Hoy quiero hablar sobre otro tipo de
intolerancias que pueden afectar nuestra digestión ―y nuestra salud― tanto como
las intolerancias biológica a ciertos alimentos.
¿Intolerancias mentales? Cuando oímos la
palabra intolerancia a secas, quizás pensemos en actitudes rígidas o
fundamentalistas. Pensamos en tiranía, en represión, en falta de libertad o en
cerrazón mental. Pero una intolerancia mental, vivida a nivel personal, es
exactamente lo mismo que una intolerancia alimentaria: algo ―una situación, una
persona, un tema― te produce tal irritación y rechazo que te saca de tus
casillas. Te altera todo: la psique y el cuerpo. Es algo que no puedes tragar.
Literalmente, te pone enfermo.
Hay malas digestiones que son, sencillamente,
causadas por este tipo de intolerancias. Pueden darse en personas que se han
hecho todo tipo de pruebas, han ido de médico en médico y son un caso perdido:
aparentemente «no tienen nada», pero sus digestiones son una ruina y su vida
pierde calidad por ello.
El doctor Mario Alonso Puig, en algunas de sus
conferencias, cuenta
el caso de una paciente suya que sufría una de estas intolerancias, por así
decir. Hablando con ella, logró descubrir qué era lo que le causaba tanto rechazo
y repulsión. Mejor dicho, quién era
el causante. Le recomendó una terapia peculiar... ¡y la mujer sanó! En poco
tiempo desaparecieron sus molestias y recuperó el bienestar. No lo cuento para
que podáis disfrutar de la charla, que merece la pena.
¿Una intolerancia mental?
La intolerancias pueden deberse a miedos, o
pueden ser reacciones causadas por una herida muy honda. Si una situación nos
ha marcado o una persona nos ha hecho daño ―una traición, un abandono, algún
tipo de maltrato físico o emocional― es lógico que toda situación que nos
recuerde o nos abra esa herida nos produzca alergia o dolor. A veces, incluso
puede despertar en nosotros reacciones violentas, agresivas con los demás o con
nosotros mismos. Toda persona o circunstancia que nos haga revivir aquel trauma
nos va a alterar. Nuestro cuerpo se va a poner en estado de alerta. El cerebro
ordenará a las glándulas que segreguen ciertas hormonas que nos prepararán a
una de estas reaciones: huída, ataque o parálisis. Tendremos una subida de
adrenalina, cortisol y otras sustancias. Si esta reacción se da de manera
repetida y se hace crónica, nuestra salud caerá en picado, porque nuestro
cuerpo no está preparado para vivir en estrés permanente.
El primer afectado por la reacción
ataque-huida es el sistema digestivo. Si tu cuerpo se prepara para la lucha o
la huída, ¡la digestión es lo último! Se detiene la secreción de jugos
gástricos, se paralizan los intestinos, todo el proceso queda bloqueado. La
digestión se alarga y acabará en un tránsito intestinal desastroso
―estreñimiento o cólico―, con todas las molestias que conlleva: hinchazón,
gases, dolor, ardor de estómago...
¿Qué hacer ante una intolerancia mental?
Porque muchos de nosotros las padecemos, o las
hemos padecido alguna vez, incluso sin ser conscientes de ello.
Quizás lo primero sea identificarla. Podemos
ocultar o disfrazar, pero en el fondo, todos sabemos muy bien lo que nos
produce rechazo, lo que nos enerva o altera. Un poquito de introspección o un
diálogo con alguien de confianza nos permitirá descubrir al «agente alérgeno».
Una vez la hayamos identificado, un segundo
paso puede ser ver qué opciones tenemos. ¿Podemos huir? ¿Es mejor aguantar y no
hacer nada? ¿Podemos resolver la situación?
El tercer paso es elegir una opción y
actuar... o no actuar.
Escapa
Por huir me refiero a evitar exponernos a esas
situaciones que nos amargan. O bien evitar encontrarnos con la persona que nos
genera tanto conflicto. A veces la huída es la mejor y la única alternativa. Si
no es posible hacer nada al respecto y la irritación o el dolor son muy
fuertes, lo mejor es, por el momento, la evitación.
Pero, claro, evitar ciertas cosas nos puede
limitar mucho la vida. Los psicólogos lo saben bien. Una persona acosada por
miedos y traumas puede reducir su ámbito vital, sus relaciones, sus
actividades... Puede verse realmente presa de sus miedos y traumas, con lo cual
su existencia quedará muy empobrecida.
Resiste
¿Aguantar? No es la mejor solución, pero es lo
que toca cuando no podemos hacer realmente nada más o cuando actuar es
contraproducente ―el remedio peor que la enfermedad―. A veces no queda otra que
afrontar ciertas situaciones y entonces quizás lo más prudente sea tomar medidas
para que el aguante no nos destroce, y sea lo más llevadero posible. Muchas
personas que se ven atrapadas en situaciones o relaciones poco sanas,
conflictivas o incómodas, pero que no pueden evitar, acaban desarrollando
estrategias que compensen el dolor. Desde espacios de tiempo para ellas mismas,
hacer alguna actividad gratificante, ir a caminar o hacer deporte, escribir, estudiar
algo que les guste, encontrarse con amigos... Cuando no hay otra solución, hay
que buscar consuelos. Lo delicado aquí es procurar que estos paliativos sean
sanos y creativos. Porque muchas veces se cae en adicciones justamente para
suavizar este dolor. Las más corrientes: comida, alcohol, tabaco, conectarse a
los dispositivos electrónicos, juego...
Inventa algo nuevo
Creo que la mejor alternativa, siempre que sea
posible, es ser creativos y procurar buscar soluciones. ¿Hay alguna manera
posible de resolver la situación? ¿Se puede deshacer el nudo sin violencia? ¿Puedo
buscar salidas constructivas?
Aquí es donde necesitamos pedir ayuda. Porque
a veces estamos tan obcecados, tan sumergidos en el problema, que nos falta
perspectiva para atisbar otras opciones.
¿Quién nos puede ayudar?
Es una tentación pensar que los demás no nos
pueden ayudar, porque no pueden comprender a fondo nuestra situación: no están
en nuestra piel, no son iguales que nosotros, ¡no han vivido lo mismo! Pero
justamente por eso, porque no están metidos en el lodo, pueden tener una visión
más amplia y pueden ayudarnos. Imaginad una persona que se ahoga... ¡la que
intente ayudarla no puede estar ahogándose tambien! ¿Qué sería de la psicología
si todos los psicoterapeutas tuvieran que sufrir las mismas patologías que sus
pacientes? ¿Podrían los médicos ayudar si estuvieran enfermos?
Pero hay personas que han pasado por
situaciones similares, las han superado y nos pueden ayudar. El «sanador herido»
es una realidad. Nadie mejor que un «ex» para ayudar a otro que todavía está
metido de lleno en el problema. También funcionan algunos grupos de autoayuda.
Compartir con otras personas que sufren situaciones similares, escuchar y ser
escuchado, empatizar, es un gran soporte. De hecho, en ciertas adicciones y
trastornos, parece que la mejor terapia, la que funciona más y de forma más
duradera, es precisamente participar en un grupo de autoayuda.
Los demás nos curan. Los demás nos hacen de
espejo para ver más claro nuestra situación, los demás nos pueden acompañar y
nos dan la fuerza moral necesaria para salir del hoyo. Yo lo he vivido así una
y otra vez. Cuando parece que no hay salida, que me estrello contra un muro,
resulta que sí hay alternativas... sí hay soluciones, o al menos paliativos
sanos. Todo empieza cuando te abres y confías tu problema a una persona amiga.
¡Hablar es ya empezar a solucionar el problema!
La cuestión es encontrar quien te ayude de
verdad. Ya sea un terapeuta, un familiar, tu pareja o un amigo. Porque no todas
las personas ayudan. Quien te ayude de veras:
-
Te escucha sin juzgarte, con
simpatía, con comprensión.
-
Respeta tu manera de ser, tus
ritmos y tu libertad.
-
Te ofrece salidas creativas, no
para “cambiarte” o “arreglarte”, sino para ayudarte a salir del sufrimiento.
-
Habla con sinceridad: a veces te
dice cosas que no quieres oír...
-
Te acompaña en las decisiones que
tomes, sean cuales sean.
-
No te abroncará ni te abandonará
si decides no actuar y permanecer atascado en el problema.
-
Pero tampoco se dejará arrastrar
por ti. No te podrá ayudar nunca si los dos quedáis atrapados en el bucle.
Ayudas que no funcionan
Puedo equivocarme, pero hay dos tipos de ayuda
que no funcionan, al menos que yo sepa. Una es regalarte el oído. Todos necesitamos
que nos regalen el oído alguna vez... Pero os explicaré un ejemplo real. Hace
tiempo conocí a una señora con fibromialgia. Hablando, le pregunté si había
buscado alguna asociación de pacientes o un grupo de apoyo. Me dijo que sí, que
había estado yendo una temporada a un grupo de mujeres que sufrían la
enfermedad, pero que lo había dejado porque cada vez que iba, salía más
desmoralizada. Las mujeres hablaban y se escuchaban, sí, pero, según me contó,
todo era dar vueltas y vueltas al problema, sin salir del mismo punto. «Y yo
necesito hacer algo», me dijo. «Necesito ponerme en marcha y salir de ahí.»
Otra ayuda que no funciona es la de aquellas
personas bienintencionadas y un poco impacientes que quieren «arreglarte» ya, y
a su manera. Creen que saben mejor que tú lo que necesitas y te ofrecen
soluciones rápidas o expeditivas. Van de terapeutas sin serlo. A veces
aciertan, a veces no. Pero no tienen paciencia para escucharte y comprender tu
problema. Si tu pareja, tus amigos o tus familiares son así, quizás te sientas
bastante solo. Como quieren «arreglarte», además, te queda la triste sensación
de que te ven como a un cacharro estropeado, alguien incompleto o con una tara
o carencia. Estás herido, pero no eres un coche averiado. Simplemente,
necesitas curarte. Y la sanación lleva tiempo.
Esta imagen me hizo mucha gracia... :)
¿Hay soluciones?
Ante una intolerancia alimentaria, está claro
que la mejor estrategia es la evitación. Si no como ciertos alimentos, estoy
genial. ¡Ya sé qué debo hacer! Hay miles de opciones dietéticas, así que, con
un poco de información, puedo nutrirme perfectamente renunciando a comer
ciertas cosas.
Pero un día hablé con una homeópata que me
dijo: Está bien evitar x alimentos. Pero se puede ahondar más. ¿Por qué eres
intolerante a eso? ¿Qué ocurre en tu intestino? Si se logra una sanación
completa, no tienes por qué ser intolerante. El cuerpo humano tiene una
capacidad de regeneración maravillosa, que no conocemos del todo.
Me quedé pensativa. De momento, la idea quedó
ahí. Ahora me pregunto si con las intolerancias mentales no sucederá lo mismo.
Quizás una alergia o una intolerancia física es inevitable, porque nuestros
genes y nuestra biología están implicados. Tampoco pasa nada por evitar ciertos
alimentos, siempre que lo lleves con paz y buen humor.
Pero con las intolerancias mentales es
diferente, pues la evitación nos puede cerrar muchas oportunidades de crecer y
ser felices. Nuestra mente no posee los mismos límites que nuestro cuerpo.
Tiene un potencial inmenso y desconocido. ¿Será posible superar las
intolerancias mentales con alguna forma de terapia interior?
Hablaré de lo único que sé, que es mi
experiencia personal. Ojalá pueda ayudar a otros. Sí hay una manera de curarse de las intolerancias
mentales o psíquicas. O mejor dicho, varias. Y hay un remedio que siempre
funciona, aunque nos resulte un poco «caro» o costoso de aplicar.
Remedios posibles
Los psicólogos, ante una persona con fobias,
miedos o ansiedades, recomiendan una terapia que llaman de «exposición». Se
trata de exponerte a aquello que temes o te saca fuera de ti, de manera
controlada, acompañada y poco a poco. Así, a pequeñas dosis, puedes ir
superando el miedo o la obsesión. Recuerdo la primera vez que tuve que leer
algo en público. Me puse tan nerviosa que me entró un cólico tremendo. Afronté
la lectura, pero aquel día mis tripas se descompusieron. No obstante, no me
eché para atrás. A base de leer en público una y otra vez, incluso de hablar, y
dar charlas, ahora lo hago a menudo, con soltura, e incluso me gusta y me
divierte. Nadie que me oye diría que me costó tanto, al principio. Nadie diría
que yo fui una persona tímida y nerviosa, con pánico ante la sola idea de tener
que hablar en público. Esto me ha ocurrido con varios miedos que he aprendido a
superar a lo largo de mi vida. Cosas que ahora disfruto y hago con facilidad,
en un primer momento me aterrorizaban.
Pero ¿qué ocurre cuando la intolerancia mental
se da con una persona, o unas personas? ¿Qué ocurre si esa persona es alguien
que nos ha hecho daño, nos ha traicionado, nos maltrata o, simplemente, nos «revienta»
con su forma de ser y hacer?
Si es posible alejarte o mantener la
distancia, a veces es lo más saludable y lo mejor. Por ejemplo, en el caso de
un maltratador o de alguien que te ha jugado la peor trastada de tu vida. De
todos modos, esto no cura la intolerancia, simplemente evita que estalles.
Cuando te veas con una persona similar o en una situación que te haga revivir
el trauma, el problema asomará de nuevo.
¿Y si es un familiar cercano, un colega de
trabajo, un jefe o alguien cuya presencia es inevitable? Pues aquí una opción
es intentar ver a esa persona de otra manera. Intentar encontrar sus puntos
buenos, comprender por qué es así y por qué actúa de esa forma. Verla con
compasión. Verla con empatía, si es posible. Ser amables con ella. Si sabemos
que hay comentarios o acciones que nos disparan ―o la disparan a ella―,
aprender a no apretar el gatillo. Buscar los puntos de encuentro y evitar los
roces en lo posible. Si no, tomárselo con calma, paciencia y humor. Contener la
violencia o el estallido, siempre. No hay otra.
Finalmente, el gran remedio que cura la
herida, al menos la propia, es el perdón.
Un arte que sana
Sé que el perdón es difícil. Hay psicólogos que no están de acuerdo con él, porque alegan que es una forma de minimizar el daño y
de disculpar a la persona que lo causó. Para mí es el único remedio que
funciona siempre. Pero ojo, perdonar no significa exponerse y hacerse
vulnerable de nuevo. No significa ser masoquista y someterse a la otra persona,
o a una situación dolorosa. Puedes ―o debes― alejarte, pero desde la distancia,
aprender a perdonar y no odiar.
Cuando lo consigues, tu herida empieza a
sanar. Recobras paz. Poco a poco, con el tiempo, ocurre algo que parecía
increíble. Si un día te encontraras cara a cara con esa persona que tanto
rechazo te provocó, serías capaz de saludarla, sonreír y hasta desearle lo
mejor.
Entonces la herida se cierra.
Sé que no es fácil. Cuesta sudor y lágrimas.
Pide tiempo. A mí me ha costado años perdonar a ciertas personas y ciertas
situaciones. Sí, años. Pero lo he vivido una y otra vez. Cuando decides
perdonar, de verdad, cuando logras perdonar, algo dentro de ti se renueva.
Entra aire limpio, luz, vida. No acabaría contando las bellezas y el bienestar
que puede despertar dentro de nosotros el perdón.
Y la intolerancia, poco a poco, se va curando.
Afrontas situaciones similares, pero ya no te desmoronas emocionalmente, no te
cierras en ti misma, no te enfureces ni te dejas herir. Pides ayuda. Te dejas
ayudar. Buscas salidas. Respiras y te lo tomas con mayor paz.
Puedes tener un rebrote de intolerancia, pero
será mucho más leve. Pasará antes. Y saldrás fortalecido.
Si para curar una intolerancia alimentaria se
requiere, quizás, un cambio en el metabolismo y hasta en los genes (algo a
veces imposible), para curar una intolerancia mental se requiere otro cambio profundo,
que en la psique es posible. Quizás no podemos cambiar nuestros genes, pero sí
podemos pensar y sentir de otra manera. El perdón cambia nuestra «genética mental»,
por así decir, y nos cura.