Hoy quiero hablar de algo que me
parece crucial para todos aquellos que sois padres, madres, abuelos o educadores. Hace
poco vi un vídeo por Internet y me quedé pensando... ¡Tengo que compartir esto!
En los últimos años se habla muchísimo de hiperactivismo
infantil, déficit de atención, violencia escolar, bullying, trastornos de
aprendizaje, depresión entre niños y adolescentes y hasta intentos de suicidio,
en estas edades en que el niño o el joven deberían rebosar de ganas de vivir. Por
desgracia, son realidades que nos encontramos cada día. También se habla de la
obesidad infantil, que va en aumento de forma alarmante, y de casos cada vez
más frecuentes de infartos, arteriosclerosis y problemas cardiovasculares entre
niños y adolescentes.
Uno se pregunta por qué los niños de ahora sufren
todos estos problemas. Enfermos, deprimidos, alterados, nerviosos o
violentos... ¿qué les pasa? Muchos apuntan al estrés, a la inestabilidad
familiar, a la separación de los padres, incluso a la crisis económica. Pero
quizás pocos se han preguntado si todo esto no tendrá algo que ver con lo que
comen nuestros niños.
Os voy a contar un caso extraordinario. Para
los que sepáis inglés, os invito a ver este
video de la Price-Pottenger Foundation. A partir del minuto 7:50 se habla de la estrecha relación entre
conducta y comida, y del caso de la Escuela Central de Appleton, en Wisconsin
(USA).
Es una escuela de secundaria, como tantas
otras, que hasta hace poco tenía los problemas típicos de cualquier colegio
público: absentismo, violencia, fracaso escolar, alumnos desmotivados y con
problemas para estudiar, profesores angustiados e impotentes... Un desastre. La
escuela ofrece comedor diario a sus estudiantes, y un buen día el director y su
equipo decidieron algo nuevo. De la noche a la mañana desparecieron las
máquinas de bebidas enlatadas y aperitivos dulces y salados y, en su lugar,
colocaron unas fuentes de agua. El menú escolar cambió radicalmente: eliminaron
todos los alimentos procesados e introdujeron verduras, frutas, legumbres,
carne, pescado y huevos. Muchas ensaladas. Nada de fast food. Nada de cocacolas
y zumos dulces. Nada de chucherías, helados o pizza.
¿Qué sucedió? El absentismo escolar cesó y la
violencia desapareció de las aulas. Los mismos alumnos han reconocido que ahora
pueden concentrarse mejor y estudiar, su rendimiento académico y deportivo ha
aumentado de forma notable. Los profesores desmotivados, que estaban a punto de
pedir un traslado, han pedido renovar su contrato. La escuela ha cambiado
radicalmente con tan sólo modificar la dieta de los estudiantes.
No es tan extraño: lo que comemos altera
nuestra bioquímica corporal y cerebral. Y si la bioquímica cerebral no está
bien... nuestra conducta se ve afectada, y también nuestro rendimiento
intelectual. Un exceso de grasas, azúcares y aditivos artificiales, como los
que componen tantos alimentos procesados, acaban desequilibrando, no sólo
nuestro cuerpo y nuestro peso, sino nuestra mente. Y de ahí muchas depresiones,
estallidos de violencia, altibajos emocionales, dificultad para concentrarse,
bruma mental...
Por supuesto, la comida no lo es todo en la
conducta. Pero es un factor crucial que deberíamos tener en cuenta. Y más si
hablamos de nuestros niños, que en esas edades se están jugando su futuro y su
salud. ¿Damos de comer adecuadamente a nuestros niños y jóvenes?
¿O los estamos “drogando” a base de azúcar,
chuches y comida rápida, que les encanta, pero que los enferma y los anestesia,
impidiendo que crezcan bien y dén todo lo mejor que pueden dar de sí?
Hace poco leí que la reina Letizia había
obligado al colegio donde van sus hijas a retocar sus menús, eliminando los
fritos, procesados y comida rápida. Todo lo que sirven a sus alumnos ha de ser
orgánico, incluyendo mucha fruta, verdura, legumbres y carne y pescado de
calidad. La noticia despertó no pocas críticas en ciertos medios, pero me
pregunto: ¿No es lo que toda madre consciente, si pudiera, pediría para sus hijos?
Si queremos darles lo mejor, ¿por qué les damos comida chatarra?
Hoy tenemos todos los medios para buscar
información sobre una buena nutrición y, afortunadamnte, casi todos tenemos
acceso a alimentos sanos, aunque no siempre puedan ser ecológicos. Muchos
quizás ya sabemos qué nos conviene comer, y qué conviene a nuestros niños...
¿Por qué nos cuesta vivir esto cada día?
Lo que comen nuestros hijos es mucho más
relevante de lo que pensamos. Un extra de tanto en tanto no es problema... El
problema es cuando los “caprichos” son a diario, y varias veces al día. O
cuando se convierten en la base de su alimentación. Al final salen muy caros y
generan mucho sufrimiento. ¿Creéis que es normal que
una niña de nueve años tenga que hacer régimen
porque está obesa y se le deterioran las articulaciones? ¿O que un chico de
quince años haya sufrido una angina de pecho y se esté tomando Sintron con regularidad? ¿O que una chica
de doce piense en suicidarse, o un niño de ocho esté peleándose y pegando a sus
compañeros dos días de cada tres? Por desgracia, casos similares todos
conocemos unos cuantos. Y hay algo, muy simple, que podemos hacer y que está en
nuestras manos. ¡Revisemos la alimentación!
Cuatro sencillas pautas
Cuatro NO:
-
No a las chuches y los azúcares.
-
No a la bollería y todos los
preparados con harinas blancas (panes, pizzas, galletas...)
-
No a las bebidas dulces envasadas.
-
No a los fritos y rebozados, ni a
las croquetas o empanadillas que-no-se-sabe-lo-que-llevan.
Batidos hechos en casa: una forma deliciosa de tomar frutas, para los que se resisten.
Cuatro SÍ (para sustituir):
-
Sí a las frutas (si no les gustan,
podéis probar batidos, macedonias o smoothies deliciosos que no resistirán).
-
Sí al pan integral artesanal y a
las féculas integrales: arroces, legumbres, patatas, pasta integral.
-
Sí al agua fresca y a los caldos.
-
Sí a la carne, pescado y huevos, a
ser posible orgánicos, y a la plancha o al horno, nada de fritos y empanados.
Almidones integrales: a casi todo el mundo le gustan.
Y, por supuesto, buscad formas creativas de
cocinar las verduras, ¡son una joya y tienen un sabor increíble! La pasta o la
pizza que tanto les gusta a los niños tiene sabor por el tomate y la cebolla de
la salsa. Casi todo lo que da buen sabor a la comida es de origen vegetal,
¡aprovechadlo!
Probar nuevos sabores y colores y estimular su creatividad culinaria:
un aliciente más para comer sano.
Una precisión final para los que sois papás. A
veces el tema de la comida, con los niños, es una guerra. Lo sé porque yo fui
una niña de mal comer y causé muchos quebraderos de cabeza a mi pobre madre... La clave es la constancia y la coherencia. No os
canséis y dad ejemplo. Tampoco lo planteéis como un castigo o una obligación.
Si los niños ven que vosotros coméis sano y que toda la familia come lo mismo,
acabarán acostumbrándose. Si además les explicáis las bondades de esos
alimentos y le ponéis creatividad y gusto a los platos, ¡terminarán
encantándoles! Y un día os lo agradecerán.
¿Queréis más ideas? La doctora Odile Fernández acaba de publicar su libro Mi niño come sano, con más de 90 recetas saludables. ¡Es una referencia de primera!
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