viernes, 4 de mayo de 2018

Los aceites


Como la mayoría de vosotros, lectores, he crecido educada en la convicción de que tomar aceites “buenos”, como el de oliva virgen, es sanísimo y necesario. Además, mi madre es nativa de una tierra, el Priorat, donde se producen aceites tipo Garrigues, finísimos y de excelente calidad. De modo que, cuando me planteé adoptar el programa de alimentación McDougall, que tantos beneficios ha aportado a mi salud digestiva, me salté alegremente una de las indicaciones de dicha dieta: «No tomar aceite, de ninguna clase». ¿Cómo iba a dejar de aliñar mis verduras con el riquísimo aceite de oliva, prensado en frío, que tomaba?

Aunque con la dieta notaba un mayor bienestar, todavía había algo que fallaba... Así que un día me dije: voy a seguir el régimen al completo, respetando todas las indicaciones del Dr. McDougall. Y dejé el aceite. Los primeros días, las manos se me iban a la aceitera, ¡casi inconscientemente! Pensé que me costaría pero no fue así. ¿Por qué? Porque, sencillamente, en menos de dos días (sí, dos días), mis ardores de estómago y todo síntoma de acidez desaparecieron por completo. No podía creérmelo.

Investigué un poco más, leí testimonios de pacientes en los foros del Dr. McDougall, y me quedé sorprendida de ver cuántas personas habían experimentado lo mismo que yo: al dejar los aceites, sus digestiones habían mejorado espectacularmente. Desde entonces, el aceite ha dejado de formar parte de mi alimentación, y puedo decir sin vacilar que he dicho adiós al ardor estomacal y a muchas molestias. ¡Me he librado de un sufrimiento que he arrastrado durante décadas!

No voy a aconsejar a nadie que deje de tomar aceites, aunque personalmente creo que son innecesarios. Pero si tú, lector o lectora amiga, tienes problemas digestivos crónicos y no acabas de resolverlos, te sugiero de pruebes a dejar, durante una semana, todo tipo de aceites y grasas (mantequilla, margarina, mayonesas y natas).  Cocina tus platos sin freír nada (al horno, al vapor o hervido con agua o caldo). Y comprueba qué pasa.

Ahora voy a explicar por qué el aceite y las mantecas dificultan la digestión. Muchas personas (más de las que lo saben) son intolerantes a las grasas. Por algún motivo, su hígado no produce mucha bilis, que es la que descompone las grasas que tomamos. La grasa mal digerida y la bilis pasan al intestino delgado. En el íleon, que es el último tramo del intestino delgado, se absorben las grasas. Si el íleon, por el motivo que sea, está dañado o inflamado, tampoco las absorberá bien y se producirá una irritación, que puede ir seguida de una descarga (diarrea). O a veces simplemente se generarán gases y malestar. Recordemos que el intestino delgado puede inflamarse por muchos motivos, casi siempre debido a lo que tomamos. Antibióticos, antiinflamatorios, leche y lácteos, carnes, etc., son todo cosas que inflaman y a la larga pueden dañar el intestino delgado. Así que es fácil que una persona con el intestino sensible, que tome lácteos y productos cárnicos con regularidad, y que haya tomado tandas de medicamentos a lo largo de su vida, tenga el íleon en no muy buenas condiciones.

Peros y contras


Me diréis: pero el aceite de oliva, ¡es tan sano! ¿Y los omega 3? ¿No dicen que el aceite de oliva es bueno para el corazón? ¿Y las grasas? ¿No necesitamos algunas para vivir? Aquí van unas respuestas:


  • ¿Grasas? Sí, necesitamos, pero muchas menos de las que tomamos normalmente (sólo un 5-10 % de nuestras calorías diarias). Con las que contienen las semillas, las verduras, las legumbres y los cereales de forma natural, ya nos basta. Salvo los famosos omega 3, todas las otras grasas las fabricamos nosotros en el cuerpo a partir de lo que comemos.
  • El aceite de oliva apenas tiene omega 3. Si lo tomas por eso, olvídate.
  • El aceite de oliva es menos perjudicial que otras grasas, como las de origen animal (mantequilla, bacon, nata) y si es virgen también es mejor que los aceites refinados, por supuesto. Pero eso no quiere decir que sea un alimento sano. Estudios realizados a largo plazo con mujeres que seguían una dieta mediterránea, con abundante aceite de oliva, comprobaron que estas mujeres padecían problemas coronarios como cualquier otra y el aceite no reducía en nada su riesgo de sufrir un infarto. A largo plazo, todos los aceites dañan nuestras arterias y nuestro sistema vascular.
  • Los aceites, sean de lo que sean, no son un alimento completo. Son un extracto concentrado de frutas o semillas, cuya composición está entre el 95 y el 100 % de grasa. Su contenido en otros nutrientes (vitaminas, carbohidratos y proteínas) es prácticamente nulo. Sólo aportan grasa, es decir, calorías muy densas para proporcionarnos energía en casos de hambruna o necesidad.
  • Un gramo de azúcar aporta 4 calorías. Un gramo de proteína, también 4 calorías. Un gramo de grasa, 10 calorías. Alerta si tienes sobrepeso y problemas de huesos.
  • Todo aceite virgen y prensado en frío, en el momento en que lo calientas (a más de 49 º) se convierte en grasa trans, es decir, un tipo de grasa rígida que “espesa” tu sangre y puede formar atascos en tus venas y arterias. De modo que prácticamente todas las grasas que tomamos son perjudiciales, salvo el aceite crudo de mucha calidad. Y este, aún y así, tampoco es tan beneficioso.
  • El Dr. McDougall dice que el aceite no es un alimento. Como mucho, en casos excepcionales, puede ser un “medicamento” para tratar algunas dolencias. Y ya sabemos que los fármacos se toman en dosis muy pequeñas, controladas y sólo durante el tiempo que se necesitan. No a chorros ni encharcando nuestros platos. A grandes dosis, un medicamento es un veneno.
  • Finalmente os daré un dato histórico. El Mediterráneo es la cuna del aceite de oliva. En la antiguedad, Grecia era la tierra productora de aceite por excelencia, por sus olivos. Pero ¿para qué se utilizaba el aceite? No para comer ni para freír, sino para el baño y los masajes, y para dar luz en las lámparas. El aceite era un cosmético y un combustible, no un alimento. Imagino qué cara pondrían los antiguos griegos si nos vieran utilizar esas botellas de aceite en la cocina. ¡Es como si, hoy, alguien nos propusiera usar el bodymilk como salsa y la gasolina para freír!

¿Cómo sustituir el aceite?


La siguiente cuestión es... ¿cómo puedo cocinar sin aceite? ¿Cómo aliñar sin aceite? ¿Cómo dar sabor a las cosas... sin aceite? Bien, ¡es posible! Yo he aprendido a comer y cocinar sin aceite, y os aseguro que tomo comidas con un sabor increíble y jugosos. He aquí varios trucos:

1.    Utiliza caldo vegetal como aceite para sofreír, rehogar y cocer tus alimentos. Les da un sabor fantástico.
2.    Cuece las verduras al dente, con el agua justa, y escúrrelas pronto para que no pierdan su sabor natural. Te sorprenderá el gusto que pueden tener unas simples acelgas “bien cocinadas”, en su punto.
3.    Cuece las patatas y los arroces con alguna combinación de hortalizas y hierbas sabrosas: cebolla, puerro, pimiento, una patatita, zanahoria, apio, jengibre, laurel, otras hierbas... Experimenta y disfruta los diferentes sabores.
4.    Aliña tus platos con hierbas y especias que te gusten, y con sal marina ecológica o sal rosa del Himalaya, esto si no tienes problemas de hipertensión.
5.    Da sabor a tus caldos con hierbas y especias. Estas son mis favoritas: orégano, laurel, rosa mosqueta en polvo, un pelín de curry o cúrcuma, canela... ¡Experimenta y juega!
6.    Si digieres bien los frutos secos y no tienes problemas de peso, puedes triturar con el molinillo de café pipas, almendras, nueces o avellanas, y con esa picadita darles “gracia” a tus verduras y ensaladas.
7.    Utiliza salsas naturales hechas al momento y en casa: tomate triturado, pisto hecho puré, crema de verduras que te sobren del caldo, aguacate batido.
8.    Si quieres untar pan, puedes hacerte unas deliciosas “mantecas” vegetales y bastante digestivas con pasta de garbanzo (hummus), aguacate (guacamole) o cualquier otra legumbre hecha puré con un poquito de cebolla, tomate, calabaza o lo que te guste. De nuevo, ¡creatividad al poder!
9.    Si quieres hacer pasteles y te falta algo mantecoso para dar jugosidad a la masa, utiliza lino molido, un estupendo sustituto del huevo y el aceite, además de ser una bomba de nutrientes y rico en omega 3. Una cucharada sopera de lino molido en un vasito de agua, zumo o caldo te sustituye entre uno y dos huevos.
10.  También puedes sustitur el aceite en repostería con almendra molida, leche vegetal de almendra, soja o lo que te guste, con un poco de lino molido u otros frutos secos.

Si os defendéis con el inglés o con el traductor de Google, aquí Mary McDougall explica cómo cocinar sin aceite y con muchísimo sabor.

Como dije antes, no voy a insistir a nadie para que deje su aceite. Sé que en la cultura mediterránea esto es una herejía, y que muchos dietistas y médicos pondrán el grito en el cielo si lo oyen. Pero si tienes problemas digestivos desde hace años, como era mi caso, sólo te invito a probarlo unos días. Si al cabo de dos días “NO OIL” te encuentras mejor, piénsatelo. ¿Vale la pena sufrir por unas gotas de aceite?

Videos y datos de interés


Si quieres saber más y salir de dudas, te recomiendo este enlace, donde el doctor Esselstyn, experto en tratar enfermedades cardiacas, habla del aceite y de por qué conviene evitarlo. Aquí tienes una traducción aproximada al español. En este cortito video (en inglés) lo explica alto y claro. Igual que en este. Otro médico, el doctor Klapper, explica más sobre el aceite de oliva en esta conferencia (11 minutos). El doctor Greger tiene un montón de videos, como este, traducidos al español, con más información sobre el tema. Si tienes problemas o antecedentes de riesgo cardiovascular... ¡es para pensárselo!

viernes, 27 de abril de 2018

¿Qué pasa con la leche?


Este es un tema polémico. Porque, según oímos, muchos médicos, nutricionistas y asociaciones recomiendan su consumo. ¿Qué puedo decir? Yo misma he sido bebedora de leche, consumidora ávida de queso y yogures, y procedo de una familia muy lechera. Pero hace unos dos años decidí cortar con los lácteos. Lo hice convencida después de haber leído un libro decisivo, varios artículos de médicos e investigadores, y de ver algunos documentales. No me arrepiento en absoluto, mi experiencia me ha demostrado los beneficios de dejar de consumir leche y sus derivados. El libro que cambió mi visión sobre los lácteos y la nutrición es El estudio de China, de Thomas Colin Campbell, ¡lo recomiendo!

La leche, para los bebés


La leche es un alimento perfecto para los bebés: la leche de sus madres. Es decir, que cada especie animal debe consumir su propia leche, y no la de otros mamíferos. Porque cada especie tiene su ritmo de crecimiento y sus necesidades. No crece igual un niño que un ternero, un corderito o un conejo. La leche materna está perfectamente adaptada a las necesidades de la cría. No hay ningún otro animal, salvo nosotros, que consuma leche de otras especies.

La mayoría de adultos humanos —se calcula que un 70 %— no estamos adaptados para digerir leche, pues la enzimas que descomponen sus azúcares y proteínas las vamos perdiendo a medida que crecemos. En realidad, a partir de los 8-10 años ya no deberíamos consumir lácteos. La excepción son los pueblos que por su cultura han sido nómadas y ganaderos, y han tomado leche fermentada y quesos también siendo adultos. Pero ojo, que los fermentados no son lo mismo que la leche. Han perdido parte o toda la lactosa y tienen bacterias que los hacen más digeribles.

La leche materna tiene una proporción ideal de azúcares, grasas y proteínas para que un bebé doble su peso en seis meses. Un adulto no crece así, de modo que no necesita ese cóctel tan concentrado. Pero si, además, lo que bebe es leche de vaca, aún peor. Porque los terneros crecen más que un bebé humano, y su leche tiene más azúcares y grasas que la humana.

7 motivos para no beber leche


Vamos ahora a los problemas que presenta la leche de vaca, tal como se nos vende. Voy a dar siete motivos para no tomar leche ni sus derivados (quesos, yogures, natillas, etc.). Todos ellos están bien documentados científicamente. Si lees El estudio de China o buscas por Internet encontrarás muchos artículos, estudios clínicos y reportajes que así lo explican. Este documental puede sorprenderte: míralo si tienes tiempo.

1.    La leche de vaca tiene un exceso de grasas y azúcares que no necesitamos los adultos, además de la dificultad que podamos tener para asimilar la lactosa y la caseína, que es la proteína láctea. Si es desnatada sigue siendo alta en azúcares y conserva la caseína, que puede dar problemas e intolerancias a mucha gente.
2.    Las vacas crecen en granjas alimentadas por piensos a menudo de mala calidad, a base de harinas transgénicas y desechos animales. Todo eso pasa a su leche y te lo bebes.
3.    Las vacas no dan leche todo el año; para que den más leche les inyectan hormonas. Las hormonas que toma la vaca no se destruyen con la pasteurización; te las tomas tú. ¿Imaginas un hombre adulto bebiéndose un cóctel de hormonas femeninas? ¡No es inocuo! Tampoco para la mujer. El consumo abundante de lácteos causa desequilibrios hormonales tanto a hombres como a mujeres, y una pubertad precoz en muchos adolescentes.
4.    Las vacas de granja están hacinadas y enferman. Para ello se les dan muchos antibióticos. Todos esos fármacos también están en la leche. Quizás piensas que nunca tomas antibióticos ni medicamentos, pero con cada vaso de leche te estás tomando un cóctel farmacológico, y eso puede explicar por qué las cepas de virus son cada vez más resistentes y mutan con mayor rapidez.
5.    Pese a los fármacos, las vacas están plagadas de virus y bacterias que no son totalmente destruidos. Todos esos microbios, en cierta proporción, te los bebes con tu vaso de leche o tu yogur. Los virus que infectan las vacas pueden pasar a los humanos. Recuerda el famoso síndrome de las vacas locas. Otro virus muy frecuente en los bovinos es el de la leucemia. Es posible que detrás de muchos casos inexplicables de leucemia ―incluida la leucemia infantil― esté el consumo de lácteos.
6.    Aunque no tengas una alergia o intolerancia declarada a la lactosa o a la caseína, tomar un alimento que tu cuerpo no está preparado para digerir produce una inflamación interna crónica, que causa daños a largo plazo. Algunos síntomas de esta inflamación: generación de mocos, asma recurrente y afecciones de la piel. Los lácteos irritan el intestino, producen gases y estreñimiento. De hecho, se ha demostrado en estudios con niños estreñidos: al dejar de tomar leche, desaparecía el problema. Al volver a tomar lácteos, volvían a estar estreñidos.
7.    La leche tiene calcio, pero por su contenido en grasas y azúcares resula un alimento muy ácido para el organismo. Para contrarrestar la acidez, nuestro cuerpo utiliza sodio y calcio. ¿De dónde los saca? De los huesos, sobre todo. Por eso, el calcio que ingieres con la leche lo pierdes neutralizando la acidez. No es un buen alimento para los huesos, como se viene diciendo (mira este vídeo del Dr. Greger si quieres más detalles). En realidad, se ha comprobado que los países más consumidores de leche son los que presentan tasas más altas de osteoporosis (compara los mapas de fractura ósea y consumo lácteo en este enlace). Si quieres alimentos ricos en calcio, busca alternativas, como los frutos secos, las legumbres y las verduras de hoja verde. La soja (que sea orgánica) es una excelente fuente de calcio.

Por tanto, si quieres mejorar tu salud y tus digestiones, ¡olvídate de los lácteos!

4 ventajas de dejar los lácteos


Cuatro beneficios que obtendrás al dejar los lácteos. Comprobados en mí misma.
1.    Adiós a mucosidades, afonías y afecciones de garganta. También mejoran mucho los gases.
2.    Adiós a la celulitis. Se reduce de manera espectacular (siempre que no haya sobrepeso).
3.    Adiós a la acidez y al ardor de estómago. Los batidos con cacao y los postres lácteos son promotores número 1 de reflujo gastroesofágico (aunque no lo parezca).
4.    Aliviará tu estreñimiento.

5 peligros de los lácteos


T. Colin Campbell trata de ello ampliamente en su libro El estudio de China. Este biólogo e investigador procede de una familia de ganaderos y se educó creyendo que la carne y la leche eran alimentos básicos y que todo el mundo debería tener acceso a ellos. Pero cambió radicalmente de opinión cuando hizo una serie de hallazgos en sus investigaciones. Sus argumentos contra el consumo de lácteos no son ideológicos ni morales, sino basados en la evidencia científica.

1.    La caseína de la leche es un potente carcinógeno, de efectos comprobados. Son múltiples los estudios que muestran su relación con el desarrollo de varios cánceres, sobre todo en los órganos reproductivos: próstata, útero y mama.
2.    La grasa saturada de los lácteos —sobre todo los quesos— se deposita en las arterias y causa aglomeración de las células sanguíneas, promoviendo arteriosclerosis, trombosis y accidentes cardiovasculares. La grasa que no se quema se deposita en el cuerpo y es un almacén de toxinas, aparte de los efectos perjudiciales del sobrepeso en los huesos y articulaciones.
3.    La lactosa —el azúcar propio de la leche— no es bien asimilada por la mayoría de personas y produce reacciones inflamatorias y autoinmunes. Si el sistema inmune del cuerpo se agota o se desequilibra los problemas se multiplican: no es capaz de hacer frente a las infecciones, no destruye los tumores, puede atacar a otras células del cuerpo y generar enfermedades autoinmunes, como  la diabetes I, la esclerosis múltiple, la  artritis, el lupus y otras.
4.    La leche y los lácteos no tienen fibra y sí muchos azúcares; resultan altamente inflamatorios para el intestino, produciendo todo tipo de molestias: gases, permeabilidad intestinal, estreñimiento…
5.    Los lácteos pueden contribuir a descalcificar tu cuerpo: como son muy ácidos, el cuerpo utiliza calcio para alcalinizar su medio. El calcio que aporta un lácteo se ve contrarrestado por el calcio que te quita. Por otra parte, el calcio es un mineral frágil: no está demostrado por ningún estudio que su consumo evite problemas óseos. Al contrario, podría agudizarlos. Lo que fortalece y regenera los huesos es el colágeno, el magnesio y el ejercicio físico.

¿Por qué los recomiendan?


Pero ¿por qué se nos enseña que los lácteos son buenos y necesarios? ¿Por qué los recomiendan los médicos y las asociaciones de consumidores y nutricionistas?

La buena fama de los lácteos es más una cuestión de publicidad que de evidencia científica. Durante siglos la mayoría de culturas de la humanidad han vivido sin consumir lácteos a diario y a todas horas. Bebían leche los niños mientras eran amamantados. Los adultos, como mucho consumían algo de queso y, en algunas culturas, leche cruda o fermentada, poco más. Además, la calidad de la leche ordeñada en casa, de animales que pastan en el campo, no tiene nada que ver con la leche de granja que hoy llena nuestros supermercados.

El consumo masivo de lácteos es cosa de los últimos 50 años, y está ligado al auge de la ganadería intensiva posterior a la II Guerra Mundial. En los años 40-50, después de la guerra, en Estados Unidos hubo un excedente de leche y se decidió comercializarla a toda costa. Así es como se difundió su consumo. La industria lechera se valió de un gran argumento para vender leche: su contenido en calcio y su capacidad de engorde. El mensaje era: leche = calcio = huesos fuertes y crecimiento sano. Por tanto, se comenzó a enseñar en todos los ámbitos que era el alimento ideal para los niños y personas con necesidades nutricionales.

Intereses monetarios


La ciencia nutricional es algo reciente. En la mayoría de facultades de medicina se trata muy poco y de manera superficial. Los médicos saben poco de nutrición, a menos que se preocupen por el tema y amplíen estudios por su cuenta. Lo que se enseña sobre nutrición está basado en estudios realizados y pagados en su mayoría por… las industrias que quieren vender sus alimentos.

La lógica es esta: quiero vender mi producto. Mi producto es rico en calcio. Voy a pagar a unos científicos para que demuestren que consumir alimentos ricos en calcio es muy beneficioso. Si los estudios no acaban de ser concluyentes, los interpretaremos de manera que el mensaje quede claro. Lo que nos llega a la gente no es el resultado del estudio, sino la nota de prensa que la industria pasa a los medios, a las escuelas y a la sanidad pública. Si uno se tomara la molestia de buscar y leer los estudios, vería que los resultados no son tan claros, que los ensayos tienen defectos de método o, incluso, que demuestran lo contrario de lo que se divulga. Pero se juega con el lenguaje y la publicidad porque se trata de mantener un negocio muy lucrativo, del que viven muchas personas.

Lo que interesa no es la salud, sino las ganancias monetarias. Algunos médicos conscientes, como el Dr. McDougall, señalan que, desde los años 80, casi todos los estudios científicos en materia de nutrición están patrocinados por grandes industrias alimentarias. La mayoría están sesgados, son poco fiables y sus resultados no se difunden adecuadamente a la opinión pública.

Ciudadanos mal informados


La industrias ganaderas, lecheras y productoras de otros alimentos se ocupan de realizar grandes campañas en los medios e incluso de pagar programas educativos en las escuelas y en las facultades de medicina. Organizan congresos, invitan a los médicos y divulgan la información que les interesa.

Por este motivo la mayoría de ciudadanos no recibimos la información correcta y somos educados en la convicción de que hemos de tomar muchos lácteos. La publicidad nos bombardea de mil maneras y lo creemos sin cuestionarlo porque confiamos en la tele, en los médicos, en el gobierno y en las escuelas y universidades. Confiamos: hacemos un acto de fe. Por eso creemos que tomar leche es bueno. Si investigáramos un poco, como han hecho el Dr. Campbell y otros científicos responsables, veríamos que la realidad es otra y tomaríamos decisiones más acertadas para nuestra salud.

Afortunadamente, también contamos con muchos medios para informarnos, conocer datos reales y decidir de manera consciente. Con Internet y las bibliotecas públicas o virtuales tenemos mucha información seria a nuestro alcance. También hay cada vez más médicos y terapeutas honrados que pueden ayudarnos y orientarnos.

Sé que dejar los lácteos es una decisión drástica y cuesta. Lo he vivido en mi propia carne. Son adictivos ―las mujeres somos especialmente amigas de yogures, natillas, flanes, helados...—. Los viejos argumentos resuenan: el calcio, los probióticos del yogur, la proteína del queso… Además, ¡son tan ricos! ¿Podemos elegir con inteligencia y no por motivos emocionales?

Lo importante es saber qué estamos tomando y qué efectos nos puede producir. A partir de aquí, cada cual es responsable de lo que hace y de cómo quiere comer… ¡y cómo quiere vivir!

viernes, 20 de abril de 2018

Sugar - cuatro cosas que...


«SUGAR», así, con mayúsculas luminosas de neón se titula el espectáculo que se ofrece en el Teatro Coliseum de Barcelona, con el subtítulo obvio que acompaña a la fotografía: Con faldas y a lo loco. He sonreído al pasar por delante. ¡Sugar! Dulce azúcar, que traes sabor y alegría a la vida, el antidepresivo número uno y el bálsamo sabroso para los dolores del corazón. Dulce aditivo... y dulce veneno.

Cuatro curiosidades


¿Sabéis que hace quinientos años el azúcar era un producto de lujo, equiparable al caviar, que sólo consumían los reyes y los ricos, en ocasiones especiales? Y a veces lo hacían a escondidas, llevándolo en cajitas de plata, como los que hoy esnifan una raya de coca en la intimidad de un lavabo. Si queréis saber más, en este artículo encontraréis una amena historia del azúcar.

¿Sabéis cuánto azúcar, de media, consumía un norteamericano en el año 1900? Unos 8 kilos al año. ¿Hoy? Unos 40. La situación en Europa no varía mucho.

¿Sabéis cuánto azúcar consumís a diario? Si creéis que está sólo en la cucharilla que echáis al café, vais equivocados. Contad el azúcar oculto en bebidas, bollería, salsas, panes... Como es un excelente saborizante, se añade a casi todos los alimentos procesados para mejorar su sabor. En el reportaje Sobredosis de azúcar se detalla el experimento con varios voluntarios. Contando contando, os puede salir una taza entera de azúcar, así, tal cual. ¿Os la tomaríais a cucharadas? (Hay quien sí...)

¿Sabéis que el azúcar es más adictivo que la cocaína? En el mismo reportaje unos científicos nos explican su tremendo descubrimiento cuando investigaban las adicciones con ratoncitos. ¡Pues sí!

Una aclaración necesaria: tipos de “azúcares”


Intento ser breve. Por “azúcar” entiendo azúcar refinado, ya sea blanco, moreno, panela o de caña. Químicamente todos son similares. Son un extracto de la remolacha azucarera o la caña de azúcar, y su composición es 100 % azúcares simples, que se asimilan velozmente en el cuerpo y producen picos de energía (subidones) seguidos de caídas rápidas (esto dispara la liberacion de insulina, una hormona vital para que las células puedan asimilar la glucosa y obtener energía).

Hay que distinguir entre azúcar y carbohidratos, para no caer en malentendidos y confusiones.

Los carbohidratos o glúcidos, popularmente llamados azúcares, son el primer alimento que necesita nuestro cuerpo: nos dan energía. Están formados por carbono, hidrógeno y oxígeno, se obtienen exclusivamente de las plantas y pueden ser de varios tipos:

Azúcares simples o monosacáridos: fructosa y glucosa. Presentes en las frutas, el azúcar y la miel. De rápida asimilación, hay que tomarlos con prudencia o en su versión natural (frutas). La glucosa es el alimento preferido del cerebro.

Disacáridos: sacarosa, lactosa, maltosa. Presentes en la leche, el azúcar y algunos cereales. Estos se digieren también bastante rápido.

Polisacáridos: son de dos tipos, los almidones y las fibras. Estos son los llamados carbohidratos complejos, y son los más sanos y necesarios para los humanos.

  • Los almidones se asimilan y nos dan mucha energía, pero al ser moléculas grandes se digieren más lentamente que los azúcares simples y nos van dando energía progresiva, sin subidones. Los diabéticos los pueden tomar sin problema. Están presentes en las patatas y otros tubérculos, los cereales, las legumbres...
  • Las fibras son grandes cadenas de glúcidos que en las plantas forman sus tejidos de sostén. Nuestro organismo no las puede digerir, pasan directamente al colon y forman parte del bolo de las heces. Nosotros no asimilamos la fibra, pero sí nuestras bacterias: es su alimento preferido. Y gracias a la fibra, las bacterias del colon fabrican ácidos y otros compuestos indispensables para nuestra buena salud. Hablo más de ello en mi entrada sobre la rica fibra.

Por tanto, los almidones y la fibra son “azúcares” sanísimos y muy recomendados. A tomar en cantidad. El “sugar” del que hablaré hoy, el “malo de la película”, se refiere a los azúcares simples o monosacáridos.

Cómo nos perjudica el azúcar


Un poco de azúcar no hace daño. Todos lo decimos. A nadie le amarga un dulce. Y es verdad. Nuestras papilas gustativas están hechas para saborear el dulce y nuestro sistema digestivo, ávido de carbohidratos, tiene las enzimas para asimilar toda clase de azúcares y almidones. El problema no es el dulce de la fruta, las verduras, los tubérculos o el arroz. El problema es el azúcar refinado, pura caloría sin una pizca de las vitaminas, fibras y el agua que contienen los vegetales. El problema es que nunca tomamos un poco... En realidad, tomamos demasiado. Nuestro organismo no está preparado para soportar esa enorme carga de azúcar refinado, y las consecuencias saltan a la vista.

Desde el punto de vista sanitario, el exceso de azúcar es responsable de muchos casos de sobrepeso, diabetes, exceso de triglicéridos en la sangre y envejecimiento celular. No es el único alimento culpable, pero influye mucho.

Desde el punto de vista digestivo, el azúcar te puede arruinar la digestión. Aunque en la boca sabe bien, dentro del cuerpo el azúcar se transforma. Se mezcla con los otros alimentos... ¿Os tomaríais un bistec con azúcar, unas sardinas con mermelada o una pizza rociada en caramelo? Fermenta y produce alcohol. Y ese alcohol, además de dañar el hígado y el intestino, genera gases y malestar. Pasa a la sangre y llega a las células, donde puede causar todo tipo de desastres: mutación del ADN, oxidación, deterioro de la célula... No quiero abrumaros con palabras y conceptos científicos, pero seguro que todos entendéis qué puede hacer el alcohol en el cuerpo, si se toma en cierta cantidad, a diario y varias veces a lo largo del día. A largo plazo, el azúcar puede ser que tenga un papel importante en diversos problemas que sufre la gente mayor, como la artrosis por exceso de acidez (todo lo que acidifica daña los huesos) y las demencias (por sus efectos en el cerebro). Muchas personas sufren de hígado graso y hasta de cirrosis sin ser alcohólicas: es por el azúcar que toman.

Y sí, el azúcar nos hace adictos. Yo soy una adicta, lo confieso, en fase de “desintoxicación”. Hace años que lidio con ella y he logrado apartarla de mi dieta. En mi casa no hay azucarero, pero sé que entra por la puerta de atrás, camuflada con algunos alimentos de los que me cuesta prescindir. ¿Cuesta dejarla? ¡Claro que cuesta! Lo que más me motiva es el bienestar que siento cuando logro erradicarla de mis menús. Desde que dejé de tomar postres digiero mucho mejor. Y mi piel tambien está mejor. El cuerpo siempre habla, ¡hay que escucharlo!


Dulces sustitutos


Ahora me diréis: pero ¿cómo vamos a vivir sin el sabor dulce? No, no vamos a ser tan espartanos. Hay muchísimos alimentos dulces y sustitutos sanos del azúcar.

Para empezar, todas las frutas y verduras en su punto de maduración son dulces. Contienen glucosa y fructosa, pero bien envuelta en la pulpa, que lleva agua, fibra, minerales y vitaminas. Es una proporción sana y asimilable sin problemas para el cuerpo. Un desayuno a base de frutas, o un batido de frutas (mejor enteras que el jugo solo) es de lo más sabroso y dulce que pueda haber, sanísimo y nos quita la ansiedad. Ojo: debe tomarse sin mezclar con otros alimentos. Se digiere muy rápido, en una hora ya podremos comer otra cosa.

¿Queremos hacer pasteles saludables, postres o meriendas sin azúcar y con sabor dulce? Buenos sustitutos del azúcar son los dátiles, algunas frutas frescas, como la manzana y el mango, o secas, como los albaricoques, las ciruelas o las uvas pasas.

La miel también tiene interesantes propiedades dietéticas (minerales, aminoácidos y otras cosas) pero a efectos digestivos y calóricos, es un concentrado similar al azúcar. Mejor no contar mucho de ella. La miel, en realidad, es un alimento medicinal muy potente que sólo debería utilizarse para endulzar infusiones y para ciertos momentos en que necesitamos un refuerzo de energía, en dosis muy moderadas. Para ello hay que asegurar su calidad: buscad mieles crudas de productores locales o con certificado ecológico. De lo contrario, estaréis tomando azúcar con espesantes y un mínimo contenido de miel para darle sabor, o sea, caramelo puro. ¿Quieres saber si la miel que tomas es buena? Lee este artículo con sencillos trucos para averiguarlo.

¿Y la estevia? Estupenda si la utilizáis en forma de hierba, en hojas para infusión o molida para otros preparados. No os fiéis mucho de los comprimidos y los líquidos “con estevia”, suelen ser un fraude y no son sanos como la hierba en sí. Sobre la estevia ha habido cierta controversia últimamente. En este artículo podéis aclarar algunas dudas.

¿Y los azúcares de bajo índice glicémico, como el de coco o el de abedul? Es verdad que por su índice glicémico son mejores que el azúcar, no causan picos de energía ni caídas bruscas, son aptos para diabéticos y no acidifican la sangre. Pero... no dejan de ser azúcares refinados que perpetúan nuestra adicción, y las calorías son las mismas. Así que los recomiendo sólo como alternativa cuando no hay más remedio. Aparte de que son bastante caros. Un pote de azúcar de abedul de 500 g cuesta más de 10 euros.

En mi libro Digerir la vida encontraréis más sobre mi experiencia con el azúcar. Son muchos los dietistas que recomiendan prudencia, o incluso su eliminación de la dieta. Si tenéis problemas digestivos, aunque os cueste sangre... ¡Es uno de mis primeros consejos, y os lo digo por experiencia! Bye, bye, sugar!

viernes, 13 de abril de 2018

Cuatro cosas que he dejado de tomar


Hoy voy a hablar de cuatro alimentos que he dejado de tomar. Eliminarlos de mi dieta ha supuesto un antes y un después en mi bienestar digestivo. Explico brevemente por qué son alimentos problemáticos, pero en próximas entradas profundizaré más en cada uno de ellos.

Si tu estómago digiere piedras, quizás no te preocupe tanto. Pero si tienes problemas digestivos y has de recurrir a los antiácidos con cierta frecuencia, quizás vale la pena que pruebes a dejarlos, al menos un par de semanas, y compruebes la diferencia. A lo mejor no tienes problemas de digestión, pero sí de estreñimiento, o diarreas, u otros problemas “misteriosos” cuya causa parece inexplicable (los médicos dicen que “no se sabe”). Muchos de estos problemas se relacionan con el sistema digestivo, aunque no lo parezca: migrañas, irritación o sequedad de piel, verrugas, mucosidad o tos persistente, lagrimeo, alguna alergia o incluso dolores articulares y tensión muscular excesiva. Estos síntomas son señales de que tu cuerpo quiere librarse de algo que no le sienta bien, y posiblemente la causa sea alimentaria.

Aquí van los cuatro ingredientes que saqué de mi dieta. Vale decir que, antes, los consumía a diario y en cantidades considerables. ¡Lo que me costó!

Uno. El azúcar. En mi libro Digerir la vida hablo ampliamente del tema. El azúcar no sólo es la cucharilla endulzante en el café o la infusión. Dejar el azúcar significa dejar TODO lo que la contiene: dulces, galletas, bollería, caramelos, chocolates, postres dulces, zumos... Todo. El azúcar, con el calor de la digestión, se convierte en alcohol, y el alcohol hace trastadas en tu cuerpo. Provoca acidez, náuseas, euforia seguida de caída emocional, maltrata al hígado... ¿Sabías que muchas personas padecen cirrosis o hígado graso sin probar el alcohol? Es por el azúcar. El diente dulce tiene consecuencias muy amargas. Lo malo es que casi todos somos adictos al azúcar. Es una droga dura, mucho más adictiva que la cocaína y otras. ¡Cuesta sangre dejarlo! Pero ¡qué bienestar, cuando logras superar la tentación! Por cierto, todos los azúcares, químicamente, son similares: no hay azúcar más sano que otros (moreno, blanco, etc., todos fuera). Excepción: el azúcar de abedul (comercializado por marcas como Abedulce), que químicamente tiene un índice glicémico bajo y es apto para diabéticos. Pero es muy caro, calórico y tampoco recomiendo acostumbrarse a él.

Dos. La leche y los lácteos. La gran mayoría de adultos no estamos preparados para digerir la leche materna, un alimento propio de bebés que necesitan crecer y doblar su peso en un año... ¡Los adultos no necesitamos doblar nuestro peso! La leche es un alimento muy concentrado y difícil de digerir (azúcares, grasas, proteína). Pero, además, la leche de consumo habitual es de vaca. Un ternero no tiene las mismas necesidades que un niño (es un animal mucho más grande). Fijaos la cantidad de problemas que sufren los bebés cuando pasan de la leche de pecho a otras leches de biberón, o a la leche de vaca. Además, la leche que tomamos hoy, tal como se produce en granjas industriales, lleva incluidos un cóctel de antibióticos, bacterias y hormonas que no son inocuos para nuestro organismo. Es un alimento que produce muchas alergias o intolerancias, irrita el intestino, causa estreñimiento crónico y mucosidades (los mocos son una reacción del cuerpo para librarse de toxinas). Los lácteos, especialmente el queso, son difíciles de digerir y causan ardor de estómago. Si los digieres bien a nivel de estómago, el problema llega en el intestino. Todo tipo de lácteos es una carga para el sistema digestivo. ¿Y el calcio?, preguntaréis muchos. Bueno, hay muchos alimentos ricos en calcio, más que la leche y más digestivos, como las verduras de hoja verde, los higos y los frutos secos. ¿Sabéis que los países más consumidores de leche son los que tienen mayores tasas de osteoporosis? La leche descalcifica los huesos, literalmente (¡no pongáis el grito en el cielo!). Esto también lo explicaré otro día... ¿Y los yogures? ¿No los necesitamos por los probióticos? Los yogures, en su mayoría, están hechos de leche pasteurizada. Y el calor destruye los bífidus y otros bichitos. Así que esos probióticos tan sanos del yogur, en realidad, están... muertos. Eso no lo dicen en los anuncios.

Tres. Los aceites. El aceite es otro producto muy concentrado y artificial. Una aceituna o una almendra pueden ser muy sanas, pero si les quitamos toda la fibra, minerales, vitaminas... y dejamos sólo la grasa que tienen, nos queda un alimento que es 99 % grasa. ¡Una bomba! Las grasas son las sustancias más difíciles de digerir. Todas, desde las margarinas y grasas trans hasta el aceite de oliva virgen prensado en frío. Quizás no sea tu caso, pero lo cierto es que muchas personas somos intolerantes a las grasas (y no lo sabemos). La bilis de la vesícula disuelve las grasas y el ileon, la parte del intestino que absorbe la bilis, está irritado. Dejar los aceites para mí fue una revelación. De la noche a la mañana desaparecieron los ardores de estómago y las náuseas nocturnas. Aparte de los beneficios cardiovasculares de dejar de inundar las arterias de grasa. Sé que esto choca, y más en nuestra cultura. Es casi un dogma de fe creer en las bondades de “los aceites sanos”. Si tienes problemas digestivos, sólo prueba. Muchas personas han descubierto que librarse del aceite ha mejorado sus digestiones de manera increíble. ¡Como me sucedió a mí!

Cuatro. El pan de trigo. ¡Otro rico alimento al que estamos enganchados! Y qué bueno está, y cuántas panaderías y hornos proliferan a nuestro alrededor, tentadores, con cientos de tipos de panes y pastas. El pan puede ser conflictivo para las digestiones por varios motivos. Uno, por el trigo. Hay muchas personas no alérgicas al gluten ni celíacas, pero sí intolerantes al trigo (es mi caso). Como el trigo es un cereal que ha sufrido muchas modificaciones genéticas, da reacciones a muchas personas, ya sean digestivas o autoinmunes. Dos: la levadura. Hay personas a quienes los fermentos del pan sientan fatal, hinchan y producen acidez digestiva. Tres: la mayoría de panes están hechos con harinas refinadas, que químicamente son muy parecidas al azúcar... Así que el mismo efecto que el azúcar lo produce una baguette: subidón energéticos, sí, pero con fermentación alcohólica interna y toda clase de repercusiones. Y cuatro: la mayoría de panes tienen algo más que harina. Muchos llevan grasas añadidas (grasas trans, mantecas, aceites baratos), leche, incluso huevos, y azúcar, sin contar con otros aditivos artificiales.

Estos son los cuatro alimentos que he dejado. Pan, azúcar, leche, aceites... Dios mío, ¡si parecen los básicos de nuestra alimentación! Todos ellos adictivos a más no poder. Presentes en la mayoría de comidas procesadas, llenan estanterías de todos los supermercados y cuesta dejarlos. Cuesta sangre. Pero vale la pena. Cuando alguien me dice que renunciar a estos productos resulta radical y espartano le respondo que no lo hago por ascesis ni por radicalismo, sino por bienestar. Lo que me parece masoquista es seguir comiendo algo que sé que me va a dar sufrimiento y molestias. Sin estos productos me encuentro bien. Adiós a despertarme por las noches con náuseas y ardor de estómago. Se acabaron los paseos nocturnos y las tardes pesadas en las que me tenía que tragar mi malestar para seguir trabajando a golpe de voluntad y con una sonrisa en la cara. Treinta años sufriendo ya han sido bastantes. Dejar estos cuatro alimentos para mí ha sido como pasar de la noche al día. Sin contar con los beneficios fisicos y emocionales que supone una buena digestión. ¡Lo explicaré mejor en las próximas entradas!

martes, 3 de abril de 2018

Tisana anti-alergias

Estamos en primavera, los plátanos echan hojas y sus semillas plumosas, tan molestas, llenan el aire. Muchísimas personas están afectadas por las alergias. Así que hoy comparto con vosotros un artículo muy interesante sobre este tema. Está publicado en la revista Plantas y Bienestar.

Las alergias pueden ser debidas a muchas causas: contaminación ambiental, semillas en el aire, polvo… hasta una mala alimentación y una flora intestinal desequilibrada.

Las reacciones alérgicas: tos, estornudos, picor, goteo nasal y congestión son producidas por una sustancia que segrega el sistema inmune: la histamina. Los fármacos que se suelen recetar son antihistamínicos. El inconveniente es que no suelen ser eficaces, porque no actúan sobre las causas de la alergia, aparte de sus efectos secundarios.

Eliminar los alimentos que favorecen la producción de histamina es un primer paso fundamental. A veces sólo esto ya mejora mucho los síntomas. Además, existe una tisana que puede disminuir rápidamente los niveles de histamina. Así que hoy os propongo un doble remedio para aliviar o reducir las molestias de las alergias:

1.    Elimina todos los alimentos que te pueden aumentar la histamina. Toma nota: todos los lácteos (lo más importante), alimentos fermentados, embutidos, chocolate, fresas, atún, salmón, arenque, espinacas, tomate, alcohol, té negro y café.

2.    Prepara esta estupenda infusión de hierbas. Ve al herbolario, cómpralas a granel y mézclalas en un tarro. La infusión se pone a cocer en agua fría (2 cucharadas por un litro de agua). Cuando hierba, apaga y deja reposar unos 7 minutos. Bebe a lo largo del día. Atención: es diurética. Si la tomas por la tarde o la noche vas a tener que levantarte para ir al lavabo… Mejor tómala por la mañana y a mediodía.

La infusión consta de cinco partes iguales de:
-      Hojas de fresno.
-      Semillas de cardo mariano.
-      Hojas de grosella negra.
-      Hojas de zarzamora.
-      Pétalos de amapola.

miércoles, 28 de marzo de 2018

Dos mentores desde el más allá - 2


Darse hasta morir

José era otro amigo. Casado, con dos hijos, responsable de una importante institución escolar, era un hombre de una honestidad intachable. Entusiasta en el trabajo y responsable hasta el extremo, se desvivía porque todo el mundo estuviera bien atendido y porque las cosas funcionaran. En casa era lo que se llama un auténtico padrazo y un esposo dedicado y atento. Buscaba la excelencia en todo: en su trabajo, en su vida, en sus valores personales.

José fue víctima del estrés. Quizás su celo y su responsabilidad crecieron tanto que fueron minando su salud por dentro sin que él fuera consciente. Activo y deportista, la muerte lo sorprendió yendo en bicicleta por una carretera de montaña. Fue tan repentina e inesperada que todos, su familia, sus amigos, todos los que le conocíamos, quedamos consternados.

Su funeral fue una muestra multitudinaria de cariño, admiración, reconocimiento y frases de elogio. ¡Qué huella tan luminosa dejan las personas apasionadas y entregadas! En medio de la tristeza y la emoción se percibía luz. Era una mañana clara de otoño, y creo que la presencia cálida de José aleteó todo el tiempo sobre sus hijos, sobre su familia, sobre aquellos que lo habíamos conocido y amado.
José, ¿qué tienes que enseñarnos? Más allá de tu vida, tan honesta, tan limpia, tan ejemplar, tu muerte es otra lección dolorosa que se mete en nuestra conciencia como un filo penetrante. ¿Qué debo aprender de ti?

Tú me recuerdas que debo estar alerta. En medio de las batallas pacíficas por el bien siempre hay un enemigo silencioso y traidor. Tu muerte nos avisa a todos: ¡cuidado con el estrés! No dejéis que se adueñe de vuestra vida, de vuestro tiempo, de vuestro corazón. El estrés es sibilino… se disfraza de servicio, se oculta tras la responsabilidad, se cuela en nuestro sueño y en nuestra intimidad y, cuando menos lo esperamos, nos asesta su golpe mortal.

No sucumbir al estrés. No dejarse atrapar por él. Aprender a valorar más lo que somos que lo que hacemos. Aflojar. Delegar. Yo también estuve a punto de morir de estrés, ahora lo sé. El riesgo sigue ahí, acechando. José, desde el cielo, me avisas. Que no deje de contemplar tu estrella, que me aviva la memoria. Cuidado con el estrés. La vida sigue su curso por otro lado.

viernes, 23 de marzo de 2018

Dos mentores... desde el más allá - 1

En los últimos años he visto morir a dos amigos a quienes quería. Son dos personas muy especiales que recuerdo a menudo, quizás más ahora que cuando estaban vivos en esta Tierra… A veces pienso que, desde el más allá, son dos estrellas que tienen algo que recordarme. Sus vidas y sus prematuras muertes ―los dos murieron jóvenes― se han convertido en lecciones importantes para mí.

Pienso en ellos, rememoro sus rostros, su sonrisa, su voz. Les hablo y me vienen lágrimas a los ojos. Gracias, les digo. No solo por su amistad, sino por lo que he están enseñando desde el más allá. Una lección dolorosa, ¡se cobró sus víctimas! Pero quizás por eso aún más valiosa.

Persiguiendo un ideal


Susana era una mujer creativa, emprendedora e idealista. Ha dejado a su paso una multitud de amigos que la admiran y gracias a ella muchísimas personas hemos conectado y trabado amistad. Desde muy joven quiso dedicar su vida a mejorar el mundo y a trabajar por los demás. Un matrimonio fallido y una enfermedad letal la golpearon pero no se rindió. Logró superar los peores pronósticos médicos y creó una asociación de ayuda a pacientes de esta dolencia. Más tarde tuvo que dejarla. Volvió a casarse y emprendió con su nuevo esposo otra hermosa aventura: restaurar un pueblecito abandonado de los Pirineos para convertirlo en un lugar de reposo, convivencia, crecimiento personal y vida sana en contacto con la naturaleza. Tampoco pudo ver culminado este proyecto, que su pareja continúa con esfuerzo… Su frágil salud la fue minando y, en los últimos años, una infección virulenta acabó agotando su energía y sus deseos de vivir.

La vi por última vez la tarde antes de morir. Hablé con ella, la tomé de la mano durante largo rato y rezamos juntas. Era un delicado esqueleto viviente, con apenas fuerzas para respirar. Semanas atrás habíamos mantenido una larga conversación e intercambiamos algunos mensajes por e-mail. Pese a ser una mujer brillante, con miles de contactos, estaba sola. Se había distanciado de su marido y ya no vivían juntos. Se negaba a seguir tratamiento médico alguno, apenas comía y no quería ir a casa de sus padres. Confiaba en algunos remedios naturales y en la fuerza de su espíritu indomable… Me pidió que fuera a vivir con ella y la cuidara. ¡Cómo me dolió aquella petición! No podía decirle que sí, ni quise explicarle que yo también estaba viviendo un proceso de cambio y de lucha por recuperar mi salud. Le ofrecí alternativas, le sugerí que regresara al hogar familiar. Se resistió y, con pena y suavidad, dijo que entendía mi negativa. Me dijo, también, que nadie había respondido a su petición de ayuda.

Una semana después, aconsejada por su terapeuta de confianza, volvió con sus padres. Los que siempre tuvieron las puertas abiertas para ella. Los que la cuidaron, con mimo y delicadeza extremos, hasta que murió. La respetaron tanto que, con el corazón roto y en contra de sus propias convicciones, no la llevaron al hospital. El día que murió sus hermanas comentaban, destrozadas, que habían cumplido hasta el último momento la voluntad de Susana. Dos días antes ella decía que tenía esperanza, que quería vivir… Pero su voluntad la llevó a morir. Al menos, eso sí, murió rodeada de amor.

Susana era ―es― una mujer extraordinaria y paradójica. Con su innato don de gentes, su simpatía y una sonrisa contagiosa, una de sus amigas la definía como un diamante, resplandeciente, irisado, luminoso… Susana tenía una firmeza ―¿dureza?― que la hacía pertinaz y luchadora, pero a la vez, pienso, quizás pertrechó su corazón. Ella decía que quería liberarse de todos los patrones mentales que podían esclavizarla: culturales, familiares, ideológicos… ¿Quizás no supo ver que era presa de otro patrón invisible, de su propia creación? Inquieta espiritualmente, leyó muchísimo sobre diversas tradiciones religiosas y seguía con fervor las enseñanzas de un maestro hindú. ¿Valoró demasiado el alma y se olvidó de su cuerpo? Una vez se lo insinué y lo negó. Me dijo que cuidaba muchísimo de su cuerpo, por eso rechazaba la medicina convencional y quería acogerse a los mejores remedios naturales. ¿Creyó que su destino, o su karma, o la voluntad de Dios, era sufrir sin ver sus sueños hechos realidad? Un día, rezando juntas en una capilla, intenté animarla diciéndole que Dios no ama el sufrimiento absurdo, ni quiere que padezcamos porque sí. ¡Él anhela nuestra plenitud! No sé si llegó a creerlo, o si mis palabras le resbalaron. Cuando la enfermedad o el dolor son muy grandes, incluso la energía espiritual se resiente y el alma flaquea. ¿Se rindió?

Susana, hoy pienso en ti. Recojo, como tantos otros amigos, los tesoros que nos dejaste y que nunca perecerán. El valor del altruismo, tu inagotable creatividad, tu capacidad de conectar, tu empatía, tu corazón grande… Tu anhelo de perfección, de belleza, de plenitud. Y aprendo de tu caída, porque quizás yo estuve a punto de resbalar por ese abismo sin fondo. Aprendo que la espiritualidad es importante, pero que el cuidado físico también lo es. Aprendo que liberarse de patrones es bueno, pero que la mayor esclavitud puede estar en nosotros mismos, sin saberlo. Aprendo que a veces necesitamos apearnos de nuestras propias creencias y fiarnos de los demás, aunque no compartamos sus ideas. Aprendo que dejarse ayudar no es recibir la ayuda tal como la queremos, sino tal como la necesitamos, aunque duela o moleste, como una medicina amarga. Aprendo que no podemos romper con los seres queridos, ni con los padres, ni con nuestra familia, porque aunque volemos lejos del nido siempre serán nuestras raíces, y de ellas nos nutrimos.

Susana, allá donde estés, aún veo tu sonrisa, oigo tu voz y te envío un abrazo. Gracias por lo que me diste. Gracias por lo que me has enseñado. La muerte es una maestra poderosa. No lo olvidaré.

viernes, 16 de marzo de 2018

Juan Carlos, lo bueno y lo rico


Hace un par de años conocí a Juan Carlos, dietista y experto en nutrición. Él trabajó durante años en la industria farmacéutica, quedó horrorizado de las mentiras y la falta de ética de este negocio multimillonario y decidió pasarse al otro lado: el de la salud natural. ¡Hay muchos profesionales que han dado este paso!

Juan Carlos sabe, y mucho, sobre alimentación. Tiene pacientes por todo el mundo que le consultan por Internet y ha resuelto, con dieta, muchas dolencias que los tratamientos convencionales no acertaban a mejorar. Un día tuve una entrevista con él, aconsejada por un buen amigo que también sigue sus indicaciones.

Juan Carlos es vegano desde hace siete años, se encuentra de maravilla, tiene un físico robusto y sano, una piel juvenil y un talante vital y positivo. Escuchó el relato de mis males digestivos, me hizo preguntas, me dio sus recomendaciones y escuchó mis objeciones.

Por ejemplo, él, como muchos otros médicos, recomienda tomar pequeñas comidas entre horas. Este es un consejo que me resulta imposible seguir. Mi estómago es tan lento que necesito mucho tiempo, protesté. Me sienta fatal interrumpir la digestión y tomar algo, aunque sólo sea una infusión. Necesito que se vacíe y descanse. Él me respondió que teníamos que mejorar las digestiones, quizás comiendo menos cantidad cada vez y alimentos suaves que me sentaran bien, pero recalcó que es necesario tomar cinco comidas al día para que el tracto digestivo se desperece, no se llene de aire entre horas y el bolo alimenticio pueda circular, facilitando una buena evacuación.

Juan Carlos me prescribió una dieta variada y razonable que incluye pescado, pero en cambio excluye totalmente los lácteos y reduce al mínimo la toma de pan y cereales. Para ganar peso me aconsejó frutos secos ―y si te son fuertes, toma al menos dos o tres piezas, lo mínimo para poder asimilarlos―. También me recomendó aguacates, boniatos, avena, quínoa... Y toda clase de frutas, enteras y bien masticadas, no en jugos.

Seguí su dieta… a medias. Como suelo hacer, porque soy así de tozuda y mala paciente. Siempre adapto las recomendaciones a mi conveniencia o bienestar, y me cuesta cambiar cosas que no acabo de ver claras.

Pero en el caso de Juan Carlos adopté una de sus recetas, y no fue algo que me aconsejara a mí, sino al amigo que me lo presentó; tiene un problema ocular y necesita alimentar sus ojos. A este amigo le recomendó tomar un batido cargado de nutrientes cada mañana. Un día me lo dio a probar y me gustó tanto que me dije: voy a hacérmelo para mí. Si es tan alimenticio también me hará provecho.

Desde que empecé a tomar los batidos de Juan Carlos, por fin logré ganar algo de peso, y de manera sana. Cuando se lo expliqué se alegró y me dijo que tenía muchas recetas de batidos similares, ya me daría más. De momento, continué con sus batidos una larga temporada. Según los ingredientes que tenía a mano, incorporé variantes. Estos batidos, tomados despacito, con calma, saboreando cada cucharada, me sentaron de maravilla.

El súper batido de Juan Carlos


Estos son los ingredientes del súper-batido de Juan Carlos, ideal para un primer o segundo desayuno:
Una zanahoria mediana o pequeña.
Una cabezuela de brócoli (sólo una “florecita”, o dos si son pequeñas).
Una remolacha pequeña (o media, o un trozo si es grande)
Una pera (o una manzana pequeña).
Una cucharada de polen.
Una cucharada de pipas de girasol y calabaza molidas (como en harina).
Una cucharada de semillas de lino molido (se puede alternar con chía molida).
Opcional: tres o cuatro higos confitados.
Opcional: una cucharada de almendra molida.
Opcional: unas moras, o arándanos, u otras bayas violetas o rojas.
Un vaso (150 cc) de leche vegetal: de arroz, avena, soja o almendra.

Por este orden, lo voy echando todo en la cubeta de una batidora potente. La tapo, le doy al botón y, ¡marchando! Lo bato hasta que forma una crema bien fina y algo espesa. La remolacha le da un color rosa o fucsia maravilloso. La pera le da dulzura y frescor; si en vez de pera usas manzana, queda una textura más cremosa, como de mousse. Si algún día siento que tengo gases, elimino la cabezuela de brócoli. Los opcionales se pueden omitir o variar; yo suelo añadir los higos porque dispongo de ellos y me gustan, endulzan y llevan mucho calcio y otros minerales. Si no, se puede añadir la almendra molida. Las bayas son buenas para quienes necesiten aporte extra de antioxidantes o mejorar su circulación.

¿Qué contiene este batido, desde el punto de vista nutricional? En primer lugar, todo son alimentos crudos y sin procesar, con sus componentes intactos. Si son de cultivo orgánico, mejor que mejor. En segundo lugar, contiene muchas vitaminas y antioxidantes ―por las hortalizas― y hierro ―la remolacha y los frutos secos―. Las semillas aportan grasas omega 3 y 6 en proporciones idóneas, además de minerales y otros nutrientes. El polen y las semillas son ricos en todos los aminoácidos esenciales ―las moléculas que forman las proteínas―. Y el lino, además de ser rico en omega 3, favorece el tránsito intestinal. En resumen, es un preparado muy completo y estupendo para personas con carencias o necesidades nutricias especiales.

Vitaminas, minerales, omega 3, fibra, proteínas… Esta crema es mejor que muchos suplementos, totalmente natural, deliciosa… ¡y sanísima! ¿Quién dijo que lo sano no es rico?

viernes, 9 de marzo de 2018

Silvia, desde la ciencia

La doctora Silvia es médico, especializada en neuro-gastro-enterología; investiga, da clases en la universidad y tiene su consulta en una clínica privada de medicina integrativa. Como doctora y científica, aplica a sus pacientes tratamientos basados en los últimos hallazgos e investigaciones.

Con la doctora Silvia inicié una larga terapia microbiótica después de hacerme unos detallados análisis de sangre y heces. En las visitas de seguimiento fuimos conversando y me ofreció explicaciones muy interesantes a mis consultas.

Repoblar el bosque quemado


A raíz de visitarme con Silvia se reavivó mi inquietud por formarme e informarme sobre la salud intestinal. He aprendido más sobre la famosa flora o microbiota, esa fauna bacteriana que puebla nuestras tripas. Hay miles de especies actuando, aún no se conocen todas ni se sabe qué función tiene cada grupo de bacterias en el intestino. Pero, a grandes rasgos, estas bacterias se pueden clasificar en cinco grupos. Son:
1.    Flora inmunomoduladora, la que potencia y entrena nuestro sistema inmune, las defensas del cuerpo.
2.    Flora protectora, la que protege la pared intestinal.
3.    Flora muconutritiva, la que nutre la mucosa intestinal.
4.    Flora proteolítica, la que descompone las proteínas.
5.    Levaduras o fermentos.

De estas cinco clases de bacterias, mi análisis reveló que tenía niveles muy reducidos de tres: la inmunomoduladora, la protectora y la muconutritiva. En cambio, de la flora proteolítica y las levaduras tenía niveles normales. De ese desequilibrio se derivan problemas intestinales, gases y una posible mala absorción de nutrientes.

Teniendo en cuenta estos valores, la doctora Silvia me recetó probióticos, es decir, bacterias en gotitas, de las especies que necesitaba reponer. Esto durante ocho meses, en dosis que iban variando con el paso de las semanas.

Los probióticos se han hecho muy populares en los últimos años. Los comercializan muchas compañías farmacéuticas o de suplementos naturales. Su toma puede dar resultados espectaculares e inmediatos, pero es importante acertar y saber qué probióticos necesitamos tomar exactamente. Repoblar la flora bacteriana es como repoblar un bosque quemado: no vale todo. Hay que conocer la vegetación autóctona, evaluar los daños y ver qué especies hay que replantar. Esto es lo que la doctora Silvia inició en su terapia microbiológica conmigo.

Probióticos y prebióticos


A veces los pacientes nos hacemos un lío con estos dos productos, por su parecido nominal. Seguramente los que sois expertos, como yo, en problemas digestivos, ya los distinguís, pero haré la precisión para lectores menos familiarizados.

Pre-biótico, como indica el nombre, es un producto que favorece el crecimiento de las bacterias beneficiosas del intestino. Es como el abono de las plantas. Los prebióticos suelen ser almidones o azúcares complejos ―polisacáridos―.

Pro-biótico es la bacteria en sí. Los probióticos son cócteles bacterianos que se introducen para restaurar la flora devastada. Son como la semilla o el brote de las plantas que hay que sembrar. Los probióticos son muy variados, citaré algunos cuyos nombres os sonarán: lactobacilos, bífidos, enterococos, Eschericcia coli. Los más famosos son los bífidos y los lactobacilos, que se encuentran en los yogures y otros productos enriquecidos con estos bichitos. Pero hay que decir, también, que hay muchas clases de lactobacilos y bífidos, y que no todos son necesarios siempre. De ahí que tomar probióticos o yogures enriquecidos sin ton ni son no sea lo más recomendable… ¡Mejor hacerlo con supervisión médica!

Por otra parte, también es importante la calidad de los probióticos y su cantidad. Muchos suplementos de probióticos no son más que cápsulas de bacterias muertas o casi inactivas, que no producirán efecto alguno en el organismo. Otros contienen cantidades tan poco significativas que tampoco serán eficaces. Un probiótico debería contener al menos mil millones de organismos vivos por cápsula o dosis a tomar. Mejor si son más, lo ideal es unos diez mil millones. Vale la pena fijarse, leer las etiquetas e informarse con especialistas.

Consultas y respuestas


Como sabe tanto sobre este campo, consulté a la doctora Silvia sobre temas de salud y nutrición. He aquí algunas preguntas y sus respuestas.

¿Qué ocurre si decides llevar una alimentación vegetariana?


La doctora admite que la alimentación vegana ha demostrado, bajo estudios científicos, que favorece la salud cardiovascular y disminuye el riesgo de cánceres. Pero con alguna precisión. En Noruega, donde se llevan a cabo estudios y recopilación de datos de miles de pacientes, durante años se realizó un estudio sobre población y hábitos alimentarios. Se delimitaron cuatro grupos de pacientes: veganos puros, ovo-lacto vegetarianos, veganos con pescado y comedores de todo tipo de alimentos. Al cabo del estudio se descubrió que los veganos puros mostraban mayor salud y menor riesgo de enfermedades cardiovasculares y cáncer, pero… los que mostraban mejores indicadores eran los veganos con pescado. El pescado, dice la doctora Silvia, tiene algo que lo hace sano y beneficioso. Y no son únicamente los omega 3. Tomar suplementos de omega 3 puede ser aconsejable para un vegano, pero es aún más beneficioso tomar el pescado entero. A ser posible, pequeñito, de playa y no de piscifactoría, y fresco.

¿Qué piensa de los «superalimentos» como las algas, las semillas de lino, la chía…?


Es reservada. Son alimentos muy potentes y, para los mediterráneos, ajenos a nuestra dieta habitual y a la de nuestros ancestros. Podemos tener dificultades a la hora de asimilarlos. Silvia cree que tampoco los necesitamos: los nutrientes que aportan los podemos obtener de otros alimentos que nos resultan familiares, como las verduras de hoja verde, el aceite de oliva, el pescado o los frutos secos de toda la vida ―almendras, nueces, avellanas―.

¿Cuál es la alimentación ideal?


No se puede dar una respuesta definitiva y válida para todo el mundo, porque las diferentes poblaciones humanas hemos evolucionado en ámbitos diversos y posiblemente hemos desarrollado metabolismos aptos para asimilar los nutrientes que tenemos a nuestro alcance. Por ejemplo, las poblaciones de ciertas zonas de África digieren perfectamente toda clase de tubérculos y vegetales, pero no tan bien el pescado; los mediterráneos digerimos bien plantas y proteínas, incluido el pescado, pero nos cuesta más asimilar los cereales; en América las poblaciones nativas evolucionaron comiendo maíz, patatas, chía y otros productos que, hasta hace poco, eran exóticos para los europeos… La doctora Silvia aconseja comer los alimentos tradicionales de cada zona, bien combinados, y recuperar las recetas de las abuelas, que suelen ser equilibradas. La dieta mediterránea auténtica sería un régimen rico en toda clase de frutas, legumbres y hortalizas, con algo de carne de corral ―pollo, conejo y, muy excepcionalmente, cerdo y cordero―, pescado de playa, huevos, sin leche ―pero sí yogur, con moderación― y algunos cereales. Con aceite de oliva virgen, prensado en frío, y poco más. Según diversos estudios realizados, esta dieta parece ser la más sana y protectora frente a las enfermedades cardiovasculares, el cáncer o las demencias.