Mi libro se titula así. Digerir la vida. El título dice mucho. Las personas que tenemos
problemas digestivos crónicos muchas veces hemos de aprender a digerir la vida.
Dos cosas he aprendido de mis malestares y sufrimientos
digestivos. La primera, sobre la que he hablado mucho, es a comer bien. He
cambiado totalmente mi alimentación, y eso ha supuesto un giro de ciento
ochenta grados en mi salud y en mi bienestar. La segunda cosa que he aprendido
―y estoy en ello todavía― es justamente esta: digerir la vida.
La vida nos viene tal como es: hay bocados
dulces y amargos, hay buenos y malos tragos; a veces viene a pequeñas dosis y a
veces todo se junta, las alegrías o las desgracias. Aceptar y abrazar nuestra
realidad es un primer paso. ¡Fácil de decir, pero no tan fácil de hacer!
Aquí es donde viene de perlas recordar esa frase
que todos hemos escuchado o leído, atribuida a un montón de autores. Se la
suele llamar la oración de la serenidad, y dice más o menos así: «Señor, dame
serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que sí
puedo, y lucidez para conocer la diferencia.»
Hay cosas que no
Creo que la mayoría de personas nos quedamos
con la parte de la aceptación y no nos damos cuenta de que, en realidad, hay muchas
cosas que sí podemos cambiar, pero nos falta el coraje o la imaginación para
dar el paso.
Digerir la vida también quiere decir cambiar
cosas. Y cambiar significa decir no a muchas. De la misma manera que digo no a
tomar ciertos alimentos que sé que me hacen daño, debo aprender a decir no a
ciertas situaciones, cosas y actividades que no me aportan nada de valor ―y que
pueden arruinar también mi salud y mis digestiones―. ¿De verdad tengo que
tragar todo lo que me viene? ¿Debo engullirlo todo? ¡No!
Coge tu agenda al empezar el día. Respira
hondo, siéntate unos minutos con calma y revisa lo que “tienes que” hacer.
¿Realmente tienes que hacer todo eso? ¿Verte con todas esas personas? ¿Afrontar
todas esas situaciones? ¿Es estrictamente necesario? A veces nos sobrecargamos
en exceso de compromisos y actividades que realmente no añaden nada mejor a
nuestra vida, sólo nos roban tiempo, energía y hasta dinero. Y añadiría: salud.
Las mujeres hiperactivas, sobre todo, solemos tender a tragarlo todo. Creemos
que podemos con todo y no sólo eso, sino que tenemos que “cargar con todo”. ¡Tenemos
complejo de mula! Y de mártir. Y, en el fondo, un poco de víctima. Durante
muchos años, ahora me río, pero es cierto, me he sentido como una mamaíta
proveedora, una especie de vaca lechera de la que todos sacaban algo. Y yo,
sumisa y dócil, me afanaba por servir a todos. Cuando vas así por la vida, es
fácil que la gente acabe revoloteando a tu alrededor y te arrebate más de lo
que debes dar... Y tú acabas agotada, exhausta y encima, enfadada, porque te
sientes “depredada”, abusada y utilizada. ¿Os habéis sentido así alguna vez?
Aplica la tijera
¡Protegeos, amigas! Protégete, amigo, si eres
así. Porque es bueno ser generoso y servicial, pero también debes serlo contigo
mismo. Pon límites. No eres omnipotente. No podrás dar más si acabas roto, vacío y destrozado. No
tienes por qué dejarte avasallar ni devorar.
Mira tu agenda y empieza a recortar. Cuando
estuve convaleciente de mi operación tuve mucho tiempo para meditar en esto.
Aprendí a delegar, y por suerte, mis compañeros de la Fundación me ayudaron
enormemente. Nunca se lo agradeceré lo bastante. Me planteé cómo quería vivir
el resto de mi vida, cómo quería trabajar, qué cosas quería conservar, y a qué
cosas debía decir no, o poner límites. Cuesta, claro que sí. Si eres mujer
casada, con hijos y con mil compromisos me dirás que eso es imposible. Si eres
una persona superocupada que tiene trabajadores a su cargo, lo mismo. Bueno...
hay cosas que realmente no necesitamos hacer. De verdad. Todos podemos aplicar
la tijera a nuestro calendario. Una operación, una enfermedad que te lleva al
límite, ayudan. Ojalá no todos tengamos que pasar por ello.
Lo que de veras importa
¿Qué es realmente importante, necesario,
indispensable en nuestra vida? Al fin de cuentas, no son tantas cosas. Ni
tantas actividades. Ni tantas personas.
Al final, lo que sí importa de verdad son
personas, esas pocas a las que queremos con toda el alma y por las que
“moriríamos”. Estar con ellas, luchar con ellas, dejarnos amar por ellas, eso
sí que debemos incluirlo en nuestra agenda. Y dedicarle tiempo, aunque tengamos
que decir no a otras cosas. Y después, incluir una dosis de “alimento
medicina”: ese que nos cura. Léase: tiempo para ti, para hacer silencio, para
disfrutar con tu hobby, para hacer deporte, caminar, estar con los tuyos... No
deberíamos dejar pasar un solo día sin tomar al menos uno o dos de estos
“alimentos medicina”. Lo demás, a menudo está de más.
En mi caso, escribir me cura. Literalmente.
Cuando me siento a escribir, algo en mi cuerpo se abre, se relaja y se expande.
Por un lado vierto mucha energía, pero por otro lado me lleno de ella. Creo que
cuando nos dedicamos a algo creativo que nos gusta somos como una fuente: la
energía creadora fluye por nosotros, entra y sale, y nos vivifica y nos
renueva. Cada cual debe encontrar dónde está su fuente, dónde está su vocación,
su pasión, qué es lo que le llena y le da vida. Cuando lo encuentras, y decides
dedicar un tiempo diario a esto, todo se recoloca en su lugar. Y empiezas a digerir la vida...
No hay comentarios:
Publicar un comentario