viernes, 4 de octubre de 2019

Cómo cuidar tu cerebro... ¡cuidando tu intestino!


El cerebro y el intestino están íntimamente conectados. Desde hace unos años el eje cerebro-intestino está de moda: está de moda: se comenta en radio, televisión, por Internet, y se han publicado unos cuantos libros divulgativos, como Inteligencia Digestiva, de Irina Matveikova, o La digestión es la cuestión, de Giulia Enders, que hablan extensamente del tema. 

¿Es realmente el intestino nuestro segundo cerebro?


Quizás sea exagerado, como afirman algunos autores, decir que el intestino es nuestro segundo cerebro. En este blog tan interesante desmitifican el tema y explican muy bien las diferencias. Sin embargo, toda esta corriente tiene un fundamento: y es que los descubrimientos científicos, desde hace más de dos décadas, revelan cada día nuevos datos sobre la sorprendente relación entre nuestro cerebro y nuestras entrañas.

Por eso podemos decir que el viejo refrán: de la panza sale la danza, tiene una base científica, y quizás no sea exagerado afirmar que nuestra felicidad y bienestar psicológico dependen, en parte, de la salud de nuestro intestino. Es decir, de nuestras digestiones.

Pero también es cierto lo contrario: si nuestro cerebro está en buen estado, tendremos mejores digestiones. Un traumatismo o fallo cerebral puede desequilibrar nuestro sistema digestivo y provocarnos trastornos intestinales.




La salud de tu intestino afecta a tu cerebro


Veamos un dato: la serotonina, que es el llamado neurotransmisor de la felicidad, no sólo se produce en el cerebro. Hasta un 80 % de la serotonina se produce ¡en el intestino grueso! Según explica la investigadora Elaine Hsiao, de la Universidad de California, que está investigando este tema, la producción de serotonina depende de la población bacteriana que haya en el colon. Por tanto, una flora intestinal sana favorecerá la producción adecuada de serotonina.

Otro dato: si se produce inflamación intestinal o intestino permeable, una parte de la materia que no se puede digerir pasará a la sangre, provocando una respuesta inmune en el cuerpo. Cuando el sistema inmune está alerta, se da una inflamación general en el cuerpo ―lo que podríamos llamar “estado de emergencia”―. Y esta inflamación, cuando se hace crónica, también puede afectar al cerebro.

Por desgracia, muchas personas sufren disbiosis en el colon e inflamación intestinal crónica. Yo la he padecido, durante años. Además de las molestias digestivas que esto supone, estamos maltratando a nuestro cerebro y provocando que se deteriore antes de tiempo. ¡Y eso es lo que no queremos!

¿Cómo saber si tu cerebro está sufriendo? 


Quizás no demos tanta importancia a las digestiones. Al final, hasta nos acostumbramos a sufrir del estómago o de la tripa. Pero lo que sí nos preocupa más es tener daños en el cerebro. Podemos sufrir años de molestias digestivas, pero a nadie le gusta perder la memoria, vivir en una constante bruma mental o caer en una depresión.

¿Sabéis algo curioso? El cerebro no duele. Podemos sentir dolor de tripa, dolor en una pierna, dolor de espalda, de riñones o de huesos. Incluso podemos tener dolor “de cabeza”. Pero el cerebro, en sí, no duele. Si nos dolieran los sesos, no soportaríamos el dolor.

Sin embargo, el cerebro sufre. Y esto se refleja en otro tipo de dolores o malestar en otras partes del cuerpo. Estos son algunos síntomas de sufrimiento cerebral que quizás ignoramos: migraña, irritaciones de la piel, problemas intestinales, cambios emocionales bruscos y sin motivo aparente, somnolencia, fatiga…

Si queremos cuidar nuestro cerebro, hemos de cuidar nuestro intestino. Y más su tenemos una delicada salud digestiva.

¿Qué hacer? El doctor Datis Kharrazian, investigador en neurología funcional que ha estudiado a fondo este tema, da algunos consejos en su libro Por qué mi cerebro no funciona. Son consejos que van a mejorar mucho nuestra salud y también nuestros problemas intestinales. Si los seguimos, vamos a “matar dos pájaros de un tiro”. Sus consejos se agrupan en dos: por un lado, evitar los riesgos y los daños ―intestinales y cerebrales―, y por otro, estimular el cerebro con buenos hábitos ―que también mejorarán tu digestión―.

5 cosas que debes evitar para no dañar tu cerebro


1 Sugar!


Los azúcares y carbohidratos refinados (harinas, fructosa, sacarosa, arroz blanco, todos los dulces y bollería, y la pasta italiana que no sea integral). Es cierto que el cerebro necesita glucosa, pero a un ritmo constante y no de golpe. Un exceso de azúcar en sangre dispara nuestra insulina para evitar la toxicidad. La insulina frena la absorción de azúcar en las células y, si hay chutes de azúcar continuos, el efecto puede ser el contrario: los desequilibrios de insulina pueden causar que el cerebro, al final, se vea privado de los nutrientes que necesita.

Estos colorines... ¡no!

2 Grasitas


Grasas: todas, tanto margarinas como mantecas, incluso aceites, refinados y vírgenes, sobre todo si son fritos o calentados. El único aceite recomendable es el de oliva virgen, prensado en frío, crudo y no más de una cucharada al día. Otras grasas buenas son las que están presentes de forma natural en las plantas: frutos secos, aguacate, semillas.


Alcohol y fritos... ¡ay!!!

3 Copas


Alcohol: es una bomba destructiva para tu cerebro ―y para tu intestino también―. Si los azúcares refinados desequilibran tu sistema, el alcohol lo hace a ritmo acelerado. Irrita el tracto digestivo, inflama el hígado, altera las conexiones neuronales... Unos cuantos vasitos hacen algo más que animarte. ¡Son una guerra en tu organismo!


4 Lácteos


La leche y sus derivados: provocan respuestas autoinmunes ―sólo un 30 % de adultos están adaptados a digerir leche― y esto deteriora las neuronas. En el intestino, ya hablé en otra entrada del efecto que producen los lácteos.

Tele y comida basura: una combinación letal para el cerebro... y el intestino.

5 Sofá y mando


Nada de sedentarismo, horas y horas de tele y sofá. ¡Muévete! Para tu intestino también es necesario. Recuerdo que, recién operada de mi brida intestinal, en el hospital, los médicos me dijeron que caminara pasillo arriba y abajo, cada día un buen rato. ¡Me lo prescribieron desde el primer día!

9 buenos hábitos para estimular tu cerebro y hacer feliz a tu intestino

1 ¡Muévete!


Haz ejercicio físico, el que te guste. Sería ideal que sudaras (no de calor, sino por movimiento) al menos una vez al día. Si no puedes hacer otra cosa, camina con brío una hora cada día. El ejercicio, además de oxigenar el cerebro, estimula el apetito, y para una buena digestión es estupendo comer con hambre. En una entrevista, el doctor Kharrazian comentó que, si él fuera diagnosticado con cualquier tipo de deterioro cognitivo o daño cerebral, la primera medida que tomaría es iniciar un programa de ejercicio físico a diario.


2 Ejercita tu mente


Haz ejercicio mental: aprende algo nuevo cada día. Lee, conversa con otros, escucha, ejercita tu curiosidad. Si te gusta, haz sudokus, crucigramas u otros juegos de memoria y agilidad mental. La página Lumosity ofrece muchos programas y ejercicios, y hay otras similares. Pero no te enredes con esto si ya tienes otros estímulos mentales que te satisfagan. Estudiar idiomas o tocar algún instrumento musical, por ejemplo, es magnífico para mantener el cerebro en forma.


3 Combate el estrés


Adiós, estrés. Haz lo que sea, pero traza una estrategia para combatir el estrés crónico. Cambia lo que sea necesario en tu horario, tu vida, tu trabajo… o tu manera de plantearte y aceptar las cosas. Cuida (y revisa) tus relaciones con los demás. El estrés, ya lo sabemos, interrumpe el proceso digestivo y es un castigo para tu cerebro.


4 Adiós a los pensamientos negativos


Cultiva emociones positivas y sanas. No pases horas dándole vueltas a los miedos, resentimientos, ofensas que has recibido, añoranzas o culpas. Intenta resolver todo esto y pide ayuda si la necesitas. Habla con un familiar, un buen amigo o un consejero. Desahógate escribiendo, cantando, yendo a correr o haciendo cualquier cosa creativa. Las emociones negativas son como el estrés, “rayan” el cerebro y nos amargan la vida. Tampoco son buenos tónicos digestivos. ¿Recordáis la expresión “tener mala bilis”?

5 Alimentos vivos


Come alimentos naturales e integrales (o sea, todo lo que crece de la tierra o se mueve, “bichos y plantas”, priorizando las plantas). Olvídate de los procesados (todo lo envasado, embotellado, enlatado o precintado, y lo que lleva en sus etiquetas un montón de ingredientes impronunciables).

6 Los buenos azúcares


Dale glucosa al cerebro, pero no a base de azúcar, zumos, chocolate o bollería. Dale frutas y verduras, legumbres, cereales integrales, patatas, frutos secos… Estos sí son buenos alimentos para tu cabeza, y llenos de fibra que mejorará la flora intestinal.

Estos colores... ¡sí!

7 Micronutrientes


Mira tus vitaminas. Hazte un buen análisis de sangre, completo, mirando niveles de vitaminas B12, D, ácido fólico y minerales (hierro, zinc, magnesio). Si tienes carencias, resuélvelas con algún suplemento de calidad, en su dosis justa. Consulta a un médico de confianza.

8 Los Omegas


Hazte algún análisis específico para comprobar tu perfil de ácidos grasos; en otras palabras, cómo estás de ácidos omega 3, 6 y 9. Dadas nuestras condiciones de vida y la alimentación occidental, tan refinada y procesada, es muy probable que estés bajo de omega 3 y demasiado alto de los otros dos, 6 y 9 (debido a los aceites y grasas saturadas). Este desequilibrio no es nada bueno, ni para el cerebro ni para la salud cardiovascular. Si es tu caso, puede ser recomendable tomar algún suplemento de omega 3. Si no sabes muy bien cómo, en este enlace te explican genial cómo elegir un buen omega 3. De nuevo, hazlo con orientación médica y no compres el primer bote de perlas con omega 3 que encuentres. La calidad y la dosis son importantes. Un mal suplemento puede perjudicarte más.


9 Probióticos (las buenas bacterias)


Por último, si tienes disbiosis intestinal, toma un buen probiótico. En la página de Salud Nutrición y Bienestar nos aconsejan muy bien cómo elegir uno de calidad y efectivo. Si sufres problemas de gases, hinchazón, malestar después de comer, estreñimiento o colitis, casi seguro que tienes la flora desequilibrada, y el probiótico adecuado te ayudará mucho. Recuerda: un buen microbioma intestinal es un protector de tu cerebro.

jueves, 19 de septiembre de 2019

Buenas digestiones de viaje


Una preocupación para las personas que tenemos estómagos delicados son los viajes. Cambiar de ambiente, de ritmo y de menú puede ser un trastorno para las digestiones. Unas vacaciones estupendas pueden verse amargadas por una indigestión. ¿Cómo evitarlo?

Tras años de prueba y error, de disfrutar y de sufrir, he llegado a un punto en el que puedo viajar, al menos a lugares cercanos (dentro del país, o en Europa), sin que la digestión sea un gran problema. ¿Qué hago? No digo que esto sirva para todo el mundo, pero para mí ha dado un resultado estupendo, así que lo comparto. Si vas de viaje o pasas unos días fuera de tu casa…

1.    No comas si no tienes hambre. Nada de picotear o comer a deshoras. Si te invitan, toma simplemente agua, una infusión o una bebida ligera (no alcohólica), nada sólido, y menos si son cosas fuertes, picantes, a las que no estás acostumbrado.

¡Ojo con los pica-pica! Tan tentadores... pequeñas bombas.


2.    Procura seguir un horario de comidas regular, sobre todo si estás en hotel, albergue rural o a pensión completa.



3.    Elige tu menú siempre que puedas. O habla previamente con los cocineros allí a donde vayas, si es necesario, pidiendo lo que necesitas (yo lo hago y nunca me han puesto problemas). Come lo que sabes que te sienta bien, y no te atiborres nunca.

Elige tu menú, casi siempre podrás hacerlo.

4.    Evita las dos “P”: pan y postre. Sin ellos harás mejores digestiones, comas lo que comas.

No pongas un punto y final "amargo" a tu comida.


5.    Evita el vino y las bebidas dulces o alcohólicas. Los típicos refrescos, vermouts, cervecitas… Para el estómago son una patada y dificultarán tus digestiones.

6.    Camina y haz todo el ejercicio que puedas: excursiones, visitas, paseos, nadar en el mar o en la piscina… El ejercicio activará todo tu metabolismo, hará que quemes energía y tengas más apetito. Y ya sabes: si comes con hambre, mucho mejor te sentará todo.

¡Disfruta del ejercicio al aire libre! Comerás con más gusto.

7.    Lleva algún suplemento de ayuda por si lo necesitaras: probióticos para diarreas o estreñimientos, típicos cuando viajamos, y algún digestivo natural a base de enzimas y fibras como la inulina.



8.    Y por último, pon en práctica ese viejo refrán: la comida reposada, la cena paseada. Después de comer, y más en lugares muy calurosos, es bueno sentarse en el sofá, a la sombra, relajarse, leer o dormir una pequeña siesta (no más de media hora). Y después de cenar, un pequeño paseo bajo las estrellas es la mejor manera de “bajar” un poquito la cena y pasar una noche estupenda.  



Espero que estos consejos te sean útiles… ¡y que disfrutes de unas excelentes digestiones, también yendo de viaje!

viernes, 28 de junio de 2019

Día Mundial del Microbioma

Hay días internacionales para todo o casi todo… Pero lo que no sabía es que ¡también hay un Día Mundial del Microbioma! Es decir, un día para homenajear a esta increíble población de microbios que tenemos alojada en nuestro intestino, y en otras partes del cuerpo. ¡Un día dedicado a nuestros pequeños inquilinos!

Se ha hecho popular la expresión de que los humanos somos una «colonia de bacterias». Recuerdo cuatro datos que no dejan de impresionar:

  1. En el cuerpo tenemos unos 30 000 millones de células, pero más de 100 000 millones de microbios. ¡Es decir, que nos superan de largo! Aunque chiquitos, nos llevan ventaja.
  2. En nuestro intestino tenemos al menos 1000 tipos diferentes de bacterias y otros organismos (hongos, protozoos, arqueas, incluso virus). Cada especie tiene su ADN diferente, y cada una desarrolla su actividad. Nuestra vida no sería lo mismo sin ellas.
  3. No sólo hay microbiota en el intestino: tenemos colonias de microbios en la boca, en la nariz, en la vagina y el tracto urinario, en la piel y hasta en la conjuntiva del ojo. ¡Están por todas partes!
  4. Aunque esa población de bacterias y otros bichitos es impresionante, numerosa y variada, en el conjunto del cuerpo pesa alrededor de 1 kg.

Panorámica de nuestra microbiota intestinal: ¡una selva de lo más variopinta!

La vida, nos dicen los científicos, ha evolucionado a base de cooperación. Organismos muy simples se han asociado para formar otros más complejos. Así es como surgen las complejas células de los animales y las plantas. Cada vez parece más claro que sin las bacterias, los organismos grandes como los humanos jamás hubieran podido existir. Durante mucho tiempo hemos asociado la palabra bacteria a microbio dañino que provoca enfermedades, pero la verdad es que la mayoría de bacterias no nos hacen daño, y muchas son beneficiosas para nosotros. Sólo unas pocas son patógenas para el ser humano.

Como la microbioma intestinal tiene mucha relevancia para la digestión, en mi blog he dedicado varias entradas que quiero reseñar aquí, sobre este tema:

¿Qué son los probióticos? ¿Y los pre-bióticos? ¿Cuáles necesitamos, y cómo tomarlos?

Una bacteria para cada cosa: para qué nos pueden ayudar los diferentes tipos de probióticos que podemos encontrar en el mercado.

A la rica fibra: cómo llevar una dieta natural y rica con la suficiente fibra sin necesidad de laxantes y ayudas extra.

¿Qué hace la fibra en el colon? Descubramos la maravillosa farmacia que nuestras bacterias gestionan en el colon, y qué sustancias producen que contribuyen a nuestra salud.



¿Cómo elegir un buen probiótico? Desde Tener Salud nos aconsejan, y aquí resumo los cuatro puntos a tener en cuenta, ya que muchos suplementos que se venden son prácticamente ineficaces, y a menudo caros. ¡Dinero tirado! A la hora de comprar un probiótico, antes pide consejo médico o del farmacéutico, pero como a veces los consejos están un poco sesgados por intereses varios, podéis comentar con ellos estos criterios:

  1. Que haya variedad de cepas bacterianas, no una o dos, sino al menos cuatro o cinco diferentes.
  2. Que la cantidad de unidades sea superior a los 10 000 millones, mejor si pasa de 20 000 millones.
  3. Que la cápsula sea de asimilación retardada, es decir, que se pueda abrir en el intestino, no en el estómago (con lo cual se destruirían las bacterias antes de tiempo).
  4. Mejor en polvo a disolver en agua tibia (si no, en cápsulas).
  5. Acompañados de algún oligosacárido (fibra) para facilitar su asimilación.

Y mejor tomados en ayunas, con agua, a primera hora de la mañana. Dejad pasar al menos media hora antes de comer nada más, así irán directos al intestino y harán su función.



¿Cuáles tomo yo? He tomado varios, y los que mejor me han ido son los que me recetó el último médico al que fui para una revisión a fondo. No tengo ningún interés comercial ni me van a dar comisiones por mencionarlos, pero aquí los pongo por si os puede ser de interés. Ambos cumplen los puntos principales: suficiente variedad y cantidad de bacterias, protección frente a los ácidos estomacales y presencia de oligosacáridos para ayudar a su asimilación.

·        Probiotic Caps Forte de 100 % Natural.
·        Nuticeps de Nutilab.

Finalmente, mi consejillo. Comed bien, bebed suficiente agua y tomad mucha fibra natural, es decir, montones de buenos alimentos vegetales (los que os sienten bien). Pensad que fibra no es necesariamente comida áspera, dura y leñosa. La pectina es una fibra estupenda y de textura gelatinosa, presente en frutas como la manzana y el membrillo. Los almidones naturales (patata, arroz, avena) también contienen fibras suaves que facilitan el proceso digestivo. Por otro lado, tenemos los fermentados naturales (yogur, kéfir, chukrut y otros). Buscad los que os gusten y os sienten bien de verdad, y a por ellos. Son la mejor forma de tomar probióticos.

Si nuestra microbiota intestinal recibe el alimento adecuado se irá equilibrando por sí misma, aparte de la ayuda extra que le podamos dar tomando suplementos. ¡Mantengamos felices a nuestros queridos microbios! Y ellos también contribuirán a nuestro bienestar.

sábado, 1 de junio de 2019

Adictos al estrés


El estrés. ¡Se habla tanto de él! Parece que es la epidemia de nuestra civilización. Seguro que todos hemos oído y leído muchísimo sobre este tema, ¡quizás también lo hemos sufrido o lo estamos sufriendo! Así que quiero dejaros con unas pocas ideas sobre el estrés, de las que quizás no se habla tanto.

El estrés es natural


Ponerse tenso, a la defensiva o al ataque, es una reacción natural de nuestro cuerpo para sobrevivir. Cuando percibimos un peligro, nuestro cerebro ordena que las glándulas segreguen adrenalina y cortisol, dos hormonas que nos preparan para un gran esfuerzo físico. Esa reacción agudiza los cinco sentidos, tensa nuestros músculos, inyecta sangre a nuestras extremidades y frena los procesos involuntarios del cuerpo, como la digestión. Nos prepara para huir, atacar o quedarnos quietos como una roca. Es una reacción natural y necesaria. Si tenemos estrés, ¡es que estamos vivos!

Lo que no es tan natural es vivir estresados continuamente y por causas no reales. Las gacelas se estresan cuando un león las ataca… Echan a correr y cuando el peligro pasa, en dos minutos se relajan. ¿Cuántos leones nos atacan a nosotros, los humanos, cada día? ¿Cuántas catástrofes, accidentes o peligros reales nos acosan cada día? En el mejor de los casos, nunca los sufriremos. En el peor, unas pocas veces en la vida.

(Hago aquí una excepción: que estés conviviendo con alguien que te maltrata).

¿Cuántas veces nos persiguen como a esta gacela saltadora?

El problema casi siempre está en la mente


El problema está en la mente. No sólo nos sentimos atacados por una causa natural (algo rarísimo y poco frecuente) sino por mil cosas que disparan nuestra imaginación y nos hacen pensar o creer lo peor. Es nuestra psicología la que nos hace ver leones y tigres por todas partes. Por ejemplo: un jefe, un colega o vecino que no nos cae bien, la suegra, el cuñado, el médico o un profesor… Esa persona no es un dragón feroz, pero nuestra mente la etiqueta de “enemigo” y nuestro cuerpo reacciona de inmediato. Otras veces son situaciones: un examen, una entrevista, una visita o una prueba médica. Nadie nos va a torturar ni nos va a cortar la cabeza, pero sentimos que esa prueba es algo así como ir al matadero… como si nos jugáramos la vida. ¡Qué exagerada es nuestra querida mente!

¿Nos hemos parado a pensar más de cinco segundos si eso que nos causa estrés es realmente tan terrible? Salvo contadas excepciones, no.

Todo sale de la mente...

El estrés no es por mucho trabajo


Está muy difundida la idea de que el estrés es por exceso de trabajo y obligaciones, y eso no siempre es así. Claro que los excesos son malos y estresan: hasta comer demasiado, o beber, o ver demasiada tele nos puede estresar. Pero hay personas que hacen mil cosas, están ocupadísimas y aún tienen tiempo para hacer un voluntariado… y se las ve vibrantes, felices, positivas. ¿Tienen estrés? Si lo tienen, es un estrés “feliz” que no les amarga la vida. Más que estrés, yo lo llamaría vitalidad o animación. En cambio, otras personas que no tienen tanto trabajo, o incluso están en desempleo o jubiladas, viven en un permanente estado de tensión y agobio. ¿Qué ocurre?

Seguro que lo habéis observado en vosotros mismos. Cuando hacéis algo que os gusta, aunque os robe horas de sueño, ¡no os importa! Esto me sucedía a mí cuando empecé a escribir cada día. Mi jornada laboral era completa y terminaba tarde, de modo que sólo tenía tiempo para escribir de noche, quitándome horas de dormir. Nunca me estresó: al contrario, escribir me daba más energía y fuerza interior, porque era algo que me apasionaba. En cambio, cuando debía afrontar alguna tarea u obligación que no me gustaba, o que me generaba inseguridad y miedo, en seguida me ponía a mil por hora. ¿Os sucede algo parecido?

¡A veces nos encanta correr!

Pero a veces no queremos


El problema con el estrés es que puede llegar a ser una droga, ¡nos hacemos adictos a él! Sí, literalmente. Porque como todo es cuestión de química, nuestro cuerpo se acostumbra a esos chutes continuos de adrenalina y cortisol. ¿Por qué? Porque nos mantienen activos, alerta, despiertos… Y eso, en cierta medida, es estimulante.

Muchas personas se estresan porque no tienen medida. Es decir, no saben dónde están sus límites y, cuando se entusiasman con algo, empiezan a añadir más y más cosas a su carga laboral, profesional, personal… Aprietan el acelerador hasta que empiezan a derrapar. Debo confesarlo: me incluyo en este grupo de personas.

Después, aunque ya no sea tan agradable, ya no podemos prescindir de esa sensación de agitación interior. Necesitamos siempre ir a cien por hora, incluso cada vez más. Por un lado quisiéramos parar, pero por otro, es como si una fuerza irresistible nos llevara. Actuamos compulsivamente y nos lanzamos de cabeza a la acción, sin pensar dos veces. Y a lo mejor no es necesario correr tanto, ni hacer tanto, ni a esa velocidad. El estrés, como la velocidad, engancha. Cuando ya estamos muy atrapados, nos cuesta reconocerlo pero es la dura verdad: no queremos dejarlo. Necesitamos estar estresados. Necesitamos la velocidad, la presión, la prisa. Hay otras personas, es duro decirlo pero sucede, que “necesitan” estar ansiosas y angustiadas siempre. Si no tienen problemas, los generan. Necesitan que en su vida haya drama y conflicto, porque quizás así se sienten más vivas.

Es el cuerpo, nuestro amigo fiel y sufrido, el que nos hace parar con sus avisos. Primero lo intenta a buenas, de mil maneras. Todos esos síntomas y molestias más o menos pequeñas que vamos sufriendo son señales. Los trastornos digestivos son indicadores estrella. Hay muchos otros, desde problemas de piel y dolores musculares hasta hipertensión arterial. Pero si no hacemos caso… finalmente el cuerpo se declara en huelga y se desploma. Es cuando caemos enfermos, o cuando nos da un ataque, un infarto, un bajón inesperado y ¡pataplám! Tenemos que parar de golpe, y a veces durante un tiempo largo.

Continuaré hablando de este tema en las próximas entradas. Pero, en esta, quiero dejaros con esta idea: la adicción al estrés puede ser muy atractiva. Sobre todo si os gusta vuestro trabajo y vuestra actividad. Pero los excesos son peligrosos. Al final, lo que te entusiasma puede convertirse en una trampa y aprisionarte en sus redes. Entonces ya no es tan divertido. Vale la pena pararse a pensar. A dosis demasiado grandes, lo que te da vida te la puede quitar. Recordemos aquella máxima de los sabios griegos: Nada en exceso.

Equilibrio en todo... Nada con exceso.

viernes, 17 de mayo de 2019

Escucha a tu cuerpo


Para las personas que tenemos estómagos delicados, la digestión a veces se convierte en un quebradero de cabeza. ¿Por qué ayer me encontré bien y por qué hoy he hecho una digestión desastrosa? ¿Qué me sienta bien y qué me sienta mal? ¿De qué depende?

En la medicina oriental, que mira la totalidad de la persona y su relación con el entorno, se habla de «escuchar al cuerpo». Los médicos del ayurveda no hablan de dietas, sino de qué alimento conviene a tu cuerpo. Hay que entender que cada persona es diferente y tiene unas necesidades. No necesita comer lo mismo un bebé que un joven estudiante, o una embarazada que un anciano. No vale la misma dieta para un atleta que para un administrativo. No tienen las mismas necesidades físicas un leñador que un comercial o un informático… Además, está la genética de cada cual, el lugar donde naciste, cómo te has criado, qué alimentos son los propios de la tierra en que vives, en tu cultura. Está el clima de tu país, tu entorno y el tipo de vida que llevas, además de tu situación familiar y emocional. ¡Son muchas cosas a tener en cuenta!

Así que, para no volverte loco, el método más fiable es dejar a un lado dietas, modas, consejos y prescripciones y escuchar al único que no te engaña, y que siempre te dará señales ciertas: tu cuerpo.



Como dice un sabio hindú, la comida no puede depender de tus ideas, tus creencias, tus convicciones religiosas o políticas, ni tampoco de las modas nutricionales, que cada cierto tiempo varían… La comida tiene que ver con tu parte física, y no hay vuelta de llave. Lo que necesita tu cuerpo, lo que te pide, es lo que debes comer.

Aquí hago un inciso: muchas veces, lo que creemos que «nos pide el cuerpo» es una trampa de la mente: ¡las adicciones! Si eres adicto a una comida o bebida, quien te pide eso no es el cuerpo, sino la mente tramposa. «¡Lo necesito! No puedo vivir sin...» Porque el cuerpo, como veremos, es muy sincero y no se deja engañar. , quizás sí.

Escucha a tu cuerpo. ¡Es fácil de decir! Pero no todos sabemos hacerlo, y aquí me incluyo. Porque el cuerpo habla, siempre, pero no siempre lo escuchamos. No te va a hablar con palabras inteligibles, ni te enviará una inspiración intuitiva, ni un mensaje telepático… Nada de eso. El cuerpo te habla con lo que es y con lo que tiene: lo físico. El cuerpo te hablará a través de los cinco sentidos, con sensaciones, con reacciones, con bienestar o con dolor.

¿Cómo te sientes?


Así que el consejo es: párate un momento a observar. Comes. ¿Cómo te sientes después de comer? ¿Y al cabo de una o dos horas? ¿Y al cabo de cuatro?

Si te sientes mal, si te duele el estómago, se te hincha, tienes gases o eructos, ¡protesta inmediata!

Si no tienes dolor, pero te entra somnolencia y necesitas dormir una siesta, tomar un café o quedarte frito en el sofá, ¡el cuerpo está agotado! Lo que le has metido no le da la energía que se supone que debería aportar el buen alimento, al contrario, estás invirtiendo buena parte de tus fuerzas en digerir todo eso.

Si al cabo de unas horas de comer se te infla la barriga y tienes cualquier tipo de dolor, naúseas o incomodidad, es que tus intestinos están declarando la guerra. ¡No queremos más de esto!

Si dejas de evacuar y se te cierra la tripa con un estreñimiento, otra señal: has bloqueado o dañado el tránsito intestinal con algo que tampoco le sienta bien. Y si tienes diarrea, lo mismo: ¡tu cuerpo está expulsando todo eso con urgencia!

Como ves, los mensajes del cuerpo son clarísimos y evidentes. Es imposible ignorarlos. Los sentimos y los sufrimos. El problema no es que no lo oigamos, ¡claro que lo oímos! El problema es que no hacemos caso. Es como si intentáramos ignorar a un niño que llora. Al final, el niño llorará más fuerte, berreará y pataleará, hasta que nos obligue a dejarlo todo para ver qué le sucede. El cuerpo hace igual. Si no le hacemos caso, aguantará un tiempo, hasta que no pueda más y nos obligue a parar. Lo malo es que el parón, a veces, es grave y peligroso.



Escucha las señales


En clave digestiva, nuestro cuerpo es una buena guía. ¿Qué comer? Observa qué te sienta bien y haz la lista de alimentos que:
-        Te hagan sentir ligero y ágil después de comer: son los que te dan energía.
-        No te produzcan somnolencia, sino vitalidad.
-        No te causen tristeza, depresión o bruma mental, sino que te animen y te hagan sentir alerta.
-        Puedas digerirlos en un periodo de una a dos horas, no más de tres. Si tardan más, producirán fermentaciones y problemas. ¡Esta es una buena pista!

Descarta todo lo demás. Pero ahora hay que hacer una salvedad. ¡Las mezclas!

Ojo a las mezclas


Evita mezclar más de dos o tres alimentos en cada comida. Esta es otra regla ayurvédica muy antigua y sabia. Hay alimentos estupendos si se toman solos. Pero si mezclan con otros, pueden ser difíciles de digerir y causar putrefacciones internas. Es lo que ahora se conoce como incompatibilidades de alimentos. Pueden ser buenos, pero no casar bien juntos. Es preferible separarlos y tomarlos en comidas diferentes.

Aunque ya he hablado de este tema, recuerdo las reglas más básicas para no provocar mezclas explosivas:

-        No mezcles más de un tipo de almidón: arroces con otros cereales, arroz con patatas, arroz con pan, pan con patata, patatas con legumbres, etc. Si echas un puñadito de legumbres a la verdura o al cocido, que sean pocas.
-        No mezcles alimentos altos en proteínas con almidones: carne con patata, pescado con arroz, pan con jamón, huevo con patata, legumbres con carne, etc.
-        Menos aún mezclar potentes proteínas: carne con queso, huevo con carne, pescado con huevo o carne con pescado. ¡Una bomba!
-        No mezcles la fruta con NADA. Siempre sola. Sus azúcares mezclados con otras cosas producen fermentación y gases seguros.
-        Es mejor no tomar lácteos, pero si los tomas, igual que la fruta. No los mezcles con nada.
-        No mezcles crudo y cocido si tienes el intestino muy delicado.
-        No mezcles bebidas dulces de ningún tipo con otros alimentos.

Por supuesto, hay personas que digieren piedras y aseguran que estas mezclas no les afectan. Al menos aparentemente. Conozco personas que se sienten felices hartándose de comer cosas que les gustan y dicen no tener problemas. Pero tienen vientres hinchados y mil problemas: de circulación, de huesos, de respiración, de piel, tumores… El sistema digestivo no les protesta, pero el cuerpo sí, de otras maneras. A las personas que digerimos con dificultad, el estómago y la tripa nos están haciendo un favor: nos avisan de inmediato y son nuestra primera señal de alarma para que aprendamos a comer bien. Y esto nos ayudará a conservar la salud. Recordad: la salud empieza en el intestino…


viernes, 26 de abril de 2019

Bridas intestinales

Hoy quiero hablar de un problema que aqueja a algunas personas amigas y que me afectó a mí, sin saberlo, durante años. Se trata de las bridas o adherencias intestinales.

Si buscáis por Internet, encontraréis mucha información. Una de las páginas más serias y fiables es esta. Ahora quiero resumiros en qué consisten e ir un poco más allá de la mera descripción médica. Porque, a fin de cuentas, lo que nos interesa es ver cómo resolver el problema, sus causas y, si es posible, cómo evitarlo en el futuro.

¿Qué es una brida? Como dice el nombre, es una tira de tejido, una fibrosidad, que crece entre los órganos o los tejidos. Y, como toda brida, lo que hace es frenar e impedir el movimiento. En el abdomen, estas bridas o adherencias crecen entre las curvas del intestino y dificultan el tránsito, provocando hinchazón por gases, dolor, náuseas, estreñimiento y molestias. En un caso extremo, pueden retorcer las entrañas y producir una obstrucción intestinal. Esto es una emergencia médica y hay que operar con urgencia.

Y esto es lo que me ocurrió hace ya tres años ―lo explico en detalle en mi libro Digerir la vida―. Tras dos días de dolores intensos que no remitían, fui ingresada de urgencias y me tuvieron que operar para extraerme una brida que me había enrollado por completo las tripas. Mi intestino era como un ovillo enredado, a punto de explotar. ¡Ese día nací de nuevo! Y encontré la explicación a muchos dolores y molestias que había sufrido durante décadas.

Lo curioso de mi caso es que las bridas suelen aparecer como consecuencia de cirugías previas. A mí nunca me habían “abierto”, de modo que los médicos concluyeron que debía ser una brida congénita.

Bridas intestinales (adherencias).

¿Por qué se producen las bridas?


Esa es la cuestión. Puede haber varias causas, la más habitual es que sean la consecuencia de alguna intervención en el vientre: cesáreas ―muy frecuente― u otras cirugías ginecológicas o intestinales. El contacto de los órganos internos con las gasas, productos e instrumental quirúrgico puede secar o dañar los tejidos, provocando el crecimiento de tejido cicatricial, que formará las futuras bridas. Otras causas pueden ser la inflamación crónica y las infecciones intestinales.

Lo triste del caso es que la única solución para las bridas es operar para extraerlas. Se puede hacer por laparoscopia, que es una técnica menos invasiva, pero a veces hay que “rajar”. Y cuanto más se opera, más riesgo hay de que se vuelvan a formar. Recuerdo que, cuando me revisó el médico después de mi operación, antes de darme el alta, me dijo: «Hay un 80 % de posibilidades de que las bridas se reproduzcan».  Y pensé: «Yo voy a estar en ese 20 % restante».

¡Eso espero! De modo que, una vez has sufrido las consecuencias de tener una brida, y ya te han operado, la siguiente cuestión es: ¿Cómo evitar que se formen de nuevo estas adherencias?

Los fármacos: una causa frecuente de inflamación intestinal.


¿Cómo prevenir?


Una cirugía que ya has pasado es inevitable. Pero sí podemos evitar los otros factores de riesgo: inflamación e infecciones.  Al menos, podemos hacer bastantes cosas.

Para prevenir la inflamación hemos de saber qué cosas pueden dañar nuestro intestino e inflamarlo. Está claro que esto depende de lo que le metemos adentro, es decir, lo que comemos.

Hay dos cosas que entran por la boca e inflaman el intestino: los fármacos y ciertos alimentos.

En cuanto a fármacos, todos los antiinflamatorios ―¡qué contradicción!—, esteroides, corticoides, ibuprofeno, aspirina y similares, y los antibióticos, todo eso inflama el intestino. También los antidepresivos, tan comunes, y los antiácidos. De modo que, si puedes evitarlo, no te mediques. Casi cualquier fármaco es un agente extraño a tu cuerpo que hará saltar la alarma en tus intestinos. Algunos de ellos provocan permeabilidad intestinal ―el intestino se vuelve poroso y filtra elementos indeseados a la sangre—. La permeabilidad intestinal dispara el sistema autoinmune, produciendo una serie de reacciones, desde irritación de piel hasta daño articular, y más inflamación.

En cuanto a alimentos, ¡ay! Muchas cosas que nos gustan inflaman el intestino. En general, todos los alimentos refinados y procesados que no encontramos en la naturaleza tal cual son inflamatorios: azúcar, harinas blancas ―panes y bollería, pasta―, aceites refinados, zumos y bebidas de todo tipo.

Pero hay alimentos “naturales” que también inflaman el intestino: los lácteos son los campeones a la hora de golpear. Si tienes problemas intestinales, lo primero sería eliminar estos alimentos ―todos― salvo, quizás, el yogur natural ecológico, sin edulcorar. Pero incluso el yogur puede perjudicarte, pues el problema está en las proteínas y los azúcares de la leche. Los fermentos del yogur, por buenos que sean, no eliminan estos agentes inflamatorios de la leche.
Otros alimentos que irritan al intestino: la carne roja, los pescados grasos, los fritos, el café y el chocolate. En algunas personas sensibles, verduras como la cebolla, el ajo, la alcachofa, el pimiento y las berenjenas.

Y si tienes una infección bacteriana en el intestino, todo lo que lleve fibra (verduras, legumbres) y las frutas dulces te sentarán fatal, porque no harán más que multiplicar la acción de las bacterias más allá de lo deseado.

Estos alimentos aparentemente sanos pueden inflamar tu intestino. ¡Cuidado!


¿Qué comer?


Entonces, ¿qué comer? Lo mejor es hacerse algunas pruebas para descartar infecciones intestinales, un SIBO (proliferación bacteriana en el intestino delgado) y permeabilidad intestinal, pues estas dolencias requieren dietas y tratamientos específicos. Un médico especializado te indicará a qué análisis debes someterte.

Si no tienes infección intestinal ni permeabilidad, te puede ir muy bien seguir una dieta básicamente vegetal, con poca grasa y mucha, mucha fibra: cereales integrales ―todo integral―, legumbres en moderación si las digieres bien, verduras de todo tipo, hortalizas almidonosas ―patata, boniato, calabaza, yuca―. Todo hervido, al vapor o a la plancha. Sin aceite o con muy poco aceite virgen prensado en frío. Si quieres tomar algo de pescado, hervido o a la plancha, no lo mezcles con almidones ―cereales, patata, legumbres― sino sólo con verduras verdes o de colores. También te irán genial caldos naturales de hierbas y, si quieres, con algo de pollo ecológico o pescado.

Con una dieta así yo me he curado, me he encontrado de maravilla y he ganado salud y regularidad intestinal. Eso sí, hay que ponerse muy enérgico y evitar esos alimentos que comenté antes, sobre todo azúcares, refinados y lácteos. Y evitar mezclas peligrosas. Lo ideal es hacer comidas muy simples y con pocos alimentos distintos cada vez. Más vale cinco comidas sencillas y ligeras al día que dos muy pesadas con muchos ingredientes juntos.


Los alimentos ricos en gluten (trigo y todos los cereales, salvo el maíz y el arroz) 
pueden provocar inflamación intestinal.

Ojo a las intolerancias


Otra causa de inflamación intestinal pueden ser las intolerancias a algún alimento. He hablado de ello en varias ocasiones, en este blog. Mira aquí.

Si tienes problemas digestivos inexplicables vale la pena hacerse un test de intolerancia, pero serio. Este es el que me hice y recomiendo, por su fiabilidad. Sólo necesitas dar unas muestras de sangre y te lo entregan en breve tiempo. Cuesta dinero, pero ¿acaso no vale más tu salud? Seguro que amortizas la inversión muy pronto, y te ahorrarás sufrimiento y gastos inútiles.

Si no quieres hacerte un test, prueba a eliminar de tu dieta algunos de estos alimentos, que son los que suelen producir más intolerancias. Pasados quince días de dieta “limpia”, ve introduciéndolos uno a uno, con intervalos de una semana, para ver si los síntomas y molestias vuelven. ¡Lo detectarás muy pronto! El cuerpo no engaña…

-        Lácteos.
-        Huevos.
-        Trigo y derivados ―y todo lo que tenga gluten―.
-        Café.
-        Chocolate.
-        Fresas y otras frutas, como melocotones.
-        Tomates y solanáceas ―pimiento, berenjena―.
-        Ajos y cebolla.
-        Nueces y frutos secos.
-        Aceites ―hay personas intolerantes a las grasas, más de lo que parece―.

Cuando descubras lo que te revuelve el estómago y hace que tu tripa se infle como un globo, plantéate muy en serio dejarlo. Y, si te cuesta, piensa en el quirófano. Vale la pena esforzarse un poco para gozar de salud y evitar todo eso, ¿no crees? El alimento es necesario para vivir, pero hay miles de cosas buenas que tomar. Y, finalmente, «la vida es más que el alimento...»

Una clásica menestra de verduras cocidas es excelente para tu intestino. 
Si la cueces al punto, usas ingredientes frescos y la aliñas con hierbas 
y un poco de sal, ¡tiene mucho sabor!

viernes, 8 de marzo de 2019

Cama, calor y ayuno


Cuando tienes una mala digestión o te sientes mal, ¿qué haces? En nuestra cultura, hemos adoptado la mentalidad de “bombero”. ¿Hay un problema? ¡Pronto, hay que buscar un remedio! ¡Urgente! Y casi siempre aparatoso. ¿Me duele la cabeza? Aspirina o gelocatyl. ¿Me duele el estómago? Antiácido. ¿Me siento fatal, o al borde de un ataque de nervios? Pastilla de… o infusión de… La tendencia, casi siempre, es a buscar algo para meternos en el cuerpo. Algo que obre una reacción química milagrosa y nos devuelva el bienestar.



A veces estas pastillas o pócimas funcionan, otras no. Pero casi siempre se cobran su precio, salvo que sean remedios naturales sin efectos secundarios. El precio del uso continuado de fármacos puede ser muy elevado. ¿Sabíais que la aspirina, indirectamente, mata más que los accidentes de tráfico? Los sangrados internos provocados por el uso crónico de esta inocente pastilla causan miles de muertes cada año. ¿Sabíais que un antiácido tan socorrido como el omeprazol acaba empeorando lo que quiere resolver? Si se toma de manera regular, al cabo de los años arruina el sistema digestivo y aumenta el riesgo de sufrir dolencias cardiacas, mentales y hasta cáncer de estómago. Si tenéis valor, leed más en este enlace sobre el ardor de estómago y los terribles efectos del omeprazol.

¿Y qué pasa con los remedios naturales? Hay cientos, y podemos probar a ver cuál nos va mejor. En el mismo enlace encontraréis unos cuantos para el dolor de estómago.

Además, todos conocemos los clásicos: bicarbonato, limón, una infusión de anís o de manzanilla, u otras hierbas digestivas, como la tila, la menta, la marialuisa, el jengibre…

Pero pocas veces pensamos en los remedios más naturales de todos. Los que tendríamos que utilizar si estuviéramos en plena naturaleza, en una isla desierta sin otros recursos. Los que utilizan todos los animales del mundo y les van de primera. Baratísimos y eficaces.

Para mí han sido los mejores remedios, siempre. Cuando estás en medio de una mala digestión toda intervención puede irritar todavía más. O tiene sus secuelas. Lo que me ha funcionado es el triple remedio “C-C-A”: cama, calor, ayuno.



Cama


Cama significa descanso. Puede ser la cama si no te aguantas en pie, un sofá o un lugar donde puedas reposar y encontrar una postura cómoda (a veces para digerir necesitas estar un poco enderezado). Cuando sufres una indigestión, todas las energías de tu cuerpo están concentradas ahí, en el abdomen, intentando arreglar el desaguisado, y te sobreviene un cansancio tremendo, incluso somnolencia. Señal de que tu cuerpo necesita parar y destinar todas sus fuerzas a resolver la guerra intestina.

¿Os habéis fijado en los animales? Cuando se sienten mal, lo primero que hacen es retirarse. Buscan un rincón aislado donde puedan estar tranquilos y se echan. No quieren compañía, ni la necesitan. Sólo reposo y tiempo. Pues esto mismo necesitamos las personas. Si has comido mal o algo te ha hecho daño, lo primero es: ¡stop actividad! Para, busca un lugar tranquilo, descansa. Verás que no tienes ganas ni de hablar, ni de leer, hasta la tele o la música te molestan. Guarda cama y rodéate de silencio. Deja que tu cuerpo se repare y solucione el problema. ¡Tu cuerpo es sabio! Sólo necesita tiempo.



Calor


No siempre se recomienda el calor cuando hay alguna dolencia. Incluso a veces se prescribe frío para bajar la inflamación. Si tienes apendicitis, lo último que te dirán los médicos es que te apliques calor, ¡lo prohíben! Para las indigestiones, algunos naturópatas como el doctor Lezaeta Acharán recomiendan paños fríos o emplastes de barro aplicados sobre el abdomen. Como podéis imaginar, lo he probado y funciona bastante bien. Otro remedio es el baño vital: ir al bidé o a la bañera y echarte agua fría sobre el bajo vientre y los genitales. Da mucha pereza cuando estás mal, pero realmente alivia y hace desaparecer las náuseas. La explicación de este remedio es que el frío intenso del agua baja la fiebre y el calor que se ha acumulado en el abdomen, ayudando a descongestionar la zona.

Pero, aunque puedas aplicarte estos baños o emplastes fríos localmente, tu cuerpo globalmente necesita calor. La indigestión que concentra la sangre en el abdomen puede dejarte frías las extremidades y te destempla. Arrebujarte bajo una mantita, en la cama o en el sofá, incluso ponerte algo caliente en los pies, puede ayudar y darte confort.

La medicina china utiliza la moxibustión para activar algunos puntos esenciales del sistema digestivo. Se trata de varios puntos alrededor del abdomen, que se calientan con agujas de acupuntura o con moxas. Es un sistema un poco aparatoso quizás, pero que también proporciona alivio si se sabe hacer. Además, ahora existen moxas eléctricas, que evitan el humo y tener que quemar varillas. Aquí tenéis el enlace a un aparato muy práctico que puede calentar cualquier parte del cuerpo con un calor seco y concentrado, muy terapéutico. Yo lo tengo, me lo regalaron hace tiempo y la verdad es que lo he utilizado muchísimo.


Ayuno


Y vamos al último remedio. ¡Controvertido! El ayuno tiene tantos detractores como fanáticos entusiastas. La verdad es que es un remedio antiquísimo y sabio, que conocen y han practicado todas las culturas del mundo. Más allá de sus connotaciones espirituales, el ayuno es el remedio más universal y eficiente para cualquier dolencia. Además, es lo primero que pide el cuerpo, aparte del descanso. ¿No habéis notado que cuando os sentís enfermos lo primero que desaparece son las ganas de comer?

Aquí no voy a hablar del ayuno terapéutico o de las curas de ayuno, que son muchas y variadas, y deben hacerse siempre con prudencia y supervisión de algún médico o terapeuta. Hablo del ayuno de emergencia y sin riesgos, que puede durar medio día, un día o dos. Es, ni más ni menos, lo que nuestro cuerpo nos reclama. No meternos más comida adentro para que el sistema digestivo pueda desatascarse y el cuerpo recupere la normalidad.



¿Mala digestión? ¿Empacho, atracón o intoxicación? Si no tienes que correr al hospital por emergencia, descansa, échate en un lugar cómodo y ayuna lo que sea necesario. Al menos, pasa una noche entera sin comer nada, y espera hasta la mañana siguiente. Si continúas sintiéndote mal, alarga el ayuno hasta que tu cuerpo, por sí mismo, sienta hambre y te pida de comer. En esto el mejor médico es tu cuerpo, no lo dudes. Si algo no te entra, es que tu organismo no está en condiciones de asimilarlo y lo va a rechazar.

El ayuno puede incluir tomar un poco de agua, caldo ligero de verduras, jugo de limón e incluso alguna infusión, si la admites y te sienta bien. Nada más. Pero a veces lo ideal es no tomar nada hasta que el “conflicto” se resuelva.

¿Por qué el ayuno es tan beneficioso cuando estás enfermo? Porque la digestión roba muchísima energía al cuerpo. Si ayunas, permites al organismo que todas sus energías se centren en curarse. El sistema inmune puede actuar a toda potencia contra cualquier invasión, los tejidos dañados, si los hay, se pueden reparar mejor. El ayuno es un verdadero descanso para el cuerpo. Junto con el descanso, le estamos dando espacio para que se recupere por sí mismo. Y os aseguro que nuestro cuerpo es bastante más sabio y eficaz que todos los fármacos y laboratorios del mundo.

Cama, calor, ayuno. Tres remedios naturales que están al alcance de todos, son gratis, nos los pide el cuerpo y funcionan de maravilla. Además, su impacto es rápido, indoloro y sin efectos adversos. Los únicos efectos secundarios siempre serán positivos: más vitalidad, bienestar e incluso mejora la calidad de la piel.

De todos modos, mejor es prevenir que curar, siempre. Y la mayoría de enfermedades crónicas y molestias digestivas son evitables. Sólo necesitamos saber qué hacer y qué comer… y ponerlo en práctica. ¡Recordémoslo! Hay mucho sufrimiento evitable en este mundo.