Sonrío al enumerar estos alimentos. Durante
años mi dieta incluía generosas cantidades diarias de los cuatro. Es más,
podría decir que eran la base de mi alimentación y mi principal fuente de
energía. No me extraña que, sumando a esto el estrés galopante, los
antecedentes familiares y de la infancia, acabara con la barriga hecha trizas.
Lo curioso es que harina blanca, leche, azúcar y aceite
son los básicos de casi todo el mundo. Lo
vemos a diario. Los alimentos procesados del súper y las panaderías están
hechos de esto. Supongo que son un negocio redondo, porque los costes de
producción son muy bajos y los productos finales se venden con un margen de
ganancias enorme. Y como, además, son tan adictivos, la gente los consume a
toneladas.
Bollería, panes variados, pizza... ¡y los
deliciosos churros! El churro es una unión perfecta de los cuatro ingredientes
que pueden enfermarte más, sin alimentarte lo más mínimo. Puras calorías
vacías, grasas inflamatorias y proteínas irritantes para tu intestino y tu
sistema inmune. ¡Una bomba letal!
Un aspecto más triste de esta realidad es que,
a la hora de donar comida a las familias necesitadas, la leche, el azúcar y el
aceite son tres de los alimentos más solicitados ―y los que más repartimos
desde las parroquias y las ONG―. Os aseguro que ahora siento mala conciencia,
porque veo que las personas con pocos recursos comen mal, muy mal. La obesidad,
hoy, es un fenómeno de pobres. Al sobrepeso se unen muchas carencias
vitamínicas y de minerales por no comer verduras y frutas frescas. Lo terrible
es que no se necesita mucho dinero para cambiar y adoptar una dieta sencilla y
sana. ¡Todo es una cuestión de educación!
Pero ahora me diréis: bueno, Montse. Si no
tomas pan, ni aceite, ni azúcar ni leche... y, además, comes muy poca carne y apenas
pescado, ¿qué comes? Respuesta: ¡todo lo demás! Hay una inmensidad de verduras,
hortalizas y frutas esperando en la frutería de la esquina, o en la sección
verde del súper. Sin contar nueces, legumbres, arroces integrales, trigo
sarraceno, quínoa, tofu orgánico o yogures veganos. Desde que cambié mi forma
de comer, os aseguro que como más variado que nunca, y he conocido sabores y
texturas riquísimas que jamás había disfrutado antes. Estoy en mi peso. Mis
análisis de sangre son correctos (por si alguien duda de que tenga carencias de
proteínas u otros nutrientes). Antes tenía una carencia de hierro que he
superado (sin comer carne) y me encuentro como nunca. Hacer buenas digestiones
es síntoma de buena salud. Los que no habéis pasado por años de indigestiones
no sabéis qué cambio tan grande se nota, y cuánta energía y incluso optimismo
vital se alcanza con una barriga contenta y satisfecha. ¡Vale la pena el
cambio! Y vale la pena el esfuerzo por liberarse de las adicciones, que están
ahí. Claro que cuando paso por delante de un horno se me van los ojos, y tengo
que pasar de largo por las neveras del supermercado con sus mil y una variedades de
yogures y quesos. Lo del azúcar es peor, aún no lo he superado del todo (sigo
tomando mermeladas, aunque sean ecológicas o caseras, para acompañar los yogures naturales de soja). Es lo único extradulce que
me permito, controlado, eso sí.
Mi mensaje final hoy es este: hay vida “fuera
de” los cuatro alimentos terribles ―panes blancos, aceite, azúcar y lácteos―.
Hay vida, sabor, variedad y salud. Si tenéis problemas digestivos, probad tan solo
una semana a dejarlos y notad la diferencia. Atreveos a explorar otros
alimentos frescos de colores, los que nos ofrece la naturaleza tan generosamente.
¡Y disfrutad con la diferencia!
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