La doctora Silvia es
médico, especializada en neuro-gastro-enterología; investiga, da clases en la
universidad y tiene su consulta en una clínica privada de medicina integrativa.
Como doctora y científica, aplica a sus pacientes tratamientos basados en los
últimos hallazgos e investigaciones.
Con la
doctora Silvia inicié una larga terapia microbiótica después de hacerme unos
detallados análisis de sangre y heces. En las visitas de seguimiento fuimos
conversando y me ofreció explicaciones muy interesantes a mis consultas.
Repoblar el bosque quemado
A raíz de visitarme con
Silvia se reavivó mi inquietud por formarme e informarme sobre la salud
intestinal. He aprendido más sobre la famosa flora o microbiota, esa fauna
bacteriana que puebla nuestras tripas. Hay miles de especies actuando, aún no
se conocen todas ni se sabe qué función tiene cada grupo de bacterias en el
intestino. Pero, a grandes rasgos, estas bacterias se pueden clasificar en
cinco grupos. Son:
1.
Flora
inmunomoduladora, la que potencia y entrena nuestro sistema inmune, las
defensas del cuerpo.
2.
Flora
protectora, la que protege la pared intestinal.
3.
Flora
muconutritiva, la que nutre la mucosa intestinal.
4.
Flora proteolítica,
la que descompone las proteínas.
5.
Levaduras o
fermentos.
De estas cinco clases de
bacterias, mi análisis reveló que tenía niveles muy reducidos de tres: la
inmunomoduladora, la protectora y la muconutritiva. En cambio, de la flora
proteolítica y las levaduras tenía niveles normales. De ese desequilibrio se
derivan problemas intestinales, gases y una posible mala absorción de
nutrientes.
Teniendo en cuenta estos
valores, la doctora Silvia me recetó probióticos, es decir, bacterias en
gotitas, de las especies que necesitaba reponer. Esto durante ocho meses, en
dosis que iban variando con el paso de las semanas.
Los probióticos se han
hecho muy populares en los últimos años. Los comercializan muchas compañías
farmacéuticas o de suplementos naturales. Su toma puede dar resultados
espectaculares e inmediatos, pero es importante acertar y saber qué probióticos
necesitamos tomar exactamente. Repoblar la flora bacteriana es como repoblar un
bosque quemado: no vale todo. Hay que conocer la vegetación autóctona, evaluar
los daños y ver qué especies hay que replantar. Esto es lo que la doctora
Silvia inició en su terapia microbiológica conmigo.
Probióticos y prebióticos
A veces los pacientes nos
hacemos un lío con estos dos productos, por su parecido nominal. Seguramente
los que sois expertos, como yo, en problemas digestivos, ya los distinguís,
pero haré la precisión para lectores menos familiarizados.
Pre-biótico, como indica el nombre, es un producto que favorece el crecimiento de las
bacterias beneficiosas del intestino. Es como el abono de las plantas. Los
prebióticos suelen ser almidones o azúcares complejos ―polisacáridos―.
Pro-biótico es la bacteria en sí. Los probióticos son cócteles bacterianos que se
introducen para restaurar la flora devastada. Son como la semilla o el brote de
las plantas que hay que sembrar. Los probióticos son muy variados, citaré
algunos cuyos nombres os sonarán: lactobacilos, bífidos, enterococos, Eschericcia coli. Los más famosos son
los bífidos y los lactobacilos, que se encuentran en los yogures y otros
productos enriquecidos con estos bichitos. Pero hay que decir, también, que hay
muchas clases de lactobacilos y bífidos, y que no todos son necesarios siempre.
De ahí que tomar probióticos o yogures enriquecidos sin ton ni son no sea lo
más recomendable… ¡Mejor hacerlo con supervisión médica!
Por otra parte, también
es importante la calidad de los probióticos y su cantidad. Muchos suplementos
de probióticos no son más que cápsulas de bacterias muertas o casi inactivas,
que no producirán efecto alguno en el organismo. Otros contienen cantidades tan
poco significativas que tampoco serán eficaces. Un probiótico debería contener
al menos mil millones de organismos vivos por cápsula o dosis a tomar. Mejor si
son más, lo ideal es unos diez mil millones. Vale la pena fijarse, leer las
etiquetas e informarse con especialistas.
Consultas y respuestas
Como sabe tanto sobre
este campo, consulté a la doctora Silvia sobre temas de salud y nutrición.
He aquí algunas preguntas y sus respuestas.
¿Qué ocurre si decides llevar una alimentación vegetariana?
La doctora admite que la
alimentación vegana ha demostrado, bajo estudios científicos, que favorece la
salud cardiovascular y disminuye el riesgo de cánceres. Pero con alguna precisión. En Noruega, donde
se llevan a cabo estudios y recopilación de datos de miles de pacientes,
durante años se realizó un estudio sobre población y hábitos alimentarios. Se
delimitaron cuatro grupos de pacientes: veganos puros, ovo-lacto vegetarianos,
veganos con pescado y comedores de todo tipo de alimentos. Al cabo del estudio
se descubrió que los veganos puros mostraban mayor salud y menor riesgo de
enfermedades cardiovasculares y cáncer, pero… los que mostraban mejores
indicadores eran los veganos con pescado. El pescado, dice la doctora Silvia,
tiene algo que lo hace sano y beneficioso. Y no son únicamente los omega 3.
Tomar suplementos de omega 3 puede ser aconsejable para un vegano, pero es aún
más beneficioso tomar el pescado entero. A ser posible, pequeñito, de playa y
no de piscifactoría, y fresco.
¿Qué piensa de los «superalimentos» como las algas, las semillas de lino, la chía…?
Es reservada. Son
alimentos muy potentes y, para los mediterráneos, ajenos a nuestra dieta
habitual y a la de nuestros ancestros. Podemos tener dificultades a la hora de
asimilarlos. Silvia cree que tampoco los necesitamos: los nutrientes que
aportan los podemos obtener de otros alimentos que nos resultan familiares,
como las verduras de hoja verde, el aceite de oliva, el pescado o los frutos
secos de toda la vida ―almendras, nueces, avellanas―.
¿Cuál es la alimentación ideal?
No se
puede dar una respuesta definitiva y válida para todo el mundo, porque las
diferentes poblaciones humanas hemos evolucionado en ámbitos diversos y
posiblemente hemos desarrollado metabolismos aptos para asimilar los nutrientes
que tenemos a nuestro alcance. Por ejemplo, las poblaciones de ciertas zonas de
África digieren perfectamente toda clase de tubérculos y vegetales, pero no tan
bien el pescado; los mediterráneos digerimos bien plantas y proteínas, incluido
el pescado, pero nos cuesta más asimilar los cereales; en América las
poblaciones nativas evolucionaron comiendo maíz, patatas, chía y otros
productos que, hasta hace poco, eran exóticos para los europeos… La doctora
Silvia aconseja comer los alimentos tradicionales de cada zona, bien
combinados, y recuperar las recetas de las abuelas, que suelen ser equilibradas.
La dieta mediterránea auténtica sería un régimen rico en toda clase de frutas,
legumbres y hortalizas, con algo de carne de corral ―pollo, conejo y, muy
excepcionalmente, cerdo y cordero―, pescado de playa, huevos, sin leche ―pero
sí yogur, con moderación― y algunos cereales. Con aceite de oliva virgen,
prensado en frío, y poco más. Según diversos estudios realizados, esta dieta
parece ser la más sana y protectora frente a las enfermedades cardiovasculares,
el cáncer o las demencias.
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