Fui a terapia con Ángel
aconsejada por una amiga y compañera de mi fundación. Ángel ha desarrollado un
método propio de terapia psico-corporal basado en varias disciplinas:
biológicas, energéticas y psicoanalíticas. El cuerpo tiene memoria: las cadenas
musculares conservan contracturas y tensiones debidas a traumas,
acontecimientos y actitudes que vamos acumulando y que poco a poco van
deformando nuestro cuerpo y afectando a nuestra salud. La terapia se puede
enfocar desde la dimensión física, para trabajar las contracturas musculares y
liberar el cuerpo, o desde una perspectiva psicológica, para desentrañar
aquellos nudos y heridas ocultas que nos impiden vivir el presente en plenitud.
Con Ángel he mantenido
largas conversaciones sobre filosofía, arte, literatura, salud… que hacían
menos dolorosa la terapia, ¡porque duele, y mucho! Pero salgo de cada sesión
con una ligereza de espíritu y de cuerpo asombrosa. El vigoroso trabajo sobre
los músculos libera y oxigena, tanto la carne como el alma.
Una conversación y una
sesión con Ángel me convencieron de la importancia de cuidar mi cuerpo de otra
manera. Adiós a los ejercicios de pesas y a las tablas gimnásticas que prometen
un cuerpo esculpido a golpe de agujetas. Adiós a las posturas forzadas, a los
estiramientos antinaturales. El cuerpo tiene una belleza y una forma natural
que hay que respetar y potenciar, sin forzar músculos ni huesos. Basta caminar
―o correr suave, o bailar― y hacer unos estiramientos equilibrados, que él me
enseñó, para mantenerse en buena forma. Nada de machacarse en un gimnasio.
Aprender esto fue, para mí, una auténtica conversión.
En las primeras sesiones,
dolorosísimas hasta el punto de tener que gritar ―algo que él te recomienda hacer, sin
reprimirte―, me libré de unas tremendas contracturas en la espalda. Soy recta y
rígida de constitución, tanto física como mental, me dijo Ángel. Pero la dureza
que llevaba a mis espaldas era excesiva. Durante la «tortura» rememoré diversos
episodios de mi vida. Especialmente situaciones de dolor y resentimiento que,
poco a poco, fui reconociendo. Recordé a ciertas personas. Y perdoné. Perdoné
mucho, mientras respiraba fuerte y aullaba, soltando todo mi dolor.
Superar la rigidez
corporal ha sido un primer paso. Aunque tiendo a contraer el cuello y los
hombros, y de tanto en tanto algunas partes de la espalda y las rodillas, la
tensión ahora es mucho menor y las contracturas se disuelven mucho más rápido.
Pasado un tiempo le pedí
a Angel que nos enfocáramos en el campo psicológico. Mi malestar digestivo y el
proceso que había iniciado tras la operación me pedían ahondar en las raíces de
mis problemas físicos. Tras varias largas conversaciones he ido desenterrando
poco a poco el origen de mi estrés, de mis dolencias, de mis adicciones al
trabajo y a la actividad. Gracias a estas sesiones he ido reconstruyendo el
mosaico de mi vida, atando cabos, hilando el argumento de mi historia. He lanzado
una mirada aérea a lo que ha sido mi existencia… ¡y he comprendido tantas
cosas! He contemplado ciclos recurrentes y he descubierto cuál es el leit motif, la constante de mis impulsos
y reacciones, el detonante de mis actitudes y mi forma de obrar. Con sus
preguntas, breves y precisas, y escuchándome con mucha atención, Ángel me ha
hecho mirar mi propia realidad cara a cara y responderme a mí misma: Ahora, con
todo lo que sé, ¿qué quiero hacer? No basta saber. No basta entender. Se
desenredan los nudos del pasado para poder construir un futuro, nuevo y
liberado. Y en los momentos cruciales hay que tomar decisiones.
Quiero vivir. Quiero
estar bien. Quiero sentir, y respirar, y disfrutar. Estoy dispuesta a enterrar
con cariño los huesos del pasado. Estoy dispuesta a vivir el duelo ―y Ángel me
ha avisado: el duelo descoloca―. Estoy dispuesta. Y daré pasos. Pasos reales,
físicos, acciones. No basta la
intención. Obedeceré. Descansaré. Disfrutaré. Quiero vivir.
Ángel me ha hecho ver la
diferencia entre el anhelo de belleza y perfección, que es algo natural en todo
ser humano, y el perfeccionismo, que es una actitud enfermiza y obsesiva. El
camino de perfección es sano y deseable; el perfeccionismo es vicioso y mata.
Buscar el bien y lo mejor es un proceso: solo hay que comprender que la
perfección nunca se alcanza del todo, y aceptarlo con calma. Pero el
perfeccionismo es loco: nunca tiene bastante y quiere conseguir lo inalcanzable
ahora, ya.
Reconstruyendo mi vida
con Ángel he contemplado mi camino, una constante búsqueda de perfección desde
que era niña. Ansiaba la perfección física, psicológica, moral. Quería el
cuerpo perfecto, el alma perfecta, la vida perfecta… ¡Y siempre me subía el
listón, más y más alto! De ahí mi hiperactividad y mi extremo deseo de
superación. No soy una diosa… No soy omnipotente, no soy perfecta. De ahí la
frustración, la ira y el autocastigo. La raíz profunda de todo, ¿dónde está?
Ahí, en la primera infancia. En el afán por complacer y ser querida, en la
búsqueda de aprobación de mis padres. En los valores familiares heredados. ¡Ah,
la herencia! Es nuestro tesoro y nuestra cruz, hasta que nos hacemos
conscientes de esa carga y aprendemos, como hombre sabio, a discernir y a
separar. Guardamos lo valioso y desechamos lo que no nos sirve o nos daña.
Deshacerse de esos lastres que llevamos incrustados como perlas en los
repliegues del alma duele, y cuesta. Sí, pide un tiempo de duelo. Pero es
necesario si queremos vivir. ¡Libera!
El cuerpo habla, sí.
Habla con su postura, se expresa con sus deformidades y contracturas, grita con
su dolor. He aprendido que el cuerpo nos retrata y nos muestra, con aplastante
sinceridad, qué somos y cómo vivimos. Este cuerpo tan honesto, que jamás nos
miente y nos guarda una fidelidad absoluta, quiere estar sano. Quiere vivir y
quiere gozar. Anhela la plenitud y está preparado para ella. Tan solo tenemos
que aprender a amarlo, a escucharlo, a respetarlo. Somos más que nuestro
cuerpo… pero somos, también, nuestro cuerpo. Sin la carne, el alma jamás podría
interpretar su melodía.