Bien, ya has estudiado el escenario del crimen (tu tracto digestivo) y has hecho tus observaciones. Seguro que a estas alturas ya conoces muy bien
el panorama. Has dado el primer paso en tu investigación, que es observar y
definir los síntomas.
Pero los síntomas son eso: señales. Dolor, una
hinchazón, gases, evacuaciones dolorosas o deficientes, falta de energía,
malestar... Todo esto no es la enfermedad en sí, sino las señales de alarma de
que algo ocurre adentro. ¿Qué haces, cuando suena la alarma?
La primera reacción, claro, es apagarla.
Porque el pitido estridente es insufrible. Eso mismo hacemos con el cuerpo:
corremos a apagar la alarma porque no la soportamos más. ¡Bienvenidos
antiácidos, analgésicos, píldoras e infusiones digestivas! Todo eso está bien,
porque no es cuestión de sufrir atrozmente, pero... ¡no es la solución! Imagina
una situación paralela en una casa. Suena la alarma de fuego. Corres a apagarla
(o no). Pero si no te apresuras a extinguir el fuego ¡la casa se quemará!
Lo mismo sucede en el cuerpo. Por mucho que
cerremos las alarmas, si no buscamos el foco del incendio y lo apagamos nuestro
cuerpo arderá. Literalmente, quemaremos nuestra salud y caeremos muy enfermos.
Imagina esta situación durante años y años...
¡Cómo aguanta nuestro pobre cuerpo!
Lo triste es que la medicina, en muchas
ocasiones, se ha convertido en un recurso rápido de apaga-alarmas, o sea, de
eliminar o reducir síntomas, pero no de apagar-fuegos, o curar de raíz la
enfermedad. ¿Por qué? Porque los apaga-síntomas, es decir, los fármacos, son un
negocio fabuloso. Si los enfermos se curasen pronto, muchas industrias sufrirían
pérdidas millonarias. Y estas industrias no podrían financiar, como lo hacen,
la investigación de nuevos fármacos, programas de estudio en las facultades de
medicina, campañas de salud pública y la celebración de congresos, así como experimentos
y estudios que a veces son útiles y necesarios, y a veces no tanto.
Bueno, ahora estoy siendo crítica y me salí de
tema, pero es que pensarlo me subleva.
Hablamos de apagar el fuego. Un buen detective
no se queda en las huellas del crimen, ¡busca al culpable!
Un buen médico debería ser así. Y hacer equipo
con el paciente para resolver el caso. Elemental, querido Watson... pero en la
vida real las cosas no son tan lógicas.
¿Qué provoca el problema en cada tramo de
nuestro tubo digestivo? A continuación te presento un cuadro (clicar enlace) con las situaciones
más habituales y sus posibles causas. Revísalo despacio. ¿Puedes identificar
alguna causa segura? ¿Probable? ¿Sospechosa?
Sé sincero y verás cómo pronto empiezas a ver
más claro. Verás que hay causas recurrentes. En la mayoría de los casos, los
problemas digestivos dependen, y mucho, de dos factores:
- Lo que comes ―más importante de lo que crees―.
- El estrés o alguna situación preocupante.