En mi anterior entrada hablé de las cosas que
no tenemos por qué tragar, ni digerir, cosas que podemos eliminar de nuestra
vida porque no nos aportan nada ni nos enriquecen. Del mismo modo que sabemos
decir «no» a las comidas que no nos sientan bien, también podemos decir no a la
situaciones, actividades o distracciones que no alimentan nuestra vida.
Pero hay ocasiones en que la vida nos sirve
platos que no podemos rechazar. Son malos tragos que nadie desea, pero no hay
manera de evitarlos. Nos caen encima y hemos de tragarlos, como sea. A veces
porque son inevitables, y a veces porque tenemos que pasar por ellos. Forman
parte de nuestra existencia y también traen consigo lecciones que debemos
aprender.
Lo que no podemos evitar
La muerte de un ser querido. La pérdida de un
empleo. Afrontar una enfermedad, o una catástrofe, una emigración, una guerra.
No todos hemos pasado por ciertas situaciones extremas, pero a todos nos va a
tocar afrontar algunas de ellas. La muerte de los familiares es algo que nadie
podrá esquivar. Para muchas personas, una separación o una ruptura sentimental
va a ser otro ingrediente doloroso de su vida. Para las que son madres, quizás
la emancipación de los hijos sea una etapa muy dura. Los viudos y las viudas
tienen un largo duelo que digerir, y a menudo se prolonga durante años. Los que
tienen que cuidar a un cónyuge, padre o hijo con dependencia, tienen otro gran
desafío por delante.
¿Cómo digerir todas estas situaciones que no
podemos evitar? Pues igual que digerimos una comida copiosa y densa. Despacio.
Con calma. Masticándola bien, tragando poquito a poco, si es posible. Y si
hemos tenido que tragarla de golpe, vamos a necesitar mucho tiempo, y calma, y
reposo, para irla asimilando. A menudo necesitaremos ayuda, igual que
necesitamos un antiácido o una hierba calmante para hacer la digestión. Es
decir, tendremos que tener la humildad de dejarnos ayudar y pedir apoyo,
compañía, consuelo de otras personas.
Cinco pasos para asimilar
Cuando escribí mi libro Digerir
la vida hablé de un pequeño plan de cinco puntos para superar el
estrés. Sirve también para poder digerir esas situaciones de la vida que, sí o
sí, tenemos que afrontar. Es el plan “ADORA”. A-d-o-r-a son las siglas de las
siguientes palabras.
A de aflojar. A veces queremos agarrar las cosas tan fuerte, nos las tomamos tan a la
tremenda, que sólo conseguimos empeorar, hacernos daño y hacer daño a los
demás. No podemos controlarlo todo, ni a las personas ni las situaciones. No
todo depende de nosotros, no somos omnipotentes. Aflojar es frenar la
aceleración interna, por un lado, y por otro renunciar al afán de control y
dominio. En el caso de las heridas internas, sería dejar de hurgar en ellas y
de dar vueltas a la situación, una y otra vez. No nos rayemos.
D de Delegar. Cuando necesitamos descansar y repararnos por dentro hemos de aprender a
retirarnos del centro de la escena y delegar en otros, tanto tareas como
responsabilidades. No se trata de desentenderse de aquello que está en nuestras
manos, pero sí de dejarse ayudar y comprender que no siempre podemos hacerlo
todo y a nuestro alrededor hay personas que nos pueden ayudar, y están deseando
echarnos un cable. Démosles esta oportunidad. Nos aliviarán de un peso y les
daremos la ocasión para crecer.
O de oración. Y de silenciO. Cuando pasamos una situación dura necesitamos un tiempo
para meditar, rezar, o simplemente guardar silencio. Es el tiempo para
regenerarnos por dentro. Si eres creyente, es el tiempo de la terapia interior.
Se trata de no hacer nada, sino dejar que Dios te mire con amor, te repare y
cure por dentro. Que el amor que hay en tu interior, quizás muy escondido y
latente, pueda aflorar con suavidad e ir curando tus heridas.
R de respirar. Respirar, hondo, suave, profundamente, es vital, tanto para el cuerpo como
para el alma. Físicamente, la respiración honda y calmada beneficia a todo
nuestro organismo, digestión incluida. Nos oxigena y nos sana. Anímicamente, respirar
hondo relaja y nos permite una mayor serenidad y lucidez. El doctor Carvajal,
experto en medicina psicosomática, afirma que respirar nos hace mejores
personas. ¡Y es una terapia tan accesible a todos! No tenemos excusa: todos
tenemos unos minutos al día, y muchas veces al día, para detenernos, ir a un
lugar tranquilo y respirar tres, siete, diez veces, profundamente. Unos minutos
de respiración profunda pueden hacer maravillas.
A de aceptar. Esta es la más difícil, pero la más necesaria. Aceptar lo que ha ocurrido
e intentar sacar lo mejor de nosotros mismos ante la situación es crucial. Si
esto, jamás podremos digerir la vida. Aceptar y no sólo eso, sino abrazar con
todas nuestras fuerzas ese dolor, ese vacío, ese miedo o ese reto que debemos
afrontar. Cuando nos cae una dificultad muy grande es como cuando tenemos que
llevar un gran peso. ¿Cómo llevar un peso enorme que no podemos dejar caer? Una
vez tuve que trasladar una impresora de un lugar a otro. Pesaba muchísimo, estaba
sola y tenía que llevarla como fuera. ¿Qué hice? La cogí con ambos brazos, la
apreté contra mi pecho, flexioné un poco las piernas y fui caminando, abrazada
a la máquina, paso a paso, muy despacio y respirando hondo, concentrando toda
mi fuerza en el centro de mi cuerpo. Así pude llevarla, sin hacerme daño, y con
más facilidad de lo que había imaginado. Luego me sentí fuerte y capaz. ¡Había
podido!
Creo que con las
situaciones traumáticas podemos hacer algo parecido. Cuando las abrazamos con
calma, viviéndolas a fondo, sin rabia y sin rechazo, es cuando sale de nosotros
una fuerza insospechada que nos permite sobrellevarlas y extraer una buena
enseñanza de ellas. Cuando las hayamos superado, nos sentiremos más fuertes y
preparados para afrontar otras circunstancias difíciles.
Duelo creador
Cuando muere un ser querido,
pienso que está bien llorar. Es bueno que podamos exteriorizar nuestros
sentimientos y expresarlos. Sin exageración pero sin represión. Soltar las
lágrimas lava la pena, descarga, alivia. También ayuda no encerrarse, dejarse
apoyar, consolar y querer por quienes desean acompañarnos en esos momentos. Y
compartir el dolor con otros familiares cercanos y con los amigos. Después,
será necesario pasar el tiempo de duelo, y aceptar que necesitamos ese tiempo.
Pero, al tiempo que lo pasamos, también creo que es imprescindible adoptar
algún ritmo o rutina que nos permita seguir viviendo. No encerrarnos, no dejar
nuestra actividad, incluso dedicar un tiempo diario a aquello que nos gusta, ya
sea la lectura, la música, algún arte o deporte. Aunque no tengamos ganas,
porque la tristeza parece que nos quita el sabor de la vida, obliguémonos a
seguir activos. Eso nos ayudará y nos mantendrá conectados con el resto del
mundo.
A veces un trauma nos
ofrece una oportunidad única para dar un giro a nuestra vida. Podemos dar la
vuelta a la situación y convertirla en un trampolín para el cambio. Recuerdo
ahora la historia de Thérese
Bertherat, fundadora de la llamada
antigimnasia. Enviudó joven y de manera traumática. Su esposo, un
conocido psiquiatra, fue abatido a tiros por un paciente psicópata, en el
hospital. Ella tuvo que salir adelante sola con sus tres hijos, y decidió
aprender una disciplina de trabajo corporal, que ya había conocido antes, para
ejercerla de forma profesional. Se formó, investigó, trabajó mucho y acabó
elaborando su
propio método terapéutico, que hoy ha creado escuela y se practica por todo
el mundo. Para Thérese la viudedad fue un golpe durísimo, pero al mismo tiempo
fue lo que la espoleó a reconstruir su vida de manera creativa, ofreciendo algo
valioso a la humanidad.