¿Os suena la frase? Seguramente de niños la
escuchamos muchas veces. Niño, come y calla. Posiblemente en ese momento hicimos
poco caso. Suena autoritaria, sí... pero encierra una gran verdad. Si comes,
come. Si hablas, habla. No hagas dos cosas a la vez, y menos dos cosas TAN
IMPORTANTES. Me impresionó saber que los chinos, tradicionalmente, comían en
silencio, incluso estando en familia. Comían centrados en lo que hacían,
saboreando la comida y masticándola bien. ¡Algo vital para una buena digestión!
Nunca hasta hace poco le he dado tanta importancia
a esta simple realidad. Nuestra cultura ha convertido la comida en una fiesta,
un motivo de encuentro y de comunicación. ¡Cuántas comidas “de trabajo”!
¡Cuantas conversaciones alrededor de la mesa! Es bonito pero, digestivamente
hablando, un desastre.
Comer con los seres queridos y tener un
diálogo sereno, pausado, está bien. Pero en mi experiencia, he aprendido que el
viejo consejo de mamá o las abuelas es muy sabio. Nena, come y calla.
Cuando hablamos al comer, estamos tragando más
que alimento: nos estamos llenando de enormes burbujas de aire (como no se ve,
no lo notamos). Lo notaremos más tarde en forma de hinchazón, eructos o
malestar. Los expertos que estudian los gases que salen de nuestro cuerpo lo
saben bien. Cuando nuestras ventosidades están cargadas de nitrógeno es que
hemos tragado mucho aire. Buena parte de esos gases que nos hinchan y
dificultan nuestra digestión viene, nada menos, que de hablar durante la
comida. Parece fácil solucionarlo, ¿verdad?
Come y calla. Y si quieres decir algo, deja de
comer, haz una pausa, comenta lo que quieras y cuando el otro responda,
mientras escuchas, sigue comiendo con calma. Es cuestión de autoeducarse.
Intenta comer sereno, sin prisas, masticando
bien (esas 20 o 30 veces que recomiendan los médicos ayurvédicos). Saboreando. Le
encontrarás gustos y texturas inesperados a la comida tan bien triturada y
ensalivada. Será un disfrute, y tu estómago y tus tripas lo agradecerán.
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