viernes, 26 de octubre de 2018

Amalgamas de mercurio


En este último año he ido varias veces al dentista para hacerme una intervención que hace tiempo tenía en mente: quitarme las amalgamas de mercurio. Mi odontóloga, una profesional extraordinaria, tanto en humanidad como en destreza, ha hecho una obra de arte con mi boca. No sólo me ha sustituido las amalgamas por otras de material de calidad, sin bisfenol ni otros componentes tóxicos, sino que me ha hecho un lavado a fondo, quitándome el ennegrecimiento que me habían provocado unos suplementos de hierro que tomé durante un tiempo.

La semana pasada fue la última sesión de este proceso. Cuando llegué a casa, abrí la boca ante el espejo, en el lavabo, y me dije: ¡Una boca de cine! Exagero, no es perfecta, pues mis dientes tienen su forma peculiar y sus irregularidades, pero ahora sí puedo decir que toda ella está sana, limpia, pulida y sin focos de toxicidad entre las muelas. ¡Boca nueva!

Sentir la boca limpia y reparada da una sensación de bienestar. Y también es importante para la salud: ¡la digestión empieza ahí! Tener una boca limpia y unos dientes sanos es como tener la batería de cocina y los cubiertos en buen estado.

Las amalgamas de mercurio entrañan otros riesgos para la salud. Lo explicaré a continuación, de forma resumida. Y después, las reflexiones que me ha despertado el hecho de tener la boca renovada...

Riegos de las amalgamas


Ya hace muchos años que el mercurio genera polémica. Que es tóxico para la salud nadie lo pone en duda; que las amalgamas sean un peligro es otro asunto. Algunos países las han prohibido. Se ha dicho que la Unión Europea las va a prohibir a partir de este año. En otros lugares, como en España, muchos dentistas aseguran que los empastes con mercurio, si se hacen bien, no suponen un peligro para el paciente (leer esta entrada del Colegio Catalán de Odontólogos). En la Asociación de Mercuriados ―personas que han sufrido las consecuencias de la intoxicación por mercurio― piensan de otro modo. Esta entrevista de la Vanguardia a su presidente resulta muy esclarecedora.

Sopesando pros y contras, y en vista que la intoxicación lenta y progresiva por mercurio puede producir daños importantes a largo plazo, decidí retirarme mis amalgamas. Eso sí, de manos de una odontóloga de confianza que sigue un riguroso protocolo para evitar contaminaciones durante el proceso. Además de utilizar guantes especiales, mascarilla, y proteger tu boca, cada vez que me he quitado un empaste me ha revestido con una especie de “traje de astronauta”. Después, pastilla de carbón y toma de suplementos durante un tiempo para eliminar cualquier resto de mercurio que pueda haberse infiltrado en el organismo. Los de alga chlorella son estupendos, y también existe un preparado homeopático para estos casos, el Mercurius Solubilis, que se encuentra en farmacias.

Si no tienes ningún síntoma extraño y tus amalgamas de mercurio están en buen estado, posiblemente tu dentista te aconseje no tocarlas y te tranquilice: no hay riesgos. Pero si sufres algún problema de salud “inexplicable”, desde trastornos digestivos, pérdida de memoria, mareos, vértigos, dolores... Quién sabe. Quizás la presencia de mercurio en tu boca puede ser parte de la explicación. No lo descartes. Infórmate bien... y decide.

Amalgamas de mercurio, sustituidas por otras sin este mineral.

Lecciones de una boca renovada


Pensando cuántos años he pasado con mis amalgamas de mercurio, contaminando lentamente mi organismo, me he dado cuenta de que el proceso que ha sufrido mi boca es un reflejo de mi vida. De la misma manera que he sanado mi boca, también puedo terminar de sanar otros aspectos de mi vida. ¡Lecciones de unos dientes!

Creo que he heredado en parte la buena dentadura de mi madre (aunque la suya es increíble, fuerte y de una simetría casi perfecta). Pero desde niña tuve problemas de caries. ¿Por qué? Por el mucho dulce que comía y por insuficiente higiene. El caso es que antes de los diez años ya tenía dos muelas picadas y recuerdo que me tuvieron que hacer dos empastes. En aquellos años, sin anestesia, con el olor a cuerno quemado y el ruido estridente del torno, la experiencia fue tan traumática y le cogí tanto miedo al dentista que me prometí que jamás tendrían que empastarme una sola muela. Algo más tarde me tuvieron que rellenar otra. Pero desde entonces me acostumbré a cepillarme los dientes después de cada comida, y le puse tanto empeño que ese hábito no me ha abandonado jamás, y logré mi propósito. Esos tres primeros empastes han sido los únicos que he tenido. ¡Los he conservado durante más de treinta años!

Pero eran de amalgama de mercurio, que era lo que se ponía en aquella época. Así que los empastes, silenciosamente, han estado envenenando mi sangre, aunque quizás en cantidades mínimas. Nunca sabré hasta qué punto me han dañado la salud. Sean cuales sean sus consecuencias, he frenado esto.

Pienso que esas caries por exceso de dulce reflejan también mi vida interior. Todos tenemos alguna carencia emocional, alguna hambre escondida que nos aqueja por dentro, y el dulce es un paliativo fantástico para la mayoría de personas. Es verdad que los hábitos familiares también pesan, y la adicción al dulce es algo que se contagia y se hereda, ¡bien lo sé!

¡Nunca más al dentista! Eso me prometí cuando era niña...

Los empastes de mercurio son remedios necesarios, pero no dejan de tener consecuencias. Un remedio puede convertirse en un problema, con el tiempo. En lo emocional sucede lo mismo. Todos desarrollamos estrategias mentales y emocionales para sobrevivir al dolor y a los golpes que nos da la vida. Esas tácticas se traducen en actitudes, creencias y formas de actuar que nos protegen y nos hacen fuertes, aparentemente. Pero con el paso del tiempo nos atan, nos impiden crecer y merman nuestra calidad de vida. Las corazas nos esclavizan. Las creencias nos limitan, los miedos nos paralizan... Lo curioso es que, a veces, esos mecanismos de defensa que desarrollamos son lo más contrario a nuestra forma de ser genuina. Nos ponemos encima una máscara protectora que no tiene nada que ver con lo que realmente somos.

Y esto nos hace daño. Hasta que, con el paso de los años, vamos madurando, nos vamos despojando de máscaras y muletas y descubrimos esa niña que fuimos y que nunca dejamos de ser, ese yo auténtico que pide crecer y salir a la luz. A veces necesitamos darnos un golpe fuerte para reaccionar y cambiar: una enfermedad, un accidente, una separación o una pérdida... En mi caso, fue mi barriga la que me avisó y me ayudó, ¡con operación e ingreso hospitalario incluidos! El 2 de enero de 2016 puedo decir que volví a nacer... Y aún estoy dando los primeros pasos.

Sacarse las amalgamas de mercurio es terminar con un foco de intoxicación en el cuerpo. Pues bien, liberarse de esos mecanismos protectores que acaban aprisionándonos y envenenando nuestra psique es una limpieza interior que tarde o temprano necesitaremos emprender. A menos que queramos envejecer cada vez más débiles, más deprimidos, más amargados.

Hoy me miro la boca tan limpia, tan sana, y me pregunto: ¿qué amalgamas «mentales» debo sacar de mí? No me falta nada para ser completa y feliz... ¿Qué me sobra?

Recuperar la sonrisa sana... y la alegría del niño que todos hemos sido.

jueves, 18 de octubre de 2018

Esperanza ante el cáncer


Hoy me aparto un poco de la línea “digestiva” del blog, aunque en salud todo está relacionado. Con motivo del Día Mundial del Cáncer de Mama, me ha parecido que la mejor manera de apoyar y animar a tantas mujeres que lo sufren es compartir este testimonio de una mujer que lo padeció, con metástasis… y lo superó con la medicina más poderosa y natural que existe: una buena alimentación y un propósito de vida.

La entrada de hoy es una traducción del testimonio de Ruth Heindrich, tal como lo relata en la página del Doctor McDougall, y el comentario del doctor, que no tiene pérdida.

¡Hay esperanza, y mucha, ante el cáncer de mama! Y ante otros cánceres también.


Ruth Heidrich venció el cáncer y la osteoporosis cambiando su alimentación.


Tenía 47 años ¡y me consideraba una mujer muy sana! Desde los años 80 corría diariamente. Había competido en tres maratones y tomaba una dieta que me parecía muy saludable ―mucho pollo, pescado y lácteos desnatados―.

Estaba volcada en mi trabajo de logística militar. Como mujer directiva en un mundo de hombres, me estaba preparando para ocupar un alto cargo en el Pentágono. Poco sabía que dentro de mí estaba creciendo un cáncer que se alojaba en mi seno derecho. Cuando se hizo tan grande como una pelota de golf, me ingresaron para una cirugía de emergencia. Aún y así, nunca creí que se tratara de cáncer, porque me sentía muy sana. Me extirparon una sección de la mama y fue entonces cuando me dijeron que el cáncer se había extendido, no sólo por todo el pecho, sino también por los huesos y un pulmón.

Mientras me recuperaba de la operación, leí en un periódico que se estaban reclutando voluntarios para realizar un estudio sobre el cáncer y la dieta. Llamé por teléfono, me pidieron mis informes médicos y fui a visitar al doctor McDougall de inmediato. Después de que me hubo mostrado los resultados de su investigación sobre la dieta y el cáncer de mama, me convencí de que el Dr. McDougall estaba en el buen camino y abandoné su consulta convertida en una vegana con bajo consumo de grasas. También decidí renunciar a la quimioterapia, eligiendo la dieta vegana como mi única arma contra el cáncer.

Los cambios dietéticos me resultaron muy fáciles. Ya me gustaban el arroz integral, el pan integral y la avena. Simplemente tenía que añadir verduras y hortalizas para reemplazar el pollo, el pescado y los lácteos. Mi cuerpo respondió de inmediato. A la mañana siguiente descubrí que ¡había estado estreñida toda mi vida sin saberlo!

Entonces fue cuando vi por televisión el triatlón Ironman y me dije: ¡Tengo que hacerlo! Luego me di cuenta de que era una paciente de cáncer. Pero todavía me sentía sana. Pensé que esta sería una excelente forma de mostrar a todos que se podía participar en una de las competiciones más duras del mundo, el triatlón Ironman, con una dieta vegana. Así que añadí la bicicleta y la natación a mi carrera diaria y, desde que me diagnosticaron el cáncer en 1982, he completado el Ironman seis veces, he corrido 67 maratones y he ganado unos 800 trofeos, siendo nombrada como una de las diez mujeres en mejor forma de Norteamérica en 1999. Mi edad deportiva es de 32, aunque mi edad cronológica es de 67.

También comencé una licenciatura en psicología, aunque pronto descubrí que me interesaban más la dieta y el ejercicio, de modo que cambié la orientación de mis estudios y completé mi licenciatura en Nutrición y Fisiología del Deporte.

En mi familia hay un largo historial de osteoporosis, así que me hice análisis de densidad ósea y he comprobado que, desde los 47 años hasta los 64, mi densidad ósea se ha incrementado de forma significativa cada año. ¡Esto significa que con la dieta vegana obtenía suficiente calcio! También fue una agradable sorpresa descubrir que mi incipiente artritis había desaparecido, y pude dejar de tomar el medicamento (Naprosyn). Los médicos me habían dicho que tendría que tomarlo de por vida. Hoy mis articulaciones no tienen artritis, son atléticas y sigo corriendo. Así que lo tengo comprobado: correr no gasta tus articulaciones, puesto que he sido una corredora diaria durante 34 años. Y es evidente que la dieta que sigo me aporta todos los nutrientes necesarios, puesto que me he mantenido extraordinariamente sana durante los últimos veinte años.

Mis planes futuros son seguir corriendo (y ganando) carreras. Mi libro Una carrera por la vida (NY, 2000), recoge la teoría sobre cómo funcionan la dieta y el ejercicio, cómo llevarlo a la práctica y los detalles sobre cómo pasé de ser una paciente de cáncer a una atleta de triatlón que ha ganado trofeos en Japón, Nueva Zelanda, Canadá, Rusia y Estados Unidos. Con esta dieta y el programa de ejercicios creo que cualquier persona, de cualquier edad, puede evitar la mayoría de enfermedades que nos afligen: cardiovasculares, cáncer, diabetes, artritis, osteoporosis, hipertensión, obesidad, ¡incluso impotencia! Por cierto, hablando de edad, este programa también contribuye a revertir el proceso de envejecimiento.

Comentario del Dr. McDougall


Ruth Heidrich muestra las milagrosas capacidades del cuerpo con una dieta correcta, un programa de ejercicios y un entorno favorable. Sé que muchos de vosotros creéis que tenéis una enfermedad incurable. Después de 30 años de práctica médica puedo decir, sin dudarlo, que no he visto jamás a nadie que no mejore cuando cambia su dieta y adopta mi programa. Los principios son demasiado básicos como para fallar. El cambio de dieta equivale a lo que para un fumador supone dejar de fumar dos paquetes de cigarrillos al día, o para un alcohólico dejar de beber.

Ruth consiguió tres grandes beneficios gracias a una dieta sana y un programa de ejercicios: se curó de su cáncer, se curó de su artritis y revirtió la pérdida ósea. En mi libro El programa McDougall para mujeres explico con detalle los beneficios de una dieta sana y un programa de ejercicios para mujeres con cáncer de pecho. Nuestra dieta occidental es la causa más fácilmente controlable del cáncer de mama, según muchos expertos. Si lo crees así, no tiene sentido seguir arrojando gasolina al fuego. En otras palabras, si tienes un cáncer de origen alimentario el tratamiento más apropiado será un cambio en tu alimentación. En los años 80 publiqué el primer estudio sobre la terapia dietética para el cáncer de mama. En aquel entonces se me consideró un radical. Veinte años después se han publicado muchos estudios similares en las revistas más prestigiosas de medicina. La conclusión es la misma: las mujeres con cáncer de pecho que se alimentan correctamente viven más (encontrarás referencias a estos artículos en el libro).

Ruth Heidrich es una inspiración para quienes tenéis poca esperanza y muchas razones para vivir. El mayor milagro médico que puede experimentar la persona es ver cómo su cuerpo, con los alimentos y el entorno apropiados, puede curarse. No dejes pasar más tiempo: no tendrás una segunda oportunidad para vivir esta vida.

Puedes encontrar más información sobre cómo curar la artritis en mi página web: Dieta, la única esperanza para la artritis.

FUENTES:

Página del Dr. McDougall: www.drmcdougall.com
Testimonio de Ruth Heidrich: léelo aquí.
Página de Ruth Heidrich, campeona y vencedora del cáncer: http://ruthheidrich.com

viernes, 12 de octubre de 2018

Intolerancias: una clave para la salud digestiva


Cuando sufres problemas digestivos y no aparece una causa clara, también puede deberse a alguna intolerancia o sensibilidad a ciertos alimentos. Las intolerancias son más frecuentes de lo que creemos. Muchas personas están afectadas quizás sin saberlo, y llevan años tomando antiácidos cuando su problema se podría resolver eliminando uno o dos alimentos de su dieta.

Pero ¿cómo saber si soy intolerante a algún alimento?

El primer paso es escuchar a tu cuerpo. Hay cosas que rechazamos por instinto y otras que, inmediatamente después de tomarlas, nos producen malestar. Escucha a tu barriga porque muchas veces te revelará qué te está haciendo daño. Se trata de observarnos un poco y prestar atención a nuestras sensaciones físicas. ¡El cuerpo nunca engaña!


Desayuno continental: una reunión perfecta de al menos seis alimentos 
susceptibles de provocar intolerancia.

Hace pocos años he sabido, por análisis clínicos, que soy intolerante a la lactosa y que el trigo es un alimento que no me conviene. Pero es curioso. Recuerdo que cuando era más jovencita y me encontraba mal, yo misma identifiqué cuatro ingredientes de mi dieta que me perjudicaban. Era muy adicta a ellos, pero cuando dejaba de tomarlos desaparecían una serie de síntomas como: hinchazón, gases, garganta inflamada, etc. Más tarde, los análisis han confirmado lo que mi cuerpo ya me decía.
Hay una serie de alimentos que dan problemas a muchísima gente. Antes de embarcarte en analíticas caras, prueba a ver si alguno de ellos puede estar arruinando tus digestiones. Por frecuencia con la que se manifiestan son:

-      Huevos
-      Lácteos
-      Café
-      Chocolate
-      Nueces u otros frutos secos
-      Cebolla y ajos
-      Trigo
-      Otros cereales
-      Pimientos y berenjenas
-      Algunas frutas: cítricos, fresas, melocotones, tomates…

Ya ves que son alimentos muy comunes y ricos, pero que pueden provocar reacciones alérgicas, de intolerancia grave o leve, en mucha gente. ¿Cómo saber si son tu problema?


Fresas y chocolate... ¡tan ricos! 
Dos de los alimentos que más intolerancias provocan.

La dieta de eliminación: haz tu propia investigación


Esto es lo que recomienda el doctor McDougall para descartar intolerancias y no eliminar de tu dieta alimentos que pueden ser buenos.

Lo primero es seguir una dieta de eliminación durante una semana. La dieta de eliminación es muy suave y suprime cualquier alimento conflictivo que pueda causarte reacciones intolerantes. Además, es depurativa y si tienes sobrepeso quizás te ayude a perder algún kilo. La verdad es que resulta muy confortable, digestivamente hablando, y te sientes genial.

Los alimentos que incluye esta dieta son:
-      Verduras verdes y de colores (salvo cebollas, ajos, coles, tomate, berenjena y pimiento).
-      Tubérculos: boniatos, tapioca y calabaza (al principio, tampoco tomes patata).
-      Arroz integral o blanco.
-      Frutas dulces en compota (no cítricos, fresas y frutos del bosque).

Elimina los alimentos sospechosos, por supuesto, y además:
-        lácteos de cualquier clase,
-        aceites de cualquier clase (sí, también los aceites pueden causar intolerancias),
-        productos de origen animal: carnes, pescado, huevos, marisco;
-        azúcar y edulcorantes.

Como bebida, toma agua e infusiones. Con un poco de miel o estevia natural si quieres (no los preparados sintéticos).

Evita también las especias y picantes, el vinagre, la mostaza y el limón. Aliña sólo con sal y, si quieres, alguna hierba mediterránea.

Todo debe ser tomado cocido, al vapor, horno o plancha, nada crudo, ni siquiera la fruta (tómala en puré o en compota).

Como ves, ¡es una dieta de enfermito! Después de esto tu sistema digestivo, salvo que tengas algún daño grave, quedará en paz y muy limpio, y podrás comprobar qué te sienta mal.

No pases hambre: la dieta de eliminación puede incluir platos tan ricos 
como este arroz con verduras.


Pasada una semana de esta dieta, introduce, uno por uno, los ingredientes “sospechosos”. Hazlo de uno en uno para no confundirte. Toma el alimento conflictivo durante tres o cuatro días y observa qué pasa. Si no te produce ninguna reacción adversa, ¡dale la bienvenida a tu régimen!

Si te produce molestias, ya lo sabes: ¡adiós! Al menos durante un tiempo largo, mejor que no lo tomes. Las molestias pueden ser varias: hinchazón, gases, dolor abdominal, espasmos, estreñimiento o al contrario: diarrea; indigestión, ardor, dolor de cabeza, picores o irritación en la piel… Presta mucha atención a tu cuerpo esos días. Tal vez arrastras durante años una serie de migrañas o pruritos en la piel cuyo origen está en las malas digestiones. ¡No lo descartes!

Comprobar qué te hace daño de esta manera pide tiempo y paciencia, como ves. Pero ¿no vale la pena por tu salud y bienestar? Además, puede ser divertido. Tómatelo como un estudio científico sobre ti mismo. Mientras tanto, lee e infórmate sobre el tema. Aprenderás mucho.

¿Qué hay de los tests de intolerancia alimentaria?


Como en todo, los hay que son fiables y otros no. Hay mil métodos y las farmacias ofrecen analíticas rápidas con aparatos súper sofisticados. También hay terapeutas que utilizan otros métodos más originales, como la kinesiología y unos sensores electromagnéticos…

No soy una experta ni te voy a aconsejar ni a desaconsejar nada. Pero te contaré una anécdota real. Uno de los médicos con los que me visito, al menos una vez al año, me explicó que un amigo suyo compró una de estas máquinas para hacer tests de intolerancias nutricionales. Lo probó consigo mismo tres veces seguidas, y cada vez le salieron resultados distintos. ¿Conclusión? Le regaló la máquina a su mujer para que se divirtiera probando y haciendo tests a sus amigas.

Los tests más fiables son los que analizan muestras de sangre. Son complejos y no baratos, y rara vez los cubren las mutuas. Mucho menos la sanidad pública. Pero quizás valga la pena para salir de dudas.

Yo me hice uno de estos el año pasado. Se llama A200 (de laboratorios Synlab) y analiza la reacción del cuerpo a unos doscientos alimentos. Hay tests que son mucho más completos e incluyen más alimentos, pero sólo son recomendables una vez se han descartado las intolerancias más comunes.

¿Resultados? Soy intolerante a la lactosa y a los lácteos, a la clara de huevo y a varios frutos secos. Con sensibilidad o intolerancia leve a algunos cereales, entre ellos el trigo y la avena. El resto de alimentos, ¡luz verde! Y si hay alguno que me da problemas, como las cebollas o las alcachofas, yo misma lo he detectado y sé lo que debo hacer.

En vista de esta experiencia, ¿qué recomendar? Si no quieres gastar dinero, lo mejor es empezar con la dieta de eliminación e ir comprobando qué te puede estar causando indigestiones. Haz tu propia lista de alimentos sospechosos. Es posible que aciertes con el culpable a la primera o a la segunda prueba. Uno mismo se conoce e intuye. Si escuchas a tu cuerpo, hazle caso.

Si quieres saberlo rápido y no te importa gastar una cierta cantidad, hazte un buen análisis de intolerancias. Te lo prescribirá un especialista o un médico privado, tendrán que sacarte sangre y deberás esperar unas semanas, quizás. Los resultados pueden ser reveladores.

Finalmente, si hay uno, dos o más alimentos que te provocan intolerancia, despídelos de tu mesa. No vale la pena sufrir sabiéndolo. El cambio no sólo será un bienestar inmediato, sino una mejor salud a medio y a largo plazo. Recuerda que una intolerancia sostenida durante años genera inflamación y reacciones inmunitarias, va minando tu energía y tus defensas y puede acabar resultando en una enfermedad mucho más grave que una simple indigestión.

Cebollas y ajos: excelentes alimentos, pero problemáticos para algunos...

viernes, 5 de octubre de 2018

Cómo conseguir la salud: cinco pilares

¿Cómo alcanzar la salud y conservarla? ¿Podemos encontrar la terapia adecuada, el suplemento talismán, el “secreto” que nos permita estar bien siempre? ¿Se trata de resolver tus problemas emocionales? ¿Existe alguna panacea? Escribo esta entrada como fruto de conversaciones profundas que he mantenido con varios amigos y terapeutas que me han acompañado en mi proceso de sanación digestiva. La característica en común de estos amigos es que todos ellos, en un momento dado de su vida, sufrieron una crisis de salud o un evento que les hizo cambiar muchas cosas, replantearse su modo de vivir y entablar una relación más amistosa, de cuidado y cariño, hacia su cuerpo.

Cuando los problemas crónicos de salud se instalan en nuestra vida y no aparece una causa clara es cuando debemos indagar un poco y cuando descubrimos que la enfermedad, el malestar o la salud frágil no tienen una sola causa, sino que hay una suma de factores que se unen. Por eso, si queremos recuperar la salud no basta con una sola terapia o un solo enfoque: tenemos que resolver el asunto por varias vías.

Podríamos decir que hay cinco pilares que sustentan la salud. Si uno solo falla, aunque los demás sean más o menos fuertes, el edificio de nuestra salud se resentirá y acabará agrietándose. Los cinco se sostienen unos a otros y todos son importantes. Por eso, cuando nos encontramos mal, quizás estaría bien preguntarse cómo están estos cinco aspectos de nuestra vida. Pienso que si los médicos hicieran estas preguntas a sus pacientes acertarían más en sus diagnósticos y quizás podrían ayudarlos mucho más a sanarse.

Un paso previo: la enfermedad no es el destino


Pero antes de empezar con los cinco pilares, hay un paso previo, que es este: creer que la enfermedad, salvo que sea un accidente inesperado o una infección sobrevenida, no es nuestro destino. No es consecuencia de la vejez (hay viejos sanísimos), ni es sólo debida al estrés, la contaminación ambiental o las culpas de nuestros antepasados. Ni siquiera los genes son tan relevantes, aunque tienen su importancia. Tampoco estamos condenados fatalmente a enfermar a medida que nos hacemos mayores. Podemos alcanzar edades avanzadas en muy buena salud, si tenemos ciertos conocimientos y cultivamos ciertos hábitos. No nos rindamos antes de tiempo. Muchas personas entran en un declive fatal y se van deteriorando porque creen que realmente no hay remedio y no pueden hacer nada, o no se sienten con ánimos de emprender cambios en su vida. Quizás no quieran y tengan sus motivos; es su libertad, que hay que respetar. Pero, al menos, es importante que sepan que hay alternativas. Casi nunca es tarde para cambiar y mejorar.

Y ahora, sin más, vayamos a… los cinco pilares de una buena salud.

Pilar 1. Propósito vital


¿Os sorprende? Parece muy filosófico, pero es algo que marca nuestra vida. ¿Tienes una razón para vivir? ¿Hay algo que te motive a levantarte cada mañana con ganas? ¿Tienes una meta, una misión, algo que hacer en este mundo? ¿Tienes alguien a quien amar, a quien dedicarte, a quien cuidar? ¿Hay algo ―o alguien― para quien eres necesario y valioso?

Muchas personas caen en la depresión y en la enfermedad porque justamente les faltan razones para vivir. Se sienten inútiles, sobrantes, solas y aisladas. Cuando no hay propósito vital la persona se ve zarandeada por las circunstancias. Deja de llevar el timón de su vida y navega a la deriva. A menudo se convierte en víctima. Cualquier problema puede herirla o romperla. Todo eso, además de ser devastador desde el punto de vista emocional, tiene sus consecuencias físicas. El sistema inmunitario cae en picado y podemos caer atacados por cualquier enfermedad de origen externo o interno. Nuestras defensas no sólo nos defienden de virus y bacterias infecciosos, sino de las células defectuosas y las toxinas que genera nuestro cuerpo. Un sistema inmune deprimido puede favorecer no sólo la gripe sino el cáncer. Además, la ansiedad que genera la falta de propósito puede bloquear el sistema nervioso parasimpático, que se ocupa de la digestión, la circulación, la respiración y muchos procesos del metabolismo humano. En fin, que esta puede ser una primera causa de muchas dolencias.

Una persona puede cuidarse, comer bien, hacer ejercicio, descansar… Si su vida no tiene propósito, posiblemente acabe encontrándose mal y desarrollando una enfermedad o trastorno inexplicable que tal vez pueda resolverse cuando encuentre su lugar y su misión en este mundo.

Pienso en muchas personas mayores. Quizás cuando eran más jóvenes tenían un propósito, una tarea, un rol que cumplir: madres, padres, esposos, jefes de una empresa, profesionales en tal puesto… Al jubilarse y ver cómo su nido se vacía, quizás han perdido el rumbo de su vida y se sienten desorientadas. Es entonces cuando tienen que buscar otro propósito, tal vez más interior, más espiritual o más creativo. Quizás deben centrarse más en su cónyuge, en sus amigos, o en alguna tarea de voluntariado y altruismo, en algo que los llene y que sea beneficioso para los demás.


Pilar 2. Las relaciones


Otro pilar que no tiene nada que ver con medicina o hábitos sanitarios. ¡Es fundamental! ¿Cómo estás con tu pareja, con tus hijos, con tu familia? ¿Tienes amigos? ¿Cultivas unas relaciones sanas, llenas de afecto, de alegría, de amor?

La falta de amor o las rupturas son terribles, y pueden ser causa directa de la enfermedad. ¡Cuántas personas hay enfermas de desamor! El diagnóstico médico sólo detecta síntomas, pero el verdadero motivo está ahí, en un corazón roto o vacío, hambriento de afecto y amor.

Aunque haya pérdidas familiares (viudedad, separaciones) siempre podemos restaurar nuestras relaciones o entablar otras nuevas. Es vital que no nos quedemos solos y aislados. Tampoco busquemos las personas perfectas, porque no existen. Seamos amables y atentos, y recibiremos amabilidad y atención. Aprendamos a escuchar, no nos encerremos en nosotros mismos. Un enamoramiento, una amistad, una buena conversación con un amigo o un familiar, pueden ser la mejor terapia.


Pilar 3. Ejercicio


¡Ya entramos en el campo más físico y corporal! Pues sí, el ejercicio, todos los sabemos, es vital. Pero no sólo esto. Los últimos estudios de población muestran que el sedentarismo, pasar horas y horas al día apoltronados en una silla o en el sofá, es mortal. Acelera el envejecimiento y la muerte. ¿Por qué? Porque la sangre no circula, sencillamente. O circula mal. Se estanca y los tejidos del cuerpo se asfixian, sufren hambre e intoxicación, no se drenan bien, envejecen y mueren. Estamos hechos para movernos. Si pasamos más de media hora quietos (salvo que estemos inmovilizados por lesión o accidente) nuestro cuerpo sufre. Así que ya sabéis. Aunque vuestro trabajo os obligue a estar sentados, cada media hora, a levantarse, caminar y estirarse un poco. Esto os descansará el cuerpo y la mente, además de mejorar vuestro rendimiento.

Si os gusta y tenéis la ocasión, haced algún deporte, el que os guste. Hay mil opciones, muchas gratuitas o accesibles: taichí en un parque, bailes de salón en el centro cívico, futbol en la asociación del barrio, zumba en el gimnasio o yoga en algún centro cerca de tu casa. Los que tenemos poco tiempo o queremos ejercitar en casa, siempre podemos recurrir a Internet. Hay miles de clases de todo tipo en Youtube, de todos los niveles y duración. ¡Nunca habíamos tenido tantas oportunidades de ejercitarnos gratis!

No vale decir que no me gusta la gimnasia… Muchas personas que no son amigas de las pesas o el balón disfrutan andando, yendo en bicicleta o haciendo footing.  Y siempre nos queda caminar, el ejercicio más sano y de menos riesgo, bueno para todas las edades.

Caminad mucho. Los entendidos aconsejan diez mil pasos diarios. Si os parece mucho, empezad con menos e id aumentando. Podéis compraros un podómetro o descargaros una aplicación cuentapasos en el móvil, y retaros un poco cada semana. En pocas semanas lo conseguiréis, y podréis incluso sobrepasar esa cifra sin esfuerzo.

El ejercicio no sólo puede mejorar tu salud ―y tus digestiones― sino, además, la salud anímica. Se ha comprobado en varios estudios. Caminar entre media hora y una hora al día es más efectivo que tomar antidepresivos como el Prozac… ¡y sin efectos secundarios adversos! Al contrario, la terapia caminera te pone en forma y te embellece. ¿Quién da más?


Pilar 4. Alimentación


Lo que comemos entra en nuestro cuerpo y pasa a formar parte de nosotros mismos. No hay sustancia alguna que nos afecte más que la comida. Incluso más que la contaminación ambiental. El epitelio de nuestro intestino ocupa una extensión mucho mayor que la piel que nos recubre el cuerpo (la superficie de una cancha de tenis), y por esa piel interna se absorbe todo lo que ingerimos. Lo que comemos nos puede sanar, pero también nos puede enfermar.

Muchas enfermedades y dolencias que sufrimos tienen su origen en una mala alimentación. A menudo pienso en la analogía de un coche. Si a un diésel le echas gasolina, no arrancará. Si a un ser humano no le das el alimento adecuado, su cuerpo funcionará… pero mal, y acabará enfermando. La mayoría de problemas sanitarios relacionados con la vejez son fruto de años y años de intoxicación alimentaria. Y no me refiero a fertilizantes, pesticidas o aditivos químicos (aunque también afectan), sino a décadas de un exceso de azúcares, grasas y proteínas que acaban dañando a nuestro organismo. La comida procesada es a los humanos como un pienso malo y barato para los animales: nos llena, nos engorda y nos enferma. Los sabores potenciados por la sal, el azúcar y las grasas nos hacen adictos a la comida basura y cuesta sangre librarse de los hábitos alimentarios.

Un cambio de dieta puede hacer maravillas en nuestra salud. Hay una regla muy simple, si no quieres complicarte la vida: come sólo cosas que crezcan en la naturaleza, ya sean plantas o animales. Evita o minimiza las harinas y los aceites, los dulces y los lácteos. Y prioriza el alimento vegetal, en un 70-85 % de tu dieta, dejando que las carnes, pescado y huevos no pasen del 15 ó 20 %.  Sólo con esto podríamos mejorar mucho. Esta ha sido mi experiencia. Puedo decir que mi mejora digestiva se ha debido en un 90 % al cambio en mi alimentación.

Otro aspecto de la alimentación es que en los países «ricos» solemos comer demasiado. Los investigadores han observado que las personas que comen menos cantidad viven más y más sanas. La reducción calórica puede alargar la vida con calidad. Como siempre dice una amiga mía: «come para vivir, no vivas para comer». Si vas a la farmacia y te pesas con esas básculas que miden la grasa y el índice de masa corporal, asegúrate de que tu índice no pasa de 22: es un buen indicador de que estás en tu peso óptimo.


Pilar 5. Descanso


Otro pilar fundamental, al que damos poca importancia. Los seres humanos tenemos mucho desgaste, físico y mental, y nuestro organismo necesita descanso, unas ocho horas al día. Menos horas supone envejecimiento prematuro y agotamiento cerebral. Si no puedes dormir ocho horas seguidas, puedes dormir algo menos y a mediodía, después de comer, echarte una siesta.

Dormir es necesario para que el cerebro se ordene, y para que nuestro cuerpo siga su ciclo natural de asimilación, crecimiento y depuración. No podemos ignorar este ritmo diario, pues sería ir contra nuestra propia naturaleza y esto acaba agotando nuestra energía.

Otro aspecto importante es que los humanos somos diurnos. Nuestro cuerpo va con el ritmo del sol y sus funciones no son las mismas por la mañana que a media tarde o de noche. Necesitamos descansar en las horas de oscuridad, y la oscuridad es necesaria para reponer fuerzas. Nada de dormir con luces y ruidos, y menos cerca de pantallas y dispositivos que emiten radiaciones. En cambio, durante el día necesitamos actividad, y movimiento físico. Muchas personas no duermen bien de noche porque se mueven muy poco y no se cansan durante el día.

También existe el mito de las personas “lechuza”, que según ellas, son nocturnas y se sienten mejor y más activas de noche. Creo que eso no es más que un hábito adquirido y un ajuste del cuerpo. No hay dos personas iguales, pero también es cierto que nuestro organismo se adapta con la costumbre. Yo misma lo he comprobado. Cuando era jovencita, y durante mucho tiempo, me consideré un ave nocturna, pues me iba mejor estudiar de noche y no madrugar tanto. Más tarde he aprendido que si trasnochas, es lógico que te cueste levantarte temprano. Tardas en arrancar durante la mañana y no es hasta avanzada la tarde que alcanzas tu pico de energía, en parte también porque has comido y has repuesto fuerzas. Entonces es normal que quieras alargar la vida nocturna. Pero si te acostumbras a madrugar, verás que a las diez de la noche te caes de sueño, te acuestas y duermes como un tronco. Y si te acuestas temprano, no te costará madrugar y te levantarás como una rosa. Ahora me considero una persona “alondra”, me encanta madrugar. Y procuro acostarme siempre antes de las once de la noche. Duermo unas cuantas horas seguidas y me va genial.

Pero, además de dormir, que es básico, el descanso es cambiar de actividad. A veces necesitamos descansar de muchas horas de ordenador dando una caminata, yendo a nadar o bailando. El ejercicio, el ocio recreativo, charlar, pasear y dedicarnos a un hobby puede ser otra forma de descanso, físico y espiritual. No lo olvidemos. En la vida no todo es trabajar y producir. Necesitamos divertirnos, reír, desahogarnos y disfrutar con algo que nos gratifique. Es humano… es necesario, y es bueno que sea así. Una persona que no descansa bien y no se divierte, por mucho que se cuide en otros aspectos, también puede acabar enferma.


Recapitulando…


¿Tienes un propósito en tu vida? ¿Una misión que te apasione y que te motive a levantarte cada día?

¿Cómo están tus relaciones humanas? ¿Hay amor en tu vida?

¿Haces ejercicio? ¿Te mueves lo suficiente?

¿Cómo te alimentas? ¿Tomas comida sana que te sienta bien? ¿Qué tal tus digestiones? ¡Son un termómetro de tu salud!

¿Duermes bien? ¿Te tomas descansos en tu tarea? ¿Te diviertes? ¿Dedicas algún tiempo a algo que te apasione?

Hazte estas preguntas y respóndete con sinceridad… Quizás en las respuestas encuentres la clave a tus problemas de salud. ¡Y la solución!

viernes, 28 de septiembre de 2018

¿Qué hay de las dietas cetogénicas o paleo?

Las dietas cetogénicas están muy de moda desde hace años y tienen entusiastas defensores. Son la dieta Atkins, las variantes de dietas paleolíticas y otras. Incluso las recomiendan algunos médicos y se difunde ampliamente que son ideales para personas con problemas de intestino permeable y otras enfermedades autoinmunes. Muchas celebridades las recomiendan y las siguen porque adelgazan mucho y rápido.

En cambio, los médicos defensores de dietas más vegetarianas afirman que estas dietas son peligrosas, y deberían desaconsejarse. 

¿Qué pensar? Os diré que yo he probado este tipo de dieta (vais a decir que «esta chica ha probado de todo»). Lo hice durante unos diez o doce días, para ver si mis problemas digestivos se resolvían del todo. ¿Mi experiencia? Durante los seis primeros días me sentí genial. Ligera y energética. Pero… no evacué ni una sola vez. Al final, me zampé un gran vaso de leche de coco con semillas de chía y tuve una diarrea fenomenal y dolorosa. Perdí dos kilos en pocos días y, como en ese momento adelgazar era lo último que quería hacer, la dejé y volví a mis patatas, mis arroces y mis verduras.

Sobre estas dietas encontraréis toneladas de información en Internet. Veamos qué tienen y qué conclusiones podemos sacar.

Plantas y animales tal como crecen: ingredientes bases de la dieta paleo.


En qué consisten


Básicamente, se trata de comer sólo cosas que se encuentran en la naturaleza, como supuestamente hacían nuestros antepasados prehistóricos: plantas y animales. Es decir, frutas, verduras, semillas (no féculas, ni cereales, ni legumbres) y todo tipo de carnes, pescados, huevos y otras criaturas salvajes (marisco, caracoles, moluscos, etc.).

Normalmente se eliminan los lácteos, salvo yogures, mantequilla y quesos curados.

Para compensar la posible falta de fibra dietética se recomienda ingerir mucha verdura, sin limitación, pero como la gente no suele tomar kilos y kilos de acelgas y espárragos, se añaden a la dieta diversos laxantes, como las cáscaras de psyllium, salvado, lino o chía.

Para compensar la falta de carbohidratos complejos, que sacian y dan energía (las hojas verdes y la zanahoria tienen muy pocos), se recomienda ingerir muchas nueces, semillas y frutos secos ricos en grasa, así como rociar la comida con abundante aceite de oliva, coco, mantequilla, etc. Los quesos bien curados son bienvenidos al menú, en algunos casos.

Por otra parte, como esta dieta es muy alta en proteína y acidifica la sangre, los médicos que la recomiendan también recetan suplementos para bajar la acidez (alcalinizantes).

Es decir, es una dieta alta en proteínas y grasas, muy baja en carbohidratos. Al reducir tanto los carbohidratos, que son nuestra primera fuente de energía, el cuerpo echa mano de las grasas del cuerpo para poder funcionar. Así es como esta dieta logra quemar grasa y adelgazar rápidamente, al menos las primeras semanas. Evidentemente, si incluyes muchos alimentos grasos en la dieta, el resultado será menos espectacular o puede ser que hasta engordes.

Se incluyen abundantes grasas (aceites, semillas) para incrementar las calorías y la saciedad.


Pros


Lo mejor de esta dieta es que elimina los productos procesados con harinas y azúcares refinados, grasas trans y aditivos químicos (comida basura).

Si la dieta, además, es baja en grasas y se reduce a proteína animal y vegetales verdes, el adelgazamiento es mucho mayor.

Si no se toman grasas (aceites, frutos secos, mantequilla, quesos), las digestiones mejoran y se hacen más ligeras (es lo que experimenté). Los azúcares, pastas, harinas, etc., mezclados con proteínas y grasa, siempre dificultan la digestión e inflaman el intestino.


Ensalada con carne: un plato típico paleo. Relativamente fácil de digerir y adelgazante.


Contras


Si la dieta cetogénica es baja en grasa y en calorías, puede ocurrir que el cuerpo, para obtener energía, acabe echando mano de las proteínas. Puede llegar a destruir tejido muscular para conseguir energía, y aquí es cuando el adelgazamiento puede ser preocupante.

Quemar grasas y quemar proteínas para obtener energía no es lo mismo que quemar azúcares. Los carbohidratos son el combustible más limpio para nuestro cuerpo (digamos que son gasoil premier). Las grasas generan algunos residuos y las proteínas generan muchos residuos, y tóxicos. Es decir, son gasoil más contaminado. Esos tóxicos debemos eliminarlos, por el sudor, la orina y el hígado. Nuestros riñones y nuestro hígado van a sufrir una sobrecarga con este tipo de dieta, y esto, a medio y largo plazo, nos va a producir cansancio y debilidad.

La dieta cetogénica, al ser muy acidificante (por los aminoácidos de la carne, grasas), provoca que nuestro cuerpo libere calcio para neutralizar el ácido en sangre. ¿De dónde procede el calcio? De los huesos y del estómago. Mucha carne puede llegar a descalcificar los huesos y agotar las reservas de calcio del estómago, con lo cual los jugos gástricos se empobrecen y aumenta el riesgo de osteoporosis.

Además, esta dieta es alta en colesterol y grasas saturadas (toda la grasa animal es saturada). La grasa saturada y la proteína animal, se ha comprobado en estudios científicos que acaban dañando el revestimiento de las arterias y envejecen nuestro sistema cardiovascular.

También es una dieta rica en metionina (un aminoácido presente en las carnes y pescados), y mucha metionina provoca una reacción acelerada de envejecimiento celular. Así lo explica el Dr. Greger en este video. Y en este artículo.

Las carnes y su grasa son ricas en metionina, cuya abundancia causa envejecimiento.


Cansancio, desgaste hepático y renal, descalcificación, daños cardiovasculares… Una dieta que de entrada parece limpia, energética y adelgazante, lo más sano del mundo, puede acabar siendo una dieta enfermante que agota nuestro organismo y nos envejece.

Conozco varias personas que la han seguido durante meses. Primero estaban entusiasmadas, pues adelgazaron mucho. Luego se encontraron mal y acabaron dejándola. Incluso sus promotores, por lo que he visto en Internet, acaban volviendo a sufrir algunos síntomas de sus antiguas molestias y tienen que ir probando diferentes suplementos, terapias o remedios dietéticos para ir corrigiendo los efectos de este tipo de alimentación.

¿Es realmente una dieta paleo?


Hay mucha controversia sobre lo que comían nuestros antepasados prehistóricos. He leído bastante de esto y voy a resumir algo de lo que he aprendido.

1.    En primer lugar, no hay una sola dieta paleo. No comían lo mismo los bosquimanos en África que los indígenas del Amazonas, los nómadas del centro de Asia o los habitantes del altiplano del Perú. En cada lugar, el hombre ha recolectado y cazado lo que había; en algunas zonas más animales, en otras, prácticamente sólo plantas y pequeños bichos.

2.    En segundo lugar, los últimos hallazgos paleontológicos (estudios de huesos y dientes con las mejores tecnologías) revelan que todos los hombres prehistóricos consumían no sólo carne y plantas de hoja verde o raíces, sino cereales, tubérculos y otros granos, posiblemente por su alto contenido energético y su fácil conservación y transporte a distancia. El consumo de almidones es mucho más “paleo” de lo que se piensa.

3.    Algunos hallazgos en América del Sur muestran que cuarenta mil años antes de Cristo los nativos ya cocinaban sus patatas y sus cereales. Ojo al dato: ¡cocinaban!

4.    Señalan algunos expertos que los hombres prehistóricos no cazaban grandes animales con frecuencia, sino más bien pequeños o de tamaño mediano. Pero esta no era su principal fuente de comida. Si hubieran dependido de comer grandes bestias, el gasto energético que supone una cacería hubiera sido superior al consumo calórico de un buen asado… ¡Hubieran muerto de hambre! Por tanto, tenían que contar con las plantas como alimentación básica. La carne posiblemente era un extra.

5.    Tampoco se sostiene la tesis de que los primeros hombres eran carroñeros. Ningún ser humano tiene el estómago adaptado para comer carne podrida, ni hoy ni hace diez mil años. Esto nos aleja de los animales carnívoros, que perfectamente pueden comer carroña o carne pasada de unos días. La carne cazada por los humanos debía ser consumida pronto, casi al momento, antes de inventarse las salazones y las cámaras de hielo.

6.    La carne que consumían los paleolíticos no tenía nada que ver con los animales de granja atiborrados de harinas, antibióticos y hormonas que consumimos hoy. Eran animales salvajes, mucho más pequeños y magros que los que encontramos hoy, incluso los llamados de cría orgánica o ecológica.

En resumen, que comer bistecs, huevos y pescado a diario varias veces al día no tiene nada que ver con lo que comían nuestros antepasados prehistóricos.

Nuestros antepasados no podían comer esto a diario.


Una dieta para ricos


Los fans de las dietas cetogénicas o paleo precisan que, por supuesto, la carne que has de comer tiene que ser ecológica, de animales alimentados con pasto,  etc. Son conscientes de lo que llevan los pobres bichos de granja y la cantidad de veneno que nos metemos al cuerpo cuando los comemos… ¿Cómo va a beneficiar a tu intestino una carne llena de fármacos cuyos efectos, justamente, inflaman la tripa?

Por otra parte, ¿quién puede alimentarse de esta manera? Evidentemente, personas que tengan una economía bien saneada o que gasten todo su peculio en comida. No es sostenible para todo el mundo, ni siquiera para el planeta. No hay suficientes campos en la Tierra para alimentar a los siete mil millones de personas que somos con carne ecológica de primera y a diario. Ni pescados en los mares de aguas frías. Si todos tuviéramos que comer así, necesitaríamos unos cuantos planetas… o ser muchos menos de los que somos. Y está claro que esto, hoy, no es una alternativa.

Por último, comparto este vídeo: ver aquí. 9 estudios que deberían conocer los que se enrolan en una dieta cetogénica.

Exceso de proteína y grasa animal: propio de la dieta occidental y un riesgo para la salud.