Darse hasta morir
José era otro amigo.
Casado, con dos hijos, responsable de una importante institución escolar, era
un hombre de una honestidad intachable. Entusiasta en el trabajo y responsable
hasta el extremo, se desvivía porque todo el mundo estuviera bien atendido y
porque las cosas funcionaran. En casa era lo que se llama un auténtico padrazo
y un esposo dedicado y atento. Buscaba la excelencia en todo: en su trabajo, en
su vida, en sus valores personales.
José fue víctima del estrés.
Quizás su celo y su responsabilidad crecieron tanto que fueron minando su salud
por dentro sin que él fuera consciente. Activo y deportista, la muerte lo
sorprendió yendo en bicicleta por una carretera de montaña. Fue tan repentina e
inesperada que todos, su familia, sus amigos, todos los que le conocíamos,
quedamos consternados.
Su funeral fue una
muestra multitudinaria de cariño, admiración, reconocimiento y frases de
elogio. ¡Qué huella tan luminosa dejan las personas apasionadas y entregadas!
En medio de la tristeza y la emoción se percibía luz. Era una mañana clara de
otoño, y creo que la presencia cálida de José aleteó todo el tiempo sobre sus
hijos, sobre su familia, sobre aquellos que lo habíamos conocido y amado.
José, ¿qué tienes que
enseñarnos? Más allá de tu vida, tan honesta, tan limpia, tan ejemplar, tu
muerte es otra lección dolorosa que se mete en nuestra conciencia como un filo
penetrante. ¿Qué debo aprender de ti?
Tú me recuerdas que debo
estar alerta. En medio de las batallas pacíficas por el bien siempre hay un
enemigo silencioso y traidor. Tu muerte nos avisa a todos: ¡cuidado con el
estrés! No dejéis que se adueñe de vuestra vida, de vuestro tiempo, de vuestro
corazón. El estrés es sibilino… se disfraza de servicio, se oculta tras la responsabilidad,
se cuela en nuestro sueño y en nuestra intimidad y, cuando menos lo esperamos,
nos asesta su golpe mortal.
No sucumbir al estrés. No
dejarse atrapar por él. Aprender a valorar más lo que somos que lo que hacemos.
Aflojar. Delegar. Yo también estuve a punto de morir de estrés, ahora lo sé. El
riesgo sigue ahí, acechando. José, desde el cielo, me avisas. Que no deje de
contemplar tu estrella, que me aviva la memoria. Cuidado con el estrés. La vida
sigue su curso por otro lado.
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