domingo, 13 de enero de 2019

Digerir la vida: tragarse un marrón


¡Año nuevo, vida nueva! Hoy voy a iniciar una serie más centrada en el tema que da título a mi libro, Digerir la vida. Pero la iré alternando con otras cosas que he aprendido sobre alimentación y salud, así como consejos prácticos para que tu digestión sea un placer, y no un suplicio.

Digerir la vida parece algo poético o simbólico, pero no lo es tanto. En realidad, muchas indigestiones físicas que sufrimos vienen de situaciones que nos caen encima, nos alteran la vida y no siempre podemos asimilar bien. No tenemos la culpa, pero sufrimos las consecuencias. Os sonarán expresiones muy corrientes, como “tener tragaderas”, “tragarse el sapo” o “comerse un marrón”.

A nadie le gusta tragarse esas cosas horribles, pero hay personas que parecen nacidas para ir engullendo todos los “marrones” que se les presentan en el camino. Incluso algunas tienen como una especie de vocación de ir recogiendo los marrones ajenos y comérselos. Quizás con la mejor intención... pero con nefastas consecuencias, para su salud y su felicidad.

Lo mejor que podemos hacer


Hace tiempo, después de mi operación intestinal, descubrí que una de las mejores cosas que puedes ofrecer al mundo es ser feliz y florecer tal como tú eres, desprendiendo tu perfume particular y aportando tu color propio. Si el mundo es un gran campo de flores, ¿qué mejor puedes hacer, que crecer, desplegarte y aportar tu nota de belleza y vitalidad? Nada será mejor que esto: ni intentar parecerte a otra flor distinta, ni marchitarte para dejar crecer a las plantas de al lado, ni dejar de abrir tus pétalos para no ser vista... Nada será mejor que tu propio florecimiento. Y esto se traduce en reflexiones como estas. Ni tu sacrificio, ni tu auto-machacarte, ni tu falsa modestia, ni tu anulación van a ser buenas para el mundo y para los demás. Si quieres hacer un bien, ¡sé tú misma, florece y haz aquello que exprese mejor tu libertad!



Por supuesto, en el mundo no estamos solos. Convivimos con otras personas y no podemos crecer sin ellas ni apartados de ellas. Las cosas no siempre son como nos gustan. La libertad va unida a la responsabilidad, y también a la voluntad. Si deseas algo, casi siempre tendrás que luchar por ello. Es libre no quien sigue su capricho del momento, sino quien se entrega y pelea contra viento y marea por aquello que ama.

Una vida con propósito es el camino para el florecimiento. Y descubrir tu propósito no siempre es fácil ni rápido. Muchas personas pasan años buscando y tanteando... No todas lo encuentran, o van cambiando. El propósito tampoco es algo trivial: es más que una simple meta profesional o familiar, es más que un objetivo de empresa. El propósito es una dirección que guía toda tu vida, tu estrella del norte, tu vocación. Es aquello que te llama desde lo más hondo de ti mismo. No se puede descubrir el propósito vital sin cultivar la interioridad, sin practicar el silencio.




¿Hemos de tragarlo todo?


Vuelvo al tema inicial. Si lo mejor que podemos hacer es florecer, encontrar nuestro camino nos ayudará y contribuirá a nuestra salud, tanto física como anímica. ¡Y a nuestras digestiones!

En el camino nos toparemos con dificultades y obstáculos, como todo el mundo. Y en nuestro día a día siempre hay situaciones desagradables que afrontar, y a veces no somos responsables de ellas, ni sus causantes. ¿Debemos tragarlas todas?

¡Marrón a la vista! ¿Qué hacer? Un “marrón” es como una curva peligrosa en la carretera. Lo primero es frenar. Ante una situación problemática, lo mejor es parar un poco y pensar. ¿Debo tragarme eso? ¿Puedo esquivarlo? ¿Qué consecuencias tendrá hacer una cosa u otra? ¿A quién beneficiará? ¿A quién perjudicará?

Si nos hacemos estas preguntas veremos que hay cosas que no tenemos por qué tragar. No nos va a beneficiar a nosotros, pero tampoco a los demás. Nos harán daño y nadie saldrá ganando. ¿Realmente debemos pasar por eso?

Por ejemplo: una visita, un compromiso, un trabajo que no nos toca hacer o un error que reparar... Pero también puede ser una compra, una oferta, una invitación. Ahora que nos bombardean los e-mails y los mensajes de whatsapp, quizás haya muchas cargas que nos entren de manera imprevista a través de nuestros accesorios móviles. ¿Tenemos que tragar todo eso?

Los malos tragos de la vida no siempre son inevitables ni obligatorios. A veces nos los autoimponemos y no nos paramos a pensar si realmente tenemos que pasar por ellos. ¡Vamos tan aprisa! Vamos con piloto automático y topamos con todos los baches. Hay que saber decir STOP. Y aprender el valor de un NO bien fundamentado.



Cuando no hay más remedio...


Pero hay veces que ¡sí! No hay más remedio que tragarse el sapo. Hay situaciones que no podemos eludir, que nos caen encima, inevitables y pesadas. Un accidente, una muerte, un trabajo obligatorio, o una pérdida de trabajo, un deber mayor o un compromiso familiar...

¿Qué hacer, entonces? ¿Cómo digerir estas situaciones duras de tragar?

Quizás nos ayude esta comparación. Tragar un marrón es como tener que digerir un plato muy fuerte. Si no podemos evitarlo, la mejor manera es... tomárselo con calma. Respirar hondo, e irlo tomando muy despacio, bocado a bocado, masticando bien, rumiando, tragando poco a poco. Nada de deborar y engullir. De esta manera, hasta la comida más potente se hace más digerible y nuestro sistema puede asimilarla mejor. Después, si es posible, podemos echar mano de algunos remedios y ayudas: una infusión, un chorrito de limón, un poco de piña o algo que ayude a “bajar”. 

En la vida, estos lenitivos pueden ser ayudas humanas: compañía, consejo, consuelo de una persona cercana o amiga, un tiempo de descanso, un cambio de ritmo o de actividad para compensar... A veces pueden ser también lecturas, formación, buscar un grupo de autoayuda, hacer deporte, distraerse con un hobby, salir a caminar o tomar el sol. ¡Mil cosas! Todos podemos encontrar paliativos sanos para superar mejor las situaciones difíciles de digerir.

Escribir es otro gran remedio. Escribir ayuda muchísimo a «digerir la vida», pues nos permite ordenar nuestro pensamiento y reflexionar sobre lo ocurrido con más calma y profundidad, a la vez que nos desahogamos y podemos expresar lo que hay dentro de nosotros. No se necesita ser un gran literato: basta una libreta o diario y un bolígrafo... o un teclado y un ordenador. Escribir es terapéutico: ¡los dedos liberan muchísima energía contenida!



Finalmente, y yendo al plano más biológico, mi experiencia es esta. Si cuando tienes que afrontar una situación estresante, retadora o desagradable te cuidas bien y procuras comer muy suave y frugal, todo pasa mejor. Atracarse de dulce, beber o fumar no son buenos paliativos y empeoran las cosas, aunque todos tendamos a refugiarnos en alguna de estas compulsiones para “paliar” el marrón. Incluso, en ciertas circunstancias, lo mejor es afrontarlas en ayunas. El cuerpo está más ligero, la mente más despejada y toda tu energía puede concentrarse en lo que estás haciendo. Estás más atento, más lúcido y vives a fondo el momento, preparado para lo que convenga. Una digestión pesada no te ayudará a pasar mejor por esos momentos difíciles. Al contrario, puede aumentar tu ofuscación y tu tristeza.



En resumen, ante los “marrones” que nos presenta la vida, podemos optar. Si no es necesario ni bueno para nadie, digamos un ¡no! rotundo y evitémoslos. Si no tenemos otra que tragarlos, seamos buenos con nosotros mismos y procuremos “masticarlos” a fondo y con calma, para que podamos digerirlos con la mayor suavidad posible y extraer algo bueno de ellos.

Por cierto...

¿Malas digestiones o resaca después de fiestas? Os recuerdo una receta de una infusión fantástica para después de un atracón (la tríada de mi madre), y esta otra es invento mío y de verdad que sienta muy, muy bien.

viernes, 7 de diciembre de 2018

Lo que comen nuestros niños


Hoy quiero hablar de algo que me parece crucial para todos aquellos que sois padres, madres, abuelos o educadores. Hace poco vi un vídeo por Internet y me quedé pensando... ¡Tengo que compartir esto!

En los últimos años se habla muchísimo de hiperactivismo infantil, déficit de atención, violencia escolar, bullying, trastornos de aprendizaje, depresión entre niños y adolescentes y hasta intentos de suicidio, en estas edades en que el niño o el joven deberían rebosar de ganas de vivir. Por desgracia, son realidades que nos encontramos cada día. También se habla de la obesidad infantil, que va en aumento de forma alarmante, y de casos cada vez más frecuentes de infartos, arteriosclerosis y problemas cardiovasculares entre niños y adolescentes.

Uno se pregunta por qué los niños de ahora sufren todos estos problemas. Enfermos, deprimidos, alterados, nerviosos o violentos... ¿qué les pasa? Muchos apuntan al estrés, a la inestabilidad familiar, a la separación de los padres, incluso a la crisis económica. Pero quizás pocos se han preguntado si todo esto no tendrá algo que ver con lo que comen nuestros niños.

Os voy a contar un caso extraordinario. Para los que sepáis inglés, os invito a ver este video de la Price-Pottenger Foundation. A partir del minuto 7:50 se habla de la estrecha relación entre conducta y comida, y del caso de la Escuela Central de Appleton, en Wisconsin (USA).

Es una escuela de secundaria, como tantas otras, que hasta hace poco tenía los problemas típicos de cualquier colegio público: absentismo, violencia, fracaso escolar, alumnos desmotivados y con problemas para estudiar, profesores angustiados e impotentes... Un desastre. La escuela ofrece comedor diario a sus estudiantes, y un buen día el director y su equipo decidieron algo nuevo. De la noche a la mañana desparecieron las máquinas de bebidas enlatadas y aperitivos dulces y salados y, en su lugar, colocaron unas fuentes de agua. El menú escolar cambió radicalmente: eliminaron todos los alimentos procesados e introdujeron verduras, frutas, legumbres, carne, pescado y huevos. Muchas ensaladas. Nada de fast food. Nada de cocacolas y zumos dulces. Nada de chucherías, helados o pizza.

¿Qué sucedió? El absentismo escolar cesó y la violencia desapareció de las aulas. Los mismos alumnos han reconocido que ahora pueden concentrarse mejor y estudiar, su rendimiento académico y deportivo ha aumentado de forma notable. Los profesores desmotivados, que estaban a punto de pedir un traslado, han pedido renovar su contrato. La escuela ha cambiado radicalmente con tan sólo modificar la dieta de los estudiantes.


No es tan extraño: lo que comemos altera nuestra bioquímica corporal y cerebral. Y si la bioquímica cerebral no está bien... nuestra conducta se ve afectada, y también nuestro rendimiento intelectual. Un exceso de grasas, azúcares y aditivos artificiales, como los que componen tantos alimentos procesados, acaban desequilibrando, no sólo nuestro cuerpo y nuestro peso, sino nuestra mente. Y de ahí muchas depresiones, estallidos de violencia, altibajos emocionales, dificultad para concentrarse, bruma mental...

Por supuesto, la comida no lo es todo en la conducta. Pero es un factor crucial que deberíamos tener en cuenta. Y más si hablamos de nuestros niños, que en esas edades se están jugando su futuro y su salud. ¿Damos de comer adecuadamente a nuestros niños y jóvenes?

¿O los estamos “drogando” a base de azúcar, chuches y comida rápida, que les encanta, pero que los enferma y los anestesia, impidiendo que crezcan bien y dén todo lo mejor que pueden dar de sí?

Hace poco leí que la reina Letizia había obligado al colegio donde van sus hijas a retocar sus menús, eliminando los fritos, procesados y comida rápida. Todo lo que sirven a sus alumnos ha de ser orgánico, incluyendo mucha fruta, verdura, legumbres y carne y pescado de calidad. La noticia despertó no pocas críticas en ciertos medios, pero me pregunto: ¿No es lo que toda madre consciente, si pudiera, pediría para sus hijos? Si queremos darles lo mejor, ¿por qué les damos comida chatarra?

Hoy tenemos todos los medios para buscar información sobre una buena nutrición y, afortunadamnte, casi todos tenemos acceso a alimentos sanos, aunque no siempre puedan ser ecológicos. Muchos quizás ya sabemos qué nos conviene comer, y qué conviene a nuestros niños... ¿Por qué nos cuesta vivir esto cada día?

Lo que comen nuestros hijos es mucho más relevante de lo que pensamos. Un extra de tanto en tanto no es problema... El problema es cuando los “caprichos” son a diario, y varias veces al día. O cuando se convierten en la base de su alimentación. Al final salen muy caros y generan mucho sufrimiento. ¿Creéis que es normal que una niña de nueve años tenga que hacer  régimen porque está obesa y se le deterioran las articulaciones? ¿O que un chico de quince años haya sufrido una angina de pecho y se esté tomando Sintron con regularidad? ¿O que una chica de doce piense en suicidarse, o un niño de ocho esté peleándose y pegando a sus compañeros dos días de cada tres? Por desgracia, casos similares todos conocemos unos cuantos. Y hay algo, muy simple, que podemos hacer y que está en nuestras manos. ¡Revisemos la alimentación!


Cuatro sencillas pautas


Cuatro NO:
-        No a las chuches y los azúcares.
-        No a la bollería y todos los preparados con harinas blancas (panes, pizzas, galletas...)
-        No a las bebidas dulces envasadas.
-        No a los fritos y rebozados, ni a las croquetas o empanadillas que-no-se-sabe-lo-que-llevan.

Batidos hechos en casa: una forma deliciosa de tomar frutas, para los que se resisten.


Cuatro SÍ (para sustituir):
-        Sí a las frutas (si no les gustan, podéis probar batidos, macedonias o smoothies deliciosos que no resistirán).
-        Sí al pan integral artesanal y a las féculas integrales: arroces, legumbres, patatas, pasta integral.
-        Sí al agua fresca y a los caldos.
-        Sí a la carne, pescado y huevos, a ser posible orgánicos, y a la plancha o al horno, nada de fritos y empanados.

Almidones integrales: a casi todo el mundo le gustan.


Y, por supuesto, buscad formas creativas de cocinar las verduras, ¡son una joya y tienen un sabor increíble! La pasta o la pizza que tanto les gusta a los niños tiene sabor por el tomate y la cebolla de la salsa. Casi todo lo que da buen sabor a la comida es de origen vegetal, ¡aprovechadlo!

Probar nuevos sabores y colores y estimular su creatividad culinaria: 
un aliciente más para comer sano.


Una precisión final para los que sois papás. A veces el tema de la comida, con los niños, es una guerra. Lo sé porque yo fui una niña de mal comer y causé muchos quebraderos de cabeza a mi pobre madre... La clave es la constancia y la coherencia. No os canséis y dad ejemplo. Tampoco lo planteéis como un castigo o una obligación. Si los niños ven que vosotros coméis sano y que toda la familia come lo mismo, acabarán acostumbrándose. Si además les explicáis las bondades de esos alimentos y le ponéis creatividad y gusto a los platos, ¡terminarán encantándoles! Y un día os lo agradecerán.

¿Queréis más ideas? La doctora Odile Fernández acaba de publicar su libro Mi niño come sano, con más de 90 recetas saludables. ¡Es una referencia de primera!

viernes, 30 de noviembre de 2018

Intolerancias mentales


Hoy quiero hablar sobre otro tipo de intolerancias que pueden afectar nuestra digestión ―y nuestra salud― tanto como las intolerancias biológica a ciertos alimentos.

¿Intolerancias mentales? Cuando oímos la palabra intolerancia a secas, quizás pensemos en actitudes rígidas o fundamentalistas. Pensamos en tiranía, en represión, en falta de libertad o en cerrazón mental. Pero una intolerancia mental, vivida a nivel personal, es exactamente lo mismo que una intolerancia alimentaria: algo ―una situación, una persona, un tema― te produce tal irritación y rechazo que te saca de tus casillas. Te altera todo: la psique y el cuerpo. Es algo que no puedes tragar. Literalmente, te pone enfermo.

Hay malas digestiones que son, sencillamente, causadas por este tipo de intolerancias. Pueden darse en personas que se han hecho todo tipo de pruebas, han ido de médico en médico y son un caso perdido: aparentemente «no tienen nada», pero sus digestiones son una ruina y su vida pierde calidad por ello.

El doctor Mario Alonso Puig, en algunas de sus conferencias, cuenta el caso de una paciente suya que sufría una de estas intolerancias, por así decir. Hablando con ella, logró descubrir qué era lo que le causaba tanto rechazo y repulsión. Mejor dicho, quién era el causante. Le recomendó una terapia peculiar... ¡y la mujer sanó! En poco tiempo desaparecieron sus molestias y recuperó el bienestar. No lo cuento para que podáis disfrutar de la charla, que merece la pena.


¿Una intolerancia mental?


La intolerancias pueden deberse a miedos, o pueden ser reacciones causadas por una herida muy honda. Si una situación nos ha marcado o una persona nos ha hecho daño ―una traición, un abandono, algún tipo de maltrato físico o emocional― es lógico que toda situación que nos recuerde o nos abra esa herida nos produzca alergia o dolor. A veces, incluso puede despertar en nosotros reacciones violentas, agresivas con los demás o con nosotros mismos. Toda persona o circunstancia que nos haga revivir aquel trauma nos va a alterar. Nuestro cuerpo se va a poner en estado de alerta. El cerebro ordenará a las glándulas que segreguen ciertas hormonas que nos prepararán a una de estas reaciones: huída, ataque o parálisis. Tendremos una subida de adrenalina, cortisol y otras sustancias. Si esta reacción se da de manera repetida y se hace crónica, nuestra salud caerá en picado, porque nuestro cuerpo no está preparado para vivir en estrés permanente.

El primer afectado por la reacción ataque-huida es el sistema digestivo. Si tu cuerpo se prepara para la lucha o la huída, ¡la digestión es lo último! Se detiene la secreción de jugos gástricos, se paralizan los intestinos, todo el proceso queda bloqueado. La digestión se alarga y acabará en un tránsito intestinal desastroso ―estreñimiento o cólico―, con todas las molestias que conlleva: hinchazón, gases, dolor, ardor de estómago...

¿Qué hacer ante una intolerancia mental?

Porque muchos de nosotros las padecemos, o las hemos padecido alguna vez, incluso sin ser conscientes de ello.

Quizás lo primero sea identificarla. Podemos ocultar o disfrazar, pero en el fondo, todos sabemos muy bien lo que nos produce rechazo, lo que nos enerva o altera. Un poquito de introspección o un diálogo con alguien de confianza nos permitirá descubrir al «agente alérgeno».

Una vez la hayamos identificado, un segundo paso puede ser ver qué opciones tenemos. ¿Podemos huir? ¿Es mejor aguantar y no hacer nada? ¿Podemos resolver la situación?

El tercer paso es elegir una opción y actuar... o no actuar.



Escapa


Por huir me refiero a evitar exponernos a esas situaciones que nos amargan. O bien evitar encontrarnos con la persona que nos genera tanto conflicto. A veces la huída es la mejor y la única alternativa. Si no es posible hacer nada al respecto y la irritación o el dolor son muy fuertes, lo mejor es, por el momento, la evitación.

Pero, claro, evitar ciertas cosas nos puede limitar mucho la vida. Los psicólogos lo saben bien. Una persona acosada por miedos y traumas puede reducir su ámbito vital, sus relaciones, sus actividades... Puede verse realmente presa de sus miedos y traumas, con lo cual su existencia quedará muy empobrecida.



Resiste


¿Aguantar? No es la mejor solución, pero es lo que toca cuando no podemos hacer realmente nada más o cuando actuar es contraproducente ―el remedio peor que la enfermedad―. A veces no queda otra que afrontar ciertas situaciones y entonces quizás lo más prudente sea tomar medidas para que el aguante no nos destroce, y sea lo más llevadero posible. Muchas personas que se ven atrapadas en situaciones o relaciones poco sanas, conflictivas o incómodas, pero que no pueden evitar, acaban desarrollando estrategias que compensen el dolor. Desde espacios de tiempo para ellas mismas, hacer alguna actividad gratificante, ir a caminar o hacer deporte, escribir, estudiar algo que les guste, encontrarse con amigos... Cuando no hay otra solución, hay que buscar consuelos. Lo delicado aquí es procurar que estos paliativos sean sanos y creativos. Porque muchas veces se cae en adicciones justamente para suavizar este dolor. Las más corrientes: comida, alcohol, tabaco, conectarse a los dispositivos electrónicos, juego...



Inventa algo nuevo


Creo que la mejor alternativa, siempre que sea posible, es ser creativos y procurar buscar soluciones. ¿Hay alguna manera posible de resolver la situación? ¿Se puede deshacer el nudo sin violencia? ¿Puedo buscar salidas constructivas?

Aquí es donde necesitamos pedir ayuda. Porque a veces estamos tan obcecados, tan sumergidos en el problema, que nos falta perspectiva para atisbar otras opciones.

¿Quién nos puede ayudar?

Es una tentación pensar que los demás no nos pueden ayudar, porque no pueden comprender a fondo nuestra situación: no están en nuestra piel, no son iguales que nosotros, ¡no han vivido lo mismo! Pero justamente por eso, porque no están metidos en el lodo, pueden tener una visión más amplia y pueden ayudarnos. Imaginad una persona que se ahoga... ¡la que intente ayudarla no puede estar ahogándose tambien! ¿Qué sería de la psicología si todos los psicoterapeutas tuvieran que sufrir las mismas patologías que sus pacientes? ¿Podrían los médicos ayudar si estuvieran enfermos?

Pero hay personas que han pasado por situaciones similares, las han superado y nos pueden ayudar. El «sanador herido» es una realidad. Nadie mejor que un «ex» para ayudar a otro que todavía está metido de lleno en el problema. También funcionan algunos grupos de autoayuda. Compartir con otras personas que sufren situaciones similares, escuchar y ser escuchado, empatizar, es un gran soporte. De hecho, en ciertas adicciones y trastornos, parece que la mejor terapia, la que funciona más y de forma más duradera, es precisamente participar en un grupo de autoayuda.

Los demás nos curan. Los demás nos hacen de espejo para ver más claro nuestra situación, los demás nos pueden acompañar y nos dan la fuerza moral necesaria para salir del hoyo. Yo lo he vivido así una y otra vez. Cuando parece que no hay salida, que me estrello contra un muro, resulta que sí hay alternativas... sí hay soluciones, o al menos paliativos sanos. Todo empieza cuando te abres y confías tu problema a una persona amiga. ¡Hablar es ya empezar a solucionar el problema!

La cuestión es encontrar quien te ayude de verdad. Ya sea un terapeuta, un familiar, tu pareja o un amigo. Porque no todas las personas ayudan. Quien te ayude de veras:
-        Te escucha sin juzgarte, con simpatía, con comprensión.
-        Respeta tu manera de ser, tus ritmos y tu libertad.
-        Te ofrece salidas creativas, no para “cambiarte” o “arreglarte”, sino para ayudarte a salir del sufrimiento.
-        Habla con sinceridad: a veces te dice cosas que no quieres oír...
-        Te acompaña en las decisiones que tomes, sean cuales sean.
-        No te abroncará ni te abandonará si decides no actuar y permanecer atascado en el problema.
-        Pero tampoco se dejará arrastrar por ti. No te podrá ayudar nunca si los dos quedáis atrapados en el bucle.


Ayudas que no funcionan


Puedo equivocarme, pero hay dos tipos de ayuda que no funcionan, al menos que yo sepa. Una es regalarte el oído. Todos necesitamos que nos regalen el oído alguna vez... Pero os explicaré un ejemplo real. Hace tiempo conocí a una señora con fibromialgia. Hablando, le pregunté si había buscado alguna asociación de pacientes o un grupo de apoyo. Me dijo que sí, que había estado yendo una temporada a un grupo de mujeres que sufrían la enfermedad, pero que lo había dejado porque cada vez que iba, salía más desmoralizada. Las mujeres hablaban y se escuchaban, sí, pero, según me contó, todo era dar vueltas y vueltas al problema, sin salir del mismo punto. «Y yo necesito hacer algo», me dijo. «Necesito ponerme en marcha y salir de ahí.»

Otra ayuda que no funciona es la de aquellas personas bienintencionadas y un poco impacientes que quieren «arreglarte» ya, y a su manera. Creen que saben mejor que tú lo que necesitas y te ofrecen soluciones rápidas o expeditivas. Van de terapeutas sin serlo. A veces aciertan, a veces no. Pero no tienen paciencia para escucharte y comprender tu problema. Si tu pareja, tus amigos o tus familiares son así, quizás te sientas bastante solo. Como quieren «arreglarte», además, te queda la triste sensación de que te ven como a un cacharro estropeado, alguien incompleto o con una tara o carencia. Estás herido, pero no eres un coche averiado. Simplemente, necesitas curarte. Y la sanación lleva tiempo.

Esta imagen me hizo mucha gracia... :)


¿Hay soluciones?


Ante una intolerancia alimentaria, está claro que la mejor estrategia es la evitación. Si no como ciertos alimentos, estoy genial. ¡Ya sé qué debo hacer! Hay miles de opciones dietéticas, así que, con un poco de información, puedo nutrirme perfectamente renunciando a comer ciertas cosas.

Pero un día hablé con una homeópata que me dijo: Está bien evitar x alimentos. Pero se puede ahondar más. ¿Por qué eres intolerante a eso? ¿Qué ocurre en tu intestino? Si se logra una sanación completa, no tienes por qué ser intolerante. El cuerpo humano tiene una capacidad de regeneración maravillosa, que no conocemos del todo.

Me quedé pensativa. De momento, la idea quedó ahí. Ahora me pregunto si con las intolerancias mentales no sucederá lo mismo. Quizás una alergia o una intolerancia física es inevitable, porque nuestros genes y nuestra biología están implicados. Tampoco pasa nada por evitar ciertos alimentos, siempre que lo lleves con paz y buen humor.

Pero con las intolerancias mentales es diferente, pues la evitación nos puede cerrar muchas oportunidades de crecer y ser felices. Nuestra mente no posee los mismos límites que nuestro cuerpo. Tiene un potencial inmenso y desconocido. ¿Será posible superar las intolerancias mentales con alguna forma de terapia interior?

Hablaré de lo único que sé, que es mi experiencia personal. Ojalá pueda ayudar a otros. Sí hay una manera de curarse de las intolerancias mentales o psíquicas. O mejor dicho, varias. Y hay un remedio que siempre funciona, aunque nos resulte un poco «caro» o costoso de aplicar.



Remedios posibles


Los psicólogos, ante una persona con fobias, miedos o ansiedades, recomiendan una terapia que llaman de «exposición». Se trata de exponerte a aquello que temes o te saca fuera de ti, de manera controlada, acompañada y poco a poco. Así, a pequeñas dosis, puedes ir superando el miedo o la obsesión. Recuerdo la primera vez que tuve que leer algo en público. Me puse tan nerviosa que me entró un cólico tremendo. Afronté la lectura, pero aquel día mis tripas se descompusieron. No obstante, no me eché para atrás. A base de leer en público una y otra vez, incluso de hablar, y dar charlas, ahora lo hago a menudo, con soltura, e incluso me gusta y me divierte. Nadie que me oye diría que me costó tanto, al principio. Nadie diría que yo fui una persona tímida y nerviosa, con pánico ante la sola idea de tener que hablar en público. Esto me ha ocurrido con varios miedos que he aprendido a superar a lo largo de mi vida. Cosas que ahora disfruto y hago con facilidad, en un primer momento me aterrorizaban.

Pero ¿qué ocurre cuando la intolerancia mental se da con una persona, o unas personas? ¿Qué ocurre si esa persona es alguien que nos ha hecho daño, nos ha traicionado, nos maltrata o, simplemente, nos «revienta» con su forma de ser y hacer?

Si es posible alejarte o mantener la distancia, a veces es lo más saludable y lo mejor. Por ejemplo, en el caso de un maltratador o de alguien que te ha jugado la peor trastada de tu vida. De todos modos, esto no cura la intolerancia, simplemente evita que estalles. Cuando te veas con una persona similar o en una situación que te haga revivir el trauma, el problema asomará de nuevo.

¿Y si es un familiar cercano, un colega de trabajo, un jefe o alguien cuya presencia es inevitable? Pues aquí una opción es intentar ver a esa persona de otra manera. Intentar encontrar sus puntos buenos, comprender por qué es así y por qué actúa de esa forma. Verla con compasión. Verla con empatía, si es posible. Ser amables con ella. Si sabemos que hay comentarios o acciones que nos disparan ―o la disparan a ella―, aprender a no apretar el gatillo. Buscar los puntos de encuentro y evitar los roces en lo posible. Si no, tomárselo con calma, paciencia y humor. Contener la violencia o el estallido, siempre. No hay otra.

Finalmente, el gran remedio que cura la herida, al menos la propia, es el perdón.

Un arte que sana


Sé que el perdón es difícil. Hay psicólogos que no están de acuerdo con él, porque alegan que es una forma de minimizar el daño y de disculpar a la persona que lo causó. Para mí es el único remedio que funciona siempre. Pero ojo, perdonar no significa exponerse y hacerse vulnerable de nuevo. No significa ser masoquista y someterse a la otra persona, o a una situación dolorosa. Puedes ―o debes― alejarte, pero desde la distancia, aprender a perdonar y no odiar.

Cuando lo consigues, tu herida empieza a sanar. Recobras paz. Poco a poco, con el tiempo, ocurre algo que parecía increíble. Si un día te encontraras cara a cara con esa persona que tanto rechazo te provocó, serías capaz de saludarla, sonreír y hasta desearle lo mejor.

Entonces la herida se cierra.

Sé que no es fácil. Cuesta sudor y lágrimas. Pide tiempo. A mí me ha costado años perdonar a ciertas personas y ciertas situaciones. Sí, años. Pero lo he vivido una y otra vez. Cuando decides perdonar, de verdad, cuando logras perdonar, algo dentro de ti se renueva. Entra aire limpio, luz, vida. No acabaría contando las bellezas y el bienestar que puede despertar dentro de nosotros el perdón.

Y la intolerancia, poco a poco, se va curando. Afrontas situaciones similares, pero ya no te desmoronas emocionalmente, no te cierras en ti misma, no te enfureces ni te dejas herir. Pides ayuda. Te dejas ayudar. Buscas salidas. Respiras y te lo tomas con mayor paz.

Puedes tener un rebrote de intolerancia, pero será mucho más leve. Pasará antes. Y saldrás fortalecido.

Si para curar una intolerancia alimentaria se requiere, quizás, un cambio en el metabolismo y hasta en los genes (algo a veces imposible), para curar una intolerancia mental se requiere otro cambio profundo, que en la psique es posible. Quizás no podemos cambiar nuestros genes, pero sí podemos pensar y sentir de otra manera. El perdón cambia nuestra «genética mental», por así decir, y nos cura.


viernes, 16 de noviembre de 2018

Cuando los dientes hablan...

Esta semana voy a ceder la palabra a una gran profesional, y una gran amiga. Se trata de la doctora Victoria Castañeda, dentista de profesión y de vocación, como ella misma cuenta. Es una artista en su trabajo, que siempre busca la excelencia y, sobre todo, mira a sus pacientes como a personas completas, con un enorme cariño y humanidad.

Recientemente estuvo invitada en la 11ª Feria de Alimentación y Salud, celebrada en Balaguer, donde impartió una conferencia sobre odontología integrativa que hoy quiero compartir, por su amenidad y su interés. 

La digestión empieza en la boca


¿Cómo no hablar de la boca, cuando buscamos una excelente digestión? ¡Allí empieza todo! Y no sólo se trata de elegir lo que comemos, sino de cómo lo ingerimos. Una buena salud bucal es un buen fundamento. He aquí algunos datos.

¿Sabéis que la boca, como el intestino, tiene una flora o microbiota bacteriana? ¿Y que tan importante como el equilibrio en la flora del colon lo es el de la flora bucal? Bocas secas, pastosas, lenguas sucias o cubiertas de pátina, mal aliento, llagas, encías sangrantes... todo esto puede delatar un pésimo estado de la microbiota oral. Y esto afectará a nuestra digestión y a toda nuestra salud.




El estado de los dientes no sólo puede causar problemas de masticación, sino malas posturas, desequilibrio de los huesos y contracturas musculares. Muchos dolores en otras partes del cuerpo (espalda, rodillas...) pueden ser debidos a un problema dental.

Los dientes también nos pueden indicar otros problemas de salud, desde una alimentación inadecuada hasta problemas circulatorios y del sistema nervioso.




El buen mantenimiento de nuestra boca no sólo depende de una higiene correcta y de ir al dentista una vez al año, sino de lo que hacemos cada día. Una buena alimentación es todavía más importante que el cepillado.

Así lo comprobó el dentista Weston Price, que a finales del siglo pasado emprendió una expedición por todo el mundo para estudiar diversas tribus y grupos humanos que vivían en condiciones ancestrales. Descubrió que, pese a desconocer el cepillo de dientes, gozaban de una salud bucal espléndida y tenían unas dentaduras de cine... En la página web  de su fundación podréis ver algunas fotos y vídeos. ¿El secreto? Su estilo de vida y, especialmente, su alimentación. ¡Cero comida procesada y refinada!

Las caries y las enfermedades periodontales (de las encías) no sólo son el resultado de comer mucho azúcar, sino de otros factores de la dieta, y del mal estado del cuerpo en general. Una disbiosis intestinal, por ejemplo, puede repercutir en la salud bucal.

¿Sabíais que por las raíces de las muelas pasa un nervio importantísimo que se ramifica por toda la cara y el cráneo? ¿Y que un problema en un molar puede llevar a trastornos como una sinusitis o una migraña recurrente?

Escuchad la conferencia sobre Odontología integrativa y aprenderéis esto y muchas más cosas.

viernes, 9 de noviembre de 2018

Un alimento de centenarios

Otro alimento muy típico de esta época, al menos en nuestro país, es el boniato. Desde mediados de octubre, los castañeros abren sus puestos en las calles para ofrecernos estas dos joyas otoñales: castañas y boniatos.

El boniato, batata, camote en América Latina, o patata dulce, parece algo exótico hoy, pero en otros tiempos fue un alimento básico en muchos lugares. Recuerdo que un buen castañero que conocí, y al que solía comprar boniatos, me explicaba que en su infancia, vivida en la Andalucía rural, los boniatos les salvaron del hambre muchos inviernos.

El boniato, como la patata, es un alimento completo. En caso de necesidad, podríamos vivir sólo comiendo boniatos, porque contienen todos los nutrientes esenciales que necesitamos. ¿Ventajas sobre las patatas? Su contenido en carotenos (precursores de la vitamina A), que son los que le dan ese bonito color naranja. Y además contienen vitamina C y E, y bastante más fibra y minerales. Su sabor y textura son deliciosos, y muy confortables en esta época de más frío. Se pueden comer asados, o al horno, pero también se pueden cocer como patatas, troceados; o fritos, o con verdura, y con ellos se elaboran unos purés increíbles.

En este cuadro tenéis la composición química del boniato:

Composición del boniato por cada 100 g
Calorías
105 Kcal
Carbohidratos
24,28 g
Proteínas
1,65 g
Grasas
0,30 g
Fibra
3 g
Calcio
22 mg
Magnesio
10 mg
Socios
13 mg
Potasio
204 mg
Hierro
0,59 mg
Vitamina B9 (ácido fólico)
80 mg


Un puré medicinal


Comparto una de mis recetas de invierno favoritas: el «puré de carotenos», que me enseñó Rosario, mi doctora amiga. ¡Es una auténtica delicatessen!

Ingredientes:

1 boniato
1 trozo de calabaza
2 ó 3 zanahorias

Lo pones todo a hervir, unos 10 minutos. Lo cuelas y lo bates con un poco del caldo hasta que quede un puré cremoso. Luego, el toque: antes de servir, añade un poquito de zumo de naranja... Remueve bien y sirve caliente o templado. Frío también está delicioso. ¡Te sorprenderá! Este puré es un súper-alimento cargado de vitaminas, fibra y nutrientes antioxidantes. Para mí tiene un significado especial, pues fue el primer alimento consistente que tomé después de mi operación intestinal. Me lo trajeron al hospital, en un tarrito, hecho con todo mimo... ¡y qué bien me sentó! Me recuperé de maravilla tomando purés como este.


En una noche fría...


Ahora os contaré cómo descubrí los boniatos, pues en mi casa no teníamos costumbre de comprarlos y jamás formaron parte de nuestra dieta. Fue yendo de excursión con mis amigos. Hacíamos la travesía de Matagalls a Montserrat, varios días caminando de montaña en montaña. Una tarde llegamos a un pueblo donde íbamos a pasar la noche. La persona que nos tenía que abrir el albergue se retrasó mucho y tuvimos que cenar a la intemperie, en medio de una plaza, con un frío tremendo. Nuestro guía consiguió unos boniatos y los preparó en la sartén, sobre un hornillo de camping gas que llevábamos. Los cortó a rodajas y los frió, rebozándolos con azúcar. ¡Con qué gusto los devoramos! Aquel postre logró quitarnos el frío. Cuando recuerdo aquella noche helada y el sabor dulce del boniato caliente, con el crujiente del frito y el azúcar, pienso que pocas cosas he comido con más gusto en toda mi vida.

La verdad es que cocinados de esta manera los boniatos son una bomba. No recomendaría mucho esta receta. En cambio, un postre que me encanta, o incluso como desayuno, es el boniato asado, a rodajas, espolvoreado con canela. ¡Tan rico como el mejor pastel!



Virtudes de los boniatos


Ahora voy a la parte digestiva y saludable. ¿Sabéis que el boniato se considera uno de los alimentos más sanos del mundo? Es un básico en la dieta de los habitantes de Okinawa, una isla japonesa que cuenta con el porcentaje de población centenaria mayor del mundo. Los nativos de Okinawa se han hecho famosos y son objeto de estudio por su extraordinaria longevidad. No sólo viven mucho, sino que llegan a los cien años y los sobrepasan, en muy buenas condiciones de salud. ¿El secreto? No es un solo factor, sino varios. Llevan un estilo de vida sencilla, en el campo. Siguen los ritmos de la naturaleza. Trabajan mucho, son frugales, mantienen vivas sus relaciones afectivas y una rica vida social. Se divierten, se comunican, cultivan la amistad y no se estresan... En cuanto a su dieta, incluye arroz y muchas verduras variadas, algo de pescado y marisco, muy poca carne... y un tubérculo: ¡el boniato! El que toman ellos es una variedad morada que está cargada de vitaminas y antioxidantes.



Como todos los tubérculos, el boniato es suavizante y bueno para el sistema digestivo. Además de digerirse fácilmente, su asimilación es lenta ―no contiene carbohidratos refinados como el azúcar―. Aporta energía y toda clase de nutrientes, como hemos visto, y su fibra alimenta las bacterias intestinales y favorece una buena evacuación.

En esta página de Botanical on line encontraréis muchas más virtudes de este tubérculo (fantástico para el corazón, para la visión, para las embarazadas, para los deportistas y estudiantes...) Si el boniato no forma parte de tus menús, ¡quizás ha llegado el momento de darle una oportunidad!

viernes, 2 de noviembre de 2018

¡Toma castaña!


 Mi padre nos cuenta que, cuando llegaba la época de las castañas en su pueblo ―en las montañas del Bierzo, León― todos los problema de estómago desaparecían. Así lo aseguraban los médicos de familia. Las castañas acababan con los problemas digestivos... ¡y con el hambre! de muchas personas.

¿Qué tiene la preciosa castaña, un fruto típico de este tiempo del año? Además de estar deliciosa, asada o en sus variantes más golosas ―marrón glacé, mermelada, crema o puré― la castaña es rica en almidones, energía confortable que nutre el cuerpo y suaviza el tracto digestivo. A diferencia de otros frutos secos, es baja en grasa y alta en proteínas y otros nutrientse. Aquí tenéis un cuadro con la composición nutricional de la castaña:

Composición de la castaña por cada 100 gr
Agua
48,6 g
Calorías
213 kcal
Grasa
2,26 g
Proteína
2,42 g
Carbohidratos
45,54 g
Fibra
8,1 g
Potasio
518 mg
Fósforo
93 mg
Hierro
1 mg
Magnesio
33 mg
Calcio
27 mg
Vitamina C
43 mg
Vitamina B1
0,238 mg
Vitamina B2
0,168 mg
Vitamina B3
1,179 mg
Vitamina B6
0,376 mg
Ácido fólico
62 mcg

Como veis, es rica en carbohidratos, en fibra y en agua. Los carbohidratos son de combustión lenta, así que es apta para diabéticos. Sus proteínas contienen todos los aminoácidos esenciales que necesitamos, y entre las grasas (pocas) se cuentan omega 6 y omega 3 en proporciones adecuadas. Los minerales que contiene y las vitaminas del grupo B la hacen un alimento estupendo para el sistema nervioso y la salud cardiovascular. También es buena para la anemia, y para el estreñimiento. Y no es un alimento engordante (otra cosa es que te des un atracón de marrón glacé o puré azucarado).

Castañas asadas en casa... ¡Riquísimas y nutritivas!

En resumen, es un alimento casi completo. No es de extrañar que antiguamente, y antes de la introducción de la patata en Europa, fuera un ingrediente básico de la dieta popular, y remedio de muchas hambrunas.

En cuanto a la digestión, es verdad que puede provocar un poco de gases por su contenido en fibras, pero si se toman bien asadas, sin mezclar con otros alimentos, o hervidas, o en puré, no tienen por qué dar problemas. Muchas veces el problema son las mezclas. Tomar un puñado de castañas como tentempié, desayuno o merienda es fantástico. Tomarlas como postre de una comida opípara puede cargar un poco más nuestro estómago, claro.

Una delicatessen: castañas confitadas o marron glacé
(Marron es el término que designa «castaña» en francés)

¿Por qué antaño tenían fama de digestivas? Probablemente porque sus proteínas y sus vitaminas contribuían a regenerar los tejidos, incluidas las mucosas digestivas. Y porque la fibra y los almidones mejoraban el tránsito intestinal. Y también porque el hambre y la desnutrición afectan a la salud. Una persona mejor nutrida podía mejorar su salud, también digestiva.

Por cierto, para las personas alérgicas al gluten y al trigo, sabed que hay una harina de castaña que se puede utilizar en cocina y repostería. Es muy fina y con buen sabor, además de nutritiva. la encontraréis en granerías y tiendas especializadas en cereales, legumbres y frutos secos, como la Casa Perris, en el Born de Barcelona.


En este enlace de Ecoagricultor encontraréis muchas curiosidades, beneficios e información sobre las castañas.

Y aquí tenéis el portal de la castaña del Bierzo. La gallega se lleva la fama, pero os aseguro que como la castaña del alto Bierzo ¡no hay otra igual! Mis tías cada año le envían una caja a mi padre, recogidas de las castañales de su tierra natal... Y mi padre, fiel a su tradición, las asa en la cocina de casa, en una sartén vieja de hierro sobre el fogón, y las envuelve en papel de periódico y un trapo para que conserven el calor hasta el momento de comerlas. ¡Qué sabor y qué confort, comidas calentitas y recién asadas!

Los castaños son árboles majestuosos. 
Muchos llegan a centenarios y atesoran una larga historia.