viernes, 9 de marzo de 2018

Silvia, desde la ciencia

La doctora Silvia es médico, especializada en neuro-gastro-enterología; investiga, da clases en la universidad y tiene su consulta en una clínica privada de medicina integrativa. Como doctora y científica, aplica a sus pacientes tratamientos basados en los últimos hallazgos e investigaciones.

Con la doctora Silvia inicié una larga terapia microbiótica después de hacerme unos detallados análisis de sangre y heces. En las visitas de seguimiento fuimos conversando y me ofreció explicaciones muy interesantes a mis consultas.

Repoblar el bosque quemado


A raíz de visitarme con Silvia se reavivó mi inquietud por formarme e informarme sobre la salud intestinal. He aprendido más sobre la famosa flora o microbiota, esa fauna bacteriana que puebla nuestras tripas. Hay miles de especies actuando, aún no se conocen todas ni se sabe qué función tiene cada grupo de bacterias en el intestino. Pero, a grandes rasgos, estas bacterias se pueden clasificar en cinco grupos. Son:
1.    Flora inmunomoduladora, la que potencia y entrena nuestro sistema inmune, las defensas del cuerpo.
2.    Flora protectora, la que protege la pared intestinal.
3.    Flora muconutritiva, la que nutre la mucosa intestinal.
4.    Flora proteolítica, la que descompone las proteínas.
5.    Levaduras o fermentos.

De estas cinco clases de bacterias, mi análisis reveló que tenía niveles muy reducidos de tres: la inmunomoduladora, la protectora y la muconutritiva. En cambio, de la flora proteolítica y las levaduras tenía niveles normales. De ese desequilibrio se derivan problemas intestinales, gases y una posible mala absorción de nutrientes.

Teniendo en cuenta estos valores, la doctora Silvia me recetó probióticos, es decir, bacterias en gotitas, de las especies que necesitaba reponer. Esto durante ocho meses, en dosis que iban variando con el paso de las semanas.

Los probióticos se han hecho muy populares en los últimos años. Los comercializan muchas compañías farmacéuticas o de suplementos naturales. Su toma puede dar resultados espectaculares e inmediatos, pero es importante acertar y saber qué probióticos necesitamos tomar exactamente. Repoblar la flora bacteriana es como repoblar un bosque quemado: no vale todo. Hay que conocer la vegetación autóctona, evaluar los daños y ver qué especies hay que replantar. Esto es lo que la doctora Silvia inició en su terapia microbiológica conmigo.

Probióticos y prebióticos


A veces los pacientes nos hacemos un lío con estos dos productos, por su parecido nominal. Seguramente los que sois expertos, como yo, en problemas digestivos, ya los distinguís, pero haré la precisión para lectores menos familiarizados.

Pre-biótico, como indica el nombre, es un producto que favorece el crecimiento de las bacterias beneficiosas del intestino. Es como el abono de las plantas. Los prebióticos suelen ser almidones o azúcares complejos ―polisacáridos―.

Pro-biótico es la bacteria en sí. Los probióticos son cócteles bacterianos que se introducen para restaurar la flora devastada. Son como la semilla o el brote de las plantas que hay que sembrar. Los probióticos son muy variados, citaré algunos cuyos nombres os sonarán: lactobacilos, bífidos, enterococos, Eschericcia coli. Los más famosos son los bífidos y los lactobacilos, que se encuentran en los yogures y otros productos enriquecidos con estos bichitos. Pero hay que decir, también, que hay muchas clases de lactobacilos y bífidos, y que no todos son necesarios siempre. De ahí que tomar probióticos o yogures enriquecidos sin ton ni son no sea lo más recomendable… ¡Mejor hacerlo con supervisión médica!

Por otra parte, también es importante la calidad de los probióticos y su cantidad. Muchos suplementos de probióticos no son más que cápsulas de bacterias muertas o casi inactivas, que no producirán efecto alguno en el organismo. Otros contienen cantidades tan poco significativas que tampoco serán eficaces. Un probiótico debería contener al menos mil millones de organismos vivos por cápsula o dosis a tomar. Mejor si son más, lo ideal es unos diez mil millones. Vale la pena fijarse, leer las etiquetas e informarse con especialistas.

Consultas y respuestas


Como sabe tanto sobre este campo, consulté a la doctora Silvia sobre temas de salud y nutrición. He aquí algunas preguntas y sus respuestas.

¿Qué ocurre si decides llevar una alimentación vegetariana?


La doctora admite que la alimentación vegana ha demostrado, bajo estudios científicos, que favorece la salud cardiovascular y disminuye el riesgo de cánceres. Pero con alguna precisión. En Noruega, donde se llevan a cabo estudios y recopilación de datos de miles de pacientes, durante años se realizó un estudio sobre población y hábitos alimentarios. Se delimitaron cuatro grupos de pacientes: veganos puros, ovo-lacto vegetarianos, veganos con pescado y comedores de todo tipo de alimentos. Al cabo del estudio se descubrió que los veganos puros mostraban mayor salud y menor riesgo de enfermedades cardiovasculares y cáncer, pero… los que mostraban mejores indicadores eran los veganos con pescado. El pescado, dice la doctora Silvia, tiene algo que lo hace sano y beneficioso. Y no son únicamente los omega 3. Tomar suplementos de omega 3 puede ser aconsejable para un vegano, pero es aún más beneficioso tomar el pescado entero. A ser posible, pequeñito, de playa y no de piscifactoría, y fresco.

¿Qué piensa de los «superalimentos» como las algas, las semillas de lino, la chía…?


Es reservada. Son alimentos muy potentes y, para los mediterráneos, ajenos a nuestra dieta habitual y a la de nuestros ancestros. Podemos tener dificultades a la hora de asimilarlos. Silvia cree que tampoco los necesitamos: los nutrientes que aportan los podemos obtener de otros alimentos que nos resultan familiares, como las verduras de hoja verde, el aceite de oliva, el pescado o los frutos secos de toda la vida ―almendras, nueces, avellanas―.

¿Cuál es la alimentación ideal?


No se puede dar una respuesta definitiva y válida para todo el mundo, porque las diferentes poblaciones humanas hemos evolucionado en ámbitos diversos y posiblemente hemos desarrollado metabolismos aptos para asimilar los nutrientes que tenemos a nuestro alcance. Por ejemplo, las poblaciones de ciertas zonas de África digieren perfectamente toda clase de tubérculos y vegetales, pero no tan bien el pescado; los mediterráneos digerimos bien plantas y proteínas, incluido el pescado, pero nos cuesta más asimilar los cereales; en América las poblaciones nativas evolucionaron comiendo maíz, patatas, chía y otros productos que, hasta hace poco, eran exóticos para los europeos… La doctora Silvia aconseja comer los alimentos tradicionales de cada zona, bien combinados, y recuperar las recetas de las abuelas, que suelen ser equilibradas. La dieta mediterránea auténtica sería un régimen rico en toda clase de frutas, legumbres y hortalizas, con algo de carne de corral ―pollo, conejo y, muy excepcionalmente, cerdo y cordero―, pescado de playa, huevos, sin leche ―pero sí yogur, con moderación― y algunos cereales. Con aceite de oliva virgen, prensado en frío, y poco más. Según diversos estudios realizados, esta dieta parece ser la más sana y protectora frente a las enfermedades cardiovasculares, el cáncer o las demencias. 

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