viernes, 1 de junio de 2018

Digerir la vida: lo que no


Mi libro se titula así. Digerir la vida. El título dice mucho. Las personas que tenemos problemas digestivos crónicos muchas veces hemos de aprender a digerir la vida.

Dos cosas he aprendido de mis malestares y sufrimientos digestivos. La primera, sobre la que he hablado mucho, es a comer bien. He cambiado totalmente mi alimentación, y eso ha supuesto un giro de ciento ochenta grados en mi salud y en mi bienestar. La segunda cosa que he aprendido ―y estoy en ello todavía― es justamente esta: digerir la vida.

La vida nos viene tal como es: hay bocados dulces y amargos, hay buenos y malos tragos; a veces viene a pequeñas dosis y a veces todo se junta, las alegrías o las desgracias. Aceptar y abrazar nuestra realidad es un primer paso. ¡Fácil de decir, pero no tan fácil de hacer!

Aquí es donde viene de perlas recordar esa frase que todos hemos escuchado o leído, atribuida a un montón de autores. Se la suele llamar la oración de la serenidad, y dice más o menos así: «Señor, dame serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que sí puedo, y lucidez para conocer la diferencia.»

Hay cosas que no


Creo que la mayoría de personas nos quedamos con la parte de la aceptación y no nos damos cuenta de que, en realidad, hay muchas cosas que sí podemos cambiar, pero nos falta el coraje o la imaginación para dar el paso.

Digerir la vida también quiere decir cambiar cosas. Y cambiar significa decir no a muchas. De la misma manera que digo no a tomar ciertos alimentos que sé que me hacen daño, debo aprender a decir no a ciertas situaciones, cosas y actividades que no me aportan nada de valor ―y que pueden arruinar también mi salud y mis digestiones―. ¿De verdad tengo que tragar todo lo que me viene? ¿Debo engullirlo todo? ¡No!

Coge tu agenda al empezar el día. Respira hondo, siéntate unos minutos con calma y revisa lo que “tienes que” hacer. ¿Realmente tienes que hacer todo eso? ¿Verte con todas esas personas? ¿Afrontar todas esas situaciones? ¿Es estrictamente necesario? A veces nos sobrecargamos en exceso de compromisos y actividades que realmente no añaden nada mejor a nuestra vida, sólo nos roban tiempo, energía y hasta dinero. Y añadiría: salud. Las mujeres hiperactivas, sobre todo, solemos tender a tragarlo todo. Creemos que podemos con todo y no sólo eso, sino que tenemos que “cargar con todo”. ¡Tenemos complejo de mula! Y de mártir. Y, en el fondo, un poco de víctima. Durante muchos años, ahora me río, pero es cierto, me he sentido como una mamaíta proveedora, una especie de vaca lechera de la que todos sacaban algo. Y yo, sumisa y dócil, me afanaba por servir a todos. Cuando vas así por la vida, es fácil que la gente acabe revoloteando a tu alrededor y te arrebate más de lo que debes dar... Y tú acabas agotada, exhausta y encima, enfadada, porque te sientes “depredada”, abusada y utilizada. ¿Os habéis sentido así alguna vez?

Aplica la tijera


¡Protegeos, amigas! Protégete, amigo, si eres así. Porque es bueno ser generoso y servicial, pero también debes serlo contigo mismo. Pon límites. No eres omnipotente. No podrás dar más si acabas roto, vacío y destrozado. No tienes por qué dejarte avasallar ni devorar.

Mira tu agenda y empieza a recortar. Cuando estuve convaleciente de mi operación tuve mucho tiempo para meditar en esto. Aprendí a delegar, y por suerte, mis compañeros de la Fundación me ayudaron enormemente. Nunca se lo agradeceré lo bastante. Me planteé cómo quería vivir el resto de mi vida, cómo quería trabajar, qué cosas quería conservar, y a qué cosas debía decir no, o poner límites. Cuesta, claro que sí. Si eres mujer casada, con hijos y con mil compromisos me dirás que eso es imposible. Si eres una persona superocupada que tiene trabajadores a su cargo, lo mismo. Bueno... hay cosas que realmente no necesitamos hacer. De verdad. Todos podemos aplicar la tijera a nuestro calendario. Una operación, una enfermedad que te lleva al límite, ayudan. Ojalá no todos tengamos que pasar por ello.

Lo que de veras importa


¿Qué es realmente importante, necesario, indispensable en nuestra vida? Al fin de cuentas, no son tantas cosas. Ni tantas actividades. Ni tantas personas.

Al final, lo que sí importa de verdad son personas, esas pocas a las que queremos con toda el alma y por las que “moriríamos”. Estar con ellas, luchar con ellas, dejarnos amar por ellas, eso sí que debemos incluirlo en nuestra agenda. Y dedicarle tiempo, aunque tengamos que decir no a otras cosas. Y después, incluir una dosis de “alimento medicina”: ese que nos cura. Léase: tiempo para ti, para hacer silencio, para disfrutar con tu hobby, para hacer deporte, caminar, estar con los tuyos... No deberíamos dejar pasar un solo día sin tomar al menos uno o dos de estos “alimentos medicina”. Lo demás, a menudo está de más.

En mi caso, escribir me cura. Literalmente. Cuando me siento a escribir, algo en mi cuerpo se abre, se relaja y se expande. Por un lado vierto mucha energía, pero por otro lado me lleno de ella. Creo que cuando nos dedicamos a algo creativo que nos gusta somos como una fuente: la energía creadora fluye por nosotros, entra y sale, y nos vivifica y nos renueva. Cada cual debe encontrar dónde está su fuente, dónde está su vocación, su pasión, qué es lo que le llena y le da vida. Cuando lo encuentras, y decides dedicar un tiempo diario a esto, todo se recoloca en su lugar. Y empiezas a digerir la vida...

viernes, 25 de mayo de 2018

¿Gimnasia digestiva? ¡Claro que sí!

¿Hay alguna gimnasia o deporte especialmente bueno para el sistema digestivo? ¡Pues sí! De entrada, cualquier ejercicio que te haga sudar, correr la sangre y gastar energía es fantástico para la digestión. Porque, entre otras cosas, te despertará el hambre, y un factor que contribuye a digerir bien la comida es justamente comer con apetito, no porque toca o porque siento el gusanillo de masticar algo.

Eso sí, si tienes problemas digestivos, ¡olvídate del deporte durante la digestión! El mejor ejercicio después de comer, o si estás sintiendo molestias digestivas, te lo aseguro, es el sofá. Busca una postura cómoda, arrebújate, relájate y espera a que la comida “baje” y te sientas mejor. Después de una comilona familiar o festiva, lo mismo. Entre mi familia llamamos “boítis” al sindrome de languidez, pesadez y somnolencia que suele dar después de un opíparo banquete. La palabra, como podéis imaginar, viene de “boa”. Cuando te sientes como una boa constrictor después de tragarse una gacela, lo mejor es apoltronaret en un buen sofá.

Dicho esto, hay algunos ejercicios y deportes que favorecen la digestión y tonifican los órganos digestivos. Te voy a hablar de tres.

1.    Caminar: el ejercicio universal y más recomendable para todo ser humano. Somos seres andantes, diseñados para caminar varias horas cada día. Camina cuanto puedas, a paso ligero y a zancadas, mejor que a pequeños pasitos, si puedes. Además de tonificar piernas y glúteos, activará tus intestinos y tu proceso digestivo. Si subes montañas o cuestas arriba, es genial para el estreñimiento.

2.    Correr, si estás en forma y puedes hacerlo sin riesgo. Hazlo siempre en ayunas, bebe sólo agua o algún zumo antes y después, por supuesto. Correr tiene los beneficios del caminar, aumentados. Pero vigila si tienes problemas de rodillas o espalda, si es así, mejor caminar. Y si tienes el estómago revuelto, correr no hará más que empeorar las cosas.

3.    Yoga. El yoga tiene algunas posturas que son especialmente buenas para estirar el cuerpo y tonificar la zona abdominal y los órganos internos, entre ellos nuestras queridas tripas. Voy a explicarte algunas de estas, ilustradas con fotografías. Puedes bajarte por Youtube infinidad de videos y tutoriales para aprender a hacerlas bien. Con el yoga, si eres novato, ve con cuidado. Haz lo que puedas sin forzarte ni hacerte daño. Poco a poco irás desarrollando más flexibilidad. La  clave con el yoga es: respirar hondo tal como te indica el monitor, e ir muy, muy despacio. Son movimientos potentes, pero deben ejecutarse con suavidad. ¡Sentirás los resultados muy pronto!  Recuerdo que cuando empecé a hacer yoga, siendo muy jovencita, el primer día que hice cierta torsión de cintura fue increíble. Sentí una sensación de liberación y bienestar en el tronco y el abdomen que jamás había experimentado. Fue como romper un grueso cinturón o una cadena. Al regresar a la postura inicial, os aseguro que podía sentir cómo mis carnes “respiraban” y se llenaban de sangre y oxígeno. ¡Una delicia!

Algunas posturas de yoga súper digestivas


En general, todas las posiciones que implican doblar, girar o torcer la cintura y el tronco son estupendas para la digestión. El estiramiento muscular hace un masaje interno a las vísceras, y esto va de maravilla.

Para no liaros, daré los nombres de las posturas en español.
En esta página encontraréis todas las posturas o asanas, y cómo realizarlas.

Gato – vaca


Dos posturas estupendas para empezar. Ponte a cuatro patas y encorva la espalda como un gato, metiendo la cabeza entre los hombros, cuanto puedas. Regresa a la postura a cuatro patas normal, con la espalda recta.

La vaca consiste en arquear la espalda al revés, sacando pecho, mirando al frente y hundiendo las lumbares hacia abajo.

Puedes alternar ambas posturas en un movimiento ondulatorio, suave y profundo. Inhala cuando haces la vaca, exhala cuando te arqueas como un gato. Esta serie es un auténtico masaje de espalda, muy relajante y también estupenda para “acariciar” tu vientre.


El niño


Ahora, arrodíllate, siéntate sobre los talones e inclina el dorso hacia adelante, hasta tocar con la frente el suelo, si puedes. Reposa en esta posición. Es un estiramiento total de espalda, un mimo para tus vértebras, y tu caja torácica se recoloca, con todos los órganos digestivos en su lugar. Si te encuentras cómodo, puedes permanecer en esta posición de descanso todo el tiempo que quieras. Siente cómo la cabeza reposa en el suelo y tu cuello y columna se alargan.


La pinza


Siéntate en el suelo con las piernas juntas y estiradas, e intenta alargar el tronco hacia adelante, llevando las manos hasta los pies. Si no llegas, estira hasta donde puedas (rodillas, media pierna). Aguanta la postura durante diez respiraciones, largas y profundas. Y más tiempo, si puedes. Este es otro ejercicio genial porque estira toda tu cadena muscular posterior, la que siempre está contraída y tensa. Cuesta, pero es buenísimo para todo el cuerpo ―y también para tu digestión―.



Torsión lateral


Sentado en el suelo, con las piernas estiradas o cruzadas, pasa una rodilla por encima de la otra y gira el tronco hacia el lado contrario (¡mira la foto para no liarte!). Repite del otro lado. Existen algunas variantes de este ejercicio, haz la que puedas y en la que te sientas menos incómodo. Este ejercicio de cintura hace un masaje total a la cavidad abdominal, ¡uno de los mejores!

Torsión lateral completa.

Torsión con la pierna estirada (más fácil).


El perro


Colócate a cuatro patas y luego ve estirando las piernas empujando hacia atrás y formando un triángulo con tu tronco y brazos. Mira bien la imagen. Esta posición es una de las fundamentales del yoga porque es muy completa: estira brazos, piernas, espalda y tonifica el abdomen. Tiene muchos beneficios. Si puedes, mantenla durante cinco o diez respiraciones profundas y lentas.

Verás que quizás te cueste tocar con los talones en el suelo; no importa. Lo importante es mantener los brazos, la espalda y las piernas estirados. Mira bien algún vídeo tutorial para aprenderla y no hacerte daño.


Pinza de pie


Puedes acabar la sesión con la pinza de pie, con las piernas separadas a la altura de los hombros y abrazando tus piernas o tobillos, todo lo más abajo que puedas. ¡Ideal si logras posar tus palmas en el suelo, como en la foto!

La pinza completa.
Versión suave (la que casi todos podemos hacer...)

Puedes acabar la sesión sentado en la postura del loto, o con las piernas cruzadas, o como te sea cómodo, respirando diez veces honda y lentamente.

O, si lo prefieres, puedes terminar estirado en el suelo (mejor sobre una esterilla o alfombra blandita), con las manos abiertas hacia el cielo y las piernas estiradas con los pies un poco abiertos. Relájate totalmente y siente tu cuerpo mientras respiras. Regálate este pequeño descanso.

Y, como dicen los monitores de yoga, da las gracias por poder hacer esta práctica, siéntete agradecido por tu cuerpo que es capaz de cosas tan maravillosas como moverse, estirarse, doblarse... ¡y hacer la digestión! Dirígete alguna frase bonita y motivadora. ¡Mímate!

Mis profes favoritas


Estas son mis “profesoras” de yoga favoritas on line.

Xuan Lan, tiene libro y videos en español, es fantástica enseñando y un encanto. En su página accederás a su canal de vídeo, con muchísimas sesiones de todo tipo y duración.

Brett Larkin (en inglés), excelente y motivadora, sus sesiones te dejan genial y explica muy bien cada postura. Aquí tienes un montón de sesiones a elegir. Y este es su canal de Youtube.

Jen Hillman (en inglés), me encanta por su dulzura y su buen humor. Disfrutas cada sesión a fondo, y ejercitas mucho más de lo que parece (he acabado con agujetas después de alguna de sus sesiones, ¡lo prometo!). Aquí tienes todos sus videos de yoga en el canal Psychetruth.

Por supuesto, hay muchas opciones más. Encontraréis miles de vídeos y clases de yoga en la Red. Aunque, si nunca lo habéis practicado, recomiendo empezar muy despacito, o ir a un gimnasio o centro de yoga para aprender bien y con supervisión, pues algunas posturas pueden ser dañinas para personas con ciertos problemas. Estas que he recomendado hoy son inocuas y prácticamente aptas para todo el mundo, salvo quizás el perro.

¡Disfrutad de vuestro ejercicio! ¡Sentíos bien!


viernes, 18 de mayo de 2018

Ni trigo, ni leche, ni azúcar ni aceite... ¿qué comer?


Sonrío al enumerar estos alimentos. Durante años mi dieta incluía generosas cantidades diarias de los cuatro. Es más, podría decir que eran la base de mi alimentación y mi principal fuente de energía. No me extraña que, sumando a esto el estrés galopante, los antecedentes familiares y de la infancia, acabara con la barriga hecha trizas.

Lo curioso es que harina blanca, leche, azúcar y aceite son los básicos de casi todo el mundo. Lo vemos a diario. Los alimentos procesados del súper y las panaderías están hechos de esto. Supongo que son un negocio redondo, porque los costes de producción son muy bajos y los productos finales se venden con un margen de ganancias enorme. Y como, además, son tan adictivos, la gente los consume a toneladas.

Bollería, panes variados, pizza... ¡y los deliciosos churros! El churro es una unión perfecta de los cuatro ingredientes que pueden enfermarte más, sin alimentarte lo más mínimo. Puras calorías vacías, grasas inflamatorias y proteínas irritantes para tu intestino y tu sistema inmune. ¡Una bomba letal!

Un aspecto más triste de esta realidad es que, a la hora de donar comida a las familias necesitadas, la leche, el azúcar y el aceite son tres de los alimentos más solicitados ―y los que más repartimos desde las parroquias y las ONG―. Os aseguro que ahora siento mala conciencia, porque veo que las personas con pocos recursos comen mal, muy mal. La obesidad, hoy, es un fenómeno de pobres. Al sobrepeso se unen muchas carencias vitamínicas y de minerales por no comer verduras y frutas frescas. Lo terrible es que no se necesita mucho dinero para cambiar y adoptar una dieta sencilla y sana. ¡Todo es una cuestión de educación!

Pero ahora me diréis: bueno, Montse. Si no tomas pan, ni aceite, ni azúcar ni leche... y, además, comes muy poca carne y apenas pescado, ¿qué comes? Respuesta: ¡todo lo demás! Hay una inmensidad de verduras, hortalizas y frutas esperando en la frutería de la esquina, o en la sección verde del súper. Sin contar nueces, legumbres, arroces integrales, trigo sarraceno, quínoa, tofu orgánico o yogures veganos. Desde que cambié mi forma de comer, os aseguro que como más variado que nunca, y he conocido sabores y texturas riquísimas que jamás había disfrutado antes. Estoy en mi peso. Mis análisis de sangre son correctos (por si alguien duda de que tenga carencias de proteínas u otros nutrientes). Antes tenía una carencia de hierro que he superado (sin comer carne) y me encuentro como nunca. Hacer buenas digestiones es síntoma de buena salud. Los que no habéis pasado por años de indigestiones no sabéis qué cambio tan grande se nota, y cuánta energía y incluso optimismo vital se alcanza con una barriga contenta y satisfecha. ¡Vale la pena el cambio! Y vale la pena el esfuerzo por liberarse de las adicciones, que están ahí. Claro que cuando paso por delante de un horno se me van los ojos, y tengo que pasar de largo por las neveras del supermercado con sus mil y una variedades de yogures y quesos. Lo del azúcar es peor, aún no lo he superado del todo (sigo tomando mermeladas, aunque sean ecológicas o caseras, para acompañar los yogures naturales de soja). Es lo único extradulce que me permito, controlado, eso sí.

Mi mensaje final hoy es este: hay vida “fuera de” los cuatro alimentos terribles ―panes blancos, aceite, azúcar y lácteos―. Hay vida, sabor, variedad y salud. Si tenéis problemas digestivos, probad tan solo una semana a dejarlos y notad la diferencia. Atreveos a explorar otros alimentos frescos de colores, los que nos ofrece la naturaleza tan generosamente. ¡Y disfrutad con la diferencia!

viernes, 11 de mayo de 2018

¿Qué pasa con el trigo?

El trigo es uno de los alimentos básicos de la humanidad. Desde los inicios de la agricultura, el trigo y otros cereales nos han salvado de muchas hambrunas y han permitido que las civilizaciones prosperasen.

Buscando un mayor rendimiento de las cosechas, el trigo ha sufrido diversas modificaciones genéticas por mano del hombre. Esto ha sucedido con muchas otras plantas. Pero en las últimas décadas el caso del trigo ha sido exagerado. El trigo que hoy se cultiva en el 90 % de los campos es de una variedad tan modificada que su genoma es.... ¡cuarenta veces más complejo que el genoma humano! Las proteínas del trigo son tan enormes que el organismo humano no siempre puede asimilarlas, y las rechaza como si fueran bacterias invasoras. De ahí que, cada vez más, oigamos casos de personas que no pueden tomar trigo o derivados de este cereal.

Algunas distinciones


No es lo mismo alergia, que intolerancia. Tampoco es lo mismo “trigo” que “gluten”. Vamos a distinguir un poco.

Alergia es una reacción subita y violenta de nuestro sistema inmune contra una sustancia que nos resulta tóxica. Puede requerir hospitalización urgente y hay riesgo, incluso de muerte. Si eres alérgico a algo, debes evitar esa sustancia a toda costa.

Intolerancia es un rechazo no tan agresivo, pero no menos importante. El cuerpo no acepta un nutriente y el sistema inmune intenta eliminarlo como sea. Si tomamos con frecuencia un alimento que nos produce intolerancia acabaremos desequilibrando el sistema inmune: o no funcionará o reaccionará produciéndonos efectos indeseados. Hay muchos síntomas de un sistema inmune deprimido o exasperado: irritación de la piel, psoriasis, artritis, migrañas, hinchazón abdominal, cansancio, dolor muscular, estreñimiento o diarrea, ronquera, congestión nasal... Todo esto son señales de que estamos tomando algo que nos daña, aunque no sepamos qué es. Muchas molestias inexplicables tienen su origen en un sistema inmune dañado por alguna intolerancia.

Y por último está la “sensibilidad”, otra forma de intolerancia, que puede dar síntomas menos severos, pero que también indica que debemos dejar de tomar alguna sustancia.

En la página web Celiacos.org explican bien en qué consiste la celiaquía.
En la página del Dr. Schar encontrarás la diferencia entre celiaquía, alergia al trigo, sensibilidad al gluten y otras enfermedades relacionadas con los cereales.
¿Habéis oído hablar del neurogluten? Pues alerta. Se están descubriendo diversos problemas neurológicos causados por el gluten. El tema da qué pensar.

Trigo, gluten y otros granos


El gluten es una de las proteínas que contiene el trigo. No es la única, por eso hay personas que no son alérgicas al gluten, pero sí a otros componentes del cereal. Los cereales, como semillas, son alimentos muy ricos en proteínas y estas no siempre sientan bien a todo el mundo.

El gluten da sabor y esa textura elástica y mantecosa a los panes y a todo producto que lleve gluten añadido. Por eso está presente en muchísimos productos alimenticios, ¡y resulta adictivo! El problema del gluten es que, si no se asimila bien, actúa en el cuerpo como lo que su nombre indica: pegamento (¡super-glue!). Algunos investigadores señalan que el gluten y otras proteínas de los cereales son auténticos mecanismos de defensa contra los animales comedores de plantas, generando toxinas que dañan su metabolismo. ¿Podría ser?

En todo caso, y para ser objetivos, estudiaos un poco. Si tenéis problemas digestivos inexplicables u otras molestias, probad a dejar el pan durante una semana y ved si hay diferencia. Sinceramente, lo he oído decir a muchas personas: «cuando como menos pan, o cuando no tomo pan, me encuentro mejor». ¿Es tu caso? Si el trigo es un problema para ti, notarás la diferencia en apenas un día dejándolo de comer. Incluso sentirás mayor despeje mental.

Sé que cuesta... ¿Por qué todo lo que nos hace daño es tan, tan, tan apetitoso y adictivo? A mí me está costando sangre dejar el pan. No soy celíaca, pero el trigo no me sienta bien. En un reciente test sanguíneo de intolerancias me detectaron una sensibilidad a este precioso cereal, así como al maíz y a la avena. De modo que ya sé lo que me toca.

Echad un vistazo a este enlace y fijaos en los síntomas. Si sufrís alguno de ellos, es posible que sea por el trigo... Cuesta dejarlo. Pero ¿no vale la pena, a cambio de sentirse mejor, ligero, energético, y gozar de unas digestiones 10?

El negocio gluten-free


Dicho esto, hay que decir que el mercado de productos sin gluten ha proliferado en los últimos tiempos y está resultando ser un negociazo. Y aquí, como en todo, hay que saber distinguir. Hay panes y productos sin gluten que sí, no llevan gluten, ni trigo, ni leche... pero están atiborrados de aditivos que son cualquier cosa menos sanos. Entre otros, muchas grasas hidrogenadas (trans) o azúcares modificados, o compuestos químicos sospechosos.

¿Lo mejor? Simplifica tu vida, olvídate de los envasados y ve a los productos frescos, los que crecen de la tierra y los que puedes ver qué son, sin envoltorio. Busca panes artesanales sin gluten, hechos al día. Prueba a ver cómo te sientan. Y si no te acaban de convencer, olvídate del pan y busca alternativas.

Come frutas, verduras, legumbres y cereales que no te hagan daño. El más seguro de todos es el arroz. Eso sí, bien lavado y mejor si es integral, bien cocido. Luego están los seudo cereales con proteínas completas y omega 3: la quínoa y el alforfón (trigo sarraceno). ¡Dos alimentos a tener en cuenta! Se cocinan como un arrocito y si te acostumbras a su sabor, son excelentes opciones dietéticas, y un regalo para tus intestinos. Tanto el arroz, como la quínoa o el alforfón puede cocinarlos dulces o salados, como desayunos, meriendas o almuerzos. Si digieres bien la avena, a por ella. Es un alimento de atletas y caballos de carrera, un alimento con muchísimas propiedades y con el que puedes hacerte unos mueslis y gachas cremosas para chuparte los dedos.

Esta página te puede dar ideas: su autora es una celíaca muy creativa que ha publicado un libro y tiene muchísimas recetas deliciosas sin gluten.

Mi alimento de confort, dado que tengo problemas con el trigo y la avena, es el arroz. Ahora mismo me acabo de tomar un arrocito con leche de almendra (sin azúcar) y con canela, una delicia de desayuno. ¡Con esto no se añora el pan!

viernes, 4 de mayo de 2018

Los aceites


Como la mayoría de vosotros, lectores, he crecido educada en la convicción de que tomar aceites “buenos”, como el de oliva virgen, es sanísimo y necesario. Además, mi madre es nativa de una tierra, el Priorat, donde se producen aceites tipo Garrigues, finísimos y de excelente calidad. De modo que, cuando me planteé adoptar el programa de alimentación McDougall, que tantos beneficios ha aportado a mi salud digestiva, me salté alegremente una de las indicaciones de dicha dieta: «No tomar aceite, de ninguna clase». ¿Cómo iba a dejar de aliñar mis verduras con el riquísimo aceite de oliva, prensado en frío, que tomaba?

Aunque con la dieta notaba un mayor bienestar, todavía había algo que fallaba... Así que un día me dije: voy a seguir el régimen al completo, respetando todas las indicaciones del Dr. McDougall. Y dejé el aceite. Los primeros días, las manos se me iban a la aceitera, ¡casi inconscientemente! Pensé que me costaría pero no fue así. ¿Por qué? Porque, sencillamente, en menos de dos días (sí, dos días), mis ardores de estómago y todo síntoma de acidez desaparecieron por completo. No podía creérmelo.

Investigué un poco más, leí testimonios de pacientes en los foros del Dr. McDougall, y me quedé sorprendida de ver cuántas personas habían experimentado lo mismo que yo: al dejar los aceites, sus digestiones habían mejorado espectacularmente. Desde entonces, el aceite ha dejado de formar parte de mi alimentación, y puedo decir sin vacilar que he dicho adiós al ardor estomacal y a muchas molestias. ¡Me he librado de un sufrimiento que he arrastrado durante décadas!

No voy a aconsejar a nadie que deje de tomar aceites, aunque personalmente creo que son innecesarios. Pero si tú, lector o lectora amiga, tienes problemas digestivos crónicos y no acabas de resolverlos, te sugiero de pruebes a dejar, durante una semana, todo tipo de aceites y grasas (mantequilla, margarina, mayonesas y natas).  Cocina tus platos sin freír nada (al horno, al vapor o hervido con agua o caldo). Y comprueba qué pasa.

Ahora voy a explicar por qué el aceite y las mantecas dificultan la digestión. Muchas personas (más de las que lo saben) son intolerantes a las grasas. Por algún motivo, su hígado no produce mucha bilis, que es la que descompone las grasas que tomamos. La grasa mal digerida y la bilis pasan al intestino delgado. En el íleon, que es el último tramo del intestino delgado, se absorben las grasas. Si el íleon, por el motivo que sea, está dañado o inflamado, tampoco las absorberá bien y se producirá una irritación, que puede ir seguida de una descarga (diarrea). O a veces simplemente se generarán gases y malestar. Recordemos que el intestino delgado puede inflamarse por muchos motivos, casi siempre debido a lo que tomamos. Antibióticos, antiinflamatorios, leche y lácteos, carnes, etc., son todo cosas que inflaman y a la larga pueden dañar el intestino delgado. Así que es fácil que una persona con el intestino sensible, que tome lácteos y productos cárnicos con regularidad, y que haya tomado tandas de medicamentos a lo largo de su vida, tenga el íleon en no muy buenas condiciones.

Peros y contras


Me diréis: pero el aceite de oliva, ¡es tan sano! ¿Y los omega 3? ¿No dicen que el aceite de oliva es bueno para el corazón? ¿Y las grasas? ¿No necesitamos algunas para vivir? Aquí van unas respuestas:


  • ¿Grasas? Sí, necesitamos, pero muchas menos de las que tomamos normalmente (sólo un 5-10 % de nuestras calorías diarias). Con las que contienen las semillas, las verduras, las legumbres y los cereales de forma natural, ya nos basta. Salvo los famosos omega 3, todas las otras grasas las fabricamos nosotros en el cuerpo a partir de lo que comemos.
  • El aceite de oliva apenas tiene omega 3. Si lo tomas por eso, olvídate.
  • El aceite de oliva es menos perjudicial que otras grasas, como las de origen animal (mantequilla, bacon, nata) y si es virgen también es mejor que los aceites refinados, por supuesto. Pero eso no quiere decir que sea un alimento sano. Estudios realizados a largo plazo con mujeres que seguían una dieta mediterránea, con abundante aceite de oliva, comprobaron que estas mujeres padecían problemas coronarios como cualquier otra y el aceite no reducía en nada su riesgo de sufrir un infarto. A largo plazo, todos los aceites dañan nuestras arterias y nuestro sistema vascular.
  • Los aceites, sean de lo que sean, no son un alimento completo. Son un extracto concentrado de frutas o semillas, cuya composición está entre el 95 y el 100 % de grasa. Su contenido en otros nutrientes (vitaminas, carbohidratos y proteínas) es prácticamente nulo. Sólo aportan grasa, es decir, calorías muy densas para proporcionarnos energía en casos de hambruna o necesidad.
  • Un gramo de azúcar aporta 4 calorías. Un gramo de proteína, también 4 calorías. Un gramo de grasa, 10 calorías. Alerta si tienes sobrepeso y problemas de huesos.
  • Todo aceite virgen y prensado en frío, en el momento en que lo calientas (a más de 49 º) se convierte en grasa trans, es decir, un tipo de grasa rígida que “espesa” tu sangre y puede formar atascos en tus venas y arterias. De modo que prácticamente todas las grasas que tomamos son perjudiciales, salvo el aceite crudo de mucha calidad. Y este, aún y así, tampoco es tan beneficioso.
  • El Dr. McDougall dice que el aceite no es un alimento. Como mucho, en casos excepcionales, puede ser un “medicamento” para tratar algunas dolencias. Y ya sabemos que los fármacos se toman en dosis muy pequeñas, controladas y sólo durante el tiempo que se necesitan. No a chorros ni encharcando nuestros platos. A grandes dosis, un medicamento es un veneno.
  • Finalmente os daré un dato histórico. El Mediterráneo es la cuna del aceite de oliva. En la antiguedad, Grecia era la tierra productora de aceite por excelencia, por sus olivos. Pero ¿para qué se utilizaba el aceite? No para comer ni para freír, sino para el baño y los masajes, y para dar luz en las lámparas. El aceite era un cosmético y un combustible, no un alimento. Imagino qué cara pondrían los antiguos griegos si nos vieran utilizar esas botellas de aceite en la cocina. ¡Es como si, hoy, alguien nos propusiera usar el bodymilk como salsa y la gasolina para freír!

¿Cómo sustituir el aceite?


La siguiente cuestión es... ¿cómo puedo cocinar sin aceite? ¿Cómo aliñar sin aceite? ¿Cómo dar sabor a las cosas... sin aceite? Bien, ¡es posible! Yo he aprendido a comer y cocinar sin aceite, y os aseguro que tomo comidas con un sabor increíble y jugosos. He aquí varios trucos:

1.    Utiliza caldo vegetal como aceite para sofreír, rehogar y cocer tus alimentos. Les da un sabor fantástico.
2.    Cuece las verduras al dente, con el agua justa, y escúrrelas pronto para que no pierdan su sabor natural. Te sorprenderá el gusto que pueden tener unas simples acelgas “bien cocinadas”, en su punto.
3.    Cuece las patatas y los arroces con alguna combinación de hortalizas y hierbas sabrosas: cebolla, puerro, pimiento, una patatita, zanahoria, apio, jengibre, laurel, otras hierbas... Experimenta y disfruta los diferentes sabores.
4.    Aliña tus platos con hierbas y especias que te gusten, y con sal marina ecológica o sal rosa del Himalaya, esto si no tienes problemas de hipertensión.
5.    Da sabor a tus caldos con hierbas y especias. Estas son mis favoritas: orégano, laurel, rosa mosqueta en polvo, un pelín de curry o cúrcuma, canela... ¡Experimenta y juega!
6.    Si digieres bien los frutos secos y no tienes problemas de peso, puedes triturar con el molinillo de café pipas, almendras, nueces o avellanas, y con esa picadita darles “gracia” a tus verduras y ensaladas.
7.    Utiliza salsas naturales hechas al momento y en casa: tomate triturado, pisto hecho puré, crema de verduras que te sobren del caldo, aguacate batido.
8.    Si quieres untar pan, puedes hacerte unas deliciosas “mantecas” vegetales y bastante digestivas con pasta de garbanzo (hummus), aguacate (guacamole) o cualquier otra legumbre hecha puré con un poquito de cebolla, tomate, calabaza o lo que te guste. De nuevo, ¡creatividad al poder!
9.    Si quieres hacer pasteles y te falta algo mantecoso para dar jugosidad a la masa, utiliza lino molido, un estupendo sustituto del huevo y el aceite, además de ser una bomba de nutrientes y rico en omega 3. Una cucharada sopera de lino molido en un vasito de agua, zumo o caldo te sustituye entre uno y dos huevos.
10.  También puedes sustitur el aceite en repostería con almendra molida, leche vegetal de almendra, soja o lo que te guste, con un poco de lino molido u otros frutos secos.

Si os defendéis con el inglés o con el traductor de Google, aquí Mary McDougall explica cómo cocinar sin aceite y con muchísimo sabor.

Como dije antes, no voy a insistir a nadie para que deje su aceite. Sé que en la cultura mediterránea esto es una herejía, y que muchos dietistas y médicos pondrán el grito en el cielo si lo oyen. Pero si tienes problemas digestivos desde hace años, como era mi caso, sólo te invito a probarlo unos días. Si al cabo de dos días “NO OIL” te encuentras mejor, piénsatelo. ¿Vale la pena sufrir por unas gotas de aceite?

Videos y datos de interés


Si quieres saber más y salir de dudas, te recomiendo este enlace, donde el doctor Esselstyn, experto en tratar enfermedades cardiacas, habla del aceite y de por qué conviene evitarlo. Aquí tienes una traducción aproximada al español. En este cortito video (en inglés) lo explica alto y claro. Igual que en este. Otro médico, el doctor Klapper, explica más sobre el aceite de oliva en esta conferencia (11 minutos). El doctor Greger tiene un montón de videos, como este, traducidos al español, con más información sobre el tema. Si tienes problemas o antecedentes de riesgo cardiovascular... ¡es para pensárselo!

viernes, 27 de abril de 2018

¿Qué pasa con la leche?


Este es un tema polémico. Porque, según oímos, muchos médicos, nutricionistas y asociaciones recomiendan su consumo. ¿Qué puedo decir? Yo misma he sido bebedora de leche, consumidora ávida de queso y yogures, y procedo de una familia muy lechera. Pero hace unos dos años decidí cortar con los lácteos. Lo hice convencida después de haber leído un libro decisivo, varios artículos de médicos e investigadores, y de ver algunos documentales. No me arrepiento en absoluto, mi experiencia me ha demostrado los beneficios de dejar de consumir leche y sus derivados. El libro que cambió mi visión sobre los lácteos y la nutrición es El estudio de China, de Thomas Colin Campbell, ¡lo recomiendo!

La leche, para los bebés


La leche es un alimento perfecto para los bebés: la leche de sus madres. Es decir, que cada especie animal debe consumir su propia leche, y no la de otros mamíferos. Porque cada especie tiene su ritmo de crecimiento y sus necesidades. No crece igual un niño que un ternero, un corderito o un conejo. La leche materna está perfectamente adaptada a las necesidades de la cría. No hay ningún otro animal, salvo nosotros, que consuma leche de otras especies.

La mayoría de adultos humanos —se calcula que un 70 %— no estamos adaptados para digerir leche, pues la enzimas que descomponen sus azúcares y proteínas las vamos perdiendo a medida que crecemos. En realidad, a partir de los 8-10 años ya no deberíamos consumir lácteos. La excepción son los pueblos que por su cultura han sido nómadas y ganaderos, y han tomado leche fermentada y quesos también siendo adultos. Pero ojo, que los fermentados no son lo mismo que la leche. Han perdido parte o toda la lactosa y tienen bacterias que los hacen más digeribles.

La leche materna tiene una proporción ideal de azúcares, grasas y proteínas para que un bebé doble su peso en seis meses. Un adulto no crece así, de modo que no necesita ese cóctel tan concentrado. Pero si, además, lo que bebe es leche de vaca, aún peor. Porque los terneros crecen más que un bebé humano, y su leche tiene más azúcares y grasas que la humana.

7 motivos para no beber leche


Vamos ahora a los problemas que presenta la leche de vaca, tal como se nos vende. Voy a dar siete motivos para no tomar leche ni sus derivados (quesos, yogures, natillas, etc.). Todos ellos están bien documentados científicamente. Si lees El estudio de China o buscas por Internet encontrarás muchos artículos, estudios clínicos y reportajes que así lo explican. Este documental puede sorprenderte: míralo si tienes tiempo.

1.    La leche de vaca tiene un exceso de grasas y azúcares que no necesitamos los adultos, además de la dificultad que podamos tener para asimilar la lactosa y la caseína, que es la proteína láctea. Si es desnatada sigue siendo alta en azúcares y conserva la caseína, que puede dar problemas e intolerancias a mucha gente.
2.    Las vacas crecen en granjas alimentadas por piensos a menudo de mala calidad, a base de harinas transgénicas y desechos animales. Todo eso pasa a su leche y te lo bebes.
3.    Las vacas no dan leche todo el año; para que den más leche les inyectan hormonas. Las hormonas que toma la vaca no se destruyen con la pasteurización; te las tomas tú. ¿Imaginas un hombre adulto bebiéndose un cóctel de hormonas femeninas? ¡No es inocuo! Tampoco para la mujer. El consumo abundante de lácteos causa desequilibrios hormonales tanto a hombres como a mujeres, y una pubertad precoz en muchos adolescentes.
4.    Las vacas de granja están hacinadas y enferman. Para ello se les dan muchos antibióticos. Todos esos fármacos también están en la leche. Quizás piensas que nunca tomas antibióticos ni medicamentos, pero con cada vaso de leche te estás tomando un cóctel farmacológico, y eso puede explicar por qué las cepas de virus son cada vez más resistentes y mutan con mayor rapidez.
5.    Pese a los fármacos, las vacas están plagadas de virus y bacterias que no son totalmente destruidos. Todos esos microbios, en cierta proporción, te los bebes con tu vaso de leche o tu yogur. Los virus que infectan las vacas pueden pasar a los humanos. Recuerda el famoso síndrome de las vacas locas. Otro virus muy frecuente en los bovinos es el de la leucemia. Es posible que detrás de muchos casos inexplicables de leucemia ―incluida la leucemia infantil― esté el consumo de lácteos.
6.    Aunque no tengas una alergia o intolerancia declarada a la lactosa o a la caseína, tomar un alimento que tu cuerpo no está preparado para digerir produce una inflamación interna crónica, que causa daños a largo plazo. Algunos síntomas de esta inflamación: generación de mocos, asma recurrente y afecciones de la piel. Los lácteos irritan el intestino, producen gases y estreñimiento. De hecho, se ha demostrado en estudios con niños estreñidos: al dejar de tomar leche, desaparecía el problema. Al volver a tomar lácteos, volvían a estar estreñidos.
7.    La leche tiene calcio, pero por su contenido en grasas y azúcares resula un alimento muy ácido para el organismo. Para contrarrestar la acidez, nuestro cuerpo utiliza sodio y calcio. ¿De dónde los saca? De los huesos, sobre todo. Por eso, el calcio que ingieres con la leche lo pierdes neutralizando la acidez. No es un buen alimento para los huesos, como se viene diciendo (mira este vídeo del Dr. Greger si quieres más detalles). En realidad, se ha comprobado que los países más consumidores de leche son los que presentan tasas más altas de osteoporosis (compara los mapas de fractura ósea y consumo lácteo en este enlace). Si quieres alimentos ricos en calcio, busca alternativas, como los frutos secos, las legumbres y las verduras de hoja verde. La soja (que sea orgánica) es una excelente fuente de calcio.

Por tanto, si quieres mejorar tu salud y tus digestiones, ¡olvídate de los lácteos!

4 ventajas de dejar los lácteos


Cuatro beneficios que obtendrás al dejar los lácteos. Comprobados en mí misma.
1.    Adiós a mucosidades, afonías y afecciones de garganta. También mejoran mucho los gases.
2.    Adiós a la celulitis. Se reduce de manera espectacular (siempre que no haya sobrepeso).
3.    Adiós a la acidez y al ardor de estómago. Los batidos con cacao y los postres lácteos son promotores número 1 de reflujo gastroesofágico (aunque no lo parezca).
4.    Aliviará tu estreñimiento.

5 peligros de los lácteos


T. Colin Campbell trata de ello ampliamente en su libro El estudio de China. Este biólogo e investigador procede de una familia de ganaderos y se educó creyendo que la carne y la leche eran alimentos básicos y que todo el mundo debería tener acceso a ellos. Pero cambió radicalmente de opinión cuando hizo una serie de hallazgos en sus investigaciones. Sus argumentos contra el consumo de lácteos no son ideológicos ni morales, sino basados en la evidencia científica.

1.    La caseína de la leche es un potente carcinógeno, de efectos comprobados. Son múltiples los estudios que muestran su relación con el desarrollo de varios cánceres, sobre todo en los órganos reproductivos: próstata, útero y mama.
2.    La grasa saturada de los lácteos —sobre todo los quesos— se deposita en las arterias y causa aglomeración de las células sanguíneas, promoviendo arteriosclerosis, trombosis y accidentes cardiovasculares. La grasa que no se quema se deposita en el cuerpo y es un almacén de toxinas, aparte de los efectos perjudiciales del sobrepeso en los huesos y articulaciones.
3.    La lactosa —el azúcar propio de la leche— no es bien asimilada por la mayoría de personas y produce reacciones inflamatorias y autoinmunes. Si el sistema inmune del cuerpo se agota o se desequilibra los problemas se multiplican: no es capaz de hacer frente a las infecciones, no destruye los tumores, puede atacar a otras células del cuerpo y generar enfermedades autoinmunes, como  la diabetes I, la esclerosis múltiple, la  artritis, el lupus y otras.
4.    La leche y los lácteos no tienen fibra y sí muchos azúcares; resultan altamente inflamatorios para el intestino, produciendo todo tipo de molestias: gases, permeabilidad intestinal, estreñimiento…
5.    Los lácteos pueden contribuir a descalcificar tu cuerpo: como son muy ácidos, el cuerpo utiliza calcio para alcalinizar su medio. El calcio que aporta un lácteo se ve contrarrestado por el calcio que te quita. Por otra parte, el calcio es un mineral frágil: no está demostrado por ningún estudio que su consumo evite problemas óseos. Al contrario, podría agudizarlos. Lo que fortalece y regenera los huesos es el colágeno, el magnesio y el ejercicio físico.

¿Por qué los recomiendan?


Pero ¿por qué se nos enseña que los lácteos son buenos y necesarios? ¿Por qué los recomiendan los médicos y las asociaciones de consumidores y nutricionistas?

La buena fama de los lácteos es más una cuestión de publicidad que de evidencia científica. Durante siglos la mayoría de culturas de la humanidad han vivido sin consumir lácteos a diario y a todas horas. Bebían leche los niños mientras eran amamantados. Los adultos, como mucho consumían algo de queso y, en algunas culturas, leche cruda o fermentada, poco más. Además, la calidad de la leche ordeñada en casa, de animales que pastan en el campo, no tiene nada que ver con la leche de granja que hoy llena nuestros supermercados.

El consumo masivo de lácteos es cosa de los últimos 50 años, y está ligado al auge de la ganadería intensiva posterior a la II Guerra Mundial. En los años 40-50, después de la guerra, en Estados Unidos hubo un excedente de leche y se decidió comercializarla a toda costa. Así es como se difundió su consumo. La industria lechera se valió de un gran argumento para vender leche: su contenido en calcio y su capacidad de engorde. El mensaje era: leche = calcio = huesos fuertes y crecimiento sano. Por tanto, se comenzó a enseñar en todos los ámbitos que era el alimento ideal para los niños y personas con necesidades nutricionales.

Intereses monetarios


La ciencia nutricional es algo reciente. En la mayoría de facultades de medicina se trata muy poco y de manera superficial. Los médicos saben poco de nutrición, a menos que se preocupen por el tema y amplíen estudios por su cuenta. Lo que se enseña sobre nutrición está basado en estudios realizados y pagados en su mayoría por… las industrias que quieren vender sus alimentos.

La lógica es esta: quiero vender mi producto. Mi producto es rico en calcio. Voy a pagar a unos científicos para que demuestren que consumir alimentos ricos en calcio es muy beneficioso. Si los estudios no acaban de ser concluyentes, los interpretaremos de manera que el mensaje quede claro. Lo que nos llega a la gente no es el resultado del estudio, sino la nota de prensa que la industria pasa a los medios, a las escuelas y a la sanidad pública. Si uno se tomara la molestia de buscar y leer los estudios, vería que los resultados no son tan claros, que los ensayos tienen defectos de método o, incluso, que demuestran lo contrario de lo que se divulga. Pero se juega con el lenguaje y la publicidad porque se trata de mantener un negocio muy lucrativo, del que viven muchas personas.

Lo que interesa no es la salud, sino las ganancias monetarias. Algunos médicos conscientes, como el Dr. McDougall, señalan que, desde los años 80, casi todos los estudios científicos en materia de nutrición están patrocinados por grandes industrias alimentarias. La mayoría están sesgados, son poco fiables y sus resultados no se difunden adecuadamente a la opinión pública.

Ciudadanos mal informados


La industrias ganaderas, lecheras y productoras de otros alimentos se ocupan de realizar grandes campañas en los medios e incluso de pagar programas educativos en las escuelas y en las facultades de medicina. Organizan congresos, invitan a los médicos y divulgan la información que les interesa.

Por este motivo la mayoría de ciudadanos no recibimos la información correcta y somos educados en la convicción de que hemos de tomar muchos lácteos. La publicidad nos bombardea de mil maneras y lo creemos sin cuestionarlo porque confiamos en la tele, en los médicos, en el gobierno y en las escuelas y universidades. Confiamos: hacemos un acto de fe. Por eso creemos que tomar leche es bueno. Si investigáramos un poco, como han hecho el Dr. Campbell y otros científicos responsables, veríamos que la realidad es otra y tomaríamos decisiones más acertadas para nuestra salud.

Afortunadamente, también contamos con muchos medios para informarnos, conocer datos reales y decidir de manera consciente. Con Internet y las bibliotecas públicas o virtuales tenemos mucha información seria a nuestro alcance. También hay cada vez más médicos y terapeutas honrados que pueden ayudarnos y orientarnos.

Sé que dejar los lácteos es una decisión drástica y cuesta. Lo he vivido en mi propia carne. Son adictivos ―las mujeres somos especialmente amigas de yogures, natillas, flanes, helados...—. Los viejos argumentos resuenan: el calcio, los probióticos del yogur, la proteína del queso… Además, ¡son tan ricos! ¿Podemos elegir con inteligencia y no por motivos emocionales?

Lo importante es saber qué estamos tomando y qué efectos nos puede producir. A partir de aquí, cada cual es responsable de lo que hace y de cómo quiere comer… ¡y cómo quiere vivir!

viernes, 20 de abril de 2018

Sugar - cuatro cosas que...


«SUGAR», así, con mayúsculas luminosas de neón se titula el espectáculo que se ofrece en el Teatro Coliseum de Barcelona, con el subtítulo obvio que acompaña a la fotografía: Con faldas y a lo loco. He sonreído al pasar por delante. ¡Sugar! Dulce azúcar, que traes sabor y alegría a la vida, el antidepresivo número uno y el bálsamo sabroso para los dolores del corazón. Dulce aditivo... y dulce veneno.

Cuatro curiosidades


¿Sabéis que hace quinientos años el azúcar era un producto de lujo, equiparable al caviar, que sólo consumían los reyes y los ricos, en ocasiones especiales? Y a veces lo hacían a escondidas, llevándolo en cajitas de plata, como los que hoy esnifan una raya de coca en la intimidad de un lavabo. Si queréis saber más, en este artículo encontraréis una amena historia del azúcar.

¿Sabéis cuánto azúcar, de media, consumía un norteamericano en el año 1900? Unos 8 kilos al año. ¿Hoy? Unos 40. La situación en Europa no varía mucho.

¿Sabéis cuánto azúcar consumís a diario? Si creéis que está sólo en la cucharilla que echáis al café, vais equivocados. Contad el azúcar oculto en bebidas, bollería, salsas, panes... Como es un excelente saborizante, se añade a casi todos los alimentos procesados para mejorar su sabor. En el reportaje Sobredosis de azúcar se detalla el experimento con varios voluntarios. Contando contando, os puede salir una taza entera de azúcar, así, tal cual. ¿Os la tomaríais a cucharadas? (Hay quien sí...)

¿Sabéis que el azúcar es más adictivo que la cocaína? En el mismo reportaje unos científicos nos explican su tremendo descubrimiento cuando investigaban las adicciones con ratoncitos. ¡Pues sí!

Una aclaración necesaria: tipos de “azúcares”


Intento ser breve. Por “azúcar” entiendo azúcar refinado, ya sea blanco, moreno, panela o de caña. Químicamente todos son similares. Son un extracto de la remolacha azucarera o la caña de azúcar, y su composición es 100 % azúcares simples, que se asimilan velozmente en el cuerpo y producen picos de energía (subidones) seguidos de caídas rápidas (esto dispara la liberacion de insulina, una hormona vital para que las células puedan asimilar la glucosa y obtener energía).

Hay que distinguir entre azúcar y carbohidratos, para no caer en malentendidos y confusiones.

Los carbohidratos o glúcidos, popularmente llamados azúcares, son el primer alimento que necesita nuestro cuerpo: nos dan energía. Están formados por carbono, hidrógeno y oxígeno, se obtienen exclusivamente de las plantas y pueden ser de varios tipos:

Azúcares simples o monosacáridos: fructosa y glucosa. Presentes en las frutas, el azúcar y la miel. De rápida asimilación, hay que tomarlos con prudencia o en su versión natural (frutas). La glucosa es el alimento preferido del cerebro.

Disacáridos: sacarosa, lactosa, maltosa. Presentes en la leche, el azúcar y algunos cereales. Estos se digieren también bastante rápido.

Polisacáridos: son de dos tipos, los almidones y las fibras. Estos son los llamados carbohidratos complejos, y son los más sanos y necesarios para los humanos.

  • Los almidones se asimilan y nos dan mucha energía, pero al ser moléculas grandes se digieren más lentamente que los azúcares simples y nos van dando energía progresiva, sin subidones. Los diabéticos los pueden tomar sin problema. Están presentes en las patatas y otros tubérculos, los cereales, las legumbres...
  • Las fibras son grandes cadenas de glúcidos que en las plantas forman sus tejidos de sostén. Nuestro organismo no las puede digerir, pasan directamente al colon y forman parte del bolo de las heces. Nosotros no asimilamos la fibra, pero sí nuestras bacterias: es su alimento preferido. Y gracias a la fibra, las bacterias del colon fabrican ácidos y otros compuestos indispensables para nuestra buena salud. Hablo más de ello en mi entrada sobre la rica fibra.

Por tanto, los almidones y la fibra son “azúcares” sanísimos y muy recomendados. A tomar en cantidad. El “sugar” del que hablaré hoy, el “malo de la película”, se refiere a los azúcares simples o monosacáridos.

Cómo nos perjudica el azúcar


Un poco de azúcar no hace daño. Todos lo decimos. A nadie le amarga un dulce. Y es verdad. Nuestras papilas gustativas están hechas para saborear el dulce y nuestro sistema digestivo, ávido de carbohidratos, tiene las enzimas para asimilar toda clase de azúcares y almidones. El problema no es el dulce de la fruta, las verduras, los tubérculos o el arroz. El problema es el azúcar refinado, pura caloría sin una pizca de las vitaminas, fibras y el agua que contienen los vegetales. El problema es que nunca tomamos un poco... En realidad, tomamos demasiado. Nuestro organismo no está preparado para soportar esa enorme carga de azúcar refinado, y las consecuencias saltan a la vista.

Desde el punto de vista sanitario, el exceso de azúcar es responsable de muchos casos de sobrepeso, diabetes, exceso de triglicéridos en la sangre y envejecimiento celular. No es el único alimento culpable, pero influye mucho.

Desde el punto de vista digestivo, el azúcar te puede arruinar la digestión. Aunque en la boca sabe bien, dentro del cuerpo el azúcar se transforma. Se mezcla con los otros alimentos... ¿Os tomaríais un bistec con azúcar, unas sardinas con mermelada o una pizza rociada en caramelo? Fermenta y produce alcohol. Y ese alcohol, además de dañar el hígado y el intestino, genera gases y malestar. Pasa a la sangre y llega a las células, donde puede causar todo tipo de desastres: mutación del ADN, oxidación, deterioro de la célula... No quiero abrumaros con palabras y conceptos científicos, pero seguro que todos entendéis qué puede hacer el alcohol en el cuerpo, si se toma en cierta cantidad, a diario y varias veces a lo largo del día. A largo plazo, el azúcar puede ser que tenga un papel importante en diversos problemas que sufre la gente mayor, como la artrosis por exceso de acidez (todo lo que acidifica daña los huesos) y las demencias (por sus efectos en el cerebro). Muchas personas sufren de hígado graso y hasta de cirrosis sin ser alcohólicas: es por el azúcar que toman.

Y sí, el azúcar nos hace adictos. Yo soy una adicta, lo confieso, en fase de “desintoxicación”. Hace años que lidio con ella y he logrado apartarla de mi dieta. En mi casa no hay azucarero, pero sé que entra por la puerta de atrás, camuflada con algunos alimentos de los que me cuesta prescindir. ¿Cuesta dejarla? ¡Claro que cuesta! Lo que más me motiva es el bienestar que siento cuando logro erradicarla de mis menús. Desde que dejé de tomar postres digiero mucho mejor. Y mi piel tambien está mejor. El cuerpo siempre habla, ¡hay que escucharlo!


Dulces sustitutos


Ahora me diréis: pero ¿cómo vamos a vivir sin el sabor dulce? No, no vamos a ser tan espartanos. Hay muchísimos alimentos dulces y sustitutos sanos del azúcar.

Para empezar, todas las frutas y verduras en su punto de maduración son dulces. Contienen glucosa y fructosa, pero bien envuelta en la pulpa, que lleva agua, fibra, minerales y vitaminas. Es una proporción sana y asimilable sin problemas para el cuerpo. Un desayuno a base de frutas, o un batido de frutas (mejor enteras que el jugo solo) es de lo más sabroso y dulce que pueda haber, sanísimo y nos quita la ansiedad. Ojo: debe tomarse sin mezclar con otros alimentos. Se digiere muy rápido, en una hora ya podremos comer otra cosa.

¿Queremos hacer pasteles saludables, postres o meriendas sin azúcar y con sabor dulce? Buenos sustitutos del azúcar son los dátiles, algunas frutas frescas, como la manzana y el mango, o secas, como los albaricoques, las ciruelas o las uvas pasas.

La miel también tiene interesantes propiedades dietéticas (minerales, aminoácidos y otras cosas) pero a efectos digestivos y calóricos, es un concentrado similar al azúcar. Mejor no contar mucho de ella. La miel, en realidad, es un alimento medicinal muy potente que sólo debería utilizarse para endulzar infusiones y para ciertos momentos en que necesitamos un refuerzo de energía, en dosis muy moderadas. Para ello hay que asegurar su calidad: buscad mieles crudas de productores locales o con certificado ecológico. De lo contrario, estaréis tomando azúcar con espesantes y un mínimo contenido de miel para darle sabor, o sea, caramelo puro. ¿Quieres saber si la miel que tomas es buena? Lee este artículo con sencillos trucos para averiguarlo.

¿Y la estevia? Estupenda si la utilizáis en forma de hierba, en hojas para infusión o molida para otros preparados. No os fiéis mucho de los comprimidos y los líquidos “con estevia”, suelen ser un fraude y no son sanos como la hierba en sí. Sobre la estevia ha habido cierta controversia últimamente. En este artículo podéis aclarar algunas dudas.

¿Y los azúcares de bajo índice glicémico, como el de coco o el de abedul? Es verdad que por su índice glicémico son mejores que el azúcar, no causan picos de energía ni caídas bruscas, son aptos para diabéticos y no acidifican la sangre. Pero... no dejan de ser azúcares refinados que perpetúan nuestra adicción, y las calorías son las mismas. Así que los recomiendo sólo como alternativa cuando no hay más remedio. Aparte de que son bastante caros. Un pote de azúcar de abedul de 500 g cuesta más de 10 euros.

En mi libro Digerir la vida encontraréis más sobre mi experiencia con el azúcar. Son muchos los dietistas que recomiendan prudencia, o incluso su eliminación de la dieta. Si tenéis problemas digestivos, aunque os cueste sangre... ¡Es uno de mis primeros consejos, y os lo digo por experiencia! Bye, bye, sugar!