viernes, 8 de junio de 2018

Digerir la vida: lo que sí


En mi anterior entrada hablé de las cosas que no tenemos por qué tragar, ni digerir, cosas que podemos eliminar de nuestra vida porque no nos aportan nada ni nos enriquecen. Del mismo modo que sabemos decir «no» a las comidas que no nos sientan bien, también podemos decir no a la situaciones, actividades o distracciones que no alimentan nuestra vida.

Pero hay ocasiones en que la vida nos sirve platos que no podemos rechazar. Son malos tragos que nadie desea, pero no hay manera de evitarlos. Nos caen encima y hemos de tragarlos, como sea. A veces porque son inevitables, y a veces porque tenemos que pasar por ellos. Forman parte de nuestra existencia y también traen consigo lecciones que debemos aprender.

Lo que no podemos evitar


La muerte de un ser querido. La pérdida de un empleo. Afrontar una enfermedad, o una catástrofe, una emigración, una guerra. No todos hemos pasado por ciertas situaciones extremas, pero a todos nos va a tocar afrontar algunas de ellas. La muerte de los familiares es algo que nadie podrá esquivar. Para muchas personas, una separación o una ruptura sentimental va a ser otro ingrediente doloroso de su vida. Para las que son madres, quizás la emancipación de los hijos sea una etapa muy dura. Los viudos y las viudas tienen un largo duelo que digerir, y a menudo se prolonga durante años. Los que tienen que cuidar a un cónyuge, padre o hijo con dependencia, tienen otro gran desafío por delante.

¿Cómo digerir todas estas situaciones que no podemos evitar? Pues igual que digerimos una comida copiosa y densa. Despacio. Con calma. Masticándola bien, tragando poquito a poco, si es posible. Y si hemos tenido que tragarla de golpe, vamos a necesitar mucho tiempo, y calma, y reposo, para irla asimilando. A menudo necesitaremos ayuda, igual que necesitamos un antiácido o una hierba calmante para hacer la digestión. Es decir, tendremos que tener la humildad de dejarnos ayudar y pedir apoyo, compañía, consuelo de otras personas.

Cinco pasos para asimilar


Cuando escribí mi libro Digerir la vida hablé de un pequeño plan de cinco puntos para superar el estrés. Sirve también para poder digerir esas situaciones de la vida que, sí o sí, tenemos que afrontar. Es el plan “ADORA”. A-d-o-r-a son las siglas de las siguientes palabras.

A de aflojar. A veces queremos agarrar las cosas tan fuerte, nos las tomamos tan a la tremenda, que sólo conseguimos empeorar, hacernos daño y hacer daño a los demás. No podemos controlarlo todo, ni a las personas ni las situaciones. No todo depende de nosotros, no somos omnipotentes. Aflojar es frenar la aceleración interna, por un lado, y por otro renunciar al afán de control y dominio. En el caso de las heridas internas, sería dejar de hurgar en ellas y de dar vueltas a la situación, una y otra vez. No nos rayemos.

D de Delegar. Cuando necesitamos descansar y repararnos por dentro hemos de aprender a retirarnos del centro de la escena y delegar en otros, tanto tareas como responsabilidades. No se trata de desentenderse de aquello que está en nuestras manos, pero sí de dejarse ayudar y comprender que no siempre podemos hacerlo todo y a nuestro alrededor hay personas que nos pueden ayudar, y están deseando echarnos un cable. Démosles esta oportunidad. Nos aliviarán de un peso y les daremos la ocasión para crecer.

O de oración. Y de silenciO. Cuando pasamos una situación dura necesitamos un tiempo para meditar, rezar, o simplemente guardar silencio. Es el tiempo para regenerarnos por dentro. Si eres creyente, es el tiempo de la terapia interior. Se trata de no hacer nada, sino dejar que Dios te mire con amor, te repare y cure por dentro. Que el amor que hay en tu interior, quizás muy escondido y latente, pueda aflorar con suavidad e ir curando tus heridas.

R de respirar. Respirar, hondo, suave, profundamente, es vital, tanto para el cuerpo como para el alma. Físicamente, la respiración honda y calmada beneficia a todo nuestro organismo, digestión incluida. Nos oxigena y nos sana. Anímicamente, respirar hondo relaja y nos permite una mayor serenidad y lucidez. El doctor Carvajal, experto en medicina psicosomática, afirma que respirar nos hace mejores personas. ¡Y es una terapia tan accesible a todos! No tenemos excusa: todos tenemos unos minutos al día, y muchas veces al día, para detenernos, ir a un lugar tranquilo y respirar tres, siete, diez veces, profundamente. Unos minutos de respiración profunda pueden hacer maravillas.

A de aceptar. Esta es la más difícil, pero la más necesaria. Aceptar lo que ha ocurrido e intentar sacar lo mejor de nosotros mismos ante la situación es crucial. Si esto, jamás podremos digerir la vida. Aceptar y no sólo eso, sino abrazar con todas nuestras fuerzas ese dolor, ese vacío, ese miedo o ese reto que debemos afrontar. Cuando nos cae una dificultad muy grande es como cuando tenemos que llevar un gran peso. ¿Cómo llevar un peso enorme que no podemos dejar caer? Una vez tuve que trasladar una impresora de un lugar a otro. Pesaba muchísimo, estaba sola y tenía que llevarla como fuera. ¿Qué hice? La cogí con ambos brazos, la apreté contra mi pecho, flexioné un poco las piernas y fui caminando, abrazada a la máquina, paso a paso, muy despacio y respirando hondo, concentrando toda mi fuerza en el centro de mi cuerpo. Así pude llevarla, sin hacerme daño, y con más facilidad de lo que había imaginado. Luego me sentí fuerte y capaz. ¡Había podido!

Creo que con las situaciones traumáticas podemos hacer algo parecido. Cuando las abrazamos con calma, viviéndolas a fondo, sin rabia y sin rechazo, es cuando sale de nosotros una fuerza insospechada que nos permite sobrellevarlas y extraer una buena enseñanza de ellas. Cuando las hayamos superado, nos sentiremos más fuertes y preparados para afrontar otras circunstancias difíciles.

Duelo creador


Cuando muere un ser querido, pienso que está bien llorar. Es bueno que podamos exteriorizar nuestros sentimientos y expresarlos. Sin exageración pero sin represión. Soltar las lágrimas lava la pena, descarga, alivia. También ayuda no encerrarse, dejarse apoyar, consolar y querer por quienes desean acompañarnos en esos momentos. Y compartir el dolor con otros familiares cercanos y con los amigos. Después, será necesario pasar el tiempo de duelo, y aceptar que necesitamos ese tiempo. Pero, al tiempo que lo pasamos, también creo que es imprescindible adoptar algún ritmo o rutina que nos permita seguir viviendo. No encerrarnos, no dejar nuestra actividad, incluso dedicar un tiempo diario a aquello que nos gusta, ya sea la lectura, la música, algún arte o deporte. Aunque no tengamos ganas, porque la tristeza parece que nos quita el sabor de la vida, obliguémonos a seguir activos. Eso nos ayudará y nos mantendrá conectados con el resto del mundo.

A veces un trauma nos ofrece una oportunidad única para dar un giro a nuestra vida. Podemos dar la vuelta a la situación y convertirla en un trampolín para el cambio. Recuerdo ahora la historia de Thérese Bertherat, fundadora de la llamada  antigimnasia. Enviudó joven y de manera traumática. Su esposo, un conocido psiquiatra, fue abatido a tiros por un paciente psicópata, en el hospital. Ella tuvo que salir adelante sola con sus tres hijos, y decidió aprender una disciplina de trabajo corporal, que ya había conocido antes, para ejercerla de forma profesional. Se formó, investigó, trabajó mucho y acabó elaborando su propio método terapéutico, que hoy ha creado escuela y se practica por todo el mundo. Para Thérese la viudedad fue un golpe durísimo, pero al mismo tiempo fue lo que la espoleó a reconstruir su vida de manera creativa, ofreciendo algo valioso a la humanidad.

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