En el mundo dietético hay
cierta prevención hacia los almidones. El mito es que engordan, no alimentan y
son innecesarios. La realidad es que a todos nos encantan y nos enganchan. ¿A
quién no le gusta un arroz a la paella, un pan tierno o un buen plato de
patatas estofadas? Creo que todavía no he conocido a nadie a quien no le gusten
estos alimentos.
Hay mucho mito, sí, y uno
de mis médicos favoritos, el doctor
McDougall, cuyo programa sigo, ayuda a clarificar las cosas. Si os interesa
más, en mi blog tengo enlaces a su página y a su libro, La
solución del almidón, que ya está en español. ¡Lo recomiendo!
El doctor McDougall
constata que la humanidad ha prosperado gracias a la agricultura, y la
agricultura ha permitido el crecimiento de las civilizaciones alimentando a
millones de personas a base de… ¡almidones! Todos hemos oído hablar de las culturas
del arroz, del maíz, del trigo o de la cebada. ¡O de la patata, en América!
Casi detrás de toda gran cultura tradicional hay un cereal, tubérculo o grano
que ha cubierto las necesidades nutricionales de la población.
La razón es simple.
Nuestra primera necesidad nutricional es energética, y los almidones
proporcionan eso: mucha energía, de fácil asimilación y combustión limpia. Es
como la gasolina premier o el gasoil extra de nuestro «coche» biológico. En el
cuerpo tenemos todas las enzimas preparadas para digerir, preferentemente,
alimentos ricos en almidón.
Dicho esto, el problema
que sufrimos hoy es que la mayoría de almidones que consumimos son refinados.
Al rico cereal se le quita la cáscara y el germen y se produce una harina fina
y blanca, privada de muchos nutrientes y de la fibra, esencial para nuestra
salud y para la supervivencia de nuestras bacterias intestinales. Calorías
vacías, similares al azúcar. Por eso cuando el doctor McDougall propone una
dieta basada en almidones, añade: integrales,
siempre que sea posible. Y sin aditivos nocivos (grasas trans, extra sal,
azúcares…). O sea, un buen pan integral, artesanal, sí. Baguette o bollería,
no.
Qué es el almidón
En esta
otra entrada expliqué la diferencia entre los distintos carbohidratos o
glúcidos, popularmente llamados azúcares. Están los carbohidratos simples de
rápida digestión, como la fructosa y la glucosa, presentes en la fruta, en el
azúcar y los dulces. Con estos hay que andar con cuidado. Las frutas son
estupendas, porque tienen agua, fibra y muchos otros nutrientes. Pero los
azúcares que se usan para endulzar, ¡ojo!
Pero luego están los
carbohidratos complejos. Estos se asimilan de forma más lenta, porque son
largas cadenas de azúcares, y proporcionan energía de forma prolongada. Aquí
entran los almidones, presentes en tubérculos, cereales, legumbres y otras
plantas.
Finalmente están los
carbohidratos que nuestro cuerpo no asimila de ninguna manera, son las fibras.
Pero las necesitamos para dar de comer a nuestras bacterias, que producen, con
esas fibras, sustancias que necesitamos muchísimo.
De modo que los almidones,
en sí, son un alimento básico que necesitamos, y la mejor fuente de energía de
que disponemos.
La dieta del almidón
La dieta
del doctor McDougall se basa en almidones integrales más frutas y verduras
variadas. Y, para quienes no tengan problemas cardiovasculares o de peso, se
puede enriquecer con pequeñas cantidades de frutos secos, semillas y miel.
Es decir, es una dieta
cuyos platos principales son a base de arroz, legumbres, patatas, pasta…
acompañados de verduras variadas. La dieta excluye todos los aceites y todos
los productos de origen animal (lácteos, mantecas, carnes y pescados).
Típicas reacciones ante
una dieta así:
Reacción uno. ¿Y las proteínas? Respuesta científicamente fundamentada: si comes
suficiente alimento, con suficiente almidón, las plantas variadas contienen
todas las proteínas que necesitamos, sobradamente. La cuestión es que cuando se
habla de comer sólo plantas la gente suele pensar en ensaladas y cuatro tristes
hojas de acelga, y así cualquiera se muere de hambre y de pena. McDougall
insiste: la base son los almidones, no las verduras, aunque de estas conviene
comer mucho y variado. Si sigues esta dieta, llénate bien el plato de patatas o
de arroz o de garbanzos. Sin miedo. Hasta que te sientas satisfecho. ¡No te hará
ningún daño! Ni te engordará, si tienes miedo del sobrepeso. Lo que engorda no
son los almidones, sino las grasas y los azúcares refinados.
Reacción 2. ¿Sin aceite? Pero… ¿no hay grasas buenas? ¿No necesitamos
omega 3? Respuesta: hay muchas hortalizas que contienen pequeñas proporciones
de grasa, las justas que necesitamos, y sanas. Si nos preocupan los omegas,
¡vayamos a las ricas nueces, al lino, a la chía y a otros frutos secos! Con
moderación. ¿A cuántas personas conocéis que tengan carencia de grasas? ¿Y a cuántas
a quienes les sobran?
El problema en nuestra
sociedad occidental, dice McDougall, no son las carencias de proteínas ni de
grasas, sino al revés: ¡el exceso! Y es muy fácil pasarse de rosca, más de lo
que pensamos.
En fin, que una dieta basada
en almidones es rica en proteínas si se consume suficiente cantidad de calorías.
No le falta nada, y además, es…
Digestiva y sabrosa
Pues sí. Sin productos
animales y aceite, y sabiendo qué legumbres o qué cereales evitar, esta dieta
es puro confort para tu estómago e intestino.
Cuando luchaba por salir
de mis problemas digestivos y ganar un poco de peso, esta dieta me salvó, tal
como lo digo. Y cuando me rompí un brazo y tuve que hacer reposo forzoso, hará
un año, los arrocitos me ayudaron a ganar esos kilos que necesitaba para estar
en mi peso normal.
¿A quién no le sienta
bien un plato de patatas tiernas, aliñadas con hierbas y verduritas? ¿Y un
arroz cremoso? Recuerdo que cuando era pequeña uno de mis platos favoritos era
el arroz a la cubana. Pues bien, ese plato es estupendo, y mejor si es con
arroz integral (sin plátano frito y sin huevo, eso sí).
Pero atención, que no es
una dieta que engorde de por sí. De hecho, la mayoría de pacientes obesos y con sobrepeso
que la han seguido han perdido un montón de kilos de grasa y se han liberado de
muchos dolores articulares sin pasar hambre. Si quieres una versión más adelgazante de esta
dieta, quita los arroces y legumbres y pon más patatas y verdura. Elimina los
frutos secos y el aguacate, y listo. Si lo que necesitas es ganar peso, dale al
arroz, come más pan, incorpora frutas confitadas y mermeladas de calidad y, si
los digieres bien, sé más generoso con los frutos secos y el aguacate. Cuando alcances
tu peso, seguir este programa simplemente te mantendrá, sin que tengas que
preocuparte por si comes mucho o poco. En mi caso, os aseguro que me lleno unos
platazos de comida que jamás comía antes, ¡y me sientan de maravilla!
Con este tipo de
alimentación pueden desaparecer por completo los dolores de estómago,
estreñimiento y colon irritable. Esta es mi experiencia (y la de muchos otros
pacientes). Y como es rica en fibra, el ritmo de evacuaciones se regulariza de
manera casi milagrosa, sin tener que tomar «ayudas» de ningún tipo (ni salvado,
ni cáscara mágica, ni tres kiwis, ni polvos ni infusiones laxantes).
A los que os defendéis en
inglés, os invito a visitar la página
del doctor McDougall y a explorar los
testimonios de algunos de sus pacientes. Hay historias de colon irritable,
problemas digestivos crónicos, enfermedad de Crohn, cánceres… ¡de todo! Son
impresionantes. También hay vídeos
breves muy didácticos (3 minutos) y conferencias
interesantísimas y amenas. Y los boletines o newsletter,
de acceso gratuito, contienen muchísima información de interés, toda ella
fundamentada en estudios científicos de buena fuente.
En próximas
entradas hablaré de mis almidones
favoritos… ¡No os las perdáis! Seguro que también os encantan esas comidas.
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