Hoy inicio una serie de
entradas muy especiales. Estaban incluidas en el manuscrito original de mi
libro Digerir la vida, pero la
editorial me dijo que las quitara para abreviar el texto y porque las
encontraba demasiado… quizás sentimentales, o íntimas. ¡No lo sé! Pero pienso
que es justo reconocer de alguna manera a una serie de «ángeles» que me
ayudaron muchísimo durante un tiempo, y que ahora continúan cerca de mí, como
buenos amigos. Os invito a leerlas con mente abierta y sin más ánimo que
conocer a una serie de personas extraordinarias y su labor.
Aquí va la primera.
En mi proceso de sanación
he contado con muchas ayudas. Sin el apoyo y el cariño de una serie de personas
me habría costado muchísimo superar mis adicciones, responsabilizarme de mi
salud y dar los pasos necesarios para salir del hoyo. Quizás no lo habría
logrado, o sería una víctima, yendo de médico en médico sin encontrar
soluciones y resignándome a sufrir.
Pero no ha sido así. A
veces pienso que tengo a mi alrededor un coro de ángeles que me cuidan, me
quieren y se preocupan por mi salud. Cada uno de ellos a su manera me ha
acompañado y me ha enseñado lecciones muy valiosas.
Hay dos personas que han
sufrido por mí y que, desde una discreta distancia, velan por mi salud: son mis
padres. Siento su cariño en sus miradas, en sus llamadas telefónicas, en las
visitas que me hacen, cargados de frutas, mermeladas caseras y productos de su
huerto. Los padres, que me educaron lo mejor que supieron y que, si se
equivocaron, lo hicieron siempre con amor, siguen siendo padres. Cumpliré
cincuenta años y papá me seguirá trayendo dulces y llamándome nena. Tendré canas y mamá continuará
mirándome con la misma ternura y abrazándome como la niña que fui. Vengo de
ellos y amo mis raíces. Su calor me llega, me anima y me impulsa a seguir
adelante.
Mis tías y mis hermanos
también me han mostrado su afecto y desvelo. ¡No me gusta que se preocupen
tanto! Pero… son mi familia, y me quieren. Debo aceptar que vean mis
limitaciones y mi fragilidad. Y aprender a recibir su estima.
¡Wabi-sabi!
Finalmente, no puedo
dejar de mencionar a mis compañeros de la fundación, donde trabajo. Sin su
apoyo y acompañamiento incondicional estoy segura de que no habría llegado
donde estoy: encarando con valor y con ganas una nueva etapa de mi vida,
luchando por mi salud y haciéndome responsable de ella. Ellos me han ayudado a
delegar, han aligerado mi carga de estrés y me han empujado, literalmente, a
hacer aquello que más me gusta: escribir. ¡Qué maravillosa paradoja, que
alguien me tenga que «obligar» a hacer lo que me apasiona! Nunca se lo podré
agradecer bastante.
En cuanto a mis
terapeutas amigos, estos son mis ángeles con sus dones:
Ángel, el lenguaje del
cuerpo.
Teresa, el tesoro de la
energía.
Marisol, el don de las
manos.
Rosario, desde la
amistad.
Sonia, sanar desde el
corazón.
Silvia, desde la ciencia.
Juan Carlos, lo bueno y
lo rico.
Alberto, Marianela y
Elba.
Desde el más allá… dos mentores que nunca olvidaré.
En los próximos días iré
publicando una entrada dedicada a cada uno de ellos.