El estrés. ¡Se habla
tanto de él! Parece que es la epidemia de nuestra civilización. Seguro que
todos hemos oído y leído muchísimo sobre este tema, ¡quizás también lo hemos
sufrido o lo estamos sufriendo! Así que quiero dejaros con unas pocas ideas
sobre el estrés, de las que quizás no se habla tanto.
El estrés es natural
Ponerse tenso, a la
defensiva o al ataque, es una reacción natural de nuestro cuerpo para
sobrevivir. Cuando percibimos un peligro, nuestro cerebro ordena que las
glándulas segreguen adrenalina y cortisol, dos hormonas que nos preparan para
un gran esfuerzo físico. Esa reacción agudiza los cinco sentidos, tensa
nuestros músculos, inyecta sangre a nuestras extremidades y frena los procesos involuntarios
del cuerpo, como la digestión. Nos prepara para huir, atacar o quedarnos
quietos como una roca. Es una reacción natural y necesaria. Si tenemos estrés,
¡es que estamos vivos!
Lo que no es tan natural
es vivir estresados continuamente y por causas no reales. Las gacelas se
estresan cuando un león las ataca… Echan a correr y cuando el peligro pasa, en
dos minutos se relajan. ¿Cuántos leones nos atacan a nosotros, los humanos,
cada día? ¿Cuántas catástrofes, accidentes o peligros reales nos acosan cada
día? En el mejor de los casos, nunca los sufriremos. En el peor, unas pocas
veces en la vida.
(Hago aquí una excepción:
que estés conviviendo con alguien que te maltrata).
¿Cuántas veces nos persiguen como a esta gacela saltadora?
El problema casi siempre está en la mente
El problema está en la
mente. No sólo nos sentimos atacados por una causa natural (algo rarísimo y
poco frecuente) sino por mil cosas que disparan nuestra imaginación y nos hacen
pensar o creer lo peor. Es nuestra psicología la que nos hace ver leones y tigres
por todas partes. Por ejemplo: un jefe, un colega o vecino que no nos cae bien,
la suegra, el cuñado, el médico o un profesor… Esa persona no es un dragón
feroz, pero nuestra mente la etiqueta de “enemigo” y nuestro cuerpo reacciona
de inmediato. Otras veces son situaciones: un examen, una entrevista, una
visita o una prueba médica. Nadie nos va a torturar ni nos va a cortar la
cabeza, pero sentimos que esa prueba es algo así como ir al matadero… como si
nos jugáramos la vida. ¡Qué exagerada es nuestra querida mente!
¿Nos hemos parado a
pensar más de cinco segundos si eso que nos causa estrés es realmente tan
terrible? Salvo contadas excepciones, no.
Todo sale de la mente...
El estrés no es por mucho trabajo
Está muy difundida la
idea de que el estrés es por exceso de trabajo y obligaciones, y eso no siempre
es así. Claro que los excesos son malos y estresan: hasta comer demasiado, o
beber, o ver demasiada tele nos puede estresar. Pero hay personas que hacen mil
cosas, están ocupadísimas y aún tienen tiempo para hacer un voluntariado… y se
las ve vibrantes, felices, positivas. ¿Tienen estrés? Si lo tienen, es un
estrés “feliz” que no les amarga la vida. Más que estrés, yo lo llamaría
vitalidad o animación. En cambio, otras personas que no tienen tanto trabajo, o
incluso están en desempleo o jubiladas, viven en un permanente estado de tensión
y agobio. ¿Qué ocurre?
Seguro que lo habéis
observado en vosotros mismos. Cuando hacéis algo que os gusta, aunque os robe
horas de sueño, ¡no os importa! Esto me sucedía a mí cuando empecé a escribir
cada día. Mi jornada laboral era completa y terminaba tarde, de modo que sólo
tenía tiempo para escribir de noche, quitándome horas de dormir. Nunca me
estresó: al contrario, escribir me daba más energía y fuerza interior, porque
era algo que me apasionaba. En cambio, cuando debía afrontar alguna tarea u
obligación que no me gustaba, o que me generaba inseguridad y miedo, en seguida
me ponía a mil por hora. ¿Os sucede algo parecido?
¡A veces nos encanta correr!
Pero a veces no queremos
El problema con el estrés
es que puede llegar a ser una droga, ¡nos hacemos adictos a él! Sí, literalmente. Porque
como todo es cuestión de química, nuestro cuerpo se acostumbra a esos chutes
continuos de adrenalina y cortisol. ¿Por qué? Porque nos mantienen activos,
alerta, despiertos… Y eso, en cierta medida, es estimulante.
Muchas personas se
estresan porque no tienen medida. Es decir, no saben dónde están sus límites y,
cuando se entusiasman con algo, empiezan a añadir más y más cosas a su carga
laboral, profesional, personal… Aprietan el acelerador hasta que empiezan a
derrapar. Debo confesarlo: me incluyo en este grupo de personas.
Después, aunque ya no sea
tan agradable, ya no podemos prescindir de esa sensación de agitación interior.
Necesitamos siempre ir a cien por hora, incluso cada vez más. Por un lado
quisiéramos parar, pero por otro, es como si una fuerza irresistible nos
llevara. Actuamos compulsivamente y nos lanzamos de cabeza a la acción, sin
pensar dos veces. Y a lo mejor no es necesario correr tanto, ni hacer tanto, ni
a esa velocidad. El estrés, como la velocidad, engancha. Cuando ya estamos muy
atrapados, nos cuesta reconocerlo pero es la dura verdad: no queremos dejarlo.
Necesitamos estar estresados. Necesitamos la velocidad, la presión, la prisa. Hay
otras personas, es duro decirlo pero sucede, que “necesitan” estar ansiosas y
angustiadas siempre. Si no tienen problemas, los generan. Necesitan que en su
vida haya drama y conflicto, porque quizás así se sienten más vivas.
Es el cuerpo, nuestro
amigo fiel y sufrido, el que nos hace parar con sus avisos. Primero lo intenta
a buenas, de mil maneras. Todos esos síntomas y molestias más o menos pequeñas
que vamos sufriendo son señales. Los trastornos digestivos son indicadores
estrella. Hay muchos otros, desde problemas de piel y dolores musculares hasta
hipertensión arterial. Pero si no hacemos caso… finalmente el cuerpo se declara
en huelga y se desploma. Es cuando caemos enfermos, o cuando nos da un ataque,
un infarto, un bajón inesperado y ¡pataplám! Tenemos que parar de golpe, y a
veces durante un tiempo largo.
Continuaré hablando de este
tema en las próximas entradas. Pero, en esta, quiero dejaros con esta idea: la
adicción al estrés puede ser muy atractiva. Sobre todo si os gusta vuestro trabajo y
vuestra actividad. Pero los excesos son peligrosos. Al final,
lo que te entusiasma puede convertirse en una trampa y aprisionarte en sus
redes. Entonces ya no es tan divertido. Vale la pena pararse a pensar. A dosis
demasiado grandes, lo que te da vida te la puede quitar. Recordemos aquella
máxima de los sabios griegos: Nada en exceso.
Equilibrio en todo... Nada con exceso.