miércoles, 29 de marzo de 2017

El intestino delgado - 3

Más posibles causas de malestar en el intestino delgado.

Celiaquía y sensibilidad al gluten

Cada vez son más las personas que sufren alergia o intolerancia al gluten. La alergia produce una reacción muy violenta, la intolerancia puede dar síntoma más leves, digestivos o autoinmunes, o no dar casi síntomas. En todos los casos, el elemento ofensor es el gluten, proteína presente en el trigo y en casi todos los cereales.

El gluten produce una inflamación y va destruyendo el tejido intestinal, provocando desnutrición y otros problemas. Los análisis de sangre detectan esta enfermedad, pero a veces no son suficientes. Muchas personas que no son celiacas tienen sensibilidad a otros componentes del trigo, como las gliadinas, en especial las de grupo sanguíneo 0. ¿Cómo saberlo? Deja de tomar pan, pasta y toda clase de cereales y alimentos que contenga harina durante una semana. En seguida notarás si te encuentras mejor. En algunos casos, la simple eliminación de estas proteínas resuelve el problema.

Otros problemas

El intestino delgado puede verse afectado y lesionado por otras causas: desde la toma de antibióticos hasta una situación de estrés. El estrés altera todo el sistema digestivo y el funcionamiento de los intestinos. Algunos fármacos, como el famoso Ibuprofeno, pueden provocar hiper-permeabilidad intestinal en cuestión de horas. Entre ellos se cuentan muchos antiinflamatorios no esteroideos, antidepresivos, medicamentos para el dolor, para el colesterol, la hipertensión... Ya puedes imaginar que, con la cantidad de fármacos que solemos tomar, con receta o sin ella, la mayoría de personas que nos medicamos tendremos un cierto grado de permeabilidad intestinal. ¡Para no hablar del estrés!

Otros problemas más graves pueden ser los pólipos, las hernias y el cáncer. En estos casos, además de dolor y diarreas, se suele detectar sangre en las heces.

¿Cómo saberlo?

¿Cómo saber si tu problema está en el intestino delgado? Como es una zona tan profunda y los intestinos grueso y delgado están ocupando la misma cavidad puede ser un poco difícil de averiguar. Hay varios síntomas que te pueden poner en alerta, pero siempre va a ser necesario confirmar el problema con algún tipo de análisis o prueba médica: casi siempre una ileoscopia o una exploración con cámara microscópica. También hay algunos tests de aliento y orina que pueden revelar fermentaciones, híper-permeabilidad intestinal e intolerancias.

Si tus molestias se dan al cabo de dos o tres horas después de comer y tienes gases, hinchazón y diarreas alternadas con estreñimiento, es fácil que el foco del problema esté ahí, en tu intestino delgado.

Con las tres entradas sobre el intestino delgado he querido resumir mucha información, explicada de forma  elemental. Más adelante iré ampliando algunos temas. Por ahora, ¿te suena algo de todo esto? ¿Reconoces alguna situación de riesgo en tu caso? ¿Te haces una idea de lo que puede estar pasando en tu intestino delgado?

Si tus síntomas persisten en el tiempo, no juegues más con tu salud. Vete al médico, pide que te hagan pruebas y sal de dudas cuanto antes.

viernes, 3 de marzo de 2017

Entrevista en "Voces Amigas", de Radio Toledo

¡Una conversación de lo más agradable! Aquí la podéis escuchar o descargar el podcast.
No somos solamente lo que comemos. El cómo comemos es fundamental. Dónde, con quién...
La actitud repercute en la salud.
Aquí explico cómo nació este libro y comparto algunas de las claves de mi proceso de curación.
Gracias a Patricia y a RTVD por ofrecerme esta ventana abierta a sus oyentes.

miércoles, 1 de marzo de 2017

El intestino delgado - 2

Problema número tres: intestino permeable

Este es un problema que está siendo muy investigado y cada vez es más conocido. Con todo, hay médicos que todavía lo ignoran y lo niegan. Dicen que el intestino, ¡claro que tiene que ser permeable! Es un filtro... Sí, pero el filtro debe estar en buenas condiciones. No puede estar demasiado obstruido ni tener rasgaduras o poros demasiado grandes. Si es así, una de dos: o no dejará pasar los nutrientes a la sangre o dejará pasar, además de nutrientes, elementos indeseados, provocando inflamación y una respuesta inmune.

Hay sustancias que dañan el intestino y lo hacen híper-permeable. Los primeros agresores son los fármacos (algunos antibióticos y antiinflamatorios no esteroideos). Después vienen ciertos alimentos. Según la sensibilidad de cada persona, los principales son: el gluten (proteína del trigo y de todos los cereales, salvo el maíz y el arroz), la caseína de la leche, las lectinas presentes en muchos cereales y legumbres, la proteína de los huevos en algunos casos, la soja y otros alimentos de cultivo transgénico, como el maíz. Otras causas de permeabilidad intestinal son los tóxicos ambientales (químicos, pesticidas, contaminación, intoxicación por amalgamas dentales con mercurio), infecciones y enfermedades inflamatorias del intestino, el consumo de alcohol, traumatismos y accidentes.

El intestino permeable es fuente de mil problemas. Aparte de molestias digestivas (dolor, gases, inflamación), puede provocar, a largo plazo, trastornos autoinmunes. El sistema inmunitario es nuestro ejército defensor: rechaza las partículas indeseables que llegan a la sangre. Si este rechazo se produce de forma habitual (a diario y varias veces) nuestras defensas caen o se vuelven locas. Las células asesinas del sistema inmune terminan por atacar todo lo que se parezca al agresor (casi siempre proteínas). Por ejemplo, pueden atacar las células de nuestro páncreas, y tendremos diabetes tipo I; o las células de la tiroides, y tendremos síndromes como el de Graves o de Hashimoto; o las células de la piel, y aparecerán lupus, psoriasis o eczemas; o los huesos, y tendremos una artritis reumatoide; o las del cerebro... y de ahí salen el Parkinson y otros problemas neurodegenerativos. Enfermedades temibles como la esclerosis múltiple también tienen su origen en el intestino.

Muchas personas sufren enfermedades autoinmunes y no las relacionan con su origen: la hiper-permeabilidad intestinal. Lo triste es que muchos médicos también lo ignoran y van dando palos de ciego, mientras el paciente pasa años sin mejorar y perdiendo su energía, su salud y sus esperanzas.

Problema número cuatro: infecciones

También puede darse una infección del intestino delgado. Ya sabemos que hay bacterias por todo el tracto intestinal, y hasta cierto punto es normal. El problema es cuando en el intestino delgado hay más bacterias de la cuenta, y de alguna raza o cepa agresiva y dañina. Entonces se da lo que algunos médicos llaman SIBO (siglas en inglés de “proliferación bacteriana intestinal”). Una infección en el intestino delgado ataca el tejido velloso y produce hiper-permeabilidad, inflamación, gases, putrefacciones del alimento, dolor... En fin, es la guerra: da infinidad de molestias y problemas. Y pide una solución rápida si no queremos que el problema se complique. Porque las bacterias se mueven, y lo que pasa por el intestino delgado acabará en la sangre, y en el colon.

El intestino delgado también puede verse invadido por las bacterias del cólera, por hongos o parásitos como la tenia.

Problema número cinco: enfermedad inflamatoria

El tejido velloso del intestino puede estar gravemente deteriorado e inflamado. Ese fino terciopelo está como una alfombra arrasada, con poros y rasgaduras. Es lo que se llama atrofia villosa. Los microvellos han perdido su forma sana y ya no cumplen bien su función de filtro-puerta. Esto sucede en la enfermedad de Crohn. La persona no digiere bien, no asimila los nutrientes y sufre dolores, gases, hinchazón y diarreas tremendas. A veces las molestias son tan fuertes que se requiere un tratamiento con fármacos potentes, e incluso un ingreso hospitalario para controlar la crisis.

domingo, 19 de febrero de 2017

Paso a paso: el intestino delgado - 1

Llegamos a la madre del cordero. El intestino delgado es lo más profundo de nuestras entrañas, ahí se cuecen buena parte de los problemas.

Para situarnos un poco, el intestino delgado es un tubo de unos 6 metros de largo formado por un tejido finísimo, protegido por una mucosa y fruncido en miles de pequeños salientes llamados vellosidades. A su vez, cada vellosidad está formada por unos cuantos microvellos, que son como las hebras de un cepillo o terciopelo y contienen fibras de proteínas que permiten el paso de las sustancias nutritivas hacia la sangre. La superficie total de absorción del intestino delgado es de unos 330 metros cuadrados, ¡una cancha de tenis! Todo esto lo tenemos bien enrolladito en nuestra cavidad abdominal. Tiene tres tramos: el duodeno, el yeyuno y el íleon.

Veamos la situación ideal: si el alimento ha sido bien procesado en la boca y desmenuzado en el estómago, la papilla que llega al intestino delgado está casi lista para ser asimilada. En el intestino delgado tienen lugar tres funciones indispensables.

La primera: se terminan de digerir las grasas con la bilis y los jugos pancreáticos. Además, la bilis y estos jugos bajan la acidez de la papilla estomacal, que podría corroer el intestino.

Segunda función: hacer de puerta. Los microvellos actúan de filtro y dejan pasar los nutrientes al torrente sanguíneo. De la sangre pasarán al hígado, donde se filtrarán posibles tóxicos, y de allí a las células del cuerpo. Por tanto, en el intestino delgado tiene lugar la asimilación de los nutrientes. De su buen funcionamiento depende que estemos bien alimentados.

Tercera función: hacer de barrera. Las vellosidades intestinales sanas, igual que dejan pasar los nutrientes, detienen lo que no debe pasar a la sangre. ¿Qué no debe pasar? Proteínas indigeribles no desmenuzadas, bacterias, hongos, tóxicos... 

Lo que no es filtrado a la sangre es empujado, mediante los movimientos peristálticos, hacia el colon, donde tendrán lugar otros interesantes procesos. Ya hablaremos de ellos.

Bien, este es el panorama ideal. Si digerimos bien, todo este proceso lo haremos felizmente, sin enterarnos y sin molestias, en unas dos o tres horas. Pero... ¿qué ocurre si el intestino delgado no está en buenas condiciones?

Problema número uno: la bilis y la vesícula


Podemos tener el hígado vago, congestionado, cansado, graso, enfermo... con lo que la secreción de bilis será deficiente. La vesícula también puede estar inflamada. Si no llega la cantidad correcta de bilis al intestino, no se terminará bien la digestión de las grasas. Y si además la papilla que llega del estómago no está bien digerida, el hígado y la vesícula tendrán más faena. Si no cumplen bien su cometido, la papilla no se digerirá bien y el filtro intestinal se las verá con comida que no puede procesar, o que irrita los vellos y los rasga, dejando pasar a la sangre partículas grandes sin digerir, que van a disparar la alarma del sistema inmune. ¡Comenzaron los problemas!

Problema número dos: el páncreas


Si comemos demasiados azúcares y grasas de forma regular, el páncreas se va a agotar y deteriorar. ¿Por qué? Porque el páncreas segrega la insulina, encargada de distribuir tanto los azúcares como las grasas. Además, otros jugos pancreáticos responsables de terminar de digerir los lípidos y los carbohidratos serán necesarios en mayor cantidad. Como todo órgano, si el páncreas pasa años a marchas forzadas, se inflamará y segregará pocos jugos. Esto no ayuda a la digestión.

Si, además, el páncreas está enfermo por diabetes, ¡peor aún!

Continuará.

viernes, 10 de febrero de 2017

Entrevista en El Canto del Grillo

El pasado día 2 me entrevistaron en el popular programa de RNE «El Canto del Grillo». Si queréis escucharla, aquí la tenéis.
Como suele ocurrir en el directo, cuando terminas un programa siempre queda la impresión de que quizás pudiste decir algo más acertado. El presentador, Chema, estuvo muy simpático y me hizo varias preguntas muy oportunas. Dos de ellas me dejaron pensativa y con ganas de haber podido transmitir algo más. Así que las voy a desarrollar en dos próximas entradas del blog. Una es sobre la leche y los lácteos. La otra, sobre el deporteComing soon!

sábado, 28 de enero de 2017

Paso a paso: el estómago

El estómago segrega jugos y enzimas digestivas que descomponen el alimento en componentes sencillos ―grasas, azúcares, aminoácidos―. Sobre todo en el estómago se digieren las proteínas. Los jugos son muy, muy ácidos, por eso el estómago se protege de sí mismo con una capa mucosa que lo reviste por dentro.

¿Qué puede pasar en el estómago? Como en la boca, lo que nos interesa aquí son dos cosas: qué entra, cómo entra y el estado del órgano en sí.

Qué entra y cómo


Puede suceder que la comida ya llegue en malas condiciones: mal masticada, mal ensalivada y con bocanadas de aire. Si la comida llega así, el estómago tendrá que segregar más jugos, habrá más ácido y esto puede provocar un reflujo hacia el esófago, que nos provocará el conocido ardor.

Si comemos demasiado, ocurrirá lo mismo. Olla demasiado llena, olla que derrama un poco, es de lógica.

Si comemos demasiada proteína y demasiada grasa, sucederá lo mismo. Más adelante ya os comentaré. Yo me libré del ardor de estómago, definitivamente, cuando eliminé los aceites de mi dieta ―y a muchas personas les ha sucedido lo mismo―. Un exceso de azúcares refinados es igualmente irritante.

Las mezclas de ciertas comidas también son explosivas. Grasas con azúcares: mal. Grasas con proteínas: peor. Azúcares refinados van mal con todo. Lo mejor es comer cosas simples en cantidades moderadas. Las verduras combinan casi con todo y las frutas deberían tomarse solas (hablaremos de combinaciones en otra entrada).

No todo sienta bien a todo el mundo. Cuando llevas años con problemas digestivos lo normal sería conocerte un poco. ¿Qué te causa problemas? ¿Son algunas mezclas? Algunos alimentos pueden ser irritantes para estómagos delicados. Toma nota de los más frecuentes, puede ser tu caso: alcohol, chocolate, café, especias y condimentos picantes, cebolla, ajo, cítricos y dulces ―bollería y pasteles―.

Houston, tenemos un problema...


Tu estómago puede tener otros problemas. Si tienes cierta edad, puede ser que te falten ácidos y enzimas digestivas ―con los años se pierde capacidad para producirlas―. Esta carencia de enzimas puede verse agravada por carencias nutricionales, de sodio, por ejemplo, o de otros minerales y de algunas vitaminas, como las del grupo B. Si te faltan enzimas no vas a digerir bien y los síntomas se parecerán mucho al ardor: te parecerá que tienes mucho ácido y es lo contrario, así que tomar antiácidos no hace más que arruinar por completo tu digestión, aunque la sensación sea de alivio. La papilla que pasa de tu estómago al intestino será un completo desastre.

Puedes tener una infección o proliferación de bacterias, como las famosas Helicobacter pylori. La mitad de la población las tiene, y no dan problemas. Los dan si son demasiadas y hay alguna sensibilidad o daño en el sistema digestivo. Por ejemplo, yo tuve esta infección y cuando la eliminé mejoré bastante. El problema es que las bacterias suelen volver... Para exterminarlas se usa una triple terapia de antibióticos que devasta la flora intestinal, causando otros problemas. Con lo cual no sé si el remedio es peor que la enfermedad. Hay terapias naturales efectivas con aceites esenciales, arcilla y hierbas. Son más lentas y piden voluntad y acompañarse de una dieta sana, pero a la larga son mejores y enseñan al paciente a comer mejor. Los médicos conscientes deberían explorarlas ―algunos ya lo hacen―. Si el paciente no corre peligro es mejor resolver el problema sin recurrir a la bomba de antibióticos.

Las emociones


Pero el estómago no sólo es un saquito de ácidos. Es la olla de nuestra comida y está conectado con el resto del sistema digestivo... ¡y con el resto del cuerpo! ¿Qué ocurre cuando estamos estresados, apurados, con miedo o ansiedad? Pues que el estómago se resiente (más adelante explicaré por qué). Se vuelve vago, segrega menos jugos, se mueve menos y no digiere bien. ¡Alerta a las emociones y a tu tren de vida! No es por casualidad que la acidez estomacal afecte a tantos ejecutivos y personas hiperocupadas. A veces basta un cambio de vida, adoptar un ritmo diferente y aprender a relajarnos para mejorar de manera espectacular nuestras digestiones.

¿Te ha sucedido que, cuando te vas de viaje o de vacaciones, tus digestiones mejoran como por arte de magia? ¿Qué ocurre aquí?

martes, 24 de enero de 2017

Paso a paso: la boca

Vamos a examinar los lugares de nuestro cuerpo donde se producen síntomas de malestar digestivo. Empecemos por el primero. No, no vamos directos a la barriga... El primer escenario del crimen es ¡la boca!

El escenario ideal es una boca limpia, sana, sin mal olor, con los dientes fuertes y enteros, las encías y la lengua rosadas, sin llagas y con una saliva abundante, transparente y fluida. Por desgracia, muchas bocas no presentan este panorama.

¿Cómo está tu boca? ¿Tus dientes? ¿Tu lengua? ¿Tu saliva? ¿A qué huele tu aliento?

Por la boca entra todo. Además del estado de la cavidad bucal, aquí nos importan mucho tres cosas: qué entra, cómo entra y cómo sale hacia el estómago.

Lo primero es vigilar si estamos comiendo lo adecuado, y si la comida está en buen estado, bien cocinada o preparada. Comer conscientes nos ayudará a saber si eso que nos llevamos a la boca nos sentará bien o no. Todo empieza ahí, y se trata de una decisión personal y una cuestión de voluntad. ¿Elijo bien lo que voy a comer? Si es sano y de calidad, ¿está bien hecho? Si es crudo, ¿podré digerirlo bien?

Luego llega algo que casi siempre se nos pasa por alto. Vamos siempre tan aprisa que no comemos, devoramos. Engullimos y tragamos casi sin masticar y ensalivando muy poco. ¿Para qué tenemos ese perfecto aliño, la saliva? ¿Para qué nos sirve esa magnífica cubertería que son los dientes y esas batidoras que son las muelas? Cada bocado que sale de la garganta hacia el estómago debería ser una cremita bien homogénea, y no un grumo irregular a medio mascar. La digestión empieza en la boca. La saliva digiere los azúcares y prepara al estómago para que segregue jugos. Si no damos tiempo a las glándulas salivares a que hagan su trabajo, el estómago tendrá el doble de faena.

Además, masticar y ensalivar bien proporciona placer. Te hará saborear mucho mejor la comida y apreciar todos los matices y aromas del alimento. Quienes han logrado comer conscientemente, masticando cada bocado con calma unas veinte o treinta veces dicen que la experiencia es imborrable y vale la pena. ¡Para algunos se convierte en una especie de deliciosa meditación!

¿Tienes problemas dentales? ¿Te duelen o sangran las encías? Quizás tengas que empezar por aquí. ¿Puedes masticar adecuadamente la comida? ¿Evitas ciertos alimentos para no tener que masticar duro? Plantéate una visita al dentista.

Si quieres empezar a digerir bien, empieza por la boca. Mastica al menos veinte veces, mejor treinta, y ensaliva. Come con calma, sin hablar mucho ―se traga aire y esto complica las cosas―. Come consciente. Disfruta. Puede que solo esto ya mejore notablemente tus digestiones. ¡Empieza ya!