viernes, 26 de enero de 2018

Ángeles alrededor

Hoy inicio una serie de entradas muy especiales. Estaban incluidas en el manuscrito original de mi libro Digerir la vida, pero la editorial me dijo que las quitara para abreviar el texto y porque las encontraba demasiado… quizás sentimentales, o íntimas. ¡No lo sé! Pero pienso que es justo reconocer de alguna manera a una serie de «ángeles» que me ayudaron muchísimo durante un tiempo, y que ahora continúan cerca de mí, como buenos amigos. Os invito a leerlas con mente abierta y sin más ánimo que conocer a una serie de personas extraordinarias y su labor.

Aquí va la primera.

En mi proceso de sanación he contado con muchas ayudas. Sin el apoyo y el cariño de una serie de personas me habría costado muchísimo superar mis adicciones, responsabilizarme de mi salud y dar los pasos necesarios para salir del hoyo. Quizás no lo habría logrado, o sería una víctima, yendo de médico en médico sin encontrar soluciones y resignándome a sufrir.

Pero no ha sido así. A veces pienso que tengo a mi alrededor un coro de ángeles que me cuidan, me quieren y se preocupan por mi salud. Cada uno de ellos a su manera me ha acompañado y me ha enseñado lecciones muy valiosas.

Hay dos personas que han sufrido por mí y que, desde una discreta distancia, velan por mi salud: son mis padres. Siento su cariño en sus miradas, en sus llamadas telefónicas, en las visitas que me hacen, cargados de frutas, mermeladas caseras y productos de su huerto. Los padres, que me educaron lo mejor que supieron y que, si se equivocaron, lo hicieron siempre con amor, siguen siendo padres. Cumpliré cincuenta años y papá me seguirá trayendo dulces y llamándome nena. Tendré canas y mamá continuará mirándome con la misma ternura y abrazándome como la niña que fui. Vengo de ellos y amo mis raíces. Su calor me llega, me anima y me impulsa a seguir adelante.

Mis tías y mis hermanos también me han mostrado su afecto y desvelo. ¡No me gusta que se preocupen tanto! Pero… son mi familia, y me quieren. Debo aceptar que vean mis limitaciones y mi fragilidad. Y aprender a recibir su estima.

¡Wabi-sabi!

Finalmente, no puedo dejar de mencionar a mis compañeros de la fundación, donde trabajo. Sin su apoyo y acompañamiento incondicional estoy segura de que no habría llegado donde estoy: encarando con valor y con ganas una nueva etapa de mi vida, luchando por mi salud y haciéndome responsable de ella. Ellos me han ayudado a delegar, han aligerado mi carga de estrés y me han empujado, literalmente, a hacer aquello que más me gusta: escribir. ¡Qué maravillosa paradoja, que alguien me tenga que «obligar» a hacer lo que me apasiona! Nunca se lo podré agradecer bastante.

En cuanto a mis terapeutas amigos, estos son mis ángeles con sus dones:

Ángel, el lenguaje del cuerpo.
Teresa, el tesoro de la energía.
Marisol, el don de las manos.
Rosario, desde la amistad.
Sonia, sanar desde el corazón.
Silvia, desde la ciencia.
Juan Carlos, lo bueno y lo rico.
Alberto, Marianela y Elba.
Desde el más allá… dos mentores que nunca olvidaré.

En los próximos días iré publicando una entrada dedicada a cada uno de ellos. 

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