
-        No te abroncará ni te abandonará si decides no actuar y permanecer atascado en el problema.
-        Pero tampoco se dejará arrastrar por ti. No te podrá ayudar nunca si los dos quedáis atrapados en el bucle.


Ayudas que no funcionan


Puedo equivocarme, pero hay dos tipos de ayuda que no funcionan, al menos que yo sepa. Una es regalarte el oído. Todos necesitamos que nos regalen el oído alguna vez... Pero os explicaré un ejemplo real. Hace tiempo conocí a una señora con fibromialgia. Hablando, le pregunté si había buscado alguna asociación de pacientes o un grupo de apoyo. Me dijo que sí, que había estado yendo una temporada a un grupo de mujeres que sufrían la enfermedad, pero que lo había dejado porque cada vez que iba, salía más desmoralizada. Las mujeres hablaban y se escuchaban, sí, pero, según me contó, todo era dar vueltas y vueltas al problema, sin salir del mismo punto. «Y yo necesito hacer algo», me dijo. «Necesito ponerme en marcha y salir de ahí.»

Otra ayuda que no funciona es la de aquellas personas bienintencionadas y un poco impacientes que quieren «arreglarte» ya, y a su manera. Creen que saben mejor que tú lo que necesitas y te ofrecen soluciones rápidas o expeditivas. Van de terapeutas sin serlo. A veces aciertan, a veces no. Pero no tienen paciencia para escucharte y comprender tu problema. Si tu pareja, tus amigos o tus familiares son así, quizás te sientas bastante solo. Como quieren «arreglarte», además, te queda la triste sensación de que te ven como a un cacharro estropeado, alguien incompleto o con una tara o carencia. Estás herido, pero no eres un coche averiado. Simplemente, necesitas curarte. Y la sanación lleva tiempo.

Esta imagen me hizo mucha gracia... :)


¿Hay soluciones?


Ante una intolerancia alimentaria, está claro que la mejor estrategia es la evitación. Si no como ciertos alimentos, estoy genial. ¡Ya sé qué debo hacer! Hay miles de opciones dietéticas, así que, con un poco de información, puedo nutrirme perfectamente renunciando a comer ciertas cosas.

Pero un día hablé con una homeópata que me dijo: Está bien evitar x alimentos. Pero se puede ahondar más. ¿Por qué eres intolerante a eso? ¿Qué ocurre en tu intestino? Si se logra una sanación completa, no tienes por qué ser intolerante. El cuerpo humano tiene una capacidad de regeneración maravillosa, que no conocemos del todo.

Me quedé pensativa. De momento, la idea quedó ahí. Ahora me pregunto si con las intolerancias mentales no sucederá lo mismo. Quizás una alergia o una intolerancia física es inevitable, porque nuestros genes y nuestra biología están implicados. Tampoco pasa nada por evitar ciertos alimentos, siempre que lo lleves con paz y buen humor.

Pero con las intolerancias mentales es diferente, pues la evitación nos puede cerrar muchas oportunidades de crecer y ser felices. Nuestra mente no posee los mismos límites que nuestro cuerpo. Tiene un potencial inmenso y desconocido. ¿Será posible superar las intolerancias mentales con alguna forma de terapia interior?

Hablaré de lo único que sé, que es mi experiencia personal. Ojalá pueda ayudar a otros. Sí hay una manera de curarse de las intolerancias mentales o psíquicas. O mejor dicho, varias. Y hay un remedio que siempre funciona, aunque nos resulte un poco «caro» o costoso de aplicar.



Remedios posibles


Los psicólogos, ante una persona con fobias, miedos o ansiedades, recomiendan una terapia que llaman de «exposición». Se trata de exponerte a aquello que temes o te saca fuera de ti, de manera controlada, acompañada y poco a poco. Así, a pequeñas dosis, puedes ir superando el miedo o la obsesión. Recuerdo la primera vez que tuve que leer algo en público. Me puse tan nerviosa que me entró un cólico tremendo. Afronté la lectura, pero aquel día mis tripas se descompusieron. No obstante, no me eché para atrás. A base de leer en público una y otra vez, incluso de hablar, y dar charlas, ahora lo hago a menudo, con soltura, e incluso me gusta y me divierte. Nadie que me oye diría que me costó tanto, al principio. Nadie diría que yo fui una persona tímida y nerviosa, con pánico ante la sola idea de tener que hablar en público. Esto me ha ocurrido con varios miedos que he aprendido a superar a lo largo de mi vida. Cosas que ahora disfruto y hago con facilidad, en un primer momento me aterrorizaban.

Pero ¿qué ocurre cuando la intolerancia mental se da con una persona, o unas personas? ¿Qué ocurre si esa persona es alguien que nos ha hecho daño, nos ha traicionado, nos maltrata o, simplemente, nos «revienta» con su forma de ser y hacer?

Si es posible alejarte o mantener la distancia, a veces es lo más saludable y lo mejor. Por ejemplo, en el caso de un maltratador o de alguien que te ha jugado la peor trastada de tu vida. De todos modos, esto no cura la intolerancia, simplemente evita que estalles. Cuando te veas con una persona similar o en una situación que te haga revivir el trauma, el problema asomará de nuevo.

¿Y si es un familiar cercano, un colega de trabajo, un jefe o alguien cuya presencia es inevitable? Pues aquí una opción es intentar ver a esa persona de otra manera. Intentar encontrar sus puntos buenos, comprender por qué es así y por qué actúa de esa forma. Verla con compasión. Verla con empatía, si es posible. Ser amables con ella. Si sabemos que hay comentarios o acciones que nos disparan ―o la disparan a ella―, aprender a no apretar el gatillo. Buscar los puntos de encuentro y evitar los roces en lo posible. Si no, tomárselo con calma, paciencia y humor. Contener la violencia o el estallido, siempre. No hay otra.

Finalmente, el gran remedio que cura la herida, al menos la propia, es el perdón.

Un arte que sana


Sé que el perdón es difícil. Hay psicólogos que no están de acuerdo con él, porque alegan que es una forma de minimizar el daño y de disculpar a la persona que lo causó. Para mí es el único remedio que funciona siempre. Pero ojo, perdonar no significa exponerse y hacerse vulnerable de nuevo. No significa ser masoquista y someterse a la otra persona, o a una situación dolorosa. Puedes ―o debes― alejarte, pero desde la distancia, aprender a perdonar y no odiar.

Cuando lo consigues, tu herida empieza a sanar. Recobras paz. Poco a poco, con el tiempo, ocurre algo que parecía increíble. Si un día te encontraras cara a cara con esa persona que tanto rechazo te provocó, serías capaz de saludarla, sonreír y hasta desearle lo mejor.

Entonces la herida se cierra.

Sé que no es fácil. Cuesta sudor y lágrimas. Pide tiempo. A mí me ha costado años perdonar a ciertas personas y ciertas situaciones. Sí, años. Pero lo he vivido una y otra vez. Cuando decides perdonar, de verdad, cuando logras perdonar, algo dentro de ti se renueva. Entra aire limpio, luz, vida. No acabaría contando las bellezas y el bienestar que puede despertar dentro de nosotros el perdón.

Y la intolerancia, poco a poco, se va curando. Afrontas situaciones similares, pero ya no te desmoronas emocionalmente, no te cierras en ti misma, no te enfureces ni te dejas herir. Pides ayuda. Te dejas ayudar. Buscas salidas. Respiras y te lo tomas con mayor paz.

Puedes tener un rebrote de intolerancia, pero será mucho más leve. Pasará antes. Y saldrás fortalecido.

Si para curar una intolerancia alimentaria se requiere, quizás, un cambio en el metabolismo y hasta en los genes (algo a veces imposible), para curar una intolerancia mental se requiere otro cambio profundo, que en la psique es posible. Quizás no podemos cambiar nuestros genes, pero sí podemos pensar y sentir de otra manera. El perdón cambia nuestra «genética mental», por así decir, y nos cura.


No hay comentarios:

Publicar un comentario