viernes, 12 de octubre de 2018

Intolerancias: una clave para la salud digestiva


Cuando sufres problemas digestivos y no aparece una causa clara, también puede deberse a alguna intolerancia o sensibilidad a ciertos alimentos. Las intolerancias son más frecuentes de lo que creemos. Muchas personas están afectadas quizás sin saberlo, y llevan años tomando antiácidos cuando su problema se podría resolver eliminando uno o dos alimentos de su dieta.

Pero ¿cómo saber si soy intolerante a algún alimento?

El primer paso es escuchar a tu cuerpo. Hay cosas que rechazamos por instinto y otras que, inmediatamente después de tomarlas, nos producen malestar. Escucha a tu barriga porque muchas veces te revelará qué te está haciendo daño. Se trata de observarnos un poco y prestar atención a nuestras sensaciones físicas. ¡El cuerpo nunca engaña!


Desayuno continental: una reunión perfecta de al menos seis alimentos 
susceptibles de provocar intolerancia.

Hace pocos años he sabido, por análisis clínicos, que soy intolerante a la lactosa y que el trigo es un alimento que no me conviene. Pero es curioso. Recuerdo que cuando era más jovencita y me encontraba mal, yo misma identifiqué cuatro ingredientes de mi dieta que me perjudicaban. Era muy adicta a ellos, pero cuando dejaba de tomarlos desaparecían una serie de síntomas como: hinchazón, gases, garganta inflamada, etc. Más tarde, los análisis han confirmado lo que mi cuerpo ya me decía.
Hay una serie de alimentos que dan problemas a muchísima gente. Antes de embarcarte en analíticas caras, prueba a ver si alguno de ellos puede estar arruinando tus digestiones. Por frecuencia con la que se manifiestan son:

-      Huevos
-      Lácteos
-      Café
-      Chocolate
-      Nueces u otros frutos secos
-      Cebolla y ajos
-      Trigo
-      Otros cereales
-      Pimientos y berenjenas
-      Algunas frutas: cítricos, fresas, melocotones, tomates…

Ya ves que son alimentos muy comunes y ricos, pero que pueden provocar reacciones alérgicas, de intolerancia grave o leve, en mucha gente. ¿Cómo saber si son tu problema?


Fresas y chocolate... ¡tan ricos! 
Dos de los alimentos que más intolerancias provocan.

La dieta de eliminación: haz tu propia investigación


Esto es lo que recomienda el doctor McDougall para descartar intolerancias y no eliminar de tu dieta alimentos que pueden ser buenos.

Lo primero es seguir una dieta de eliminación durante una semana. La dieta de eliminación es muy suave y suprime cualquier alimento conflictivo que pueda causarte reacciones intolerantes. Además, es depurativa y si tienes sobrepeso quizás te ayude a perder algún kilo. La verdad es que resulta muy confortable, digestivamente hablando, y te sientes genial.

Los alimentos que incluye esta dieta son:
-      Verduras verdes y de colores (salvo cebollas, ajos, coles, tomate, berenjena y pimiento).
-      Tubérculos: boniatos, tapioca y calabaza (al principio, tampoco tomes patata).
-      Arroz integral o blanco.
-      Frutas dulces en compota (no cítricos, fresas y frutos del bosque).

Elimina los alimentos sospechosos, por supuesto, y además:
-        lácteos de cualquier clase,
-        aceites de cualquier clase (sí, también los aceites pueden causar intolerancias),
-        productos de origen animal: carnes, pescado, huevos, marisco;
-        azúcar y edulcorantes.

Como bebida, toma agua e infusiones. Con un poco de miel o estevia natural si quieres (no los preparados sintéticos).

Evita también las especias y picantes, el vinagre, la mostaza y el limón. Aliña sólo con sal y, si quieres, alguna hierba mediterránea.

Todo debe ser tomado cocido, al vapor, horno o plancha, nada crudo, ni siquiera la fruta (tómala en puré o en compota).

Como ves, ¡es una dieta de enfermito! Después de esto tu sistema digestivo, salvo que tengas algún daño grave, quedará en paz y muy limpio, y podrás comprobar qué te sienta mal.

No pases hambre: la dieta de eliminación puede incluir platos tan ricos 
como este arroz con verduras.


Pasada una semana de esta dieta, introduce, uno por uno, los ingredientes “sospechosos”. Hazlo de uno en uno para no confundirte. Toma el alimento conflictivo durante tres o cuatro días y observa qué pasa. Si no te produce ninguna reacción adversa, ¡dale la bienvenida a tu régimen!

Si te produce molestias, ya lo sabes: ¡adiós! Al menos durante un tiempo largo, mejor que no lo tomes. Las molestias pueden ser varias: hinchazón, gases, dolor abdominal, espasmos, estreñimiento o al contrario: diarrea; indigestión, ardor, dolor de cabeza, picores o irritación en la piel… Presta mucha atención a tu cuerpo esos días. Tal vez arrastras durante años una serie de migrañas o pruritos en la piel cuyo origen está en las malas digestiones. ¡No lo descartes!

Comprobar qué te hace daño de esta manera pide tiempo y paciencia, como ves. Pero ¿no vale la pena por tu salud y bienestar? Además, puede ser divertido. Tómatelo como un estudio científico sobre ti mismo. Mientras tanto, lee e infórmate sobre el tema. Aprenderás mucho.

¿Qué hay de los tests de intolerancia alimentaria?


Como en todo, los hay que son fiables y otros no. Hay mil métodos y las farmacias ofrecen analíticas rápidas con aparatos súper sofisticados. También hay terapeutas que utilizan otros métodos más originales, como la kinesiología y unos sensores electromagnéticos…

No soy una experta ni te voy a aconsejar ni a desaconsejar nada. Pero te contaré una anécdota real. Uno de los médicos con los que me visito, al menos una vez al año, me explicó que un amigo suyo compró una de estas máquinas para hacer tests de intolerancias nutricionales. Lo probó consigo mismo tres veces seguidas, y cada vez le salieron resultados distintos. ¿Conclusión? Le regaló la máquina a su mujer para que se divirtiera probando y haciendo tests a sus amigas.

Los tests más fiables son los que analizan muestras de sangre. Son complejos y no baratos, y rara vez los cubren las mutuas. Mucho menos la sanidad pública. Pero quizás valga la pena para salir de dudas.

Yo me hice uno de estos el año pasado. Se llama A200 (de laboratorios Synlab) y analiza la reacción del cuerpo a unos doscientos alimentos. Hay tests que son mucho más completos e incluyen más alimentos, pero sólo son recomendables una vez se han descartado las intolerancias más comunes.

¿Resultados? Soy intolerante a la lactosa y a los lácteos, a la clara de huevo y a varios frutos secos. Con sensibilidad o intolerancia leve a algunos cereales, entre ellos el trigo y la avena. El resto de alimentos, ¡luz verde! Y si hay alguno que me da problemas, como las cebollas o las alcachofas, yo misma lo he detectado y sé lo que debo hacer.

En vista de esta experiencia, ¿qué recomendar? Si no quieres gastar dinero, lo mejor es empezar con la dieta de eliminación e ir comprobando qué te puede estar causando indigestiones. Haz tu propia lista de alimentos sospechosos. Es posible que aciertes con el culpable a la primera o a la segunda prueba. Uno mismo se conoce e intuye. Si escuchas a tu cuerpo, hazle caso.

Si quieres saberlo rápido y no te importa gastar una cierta cantidad, hazte un buen análisis de intolerancias. Te lo prescribirá un especialista o un médico privado, tendrán que sacarte sangre y deberás esperar unas semanas, quizás. Los resultados pueden ser reveladores.

Finalmente, si hay uno, dos o más alimentos que te provocan intolerancia, despídelos de tu mesa. No vale la pena sufrir sabiéndolo. El cambio no sólo será un bienestar inmediato, sino una mejor salud a medio y a largo plazo. Recuerda que una intolerancia sostenida durante años genera inflamación y reacciones inmunitarias, va minando tu energía y tus defensas y puede acabar resultando en una enfermedad mucho más grave que una simple indigestión.

Cebollas y ajos: excelentes alimentos, pero problemáticos para algunos...

viernes, 5 de octubre de 2018

Cómo conseguir la salud: cinco pilares

¿Cómo alcanzar la salud y conservarla? ¿Podemos encontrar la terapia adecuada, el suplemento talismán, el “secreto” que nos permita estar bien siempre? ¿Se trata de resolver tus problemas emocionales? ¿Existe alguna panacea? Escribo esta entrada como fruto de conversaciones profundas que he mantenido con varios amigos y terapeutas que me han acompañado en mi proceso de sanación digestiva. La característica en común de estos amigos es que todos ellos, en un momento dado de su vida, sufrieron una crisis de salud o un evento que les hizo cambiar muchas cosas, replantearse su modo de vivir y entablar una relación más amistosa, de cuidado y cariño, hacia su cuerpo.

Cuando los problemas crónicos de salud se instalan en nuestra vida y no aparece una causa clara es cuando debemos indagar un poco y cuando descubrimos que la enfermedad, el malestar o la salud frágil no tienen una sola causa, sino que hay una suma de factores que se unen. Por eso, si queremos recuperar la salud no basta con una sola terapia o un solo enfoque: tenemos que resolver el asunto por varias vías.

Podríamos decir que hay cinco pilares que sustentan la salud. Si uno solo falla, aunque los demás sean más o menos fuertes, el edificio de nuestra salud se resentirá y acabará agrietándose. Los cinco se sostienen unos a otros y todos son importantes. Por eso, cuando nos encontramos mal, quizás estaría bien preguntarse cómo están estos cinco aspectos de nuestra vida. Pienso que si los médicos hicieran estas preguntas a sus pacientes acertarían más en sus diagnósticos y quizás podrían ayudarlos mucho más a sanarse.

Un paso previo: la enfermedad no es el destino


Pero antes de empezar con los cinco pilares, hay un paso previo, que es este: creer que la enfermedad, salvo que sea un accidente inesperado o una infección sobrevenida, no es nuestro destino. No es consecuencia de la vejez (hay viejos sanísimos), ni es sólo debida al estrés, la contaminación ambiental o las culpas de nuestros antepasados. Ni siquiera los genes son tan relevantes, aunque tienen su importancia. Tampoco estamos condenados fatalmente a enfermar a medida que nos hacemos mayores. Podemos alcanzar edades avanzadas en muy buena salud, si tenemos ciertos conocimientos y cultivamos ciertos hábitos. No nos rindamos antes de tiempo. Muchas personas entran en un declive fatal y se van deteriorando porque creen que realmente no hay remedio y no pueden hacer nada, o no se sienten con ánimos de emprender cambios en su vida. Quizás no quieran y tengan sus motivos; es su libertad, que hay que respetar. Pero, al menos, es importante que sepan que hay alternativas. Casi nunca es tarde para cambiar y mejorar.

Y ahora, sin más, vayamos a… los cinco pilares de una buena salud.

Pilar 1. Propósito vital


¿Os sorprende? Parece muy filosófico, pero es algo que marca nuestra vida. ¿Tienes una razón para vivir? ¿Hay algo que te motive a levantarte cada mañana con ganas? ¿Tienes una meta, una misión, algo que hacer en este mundo? ¿Tienes alguien a quien amar, a quien dedicarte, a quien cuidar? ¿Hay algo ―o alguien― para quien eres necesario y valioso?

Muchas personas caen en la depresión y en la enfermedad porque justamente les faltan razones para vivir. Se sienten inútiles, sobrantes, solas y aisladas. Cuando no hay propósito vital la persona se ve zarandeada por las circunstancias. Deja de llevar el timón de su vida y navega a la deriva. A menudo se convierte en víctima. Cualquier problema puede herirla o romperla. Todo eso, además de ser devastador desde el punto de vista emocional, tiene sus consecuencias físicas. El sistema inmunitario cae en picado y podemos caer atacados por cualquier enfermedad de origen externo o interno. Nuestras defensas no sólo nos defienden de virus y bacterias infecciosos, sino de las células defectuosas y las toxinas que genera nuestro cuerpo. Un sistema inmune deprimido puede favorecer no sólo la gripe sino el cáncer. Además, la ansiedad que genera la falta de propósito puede bloquear el sistema nervioso parasimpático, que se ocupa de la digestión, la circulación, la respiración y muchos procesos del metabolismo humano. En fin, que esta puede ser una primera causa de muchas dolencias.

Una persona puede cuidarse, comer bien, hacer ejercicio, descansar… Si su vida no tiene propósito, posiblemente acabe encontrándose mal y desarrollando una enfermedad o trastorno inexplicable que tal vez pueda resolverse cuando encuentre su lugar y su misión en este mundo.

Pienso en muchas personas mayores. Quizás cuando eran más jóvenes tenían un propósito, una tarea, un rol que cumplir: madres, padres, esposos, jefes de una empresa, profesionales en tal puesto… Al jubilarse y ver cómo su nido se vacía, quizás han perdido el rumbo de su vida y se sienten desorientadas. Es entonces cuando tienen que buscar otro propósito, tal vez más interior, más espiritual o más creativo. Quizás deben centrarse más en su cónyuge, en sus amigos, o en alguna tarea de voluntariado y altruismo, en algo que los llene y que sea beneficioso para los demás.


Pilar 2. Las relaciones


Otro pilar que no tiene nada que ver con medicina o hábitos sanitarios. ¡Es fundamental! ¿Cómo estás con tu pareja, con tus hijos, con tu familia? ¿Tienes amigos? ¿Cultivas unas relaciones sanas, llenas de afecto, de alegría, de amor?

La falta de amor o las rupturas son terribles, y pueden ser causa directa de la enfermedad. ¡Cuántas personas hay enfermas de desamor! El diagnóstico médico sólo detecta síntomas, pero el verdadero motivo está ahí, en un corazón roto o vacío, hambriento de afecto y amor.

Aunque haya pérdidas familiares (viudedad, separaciones) siempre podemos restaurar nuestras relaciones o entablar otras nuevas. Es vital que no nos quedemos solos y aislados. Tampoco busquemos las personas perfectas, porque no existen. Seamos amables y atentos, y recibiremos amabilidad y atención. Aprendamos a escuchar, no nos encerremos en nosotros mismos. Un enamoramiento, una amistad, una buena conversación con un amigo o un familiar, pueden ser la mejor terapia.


Pilar 3. Ejercicio


¡Ya entramos en el campo más físico y corporal! Pues sí, el ejercicio, todos los sabemos, es vital. Pero no sólo esto. Los últimos estudios de población muestran que el sedentarismo, pasar horas y horas al día apoltronados en una silla o en el sofá, es mortal. Acelera el envejecimiento y la muerte. ¿Por qué? Porque la sangre no circula, sencillamente. O circula mal. Se estanca y los tejidos del cuerpo se asfixian, sufren hambre e intoxicación, no se drenan bien, envejecen y mueren. Estamos hechos para movernos. Si pasamos más de media hora quietos (salvo que estemos inmovilizados por lesión o accidente) nuestro cuerpo sufre. Así que ya sabéis. Aunque vuestro trabajo os obligue a estar sentados, cada media hora, a levantarse, caminar y estirarse un poco. Esto os descansará el cuerpo y la mente, además de mejorar vuestro rendimiento.

Si os gusta y tenéis la ocasión, haced algún deporte, el que os guste. Hay mil opciones, muchas gratuitas o accesibles: taichí en un parque, bailes de salón en el centro cívico, futbol en la asociación del barrio, zumba en el gimnasio o yoga en algún centro cerca de tu casa. Los que tenemos poco tiempo o queremos ejercitar en casa, siempre podemos recurrir a Internet. Hay miles de clases de todo tipo en Youtube, de todos los niveles y duración. ¡Nunca habíamos tenido tantas oportunidades de ejercitarnos gratis!

No vale decir que no me gusta la gimnasia… Muchas personas que no son amigas de las pesas o el balón disfrutan andando, yendo en bicicleta o haciendo footing.  Y siempre nos queda caminar, el ejercicio más sano y de menos riesgo, bueno para todas las edades.

Caminad mucho. Los entendidos aconsejan diez mil pasos diarios. Si os parece mucho, empezad con menos e id aumentando. Podéis compraros un podómetro o descargaros una aplicación cuentapasos en el móvil, y retaros un poco cada semana. En pocas semanas lo conseguiréis, y podréis incluso sobrepasar esa cifra sin esfuerzo.

El ejercicio no sólo puede mejorar tu salud ―y tus digestiones― sino, además, la salud anímica. Se ha comprobado en varios estudios. Caminar entre media hora y una hora al día es más efectivo que tomar antidepresivos como el Prozac… ¡y sin efectos secundarios adversos! Al contrario, la terapia caminera te pone en forma y te embellece. ¿Quién da más?


Pilar 4. Alimentación


Lo que comemos entra en nuestro cuerpo y pasa a formar parte de nosotros mismos. No hay sustancia alguna que nos afecte más que la comida. Incluso más que la contaminación ambiental. El epitelio de nuestro intestino ocupa una extensión mucho mayor que la piel que nos recubre el cuerpo (la superficie de una cancha de tenis), y por esa piel interna se absorbe todo lo que ingerimos. Lo que comemos nos puede sanar, pero también nos puede enfermar.

Muchas enfermedades y dolencias que sufrimos tienen su origen en una mala alimentación. A menudo pienso en la analogía de un coche. Si a un diésel le echas gasolina, no arrancará. Si a un ser humano no le das el alimento adecuado, su cuerpo funcionará… pero mal, y acabará enfermando. La mayoría de problemas sanitarios relacionados con la vejez son fruto de años y años de intoxicación alimentaria. Y no me refiero a fertilizantes, pesticidas o aditivos químicos (aunque también afectan), sino a décadas de un exceso de azúcares, grasas y proteínas que acaban dañando a nuestro organismo. La comida procesada es a los humanos como un pienso malo y barato para los animales: nos llena, nos engorda y nos enferma. Los sabores potenciados por la sal, el azúcar y las grasas nos hacen adictos a la comida basura y cuesta sangre librarse de los hábitos alimentarios.

Un cambio de dieta puede hacer maravillas en nuestra salud. Hay una regla muy simple, si no quieres complicarte la vida: come sólo cosas que crezcan en la naturaleza, ya sean plantas o animales. Evita o minimiza las harinas y los aceites, los dulces y los lácteos. Y prioriza el alimento vegetal, en un 70-85 % de tu dieta, dejando que las carnes, pescado y huevos no pasen del 15 ó 20 %.  Sólo con esto podríamos mejorar mucho. Esta ha sido mi experiencia. Puedo decir que mi mejora digestiva se ha debido en un 90 % al cambio en mi alimentación.

Otro aspecto de la alimentación es que en los países «ricos» solemos comer demasiado. Los investigadores han observado que las personas que comen menos cantidad viven más y más sanas. La reducción calórica puede alargar la vida con calidad. Como siempre dice una amiga mía: «come para vivir, no vivas para comer». Si vas a la farmacia y te pesas con esas básculas que miden la grasa y el índice de masa corporal, asegúrate de que tu índice no pasa de 22: es un buen indicador de que estás en tu peso óptimo.


Pilar 5. Descanso


Otro pilar fundamental, al que damos poca importancia. Los seres humanos tenemos mucho desgaste, físico y mental, y nuestro organismo necesita descanso, unas ocho horas al día. Menos horas supone envejecimiento prematuro y agotamiento cerebral. Si no puedes dormir ocho horas seguidas, puedes dormir algo menos y a mediodía, después de comer, echarte una siesta.

Dormir es necesario para que el cerebro se ordene, y para que nuestro cuerpo siga su ciclo natural de asimilación, crecimiento y depuración. No podemos ignorar este ritmo diario, pues sería ir contra nuestra propia naturaleza y esto acaba agotando nuestra energía.

Otro aspecto importante es que los humanos somos diurnos. Nuestro cuerpo va con el ritmo del sol y sus funciones no son las mismas por la mañana que a media tarde o de noche. Necesitamos descansar en las horas de oscuridad, y la oscuridad es necesaria para reponer fuerzas. Nada de dormir con luces y ruidos, y menos cerca de pantallas y dispositivos que emiten radiaciones. En cambio, durante el día necesitamos actividad, y movimiento físico. Muchas personas no duermen bien de noche porque se mueven muy poco y no se cansan durante el día.

También existe el mito de las personas “lechuza”, que según ellas, son nocturnas y se sienten mejor y más activas de noche. Creo que eso no es más que un hábito adquirido y un ajuste del cuerpo. No hay dos personas iguales, pero también es cierto que nuestro organismo se adapta con la costumbre. Yo misma lo he comprobado. Cuando era jovencita, y durante mucho tiempo, me consideré un ave nocturna, pues me iba mejor estudiar de noche y no madrugar tanto. Más tarde he aprendido que si trasnochas, es lógico que te cueste levantarte temprano. Tardas en arrancar durante la mañana y no es hasta avanzada la tarde que alcanzas tu pico de energía, en parte también porque has comido y has repuesto fuerzas. Entonces es normal que quieras alargar la vida nocturna. Pero si te acostumbras a madrugar, verás que a las diez de la noche te caes de sueño, te acuestas y duermes como un tronco. Y si te acuestas temprano, no te costará madrugar y te levantarás como una rosa. Ahora me considero una persona “alondra”, me encanta madrugar. Y procuro acostarme siempre antes de las once de la noche. Duermo unas cuantas horas seguidas y me va genial.

Pero, además de dormir, que es básico, el descanso es cambiar de actividad. A veces necesitamos descansar de muchas horas de ordenador dando una caminata, yendo a nadar o bailando. El ejercicio, el ocio recreativo, charlar, pasear y dedicarnos a un hobby puede ser otra forma de descanso, físico y espiritual. No lo olvidemos. En la vida no todo es trabajar y producir. Necesitamos divertirnos, reír, desahogarnos y disfrutar con algo que nos gratifique. Es humano… es necesario, y es bueno que sea así. Una persona que no descansa bien y no se divierte, por mucho que se cuide en otros aspectos, también puede acabar enferma.


Recapitulando…


¿Tienes un propósito en tu vida? ¿Una misión que te apasione y que te motive a levantarte cada día?

¿Cómo están tus relaciones humanas? ¿Hay amor en tu vida?

¿Haces ejercicio? ¿Te mueves lo suficiente?

¿Cómo te alimentas? ¿Tomas comida sana que te sienta bien? ¿Qué tal tus digestiones? ¡Son un termómetro de tu salud!

¿Duermes bien? ¿Te tomas descansos en tu tarea? ¿Te diviertes? ¿Dedicas algún tiempo a algo que te apasione?

Hazte estas preguntas y respóndete con sinceridad… Quizás en las respuestas encuentres la clave a tus problemas de salud. ¡Y la solución!

viernes, 28 de septiembre de 2018

¿Qué hay de las dietas cetogénicas o paleo?

Las dietas cetogénicas están muy de moda desde hace años y tienen entusiastas defensores. Son la dieta Atkins, las variantes de dietas paleolíticas y otras. Incluso las recomiendan algunos médicos y se difunde ampliamente que son ideales para personas con problemas de intestino permeable y otras enfermedades autoinmunes. Muchas celebridades las recomiendan y las siguen porque adelgazan mucho y rápido.

En cambio, los médicos defensores de dietas más vegetarianas afirman que estas dietas son peligrosas, y deberían desaconsejarse. 

¿Qué pensar? Os diré que yo he probado este tipo de dieta (vais a decir que «esta chica ha probado de todo»). Lo hice durante unos diez o doce días, para ver si mis problemas digestivos se resolvían del todo. ¿Mi experiencia? Durante los seis primeros días me sentí genial. Ligera y energética. Pero… no evacué ni una sola vez. Al final, me zampé un gran vaso de leche de coco con semillas de chía y tuve una diarrea fenomenal y dolorosa. Perdí dos kilos en pocos días y, como en ese momento adelgazar era lo último que quería hacer, la dejé y volví a mis patatas, mis arroces y mis verduras.

Sobre estas dietas encontraréis toneladas de información en Internet. Veamos qué tienen y qué conclusiones podemos sacar.

Plantas y animales tal como crecen: ingredientes bases de la dieta paleo.


En qué consisten


Básicamente, se trata de comer sólo cosas que se encuentran en la naturaleza, como supuestamente hacían nuestros antepasados prehistóricos: plantas y animales. Es decir, frutas, verduras, semillas (no féculas, ni cereales, ni legumbres) y todo tipo de carnes, pescados, huevos y otras criaturas salvajes (marisco, caracoles, moluscos, etc.).

Normalmente se eliminan los lácteos, salvo yogures, mantequilla y quesos curados.

Para compensar la posible falta de fibra dietética se recomienda ingerir mucha verdura, sin limitación, pero como la gente no suele tomar kilos y kilos de acelgas y espárragos, se añaden a la dieta diversos laxantes, como las cáscaras de psyllium, salvado, lino o chía.

Para compensar la falta de carbohidratos complejos, que sacian y dan energía (las hojas verdes y la zanahoria tienen muy pocos), se recomienda ingerir muchas nueces, semillas y frutos secos ricos en grasa, así como rociar la comida con abundante aceite de oliva, coco, mantequilla, etc. Los quesos bien curados son bienvenidos al menú, en algunos casos.

Por otra parte, como esta dieta es muy alta en proteína y acidifica la sangre, los médicos que la recomiendan también recetan suplementos para bajar la acidez (alcalinizantes).

Es decir, es una dieta alta en proteínas y grasas, muy baja en carbohidratos. Al reducir tanto los carbohidratos, que son nuestra primera fuente de energía, el cuerpo echa mano de las grasas del cuerpo para poder funcionar. Así es como esta dieta logra quemar grasa y adelgazar rápidamente, al menos las primeras semanas. Evidentemente, si incluyes muchos alimentos grasos en la dieta, el resultado será menos espectacular o puede ser que hasta engordes.

Se incluyen abundantes grasas (aceites, semillas) para incrementar las calorías y la saciedad.


Pros


Lo mejor de esta dieta es que elimina los productos procesados con harinas y azúcares refinados, grasas trans y aditivos químicos (comida basura).

Si la dieta, además, es baja en grasas y se reduce a proteína animal y vegetales verdes, el adelgazamiento es mucho mayor.

Si no se toman grasas (aceites, frutos secos, mantequilla, quesos), las digestiones mejoran y se hacen más ligeras (es lo que experimenté). Los azúcares, pastas, harinas, etc., mezclados con proteínas y grasa, siempre dificultan la digestión e inflaman el intestino.


Ensalada con carne: un plato típico paleo. Relativamente fácil de digerir y adelgazante.


Contras


Si la dieta cetogénica es baja en grasa y en calorías, puede ocurrir que el cuerpo, para obtener energía, acabe echando mano de las proteínas. Puede llegar a destruir tejido muscular para conseguir energía, y aquí es cuando el adelgazamiento puede ser preocupante.

Quemar grasas y quemar proteínas para obtener energía no es lo mismo que quemar azúcares. Los carbohidratos son el combustible más limpio para nuestro cuerpo (digamos que son gasoil premier). Las grasas generan algunos residuos y las proteínas generan muchos residuos, y tóxicos. Es decir, son gasoil más contaminado. Esos tóxicos debemos eliminarlos, por el sudor, la orina y el hígado. Nuestros riñones y nuestro hígado van a sufrir una sobrecarga con este tipo de dieta, y esto, a medio y largo plazo, nos va a producir cansancio y debilidad.

La dieta cetogénica, al ser muy acidificante (por los aminoácidos de la carne, grasas), provoca que nuestro cuerpo libere calcio para neutralizar el ácido en sangre. ¿De dónde procede el calcio? De los huesos y del estómago. Mucha carne puede llegar a descalcificar los huesos y agotar las reservas de calcio del estómago, con lo cual los jugos gástricos se empobrecen y aumenta el riesgo de osteoporosis.

Además, esta dieta es alta en colesterol y grasas saturadas (toda la grasa animal es saturada). La grasa saturada y la proteína animal, se ha comprobado en estudios científicos que acaban dañando el revestimiento de las arterias y envejecen nuestro sistema cardiovascular.

También es una dieta rica en metionina (un aminoácido presente en las carnes y pescados), y mucha metionina provoca una reacción acelerada de envejecimiento celular. Así lo explica el Dr. Greger en este video. Y en este artículo.

Las carnes y su grasa son ricas en metionina, cuya abundancia causa envejecimiento.


Cansancio, desgaste hepático y renal, descalcificación, daños cardiovasculares… Una dieta que de entrada parece limpia, energética y adelgazante, lo más sano del mundo, puede acabar siendo una dieta enfermante que agota nuestro organismo y nos envejece.

Conozco varias personas que la han seguido durante meses. Primero estaban entusiasmadas, pues adelgazaron mucho. Luego se encontraron mal y acabaron dejándola. Incluso sus promotores, por lo que he visto en Internet, acaban volviendo a sufrir algunos síntomas de sus antiguas molestias y tienen que ir probando diferentes suplementos, terapias o remedios dietéticos para ir corrigiendo los efectos de este tipo de alimentación.

¿Es realmente una dieta paleo?


Hay mucha controversia sobre lo que comían nuestros antepasados prehistóricos. He leído bastante de esto y voy a resumir algo de lo que he aprendido.

1.    En primer lugar, no hay una sola dieta paleo. No comían lo mismo los bosquimanos en África que los indígenas del Amazonas, los nómadas del centro de Asia o los habitantes del altiplano del Perú. En cada lugar, el hombre ha recolectado y cazado lo que había; en algunas zonas más animales, en otras, prácticamente sólo plantas y pequeños bichos.

2.    En segundo lugar, los últimos hallazgos paleontológicos (estudios de huesos y dientes con las mejores tecnologías) revelan que todos los hombres prehistóricos consumían no sólo carne y plantas de hoja verde o raíces, sino cereales, tubérculos y otros granos, posiblemente por su alto contenido energético y su fácil conservación y transporte a distancia. El consumo de almidones es mucho más “paleo” de lo que se piensa.

3.    Algunos hallazgos en América del Sur muestran que cuarenta mil años antes de Cristo los nativos ya cocinaban sus patatas y sus cereales. Ojo al dato: ¡cocinaban!

4.    Señalan algunos expertos que los hombres prehistóricos no cazaban grandes animales con frecuencia, sino más bien pequeños o de tamaño mediano. Pero esta no era su principal fuente de comida. Si hubieran dependido de comer grandes bestias, el gasto energético que supone una cacería hubiera sido superior al consumo calórico de un buen asado… ¡Hubieran muerto de hambre! Por tanto, tenían que contar con las plantas como alimentación básica. La carne posiblemente era un extra.

5.    Tampoco se sostiene la tesis de que los primeros hombres eran carroñeros. Ningún ser humano tiene el estómago adaptado para comer carne podrida, ni hoy ni hace diez mil años. Esto nos aleja de los animales carnívoros, que perfectamente pueden comer carroña o carne pasada de unos días. La carne cazada por los humanos debía ser consumida pronto, casi al momento, antes de inventarse las salazones y las cámaras de hielo.

6.    La carne que consumían los paleolíticos no tenía nada que ver con los animales de granja atiborrados de harinas, antibióticos y hormonas que consumimos hoy. Eran animales salvajes, mucho más pequeños y magros que los que encontramos hoy, incluso los llamados de cría orgánica o ecológica.

En resumen, que comer bistecs, huevos y pescado a diario varias veces al día no tiene nada que ver con lo que comían nuestros antepasados prehistóricos.

Nuestros antepasados no podían comer esto a diario.


Una dieta para ricos


Los fans de las dietas cetogénicas o paleo precisan que, por supuesto, la carne que has de comer tiene que ser ecológica, de animales alimentados con pasto,  etc. Son conscientes de lo que llevan los pobres bichos de granja y la cantidad de veneno que nos metemos al cuerpo cuando los comemos… ¿Cómo va a beneficiar a tu intestino una carne llena de fármacos cuyos efectos, justamente, inflaman la tripa?

Por otra parte, ¿quién puede alimentarse de esta manera? Evidentemente, personas que tengan una economía bien saneada o que gasten todo su peculio en comida. No es sostenible para todo el mundo, ni siquiera para el planeta. No hay suficientes campos en la Tierra para alimentar a los siete mil millones de personas que somos con carne ecológica de primera y a diario. Ni pescados en los mares de aguas frías. Si todos tuviéramos que comer así, necesitaríamos unos cuantos planetas… o ser muchos menos de los que somos. Y está claro que esto, hoy, no es una alternativa.

Por último, comparto este vídeo: ver aquí. 9 estudios que deberían conocer los que se enrolan en una dieta cetogénica.

Exceso de proteína y grasa animal: propio de la dieta occidental y un riesgo para la salud.

viernes, 21 de septiembre de 2018

¿Por qué una dieta vegana puede mejorar tu digestión?

No soy una vegana estricta. De tanto en tanto como carne, pescado o algún huevo o tortilla. Pero mi alimentación en el día a día es prácticamente vegana. He cambiado mi forma de comer, no por ideología, ni por fanatismo, sino por la experiencia: he comprobado que hacer cambios en mi dieta ha mejorado mi salud, mi bienestar, y ha terminado con problemas digestivos que arrastré durante décadas. Los dos más importantes eran el estreñimiento y las indigestiones (ardor de estómago, malestar y regularmente “ataques de gases”, con dolorosas hinchazones que duraban horas). 

Empecé a probar cambios en mi dieta y el más definitivo de todos fue adoptar el programa McDougall, con algunas precisiones. Este programa consiste en seguir una dieta vegana, basada en almidones, es decir, que el plato principal debe ser a base de patatas, arroz, legumbres u otros alimentos ricos en carbohidratos complejos. Lo más espectacular, para mí, fue dejar el aceite: ¡los ardores de estómago desaparecieron de la noche a la mañana! Aquí lo cuento en más detalle.

Almidones, frutas y verduras: base de una buena dieta vegana.

El azúcar fue lo primero que barrí de mi cocina, como relato en esta entrada. Los azúcares refinados se convierten en alcoholes dentro el organismo (lo fermentan todo y generan gases y malestar). Además, si no se queman, acaban almacenándose como grasa. Los picos de triglicéridos en sangre pueden provenir de atracones de dulce.

Los lácteos los dejé más tarde, tras leer el Estudio de China. Este libro del Dr. Campbell me convenció, pero mi experiencia hacía años ya me avisaba. La leche siempre me produjo mucosidades, afonía y mucho gas. Los yogures y el queso, sin yo saberlo, me irritaron el intestino durante años, y estaban agravando mi estreñimiento.

¿Y la carne y el pescado? Os voy a decir algo: hasta hace pocos años yo era una carnívora decidida. Siempre me ha gustado la carne. El pescado algo menos, pero también comía. ¡Y los huevos me encantan! Antes de adoptar el programa McDougall aprendí qué efectos tienen los productos animales en el cuerpo. Es verdad que contienen mucha proteína y minerales, y algunas vitaminas. Son una bomba concentrada de estos nutrientes. Pero también son ricos en grasas saturadas y colesterol. Las carnes, que vienen de animales en granja, están trufadas de antibióticos y hormonas. Los fármacos que toman los animales inflaman el intestino, y nosotros los tomamos cuando nos zampamos un bistec o un muslo de pollo. Incluso los animales criados de forma ecológica reciben sus dosis de medicamentos, por normativa sanitaria, así que la carne orgánica no se libra de esto. Los pescados, que vienen de mares contaminados, son ricos en metales pesados, tóxicos para el organismo (mercurio, plomo y otros). Tanto, que se desaconseja a las embarazadas tomar ciertos pescados grandes, para evitar daños neurológicos en el feto.

En este artículo sobre el envejecimiento, el Dr. Greger habla de los efectos inflamatorios de la carne y los productos animales en el organismo.

Salmón: estupendo por los omega 3... un riesgo por los metales pesados. Y rico en colesterol.

Pero ¿por qué mejora la digestión comiendo sólo plantas?


Digestivamente hablando, las carnes son “duras” de asimilar. Se digiere mucho mejor un plato de verduras que unas chuletas. Su contenido en proteínas y grasas requiere de muchas enzimas y bilis, y esto da más trabajo al estómago y luego puede irritar el intestino. Si quieres digerir bien la carne, el pescado o los huevos, mejor tómalos solos o acompañados con algo ligero (todo tipo de verduras, nada de féculas ni almidones). Si tu estómago es delicado, olvídate de las mezclas carne-patatas, pescado-arroz, huevo-pan, etc. Pueden ser riquísimas al paladar, pero en la tripa, una ruina.

Por otra parte, una dieta vegana completa contiene muchísima fibra vegetal, y esto es estupendo para nuestro colon y nuestra microbiota bacteriana, que puede florecer y producir muchas substancias que necesita nuestro cuerpo. Un buen tránsito intestinal desbloquea muchos otros problemas de salud y reduce la toxicidad en nuestro cuerpo. 

Finalmente, saber que con alimentos vegetales y variados podemos suplir perfectamente nuestras necesidades proteicas, me decidió. Y ¿qué puedo decir?

Proteínas vegetales. ¿Sabías que el trigo y el arroz blanco tienen hasta un 10 % de proteína? 
¿Y que las legumbres o los frutos secos tienen casi tanta como la carne? 
¿Y que la soja tiene todos los aminoácidos esenciales que necesitamos?


Como en mucha más cantidad ahora que antes, me encuentro de maravilla y digiero mucho mejor. He incorporado a mi dieta alimentos que antes apenas probaba, mucha variedad y sabores nuevos. He aprendido a cocinar sin aceite y con especias y hierbas… ¡Disfruto de la comida!

¿Gases? Sí, tengo, pero muchos menos, y si alguna vez siento alguna molestia por alguna mezcla que he hecho, pasa rápido. ¿Estreñimiento? Adiós. Si sigo mi régimen, evacúo al menos una vez al día sin problemas. ¿Dolor de estómago, acidez, reflujo? Ya no tengo. La alegría de pasar una tarde digestivamente apacible, después de comer, ¡no tiene precio!

¿Qué ocurre cuando alguna vez como carne o pescado? Si los tomo a la plancha o al horno, acompañados de un plato de verduras, sin pan y sin postre, no pasa nada. Generalmente los digiero bien. Pero, cosa curiosa, el estreñimiento vuelve de inmediato y puedo pasar dos, tres y cuatro días hasta recuperar la regularidad. Me temo que si volviera a comer carne, pescado o huevos diariamente, volvería a sufrir los problemas que he pasado durante décadas.

Un estupendo solomillo... Aunque no lo creáis, ¡una de mis comidas favoritas hace algunos años!

¿Por qué? Esta experiencia me confirma lo que ya advierten los médicos que abogan por un veganismo sano. Los tóxicos y los antibióticos que traen consigo los productos animales irritan el intestino y dañan la flora bacteriana del colon. Además, estos alimentos contienen cero fibra. Por tanto, no ayudan al tránsito. ¿Unas costillas de cordero, un papillote de salmón o una tortilla de patatas, de tanto en tanto? Sí, como extra. Pero que no sean la norma. Si tienes problemas digestivos, como los he pasado yo durante más de media vida, prueba aunque sólo sea una semana a llevar una dieta vegana saludable, rica en almidones, sin aceites y sin azúcares refinados (aquí tenéis una buena guía). ¡Es posible que notes grandes mejoras!

viernes, 14 de septiembre de 2018

¿Dieta vegana? No de cualquier manera...


Las dietas veganas son motivo de mucha controversia. Para algunos están asociadas a la buena salud y son la panacea; para otros, son una rareza de fanáticos y chiflados, una aberración dietaria. La mayoría de médicos son bastante reticentes a ellas. La verdad es que el concepto vegano es tan amplio que es normal que dé lugar a dudas y a confusión.

Una dieta vegana, en teoría, es una dieta exclusivamente a base de alimentos vegetales. Es decir, que excluye todo producto animal, desde la leche y sus derivados hasta el marisco y el pescado, incluyendo huevos, carnes, caviar, polen y miel.

Una dieta vegana variada y completa puede ser excelente, y muy terapéutica para prevenir problemas coronarios y cáncer. Pero hay dietas veganas que están lejos de ser sanas y pueden ser tan desastrosas y enfermantes como una dieta omnívora a base de comida rápida.



Vegano no siempre quiere decir sano


Los médicos que para mí son referentes, el doctor McDougall, el doctor Greger y el doctor Esselstyn, así como el biólogo e investigador T. Colin Campbell, abogan por una dieta vegana, pero con ciertas precisiones. El doctor McDougall explica con humor el primer caso de persona vegana que conoció: un joven muy concienciado sobre el maltrato animal, vegano hasta en la ropa. Pero su dieta era a base de patatas fritas y coca cola. ¡Estrictamente vegetal! El chico tenía un sobrepeso importante y la piel grasa y cubierta de granos. Nadie en su sano juicio tacharía de saludable una dieta como esta.

¡Esto también es VEGANO!

Veamos cuáles son los errores en que pueden caer los veganos estrictos.

Demasiada grasa


Al excluir alimentos calóricos y potentes, como las carnes y el queso, muchos veganos acaban rociando literalmente sus platos en aceite, o abusando de los aguacates, los frutos secos y el coco. Los fritos y las salsas, por muy vegetales que sean, están cargados de grasas, y si son procesadas, son trans. De modo que lo que quitan por un lado, evitando las grasas animales, lo compensan con alimentos igual de perjudiciales. Si lo que buscan es perder peso y ganar salud cardiovascular, con dietas veganas altas en grasa no lo van a conseguir. Hay muchos alimentos “veganos” procesados que son un atentado para la salud, incluyendo galletas y carnes vegetales. Antes de tomar una hamburguesa vegana, cargada de harinas, grasas, azúcares y otros ingredientes impronunciables, ¡mejor un bistec o una pechuga de pollo!



Demasiado azúcar


Otro fallo puede ser olvidar que los azúcares y harinas refinados, por muy veganos que sean, no son alimentos sanos de los que haya que abusar. Un vegano puede atiborrarse de pan, bollería “vegana” y frutas confitadas. Lo que conseguirá es ganar peso y desequilibrar el metabolismo de la insulina. Los azúcares que sobran se convierten en grasa. Suben los triglicéridos en la sangre, que son tan peligrosos como el colesterol. Lo ideal en una dieta vegana es recurrir a las verduras del huerto y a las frutas naturales, con generosas dosis de almidones ―cereales, legumbres, tubérculos―, que aportan calorías y proteína vegetal de buena calidad.  



Demasiado verde


Otra idea preconcebida de la dieta vegana es que debe ser muy verde: o sea, a base de frutas y verduras, pero pobre en almidones. Si una persona elige alimentarse así, necesitará toneladas de alimento para cubrir sus necesidades calóricas. Lo verde y lo colorido aportan muchas vitaminas, minerales, agua y fibra, pero poca energía. Si no quiere morirse de hambre, tendrá que consumir grandes cantidades. Y eso le generará gases y algún que otro malestar. Una dieta así es estupenda como terapia temporal, para hacer “purga” después de los excesos navideños o veraniegos, durante una semana o, como mucho, quince días. Limpia el cuerpo y regenera los tejidos. Pero es insostenible a largo plazo. O te gastas una fortuna en frutas y hortalizas, o acabas pasando hambre. También genera carencias. Somos casi-monos, pero no somos como los chimpancés. Nuestra especie salió de la selva hace muchos años y necesitamos alimentos más consistentes, sin dejar de tomar estos, que son indudablemente sanos.



Demasiado crudo


Otra tendencia dentro del veganismo es el crudivorismo. Los crudívoros sostienen que los alimentos crudos son óptimos para nuestro cuerpo y los únicos que deberíamos tomar. Crudos o, como máximo, calentados hasta 49 ºC, o deshidratados. Puede ser que esta alimentación funcione para algunas personas, pero no hay dos organismos iguales. Quienes tienen estómagos delicados e intestinos dañados no la soportarán bien. Este fue mi caso. A mí me atraía mucho una dieta crudívora, pero tuve que descartarla. Desde que como cocido o al dente todo me sienta mucho mejor (lo único que tomo crudo son las frutas).

Digerir alimento crudo pide mucha energía al cuerpo, por mucho que los crudívoros sostengan lo contrario. La medicina china, que maneja conceptos como el calor corporal y la energía, sostiene que los alimentos crudos son demasiado fríos para ciertas personas, requieren mucha energía para digerirse y no se asimilan bien. Hasta médicos abogados de lo crudo, como el doctor Lezaeta, precisan que, en personas enfermas, hay que cocer la comida. ¡Es de sentido común! ¿Qué nos daban nuestras madres o abuelas cuando teníamos la tripa revuelta? Manzana cocida. Arroz hervido. Todo suave, blandito, pasado por agua. El cuerpo lo digiere y asimila mucho mejor, aunque pierda algunos nutrientes.

Otro problema del crudivorismo es que elimina muchos alimentos que sólo podemos tomar cocinados, como los cereales, las legumbres y los tubérculos. Son alimentos muy sanos, energéticos y que nos aportan nutrientes esenciales. Descartar estos alimentos puede provocar carencias. Algunos crudívoros alegan que se pueden comer las legumbres germinadas, después de haberlas remojado. Así no tienen gas y son más digestivas. Pero dale a una persona con vientre sensible un plato de garbanzos germinados… ¡y la vas a meter en aprietos!

Con la dieta cruda sucede lo mismo que con la “demasiado verde”. O compensas la falta de calorías con mucho aceite y frutos secos (cosa que suelen hacer los crudívoros) o acabarás con carencias.



Poco variada


Otro riesgo en el que pueden caer los veganos es en centrarse en unos pocos alimentos que les gustan y no seguir una dieta variada. Si te limitas a comer verduras y cuatro frutas, tu dieta va a tener carencias nutricionales importantes. Como señalan los autores de la página Salud Vegana (en inglés), los veganos deben tomar suficientes proteínas, aunque sean vegetales, y suficientes calorías. Esto significa que no pueden limitarse a lo “verde” y a las frutas; son los almidones los que aportarán este tipo de nutriente. Al no incluir carne, hay que asegurarse de ingerir alimentos ricos en vitaminas del grupo B (presentes en legumbres y cereales). No podemos olvidar los ácidos grasos omega 3 (presentes en el pescado azul, pero también en otros alimentos vegetales, como el lino y los frutos secos, el brócoli y la soja). Si la dieta es insuficiente en ácidos omega 3, conviene tomar suplementos de los llamados DHA y EPA (mejor los producidos por algas). Finalmente, hay que vigilar con otras carencias, como la de calcio o hierro, que se pueden evitar comiendo suficientes verduras de hoja verde, legumbres y semillas.


Tema polémico: la B-12


Si la dieta se sigue mucho tiempo, o de por vida, los médicos recomiendan tomar suplementos de vitamina B12 (que sólo se encuentra en alimentos de origen animal aunque la producen unas bacterias, que también habitan nuestro colon). La carencia de vitamina B12 es uno de los argumentos más potentes esgrimidos por los anti-veganos contra este tipo de dietas. Es una carencia realmente grave con consecuencias neurológicas importantes (leer este enlace de Salud Vegana sobre el tema). Pero se puede resolver fácilmente con suplementación. Cabe destacar que los carnívoros, sobre todo personas mayores, también pueden sufrir carencia de B12 debido a problemas de asimilación digestiva. Así que no sólo los veganos deben tener en cuenta este aspecto.



Lo ideal


Lo ideal en una dieta vegana, si queremos evitar excesos de grasa y azúcares, es que se base en alimentos integrales, que crezcan de la tierra o de las ramas. Es decir, poco o nada procesado (bollería, panes, hamburguesas veganas y preparados raros) y mucho del huerto. No necesitas gastar una fortuna comprando productos sofisticados en una tienda de dietética, sino una cantidad perfectamente asequible llenando tu cesta en la frutería del barrio o en la sección verde del súper. La dieta debería incluir bastantes almidones ―arroces, cereales enteros, legumbres, patatas― algunas nueces y bayas, y ser lo más variada posible. Una dieta así es completa y aporta todos los nutrientes que necesitamos. Muchos habréis oído que el arroz y las lentejas aportan proteínas completas. Es cierto. Pero hay muchas otras combinaciones que nos aportan todos los aminoácidos que necesitamos (ver en este enlace), y no es necesario mezclar esos alimentos. Puedes tomar arroz con verduras un día y potaje de lentejas otro. Lo importante es la variedad y tomar las suficientes calorías (almidones y féculas).

Variado y con suficientes calorías (carbohidratos complejos). ¡Hasta los colores son bonitos!

Varios ejemplos


El programa del doctor McDougall es un ejemplo de dieta vegana completa y sana. El doctor Neil Barnard tiene un programa de 21 días para la transición a un veganismo sano y nutritivo. El doctor Esselstyn en su libro Prevenir y revertir las enfermedades del corazón incluye 150 recetas que son para chuparse los dedos (todas veganas y bajas en grasa, pero riquísimas en nutrientes). ¿Por qué menciono a estos tres? Porque los tres son médicos, los tres tienen una larga experiencia tratando con pacientes y los tres tienen una inquietud científica que los ha hecho ser muy rigurosos y responsables a la hora de diseñar sus programas dietéticos. Además, practican lo que predican, sólo hay que verlos y oírlos. ¡Creo que uno se puede fiar de ellos! (A mí me ha resultado fantástico con la dieta McDougall).

El Súper Plato del Dr. Barnard: fruta, legumbres, verduras y cereales (o tubérculos).

Un día al año…


Hay un conocido gurú de la salud y la dieta (no diré su nombre) que tiene miles de seguidores. Es un firme defensor de incluir carne en la dieta. Está delgado, se le ve dinámico, enérgico y juvenil. Come carne… una vez al año. ¡No es un vegano!

Tampoco el doctor McDougall lo es. Para que nadie diga que es un fanático “veggie”, él también come carne: no se pierde el pavo del Día de Acción de Gracias. Y tampoco pasa nada con comer el cordero de Pascua, o la sardinada de San Juan, o un plato de marisco en verano.

Una vez al año ¡no hace daño! Mejor relleno de verduras :)

Un día al año. O dos. No pasa nada con comer carne y pescado alguna que otra vez, y esa vez, permitirnos que sea de la máxima calidad. Pero de ahí a comer carne dos veces al día los siete días de la semana hay un trecho largo. Muy largo.

Los indios tarahumara, una de las poblaciones más longevas del mundo, son prácticamente veganos. Comen maíz, verduras, frutas y muchos tubérculos. Matan un animal una vez al mes y ese día comen carne. Se mantienen fuertes y ágiles hasta edades muy avanzadas  y tanto hombres como mujeres corren maratones por la montaña que rendirían a cualquier occidental mínimamente en forma.

Un día al año no hace daño. Ni un día al mes. Pero que la carne ―o el pescado, o el marisco― sea muy buena y fresca, y que sea la excepción, no la norma. Siendo así, podemos permitirnos que sea carne orgánica, o pescado de alta calidad. No necesitamos más.

¡Corriendo felices! Jóvenes tarahumara en plena carrera. Su menú de competición: maíz.