Un buen detective no deja de observar y
estudiar las huellas del crimen. En el caso de las digestiones, una huella muy
evidente son las heces.
Son el producto final de todo el proceso
digestivo. Si es importante estudiar lo que entra en la boca, también lo será
comprobar qué sale por el ano.
Los análisis de heces son una prueba médica
que aporta muchísima información sobre el estado de nuestro colon. Pero como nuestra
fauna interna todavía se está estudiando, y sabemos relativamente poco de ella,
aún queda camino para poder descifrar todos los datos que nos aporta nuestro popó. Lo que sí muestra claramente es si
hay suficiente variedad de bacterias y en qué proporciones se encuentran. Un
análisis de heces delata si hay disbiosis, proliferación de algún tipo de bicho
o falta de otro, presencia de sangre y trozos de alimento no digerido, grado de
acidez, etc.
Si tienes problemas digestivos crónicos una
buena manera de esclarecer qué pasa es que el médico te ordene un análisis lo
más completo posible de tus heces.
Pero antes, tú mismo ya puedes autoanalizar un
poco tus deposiciones y averiguar algunas cosas básicas.
Existe una escala que se ha hecho muy popular
por Internet y a raíz de la publicación del libro de Giulia Enders, La digestión es la cuestión. Se llama escala de
Bristol (aquí tienes un
enlace con interesantes explicaciones). En las heces hay que observar su
frecuencia, su textura y la facilidad con que las expulsas (rápido o no, con
dolor o sin dolor, retorcijones, gases, de una vez o en varias fases...).
Lo ideal: heces del tipo 4 o 5 (o sea, churros
más bien blandos pero no deshechos), una o dos veces al día, sin dolor y sin pestilencia,
expulsadas con rapidez y suavidad, y que el papel de váter no quede pringado.
Eso significaría un ritmo de evacuación regular y un intestino que funciona,
sin obstrucciones, demoras y putrefacciones.
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