¡Año nuevo, vida nueva! Hoy voy a iniciar una
serie más centrada en el tema que da título a mi libro, Digerir la vida. Pero la iré alternando con otras cosas que he
aprendido sobre alimentación y salud, así como consejos prácticos para que tu
digestión sea un placer, y no un suplicio.
Digerir la vida parece algo poético o
simbólico, pero no lo es tanto. En realidad, muchas indigestiones físicas que
sufrimos vienen de situaciones que nos caen encima, nos alteran la vida y no
siempre podemos asimilar bien. No tenemos la culpa, pero sufrimos las consecuencias. Os sonarán expresiones muy corrientes, como
“tener tragaderas”, “tragarse el sapo” o “comerse un marrón”.
A nadie le gusta tragarse esas cosas
horribles, pero hay personas que parecen nacidas para ir engullendo todos los “marrones”
que se les presentan en el camino. Incluso algunas tienen como una especie de
vocación de ir recogiendo los marrones ajenos y comérselos. Quizás con la mejor
intención... pero con nefastas consecuencias, para su salud y su felicidad.
Lo mejor que podemos hacer
Hace tiempo, después de mi operación
intestinal, descubrí que una de las mejores cosas que puedes ofrecer al
mundo es ser feliz y florecer tal como tú eres, desprendiendo tu perfume
particular y aportando tu color propio. Si el mundo es un gran campo de flores,
¿qué mejor puedes hacer, que crecer, desplegarte y aportar tu nota de belleza y
vitalidad? Nada será mejor que esto: ni intentar parecerte a otra flor
distinta, ni marchitarte para dejar crecer a las plantas de al lado, ni dejar
de abrir tus pétalos para no ser vista... Nada será mejor que tu propio
florecimiento. Y esto se traduce en reflexiones como estas. Ni tu sacrificio,
ni tu auto-machacarte, ni tu falsa modestia, ni tu anulación van a ser buenas
para el mundo y para los demás. Si quieres hacer un bien, ¡sé tú misma, florece
y haz aquello que exprese mejor tu libertad!
Por supuesto, en el mundo no estamos solos. Convivimos con otras
personas y no podemos crecer sin ellas ni apartados de ellas. Las cosas no siempre son como nos gustan. La libertad va
unida a la responsabilidad, y también a la voluntad. Si deseas algo, casi
siempre tendrás que luchar por ello. Es libre no quien sigue su capricho del
momento, sino quien se entrega y pelea contra viento y marea por aquello que
ama.
Una vida con propósito es el camino para el
florecimiento. Y descubrir tu propósito no siempre es fácil ni rápido. Muchas
personas pasan años buscando y tanteando... No todas lo encuentran, o van
cambiando. El propósito tampoco es algo trivial: es más que una simple meta
profesional o familiar, es más que un objetivo de empresa. El propósito es una
dirección que guía toda tu vida, tu estrella del norte, tu vocación. Es aquello
que te llama desde lo más hondo de ti mismo. No se puede descubrir el propósito
vital sin cultivar la interioridad, sin practicar el silencio.
¿Hemos de tragarlo todo?
Vuelvo al tema inicial. Si lo mejor que
podemos hacer es florecer, encontrar nuestro camino nos ayudará y contribuirá a
nuestra salud, tanto física como anímica. ¡Y a nuestras digestiones!
En el camino nos toparemos con dificultades y
obstáculos, como todo el mundo. Y en nuestro día a día siempre hay situaciones
desagradables que afrontar, y a veces no somos responsables de ellas, ni sus causantes. ¿Debemos tragarlas todas?
¡Marrón a la vista! ¿Qué hacer? Un “marrón” es
como una curva peligrosa en la carretera. Lo primero es frenar. Ante una
situación problemática, lo mejor es parar un poco y pensar. ¿Debo tragarme eso?
¿Puedo esquivarlo? ¿Qué consecuencias tendrá hacer una cosa u otra? ¿A quién
beneficiará? ¿A quién perjudicará?
Si nos hacemos estas preguntas veremos que hay
cosas que no tenemos por qué tragar. No nos va a beneficiar a nosotros, pero
tampoco a los demás. Nos harán daño y nadie saldrá ganando. ¿Realmente debemos
pasar por eso?
Por ejemplo: una visita, un compromiso, un
trabajo que no nos toca hacer o un error que reparar... Pero también puede ser una compra, una oferta, una invitación. Ahora
que nos bombardean los e-mails y los mensajes de whatsapp, quizás haya muchas cargas que nos entren de manera imprevista a través de nuestros accesorios
móviles. ¿Tenemos que tragar todo eso?
Los malos tragos de la vida no siempre son
inevitables ni obligatorios. A veces nos los autoimponemos y no nos paramos a
pensar si realmente tenemos que pasar por ellos. ¡Vamos tan aprisa! Vamos con
piloto automático y topamos con todos los baches. Hay que saber decir STOP.
Y aprender el valor de un NO bien fundamentado.
Cuando no hay más remedio...
Pero hay veces que ¡sí! No hay más remedio que
tragarse el sapo. Hay situaciones que no podemos eludir, que nos caen encima,
inevitables y pesadas. Un accidente, una muerte, un trabajo obligatorio, o una
pérdida de trabajo, un deber mayor o un compromiso familiar...
¿Qué hacer, entonces? ¿Cómo digerir estas
situaciones duras de tragar?
Quizás nos ayude esta comparación. Tragar un
marrón es como tener que digerir un plato muy fuerte. Si no podemos evitarlo,
la mejor manera es... tomárselo con calma. Respirar hondo, e irlo tomando muy
despacio, bocado a bocado, masticando bien, rumiando, tragando poco a poco.
Nada de deborar y engullir. De esta manera, hasta la comida más potente se hace
más digerible y nuestro sistema puede asimilarla mejor. Después, si es posible,
podemos echar mano de algunos remedios y ayudas: una infusión, un chorrito de
limón, un poco de piña o algo que ayude a “bajar”.
En la vida, estos lenitivos
pueden ser ayudas humanas: compañía, consejo, consuelo de una persona cercana o
amiga, un tiempo de descanso, un cambio de ritmo o de actividad para
compensar... A veces pueden ser también lecturas, formación, buscar un grupo de
autoayuda, hacer deporte, distraerse con un hobby, salir a caminar o tomar el
sol. ¡Mil cosas! Todos podemos encontrar paliativos sanos para superar mejor
las situaciones difíciles de digerir.
Escribir es otro gran remedio. Escribir ayuda
muchísimo a «digerir la vida», pues nos permite ordenar nuestro pensamiento y
reflexionar sobre lo ocurrido con más calma y profundidad, a la vez que nos desahogamos
y podemos expresar lo que hay dentro de nosotros. No se necesita ser un gran
literato: basta una libreta o diario y un bolígrafo... o un teclado y un
ordenador. Escribir es terapéutico: ¡los dedos liberan muchísima energía
contenida!
Finalmente, y yendo al plano más biológico, mi
experiencia es esta. Si cuando tienes que afrontar una situación estresante, retadora o desagradable te cuidas bien y procuras comer muy suave y frugal, todo pasa mejor.
Atracarse de dulce, beber o fumar no son buenos paliativos y empeoran las
cosas, aunque todos tendamos a refugiarnos en alguna de estas compulsiones para
“paliar” el marrón. Incluso, en ciertas circunstancias, lo mejor es afrontarlas
en ayunas. El cuerpo está más ligero, la mente más despejada y toda tu energía
puede concentrarse en lo que estás haciendo. Estás más atento, más lúcido y
vives a fondo el momento, preparado para lo que convenga. Una digestión pesada
no te ayudará a pasar mejor por esos momentos difíciles. Al contrario, puede
aumentar tu ofuscación y tu tristeza.
En resumen, ante los “marrones” que nos
presenta la vida, podemos optar. Si no es necesario ni bueno para nadie,
digamos un ¡no! rotundo y evitémoslos. Si no tenemos otra que tragarlos, seamos
buenos con nosotros mismos y procuremos “masticarlos” a fondo y con calma, para
que podamos digerirlos con la mayor suavidad posible y extraer algo bueno de
ellos.
Por cierto...
¿Malas digestiones o resaca después de fiestas? Os recuerdo una receta de una infusión fantástica para después de un atracón (la tríada de mi madre), y esta otra es invento mío y de verdad que sienta muy, muy bien.