viernes, 16 de noviembre de 2018

Cuando los dientes hablan...

Esta semana voy a ceder la palabra a una gran profesional, y una gran amiga. Se trata de la doctora Victoria Castañeda, dentista de profesión y de vocación, como ella misma cuenta. Es una artista en su trabajo, que siempre busca la excelencia y, sobre todo, mira a sus pacientes como a personas completas, con un enorme cariño y humanidad.

Recientemente estuvo invitada en la 11ª Feria de Alimentación y Salud, celebrada en Balaguer, donde impartió una conferencia sobre odontología integrativa que hoy quiero compartir, por su amenidad y su interés. 

La digestión empieza en la boca


¿Cómo no hablar de la boca, cuando buscamos una excelente digestión? ¡Allí empieza todo! Y no sólo se trata de elegir lo que comemos, sino de cómo lo ingerimos. Una buena salud bucal es un buen fundamento. He aquí algunos datos.

¿Sabéis que la boca, como el intestino, tiene una flora o microbiota bacteriana? ¿Y que tan importante como el equilibrio en la flora del colon lo es el de la flora bucal? Bocas secas, pastosas, lenguas sucias o cubiertas de pátina, mal aliento, llagas, encías sangrantes... todo esto puede delatar un pésimo estado de la microbiota oral. Y esto afectará a nuestra digestión y a toda nuestra salud.




El estado de los dientes no sólo puede causar problemas de masticación, sino malas posturas, desequilibrio de los huesos y contracturas musculares. Muchos dolores en otras partes del cuerpo (espalda, rodillas...) pueden ser debidos a un problema dental.

Los dientes también nos pueden indicar otros problemas de salud, desde una alimentación inadecuada hasta problemas circulatorios y del sistema nervioso.




El buen mantenimiento de nuestra boca no sólo depende de una higiene correcta y de ir al dentista una vez al año, sino de lo que hacemos cada día. Una buena alimentación es todavía más importante que el cepillado.

Así lo comprobó el dentista Weston Price, que a finales del siglo pasado emprendió una expedición por todo el mundo para estudiar diversas tribus y grupos humanos que vivían en condiciones ancestrales. Descubrió que, pese a desconocer el cepillo de dientes, gozaban de una salud bucal espléndida y tenían unas dentaduras de cine... En la página web  de su fundación podréis ver algunas fotos y vídeos. ¿El secreto? Su estilo de vida y, especialmente, su alimentación. ¡Cero comida procesada y refinada!

Las caries y las enfermedades periodontales (de las encías) no sólo son el resultado de comer mucho azúcar, sino de otros factores de la dieta, y del mal estado del cuerpo en general. Una disbiosis intestinal, por ejemplo, puede repercutir en la salud bucal.

¿Sabíais que por las raíces de las muelas pasa un nervio importantísimo que se ramifica por toda la cara y el cráneo? ¿Y que un problema en un molar puede llevar a trastornos como una sinusitis o una migraña recurrente?

Escuchad la conferencia sobre Odontología integrativa y aprenderéis esto y muchas más cosas.

viernes, 9 de noviembre de 2018

Un alimento de centenarios

Otro alimento muy típico de esta época, al menos en nuestro país, es el boniato. Desde mediados de octubre, los castañeros abren sus puestos en las calles para ofrecernos estas dos joyas otoñales: castañas y boniatos.

El boniato, batata, camote en América Latina, o patata dulce, parece algo exótico hoy, pero en otros tiempos fue un alimento básico en muchos lugares. Recuerdo que un buen castañero que conocí, y al que solía comprar boniatos, me explicaba que en su infancia, vivida en la Andalucía rural, los boniatos les salvaron del hambre muchos inviernos.

El boniato, como la patata, es un alimento completo. En caso de necesidad, podríamos vivir sólo comiendo boniatos, porque contienen todos los nutrientes esenciales que necesitamos. ¿Ventajas sobre las patatas? Su contenido en carotenos (precursores de la vitamina A), que son los que le dan ese bonito color naranja. Y además contienen vitamina C y E, y bastante más fibra y minerales. Su sabor y textura son deliciosos, y muy confortables en esta época de más frío. Se pueden comer asados, o al horno, pero también se pueden cocer como patatas, troceados; o fritos, o con verdura, y con ellos se elaboran unos purés increíbles.

En este cuadro tenéis la composición química del boniato:

Composición del boniato por cada 100 g
Calorías
105 Kcal
Carbohidratos
24,28 g
Proteínas
1,65 g
Grasas
0,30 g
Fibra
3 g
Calcio
22 mg
Magnesio
10 mg
Socios
13 mg
Potasio
204 mg
Hierro
0,59 mg
Vitamina B9 (ácido fólico)
80 mg


Un puré medicinal


Comparto una de mis recetas de invierno favoritas: el «puré de carotenos», que me enseñó Rosario, mi doctora amiga. ¡Es una auténtica delicatessen!

Ingredientes:

1 boniato
1 trozo de calabaza
2 ó 3 zanahorias

Lo pones todo a hervir, unos 10 minutos. Lo cuelas y lo bates con un poco del caldo hasta que quede un puré cremoso. Luego, el toque: antes de servir, añade un poquito de zumo de naranja... Remueve bien y sirve caliente o templado. Frío también está delicioso. ¡Te sorprenderá! Este puré es un súper-alimento cargado de vitaminas, fibra y nutrientes antioxidantes. Para mí tiene un significado especial, pues fue el primer alimento consistente que tomé después de mi operación intestinal. Me lo trajeron al hospital, en un tarrito, hecho con todo mimo... ¡y qué bien me sentó! Me recuperé de maravilla tomando purés como este.


En una noche fría...


Ahora os contaré cómo descubrí los boniatos, pues en mi casa no teníamos costumbre de comprarlos y jamás formaron parte de nuestra dieta. Fue yendo de excursión con mis amigos. Hacíamos la travesía de Matagalls a Montserrat, varios días caminando de montaña en montaña. Una tarde llegamos a un pueblo donde íbamos a pasar la noche. La persona que nos tenía que abrir el albergue se retrasó mucho y tuvimos que cenar a la intemperie, en medio de una plaza, con un frío tremendo. Nuestro guía consiguió unos boniatos y los preparó en la sartén, sobre un hornillo de camping gas que llevábamos. Los cortó a rodajas y los frió, rebozándolos con azúcar. ¡Con qué gusto los devoramos! Aquel postre logró quitarnos el frío. Cuando recuerdo aquella noche helada y el sabor dulce del boniato caliente, con el crujiente del frito y el azúcar, pienso que pocas cosas he comido con más gusto en toda mi vida.

La verdad es que cocinados de esta manera los boniatos son una bomba. No recomendaría mucho esta receta. En cambio, un postre que me encanta, o incluso como desayuno, es el boniato asado, a rodajas, espolvoreado con canela. ¡Tan rico como el mejor pastel!



Virtudes de los boniatos


Ahora voy a la parte digestiva y saludable. ¿Sabéis que el boniato se considera uno de los alimentos más sanos del mundo? Es un básico en la dieta de los habitantes de Okinawa, una isla japonesa que cuenta con el porcentaje de población centenaria mayor del mundo. Los nativos de Okinawa se han hecho famosos y son objeto de estudio por su extraordinaria longevidad. No sólo viven mucho, sino que llegan a los cien años y los sobrepasan, en muy buenas condiciones de salud. ¿El secreto? No es un solo factor, sino varios. Llevan un estilo de vida sencilla, en el campo. Siguen los ritmos de la naturaleza. Trabajan mucho, son frugales, mantienen vivas sus relaciones afectivas y una rica vida social. Se divierten, se comunican, cultivan la amistad y no se estresan... En cuanto a su dieta, incluye arroz y muchas verduras variadas, algo de pescado y marisco, muy poca carne... y un tubérculo: ¡el boniato! El que toman ellos es una variedad morada que está cargada de vitaminas y antioxidantes.



Como todos los tubérculos, el boniato es suavizante y bueno para el sistema digestivo. Además de digerirse fácilmente, su asimilación es lenta ―no contiene carbohidratos refinados como el azúcar―. Aporta energía y toda clase de nutrientes, como hemos visto, y su fibra alimenta las bacterias intestinales y favorece una buena evacuación.

En esta página de Botanical on line encontraréis muchas más virtudes de este tubérculo (fantástico para el corazón, para la visión, para las embarazadas, para los deportistas y estudiantes...) Si el boniato no forma parte de tus menús, ¡quizás ha llegado el momento de darle una oportunidad!

viernes, 2 de noviembre de 2018

¡Toma castaña!


 Mi padre nos cuenta que, cuando llegaba la época de las castañas en su pueblo ―en las montañas del Bierzo, León― todos los problema de estómago desaparecían. Así lo aseguraban los médicos de familia. Las castañas acababan con los problemas digestivos... ¡y con el hambre! de muchas personas.

¿Qué tiene la preciosa castaña, un fruto típico de este tiempo del año? Además de estar deliciosa, asada o en sus variantes más golosas ―marrón glacé, mermelada, crema o puré― la castaña es rica en almidones, energía confortable que nutre el cuerpo y suaviza el tracto digestivo. A diferencia de otros frutos secos, es baja en grasa y alta en proteínas y otros nutrientse. Aquí tenéis un cuadro con la composición nutricional de la castaña:

Composición de la castaña por cada 100 gr
Agua
48,6 g
Calorías
213 kcal
Grasa
2,26 g
Proteína
2,42 g
Carbohidratos
45,54 g
Fibra
8,1 g
Potasio
518 mg
Fósforo
93 mg
Hierro
1 mg
Magnesio
33 mg
Calcio
27 mg
Vitamina C
43 mg
Vitamina B1
0,238 mg
Vitamina B2
0,168 mg
Vitamina B3
1,179 mg
Vitamina B6
0,376 mg
Ácido fólico
62 mcg

Como veis, es rica en carbohidratos, en fibra y en agua. Los carbohidratos son de combustión lenta, así que es apta para diabéticos. Sus proteínas contienen todos los aminoácidos esenciales que necesitamos, y entre las grasas (pocas) se cuentan omega 6 y omega 3 en proporciones adecuadas. Los minerales que contiene y las vitaminas del grupo B la hacen un alimento estupendo para el sistema nervioso y la salud cardiovascular. También es buena para la anemia, y para el estreñimiento. Y no es un alimento engordante (otra cosa es que te des un atracón de marrón glacé o puré azucarado).

Castañas asadas en casa... ¡Riquísimas y nutritivas!

En resumen, es un alimento casi completo. No es de extrañar que antiguamente, y antes de la introducción de la patata en Europa, fuera un ingrediente básico de la dieta popular, y remedio de muchas hambrunas.

En cuanto a la digestión, es verdad que puede provocar un poco de gases por su contenido en fibras, pero si se toman bien asadas, sin mezclar con otros alimentos, o hervidas, o en puré, no tienen por qué dar problemas. Muchas veces el problema son las mezclas. Tomar un puñado de castañas como tentempié, desayuno o merienda es fantástico. Tomarlas como postre de una comida opípara puede cargar un poco más nuestro estómago, claro.

Una delicatessen: castañas confitadas o marron glacé
(Marron es el término que designa «castaña» en francés)

¿Por qué antaño tenían fama de digestivas? Probablemente porque sus proteínas y sus vitaminas contribuían a regenerar los tejidos, incluidas las mucosas digestivas. Y porque la fibra y los almidones mejoraban el tránsito intestinal. Y también porque el hambre y la desnutrición afectan a la salud. Una persona mejor nutrida podía mejorar su salud, también digestiva.

Por cierto, para las personas alérgicas al gluten y al trigo, sabed que hay una harina de castaña que se puede utilizar en cocina y repostería. Es muy fina y con buen sabor, además de nutritiva. la encontraréis en granerías y tiendas especializadas en cereales, legumbres y frutos secos, como la Casa Perris, en el Born de Barcelona.


En este enlace de Ecoagricultor encontraréis muchas curiosidades, beneficios e información sobre las castañas.

Y aquí tenéis el portal de la castaña del Bierzo. La gallega se lleva la fama, pero os aseguro que como la castaña del alto Bierzo ¡no hay otra igual! Mis tías cada año le envían una caja a mi padre, recogidas de las castañales de su tierra natal... Y mi padre, fiel a su tradición, las asa en la cocina de casa, en una sartén vieja de hierro sobre el fogón, y las envuelve en papel de periódico y un trapo para que conserven el calor hasta el momento de comerlas. ¡Qué sabor y qué confort, comidas calentitas y recién asadas!

Los castaños son árboles majestuosos. 
Muchos llegan a centenarios y atesoran una larga historia.

viernes, 26 de octubre de 2018

Amalgamas de mercurio


En este último año he ido varias veces al dentista para hacerme una intervención que hace tiempo tenía en mente: quitarme las amalgamas de mercurio. Mi odontóloga, una profesional extraordinaria, tanto en humanidad como en destreza, ha hecho una obra de arte con mi boca. No sólo me ha sustituido las amalgamas por otras de material de calidad, sin bisfenol ni otros componentes tóxicos, sino que me ha hecho un lavado a fondo, quitándome el ennegrecimiento que me habían provocado unos suplementos de hierro que tomé durante un tiempo.

La semana pasada fue la última sesión de este proceso. Cuando llegué a casa, abrí la boca ante el espejo, en el lavabo, y me dije: ¡Una boca de cine! Exagero, no es perfecta, pues mis dientes tienen su forma peculiar y sus irregularidades, pero ahora sí puedo decir que toda ella está sana, limpia, pulida y sin focos de toxicidad entre las muelas. ¡Boca nueva!

Sentir la boca limpia y reparada da una sensación de bienestar. Y también es importante para la salud: ¡la digestión empieza ahí! Tener una boca limpia y unos dientes sanos es como tener la batería de cocina y los cubiertos en buen estado.

Las amalgamas de mercurio entrañan otros riesgos para la salud. Lo explicaré a continuación, de forma resumida. Y después, las reflexiones que me ha despertado el hecho de tener la boca renovada...

Riegos de las amalgamas


Ya hace muchos años que el mercurio genera polémica. Que es tóxico para la salud nadie lo pone en duda; que las amalgamas sean un peligro es otro asunto. Algunos países las han prohibido. Se ha dicho que la Unión Europea las va a prohibir a partir de este año. En otros lugares, como en España, muchos dentistas aseguran que los empastes con mercurio, si se hacen bien, no suponen un peligro para el paciente (leer esta entrada del Colegio Catalán de Odontólogos). En la Asociación de Mercuriados ―personas que han sufrido las consecuencias de la intoxicación por mercurio― piensan de otro modo. Esta entrevista de la Vanguardia a su presidente resulta muy esclarecedora.

Sopesando pros y contras, y en vista que la intoxicación lenta y progresiva por mercurio puede producir daños importantes a largo plazo, decidí retirarme mis amalgamas. Eso sí, de manos de una odontóloga de confianza que sigue un riguroso protocolo para evitar contaminaciones durante el proceso. Además de utilizar guantes especiales, mascarilla, y proteger tu boca, cada vez que me he quitado un empaste me ha revestido con una especie de “traje de astronauta”. Después, pastilla de carbón y toma de suplementos durante un tiempo para eliminar cualquier resto de mercurio que pueda haberse infiltrado en el organismo. Los de alga chlorella son estupendos, y también existe un preparado homeopático para estos casos, el Mercurius Solubilis, que se encuentra en farmacias.

Si no tienes ningún síntoma extraño y tus amalgamas de mercurio están en buen estado, posiblemente tu dentista te aconseje no tocarlas y te tranquilice: no hay riesgos. Pero si sufres algún problema de salud “inexplicable”, desde trastornos digestivos, pérdida de memoria, mareos, vértigos, dolores... Quién sabe. Quizás la presencia de mercurio en tu boca puede ser parte de la explicación. No lo descartes. Infórmate bien... y decide.

Amalgamas de mercurio, sustituidas por otras sin este mineral.

Lecciones de una boca renovada


Pensando cuántos años he pasado con mis amalgamas de mercurio, contaminando lentamente mi organismo, me he dado cuenta de que el proceso que ha sufrido mi boca es un reflejo de mi vida. De la misma manera que he sanado mi boca, también puedo terminar de sanar otros aspectos de mi vida. ¡Lecciones de unos dientes!

Creo que he heredado en parte la buena dentadura de mi madre (aunque la suya es increíble, fuerte y de una simetría casi perfecta). Pero desde niña tuve problemas de caries. ¿Por qué? Por el mucho dulce que comía y por insuficiente higiene. El caso es que antes de los diez años ya tenía dos muelas picadas y recuerdo que me tuvieron que hacer dos empastes. En aquellos años, sin anestesia, con el olor a cuerno quemado y el ruido estridente del torno, la experiencia fue tan traumática y le cogí tanto miedo al dentista que me prometí que jamás tendrían que empastarme una sola muela. Algo más tarde me tuvieron que rellenar otra. Pero desde entonces me acostumbré a cepillarme los dientes después de cada comida, y le puse tanto empeño que ese hábito no me ha abandonado jamás, y logré mi propósito. Esos tres primeros empastes han sido los únicos que he tenido. ¡Los he conservado durante más de treinta años!

Pero eran de amalgama de mercurio, que era lo que se ponía en aquella época. Así que los empastes, silenciosamente, han estado envenenando mi sangre, aunque quizás en cantidades mínimas. Nunca sabré hasta qué punto me han dañado la salud. Sean cuales sean sus consecuencias, he frenado esto.

Pienso que esas caries por exceso de dulce reflejan también mi vida interior. Todos tenemos alguna carencia emocional, alguna hambre escondida que nos aqueja por dentro, y el dulce es un paliativo fantástico para la mayoría de personas. Es verdad que los hábitos familiares también pesan, y la adicción al dulce es algo que se contagia y se hereda, ¡bien lo sé!

¡Nunca más al dentista! Eso me prometí cuando era niña...

Los empastes de mercurio son remedios necesarios, pero no dejan de tener consecuencias. Un remedio puede convertirse en un problema, con el tiempo. En lo emocional sucede lo mismo. Todos desarrollamos estrategias mentales y emocionales para sobrevivir al dolor y a los golpes que nos da la vida. Esas tácticas se traducen en actitudes, creencias y formas de actuar que nos protegen y nos hacen fuertes, aparentemente. Pero con el paso del tiempo nos atan, nos impiden crecer y merman nuestra calidad de vida. Las corazas nos esclavizan. Las creencias nos limitan, los miedos nos paralizan... Lo curioso es que, a veces, esos mecanismos de defensa que desarrollamos son lo más contrario a nuestra forma de ser genuina. Nos ponemos encima una máscara protectora que no tiene nada que ver con lo que realmente somos.

Y esto nos hace daño. Hasta que, con el paso de los años, vamos madurando, nos vamos despojando de máscaras y muletas y descubrimos esa niña que fuimos y que nunca dejamos de ser, ese yo auténtico que pide crecer y salir a la luz. A veces necesitamos darnos un golpe fuerte para reaccionar y cambiar: una enfermedad, un accidente, una separación o una pérdida... En mi caso, fue mi barriga la que me avisó y me ayudó, ¡con operación e ingreso hospitalario incluidos! El 2 de enero de 2016 puedo decir que volví a nacer... Y aún estoy dando los primeros pasos.

Sacarse las amalgamas de mercurio es terminar con un foco de intoxicación en el cuerpo. Pues bien, liberarse de esos mecanismos protectores que acaban aprisionándonos y envenenando nuestra psique es una limpieza interior que tarde o temprano necesitaremos emprender. A menos que queramos envejecer cada vez más débiles, más deprimidos, más amargados.

Hoy me miro la boca tan limpia, tan sana, y me pregunto: ¿qué amalgamas «mentales» debo sacar de mí? No me falta nada para ser completa y feliz... ¿Qué me sobra?

Recuperar la sonrisa sana... y la alegría del niño que todos hemos sido.

jueves, 18 de octubre de 2018

Esperanza ante el cáncer


Hoy me aparto un poco de la línea “digestiva” del blog, aunque en salud todo está relacionado. Con motivo del Día Mundial del Cáncer de Mama, me ha parecido que la mejor manera de apoyar y animar a tantas mujeres que lo sufren es compartir este testimonio de una mujer que lo padeció, con metástasis… y lo superó con la medicina más poderosa y natural que existe: una buena alimentación y un propósito de vida.

La entrada de hoy es una traducción del testimonio de Ruth Heindrich, tal como lo relata en la página del Doctor McDougall, y el comentario del doctor, que no tiene pérdida.

¡Hay esperanza, y mucha, ante el cáncer de mama! Y ante otros cánceres también.


Ruth Heidrich venció el cáncer y la osteoporosis cambiando su alimentación.


Tenía 47 años ¡y me consideraba una mujer muy sana! Desde los años 80 corría diariamente. Había competido en tres maratones y tomaba una dieta que me parecía muy saludable ―mucho pollo, pescado y lácteos desnatados―.

Estaba volcada en mi trabajo de logística militar. Como mujer directiva en un mundo de hombres, me estaba preparando para ocupar un alto cargo en el Pentágono. Poco sabía que dentro de mí estaba creciendo un cáncer que se alojaba en mi seno derecho. Cuando se hizo tan grande como una pelota de golf, me ingresaron para una cirugía de emergencia. Aún y así, nunca creí que se tratara de cáncer, porque me sentía muy sana. Me extirparon una sección de la mama y fue entonces cuando me dijeron que el cáncer se había extendido, no sólo por todo el pecho, sino también por los huesos y un pulmón.

Mientras me recuperaba de la operación, leí en un periódico que se estaban reclutando voluntarios para realizar un estudio sobre el cáncer y la dieta. Llamé por teléfono, me pidieron mis informes médicos y fui a visitar al doctor McDougall de inmediato. Después de que me hubo mostrado los resultados de su investigación sobre la dieta y el cáncer de mama, me convencí de que el Dr. McDougall estaba en el buen camino y abandoné su consulta convertida en una vegana con bajo consumo de grasas. También decidí renunciar a la quimioterapia, eligiendo la dieta vegana como mi única arma contra el cáncer.

Los cambios dietéticos me resultaron muy fáciles. Ya me gustaban el arroz integral, el pan integral y la avena. Simplemente tenía que añadir verduras y hortalizas para reemplazar el pollo, el pescado y los lácteos. Mi cuerpo respondió de inmediato. A la mañana siguiente descubrí que ¡había estado estreñida toda mi vida sin saberlo!

Entonces fue cuando vi por televisión el triatlón Ironman y me dije: ¡Tengo que hacerlo! Luego me di cuenta de que era una paciente de cáncer. Pero todavía me sentía sana. Pensé que esta sería una excelente forma de mostrar a todos que se podía participar en una de las competiciones más duras del mundo, el triatlón Ironman, con una dieta vegana. Así que añadí la bicicleta y la natación a mi carrera diaria y, desde que me diagnosticaron el cáncer en 1982, he completado el Ironman seis veces, he corrido 67 maratones y he ganado unos 800 trofeos, siendo nombrada como una de las diez mujeres en mejor forma de Norteamérica en 1999. Mi edad deportiva es de 32, aunque mi edad cronológica es de 67.

También comencé una licenciatura en psicología, aunque pronto descubrí que me interesaban más la dieta y el ejercicio, de modo que cambié la orientación de mis estudios y completé mi licenciatura en Nutrición y Fisiología del Deporte.

En mi familia hay un largo historial de osteoporosis, así que me hice análisis de densidad ósea y he comprobado que, desde los 47 años hasta los 64, mi densidad ósea se ha incrementado de forma significativa cada año. ¡Esto significa que con la dieta vegana obtenía suficiente calcio! También fue una agradable sorpresa descubrir que mi incipiente artritis había desaparecido, y pude dejar de tomar el medicamento (Naprosyn). Los médicos me habían dicho que tendría que tomarlo de por vida. Hoy mis articulaciones no tienen artritis, son atléticas y sigo corriendo. Así que lo tengo comprobado: correr no gasta tus articulaciones, puesto que he sido una corredora diaria durante 34 años. Y es evidente que la dieta que sigo me aporta todos los nutrientes necesarios, puesto que me he mantenido extraordinariamente sana durante los últimos veinte años.

Mis planes futuros son seguir corriendo (y ganando) carreras. Mi libro Una carrera por la vida (NY, 2000), recoge la teoría sobre cómo funcionan la dieta y el ejercicio, cómo llevarlo a la práctica y los detalles sobre cómo pasé de ser una paciente de cáncer a una atleta de triatlón que ha ganado trofeos en Japón, Nueva Zelanda, Canadá, Rusia y Estados Unidos. Con esta dieta y el programa de ejercicios creo que cualquier persona, de cualquier edad, puede evitar la mayoría de enfermedades que nos afligen: cardiovasculares, cáncer, diabetes, artritis, osteoporosis, hipertensión, obesidad, ¡incluso impotencia! Por cierto, hablando de edad, este programa también contribuye a revertir el proceso de envejecimiento.

Comentario del Dr. McDougall


Ruth Heidrich muestra las milagrosas capacidades del cuerpo con una dieta correcta, un programa de ejercicios y un entorno favorable. Sé que muchos de vosotros creéis que tenéis una enfermedad incurable. Después de 30 años de práctica médica puedo decir, sin dudarlo, que no he visto jamás a nadie que no mejore cuando cambia su dieta y adopta mi programa. Los principios son demasiado básicos como para fallar. El cambio de dieta equivale a lo que para un fumador supone dejar de fumar dos paquetes de cigarrillos al día, o para un alcohólico dejar de beber.

Ruth consiguió tres grandes beneficios gracias a una dieta sana y un programa de ejercicios: se curó de su cáncer, se curó de su artritis y revirtió la pérdida ósea. En mi libro El programa McDougall para mujeres explico con detalle los beneficios de una dieta sana y un programa de ejercicios para mujeres con cáncer de pecho. Nuestra dieta occidental es la causa más fácilmente controlable del cáncer de mama, según muchos expertos. Si lo crees así, no tiene sentido seguir arrojando gasolina al fuego. En otras palabras, si tienes un cáncer de origen alimentario el tratamiento más apropiado será un cambio en tu alimentación. En los años 80 publiqué el primer estudio sobre la terapia dietética para el cáncer de mama. En aquel entonces se me consideró un radical. Veinte años después se han publicado muchos estudios similares en las revistas más prestigiosas de medicina. La conclusión es la misma: las mujeres con cáncer de pecho que se alimentan correctamente viven más (encontrarás referencias a estos artículos en el libro).

Ruth Heidrich es una inspiración para quienes tenéis poca esperanza y muchas razones para vivir. El mayor milagro médico que puede experimentar la persona es ver cómo su cuerpo, con los alimentos y el entorno apropiados, puede curarse. No dejes pasar más tiempo: no tendrás una segunda oportunidad para vivir esta vida.

Puedes encontrar más información sobre cómo curar la artritis en mi página web: Dieta, la única esperanza para la artritis.

FUENTES:

Página del Dr. McDougall: www.drmcdougall.com
Testimonio de Ruth Heidrich: léelo aquí.
Página de Ruth Heidrich, campeona y vencedora del cáncer: http://ruthheidrich.com

viernes, 12 de octubre de 2018

Intolerancias: una clave para la salud digestiva


Cuando sufres problemas digestivos y no aparece una causa clara, también puede deberse a alguna intolerancia o sensibilidad a ciertos alimentos. Las intolerancias son más frecuentes de lo que creemos. Muchas personas están afectadas quizás sin saberlo, y llevan años tomando antiácidos cuando su problema se podría resolver eliminando uno o dos alimentos de su dieta.

Pero ¿cómo saber si soy intolerante a algún alimento?

El primer paso es escuchar a tu cuerpo. Hay cosas que rechazamos por instinto y otras que, inmediatamente después de tomarlas, nos producen malestar. Escucha a tu barriga porque muchas veces te revelará qué te está haciendo daño. Se trata de observarnos un poco y prestar atención a nuestras sensaciones físicas. ¡El cuerpo nunca engaña!


Desayuno continental: una reunión perfecta de al menos seis alimentos 
susceptibles de provocar intolerancia.

Hace pocos años he sabido, por análisis clínicos, que soy intolerante a la lactosa y que el trigo es un alimento que no me conviene. Pero es curioso. Recuerdo que cuando era más jovencita y me encontraba mal, yo misma identifiqué cuatro ingredientes de mi dieta que me perjudicaban. Era muy adicta a ellos, pero cuando dejaba de tomarlos desaparecían una serie de síntomas como: hinchazón, gases, garganta inflamada, etc. Más tarde, los análisis han confirmado lo que mi cuerpo ya me decía.
Hay una serie de alimentos que dan problemas a muchísima gente. Antes de embarcarte en analíticas caras, prueba a ver si alguno de ellos puede estar arruinando tus digestiones. Por frecuencia con la que se manifiestan son:

-      Huevos
-      Lácteos
-      Café
-      Chocolate
-      Nueces u otros frutos secos
-      Cebolla y ajos
-      Trigo
-      Otros cereales
-      Pimientos y berenjenas
-      Algunas frutas: cítricos, fresas, melocotones, tomates…

Ya ves que son alimentos muy comunes y ricos, pero que pueden provocar reacciones alérgicas, de intolerancia grave o leve, en mucha gente. ¿Cómo saber si son tu problema?


Fresas y chocolate... ¡tan ricos! 
Dos de los alimentos que más intolerancias provocan.

La dieta de eliminación: haz tu propia investigación


Esto es lo que recomienda el doctor McDougall para descartar intolerancias y no eliminar de tu dieta alimentos que pueden ser buenos.

Lo primero es seguir una dieta de eliminación durante una semana. La dieta de eliminación es muy suave y suprime cualquier alimento conflictivo que pueda causarte reacciones intolerantes. Además, es depurativa y si tienes sobrepeso quizás te ayude a perder algún kilo. La verdad es que resulta muy confortable, digestivamente hablando, y te sientes genial.

Los alimentos que incluye esta dieta son:
-      Verduras verdes y de colores (salvo cebollas, ajos, coles, tomate, berenjena y pimiento).
-      Tubérculos: boniatos, tapioca y calabaza (al principio, tampoco tomes patata).
-      Arroz integral o blanco.
-      Frutas dulces en compota (no cítricos, fresas y frutos del bosque).

Elimina los alimentos sospechosos, por supuesto, y además:
-        lácteos de cualquier clase,
-        aceites de cualquier clase (sí, también los aceites pueden causar intolerancias),
-        productos de origen animal: carnes, pescado, huevos, marisco;
-        azúcar y edulcorantes.

Como bebida, toma agua e infusiones. Con un poco de miel o estevia natural si quieres (no los preparados sintéticos).

Evita también las especias y picantes, el vinagre, la mostaza y el limón. Aliña sólo con sal y, si quieres, alguna hierba mediterránea.

Todo debe ser tomado cocido, al vapor, horno o plancha, nada crudo, ni siquiera la fruta (tómala en puré o en compota).

Como ves, ¡es una dieta de enfermito! Después de esto tu sistema digestivo, salvo que tengas algún daño grave, quedará en paz y muy limpio, y podrás comprobar qué te sienta mal.

No pases hambre: la dieta de eliminación puede incluir platos tan ricos 
como este arroz con verduras.


Pasada una semana de esta dieta, introduce, uno por uno, los ingredientes “sospechosos”. Hazlo de uno en uno para no confundirte. Toma el alimento conflictivo durante tres o cuatro días y observa qué pasa. Si no te produce ninguna reacción adversa, ¡dale la bienvenida a tu régimen!

Si te produce molestias, ya lo sabes: ¡adiós! Al menos durante un tiempo largo, mejor que no lo tomes. Las molestias pueden ser varias: hinchazón, gases, dolor abdominal, espasmos, estreñimiento o al contrario: diarrea; indigestión, ardor, dolor de cabeza, picores o irritación en la piel… Presta mucha atención a tu cuerpo esos días. Tal vez arrastras durante años una serie de migrañas o pruritos en la piel cuyo origen está en las malas digestiones. ¡No lo descartes!

Comprobar qué te hace daño de esta manera pide tiempo y paciencia, como ves. Pero ¿no vale la pena por tu salud y bienestar? Además, puede ser divertido. Tómatelo como un estudio científico sobre ti mismo. Mientras tanto, lee e infórmate sobre el tema. Aprenderás mucho.

¿Qué hay de los tests de intolerancia alimentaria?


Como en todo, los hay que son fiables y otros no. Hay mil métodos y las farmacias ofrecen analíticas rápidas con aparatos súper sofisticados. También hay terapeutas que utilizan otros métodos más originales, como la kinesiología y unos sensores electromagnéticos…

No soy una experta ni te voy a aconsejar ni a desaconsejar nada. Pero te contaré una anécdota real. Uno de los médicos con los que me visito, al menos una vez al año, me explicó que un amigo suyo compró una de estas máquinas para hacer tests de intolerancias nutricionales. Lo probó consigo mismo tres veces seguidas, y cada vez le salieron resultados distintos. ¿Conclusión? Le regaló la máquina a su mujer para que se divirtiera probando y haciendo tests a sus amigas.

Los tests más fiables son los que analizan muestras de sangre. Son complejos y no baratos, y rara vez los cubren las mutuas. Mucho menos la sanidad pública. Pero quizás valga la pena para salir de dudas.

Yo me hice uno de estos el año pasado. Se llama A200 (de laboratorios Synlab) y analiza la reacción del cuerpo a unos doscientos alimentos. Hay tests que son mucho más completos e incluyen más alimentos, pero sólo son recomendables una vez se han descartado las intolerancias más comunes.

¿Resultados? Soy intolerante a la lactosa y a los lácteos, a la clara de huevo y a varios frutos secos. Con sensibilidad o intolerancia leve a algunos cereales, entre ellos el trigo y la avena. El resto de alimentos, ¡luz verde! Y si hay alguno que me da problemas, como las cebollas o las alcachofas, yo misma lo he detectado y sé lo que debo hacer.

En vista de esta experiencia, ¿qué recomendar? Si no quieres gastar dinero, lo mejor es empezar con la dieta de eliminación e ir comprobando qué te puede estar causando indigestiones. Haz tu propia lista de alimentos sospechosos. Es posible que aciertes con el culpable a la primera o a la segunda prueba. Uno mismo se conoce e intuye. Si escuchas a tu cuerpo, hazle caso.

Si quieres saberlo rápido y no te importa gastar una cierta cantidad, hazte un buen análisis de intolerancias. Te lo prescribirá un especialista o un médico privado, tendrán que sacarte sangre y deberás esperar unas semanas, quizás. Los resultados pueden ser reveladores.

Finalmente, si hay uno, dos o más alimentos que te provocan intolerancia, despídelos de tu mesa. No vale la pena sufrir sabiéndolo. El cambio no sólo será un bienestar inmediato, sino una mejor salud a medio y a largo plazo. Recuerda que una intolerancia sostenida durante años genera inflamación y reacciones inmunitarias, va minando tu energía y tus defensas y puede acabar resultando en una enfermedad mucho más grave que una simple indigestión.

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