Hoy voy a hablar de cuatro alimentos que he
dejado de tomar. Eliminarlos de mi dieta ha supuesto un antes y un después en
mi bienestar digestivo. Explico brevemente por qué son alimentos problemáticos,
pero en próximas entradas profundizaré más en cada uno de ellos.
Si tu estómago digiere piedras, quizás no te preocupe
tanto. Pero si tienes problemas digestivos y has de recurrir a los antiácidos
con cierta frecuencia, quizás vale la pena que pruebes a dejarlos, al menos un
par de semanas, y compruebes la diferencia. A lo mejor no tienes problemas de
digestión, pero sí de estreñimiento, o diarreas, u otros problemas
“misteriosos” cuya causa parece inexplicable (los médicos dicen que “no se
sabe”). Muchos de estos problemas se relacionan con el sistema digestivo,
aunque no lo parezca: migrañas, irritación o sequedad de piel, verrugas,
mucosidad o tos persistente, lagrimeo, alguna alergia o incluso dolores
articulares y tensión muscular excesiva. Estos síntomas son señales de que tu
cuerpo quiere librarse de algo que no le sienta bien, y posiblemente la causa
sea alimentaria.
Aquí van los cuatro ingredientes que saqué de
mi dieta. Vale decir que, antes, los consumía a diario y en cantidades
considerables. ¡Lo que me costó!
Uno. El
azúcar. En mi libro Digerir la vida hablo ampliamente del tema. El azúcar no sólo es la
cucharilla endulzante en el café o la infusión. Dejar el azúcar significa dejar
TODO lo que la contiene: dulces, galletas, bollería, caramelos, chocolates,
postres dulces, zumos... Todo. El azúcar, con el calor de la digestión, se
convierte en alcohol, y el alcohol hace trastadas en tu cuerpo. Provoca acidez,
náuseas, euforia seguida de caída emocional, maltrata al hígado... ¿Sabías que
muchas personas padecen cirrosis o hígado graso sin probar el alcohol? Es por el
azúcar. El diente dulce tiene consecuencias muy amargas. Lo malo es que casi
todos somos adictos al azúcar. Es una droga dura, mucho más adictiva que la
cocaína y otras. ¡Cuesta sangre dejarlo! Pero ¡qué bienestar, cuando logras
superar la tentación! Por cierto, todos los azúcares, químicamente, son
similares: no hay azúcar más sano que otros (moreno, blanco, etc., todos
fuera). Excepción: el azúcar de abedul (comercializado por marcas como
Abedulce), que químicamente tiene un índice glicémico bajo y es apto para
diabéticos. Pero es muy caro, calórico y tampoco recomiendo acostumbrarse a él.
Dos. La
leche y los lácteos. La gran mayoría de adultos no
estamos preparados para digerir la leche materna, un alimento propio de bebés
que necesitan crecer y doblar su peso en un año... ¡Los adultos no necesitamos
doblar nuestro peso! La leche es un alimento muy concentrado y difícil de
digerir (azúcares, grasas, proteína). Pero, además, la leche de consumo
habitual es de vaca. Un ternero no tiene las mismas necesidades que un niño (es
un animal mucho más grande). Fijaos la cantidad de problemas que sufren los
bebés cuando pasan de la leche de pecho a otras leches de biberón, o a la leche
de vaca. Además, la leche que tomamos hoy, tal como se produce en granjas
industriales, lleva incluidos un cóctel de antibióticos, bacterias y hormonas
que no son inocuos para nuestro organismo. Es un alimento que produce muchas
alergias o intolerancias, irrita el intestino, causa estreñimiento crónico y
mucosidades (los mocos son una reacción del cuerpo para librarse de toxinas).
Los lácteos, especialmente el queso, son difíciles de digerir y causan ardor de
estómago. Si los digieres bien a nivel de estómago, el problema llega en el
intestino. Todo tipo de lácteos es una carga para el sistema digestivo. ¿Y el
calcio?, preguntaréis muchos. Bueno, hay muchos alimentos ricos en calcio, más
que la leche y más digestivos, como las verduras de hoja verde, los higos y los
frutos secos. ¿Sabéis que los países más consumidores de leche son los que
tienen mayores tasas de osteoporosis? La leche descalcifica los huesos,
literalmente (¡no pongáis el grito en el cielo!). Esto también lo explicaré
otro día... ¿Y los yogures? ¿No los necesitamos por los probióticos? Los
yogures, en su mayoría, están hechos de leche pasteurizada. Y el calor destruye
los bífidus y otros bichitos. Así que esos probióticos tan sanos del yogur, en
realidad, están... muertos. Eso no lo dicen en los anuncios.
Tres.
Los aceites. El aceite es otro producto muy
concentrado y artificial. Una aceituna o una almendra pueden ser muy sanas,
pero si les quitamos toda la fibra, minerales, vitaminas... y dejamos sólo la
grasa que tienen, nos queda un alimento que es 99 % grasa. ¡Una bomba! Las
grasas son las sustancias más difíciles de digerir. Todas, desde las margarinas
y grasas trans hasta el aceite de oliva virgen prensado en frío. Quizás no sea
tu caso, pero lo cierto es que muchas personas somos intolerantes a las grasas
(y no lo sabemos). La bilis de la vesícula disuelve las grasas y el ileon, la
parte del intestino que absorbe la bilis, está irritado. Dejar los aceites para
mí fue una revelación. De la noche a la mañana desaparecieron los ardores de
estómago y las náuseas nocturnas. Aparte de los beneficios cardiovasculares de
dejar de inundar las arterias de grasa. Sé que esto choca, y más en nuestra
cultura. Es casi un dogma de fe creer en las bondades de “los aceites sanos”.
Si tienes problemas digestivos, sólo prueba. Muchas personas han descubierto
que librarse del aceite ha mejorado sus digestiones de manera increíble. ¡Como
me sucedió a mí!
Cuatro.
El pan de trigo. ¡Otro rico alimento al que estamos
enganchados! Y qué bueno está, y cuántas panaderías y hornos proliferan a
nuestro alrededor, tentadores, con cientos de tipos de panes y pastas. El pan
puede ser conflictivo para las digestiones por varios motivos. Uno, por el
trigo. Hay muchas personas no alérgicas al gluten ni celíacas, pero sí
intolerantes al trigo (es mi caso). Como el trigo es un cereal que ha sufrido
muchas modificaciones genéticas, da reacciones a muchas personas, ya sean
digestivas o autoinmunes. Dos: la levadura. Hay personas a quienes los
fermentos del pan sientan fatal, hinchan y producen acidez digestiva. Tres: la
mayoría de panes están hechos con harinas refinadas, que químicamente son muy
parecidas al azúcar... Así que el mismo efecto que el azúcar lo produce una
baguette: subidón energéticos, sí, pero con fermentación alcohólica interna y
toda clase de repercusiones. Y cuatro: la mayoría de panes tienen algo más que
harina. Muchos llevan grasas añadidas (grasas trans, mantecas, aceites
baratos), leche, incluso huevos, y azúcar, sin contar con otros aditivos artificiales.
Estos son los cuatro alimentos que he dejado. Pan,
azúcar, leche, aceites... Dios mío, ¡si parecen los básicos de nuestra
alimentación! Todos ellos adictivos a más no poder. Presentes en la mayoría de
comidas procesadas, llenan estanterías de todos los supermercados y cuesta
dejarlos. Cuesta sangre. Pero vale la pena. Cuando alguien me dice que renunciar
a estos productos resulta radical y espartano le respondo que no lo hago por
ascesis ni por radicalismo, sino por bienestar. Lo que me parece masoquista es
seguir comiendo algo que sé que me va a dar sufrimiento y molestias. Sin estos
productos me encuentro bien. Adiós a despertarme por las noches con náuseas y
ardor de estómago. Se acabaron los paseos nocturnos y las
tardes pesadas en las que me tenía que tragar mi malestar para seguir
trabajando a golpe de voluntad y con una sonrisa en la cara. Treinta años
sufriendo ya han sido bastantes. Dejar estos cuatro alimentos para mí ha sido
como pasar de la noche al día. Sin contar con los beneficios fisicos y
emocionales que supone una buena digestión. ¡Lo explicaré mejor en las próximas
entradas!
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