viernes, 23 de febrero de 2018

Desde la amistad

Rosario es mi doctora amiga. Especializada en bioquímica y en medicina molecular, es un pozo de ciencia… y de humanidad. Tiene una historia larga y azarosa, a veces pienso que se podría escribir una novela magnífica sobre ella. Ha sufrido mucho, ha viajado por todo el mundo y ha iniciado proyectos pioneros de nutrición y agricultura ecológica en varios países de África, con las comunidades nativas. También ha participado en estudios y ensayos experimentales con instituciones como la NASA. En España, ha sido una de las pioneras de la medicina integrativa. Su experiencia como madre y sus conocimientos como científica la hacen una verdadera mujer sabia.

Como es una amiga, no siempre le hago caso. Durante mi proceso de caída y recuperación ella me ha seguido de cerca, me ha reñido, se ha preocupado por mí y me ha buscado los mejores suplementos y fármacos naturales que se puedan encontrar, en España y en el extranjero. Su cariño me ha dado fortaleza y ánimos, más de lo que ella quizás imagine.

Rosario, además de conocimientos, posee una intuición y una sensibilidad extraordinarias. Su mirada penetrante ve más allá de las apariencias. Es una doctora que mira al paciente y sabe emitir un diagnóstico preciso y certero con apenas una conversación y su observación cuidadosa. Ella fue la que definió, en pocas frases, lo que me sucedía. Señaló el estrés y mi autoexigencia como el origen de mis problemas digestivos y me explicó con mucho detalle cómo funciona el estómago y cómo los neurotransmisores del cerebro, desatados por el estrés, bloquean mis funciones digestivas y la asimilación de nutrientes. Con paciencia me ha explicado el efecto de los productos que me ha recomendado.

Gracias a Rosario comencé a superar una de mis grandes adicciones: ella me decidió a dejar el azúcar refinado por siempre jamás. Ella fue, también, la que me impulsó a abandonar la alimentación casi crudívora que llevaba, ¡y qué cambio he notado desde entonces! Los grandes dolores de gases son una sombra de lo que eran. Ahora, cuando sufro un «ataque de gas», es mucho más leve y menos duradero. Después de un año comiendo cocido y al vapor siento más bienestar en las entrañas. Ella me comentó que debía estar, por lo menos, año y medio o dos años comiendo así, para recuperar el daño de tantas hojas de lechuga cruda raspando mis pobres intestinos…

Qué bueno es tener una doctora amiga, de confianza, siempre accesible para consultarle cualquier tema, exponerle dudas, pedirle consejo y obtener información sobre los últimos productos o suplementos que han salido para mejorar la salud. Sus cientos de pacientes, como yo, han terminado por ser sus amigos. Que una persona así se cruce en tu vida es un regalo. 

viernes, 16 de febrero de 2018

Marisol, el don de las manos

Marisol no es exactamente una terapeuta, es una esteticién. Pero ama tanto su trabajo y se vuelca con tanto esmero que sus tratamientos se convierten a menudo en auténticas terapias. A veces, me dice en broma, su camilla se convierte en el diván de un psicólogo.

Como muchos clientes, empecé pidiendo a Marisol depilaciones, un tratamiento facial, pedicura… Hasta que un día probé un masaje. Desde entonces, es prácticamente lo único que busco cuando acudo a su salón de belleza. El resto lo dejo en sus manos. ¡Qué manos!

Marisol tiene un don. Cuando te toca sabe exactamente qué necesitas y qué debe hacer. Entiende el lenguaje de la piel y su intuición le dicta dónde se alojan las tensiones, dónde se necesita masaje y cómo. Experta en aromaterapia, se fía de su instinto a la hora de elegir los aceites esenciales que utiliza. No hay dos tratamientos iguales: ella escucha el cuerpo del paciente y procede según convenga.

Marisol también me ha enseñado a mimarme. Antes de ir a su centro jamás me había hecho dar un masaje. Con ella he aprendido a ser consciente de mi propio cuerpo de una manera diferente a la conciencia que adquirí en el gimnasio, tensando los músculos, o corriendo y ejercitando mis pulmones. Ella también me ha animado a cultivar mi feminidad, a cuidar mi imagen, a potenciar la belleza natural que todas las mujeres tenemos, de una manera u otra.

Hace muchos años que me dejo cuidar por Marisol. Aunque ya no vivo donde solía y tengo que desplazarme en coche, de tanto en tanto sigo acudiendo a su gabinete. Ahora somos amigas. Ha seguido muy de cerca mi evolución y me conoce, quizás más de lo que imagino. Se muestra generosa, en tiempo y en sus tratamientos. Cuando salgo de una sesión con ella mi piel reluce y mi cuerpo está liviano, como si fuera un colchón que han mullido vigorosamente. El bienestar se traslada de la piel al espíritu.

Marisol también está viviendo su propio proceso interior de búsqueda y crecimiento. El campo de la estética se le queda pequeño y aspira a más. Estoy segura de que encontrará el camino donde podrá aunar belleza y salud, cuerpo y espíritu. De las manos al alma

viernes, 9 de febrero de 2018

Teresa, el tesoro de la energía



Conocí a Teresa por recomendación de un amigo. Teresa trabaja en un centro de terapias basadas en la medicina coreana y china. Ella practica un tipo de masaje, el Bok Bu, que se ejerce sobre el abdomen y está encaminado a sanar y dinamizar el sistema digestivo.

Teresa me ha abierto una ventana a otro tipo de medicina y a la sabiduría oriental en el cuidado del cuerpo. La medicina occidental moderna, enfocada en lo biológico y lo químico, se ha centrado en el cuerpo material, tratándolo como un mecanismo de piezas que, cuando se estropean, hay que reparar o sustituir.  Pero ¿qué sucede cuando una persona se hace análisis y pruebas, todo está correcto y sigue encontrándose mal? La causa de su dolencia puede ser emocional, pero no siempre. El problema puede encontrarse en el nivel energético, y ahí es donde la medicina oriental tiene mucho a decir.

He aprendido que el cuerpo es más que un precioso armazón de huesos, músculos, sangre y tejidos. Es más que un sistema de órganos coordinados, más que una colonia de bacterias o una arquitectura de células. Materia y energía son las dos caras de la realidad física: nuestro cuerpo es también un entramado de canales energéticos, un auténtico imán, como el planeta tierra, con sus polos y sus vórtices. Un desequilibrio energético puede provocar que la parte corporal enferme. Y la energía está íntimamente vinculada a la mente y al medio que nos rodea. Lo que pensamos y sentimos altera el flujo energético y, a la larga, nuestro metabolismo. Igual ocurre con las energías y radiaciones que fluctúan a nuestro alrededor.

Las terapias orientales, como la acupuntura, la moxibustión o los masajes, tienen como finalidad estimular ciertos puntos del cuerpo para liberar los bloqueos, congestiones o carencias, y permitir que la energía vital fluya por todo el organismo.

Una sesión con Teresa es una experiencia que involucra cuerpo y mente. No hay día que no acuda a ella y que no salga con un bienestar increíble y un propósito renovado de cuidar mi salud y aprender a ser feliz. Incluso las veces que he ido con ciertas molestias abdominales, ella ha sabido disolverlas todas. Sus manos masajean sabiamente y remueven las entrañas y los órganos, recolocándolos en su lugar. Es una terapia que aconsejo a cualquier persona que sufra problemas digestivos, sea cual sea su origen y su tipología.

La energía es importante y Teresa me ha hecho consciente de ello: la energía es un tesoro que no poseemos de forma ilimitada, también se agota, también lo hemos de cuidar. Nuestro cuerpo tiene una reserva vital, como una especie de batería, que debemos aprender a administrar. Cuando por circunstancias varias ―enfermedades, estrés, operaciones o accidentes― perdemos una gran cantidad de energía, conviene reponerla. Esto se logra con descanso, alimentos energéticos preparados de una cierta manera y terapias reforzantes, como los masajes, la aplicación de calor con moxa o la acupuntura.

En cuanto al ejercicio, ¡alerta! Muchos deportes no hacen más que desgastar esa reserva de energía y, a largo plazo, merman nuestra salud. Las disciplinas orientales como el yoga, el taichí o el chi-kung son modalidades de gimnasia que no sólo mejoran el tono y la elasticidad del cuerpo, sino que ayudan a recuperar la energía mediante las posturas, la respiración y los movimientos armónicos y suaves.

Teresa es una mujer de corazón grande, sonrisa luminosa y mirada profunda. A menudo recuerdo sus consejos. Sencillos y sabios, están llenos de ternura y desvelo: date un gusto. Necesitas alegría. Toma el sol. Disfruta. Afloja. Respira. Sé feliz.

viernes, 2 de febrero de 2018

Ángel, o el lenguaje del cuerpo

Fui a terapia con Ángel aconsejada por una amiga y compañera de mi fundación. Ángel ha desarrollado un método propio de terapia psico-corporal basado en varias disciplinas: biológicas, energéticas y psicoanalíticas. El cuerpo tiene memoria: las cadenas musculares conservan contracturas y tensiones debidas a traumas, acontecimientos y actitudes que vamos acumulando y que poco a poco van deformando nuestro cuerpo y afectando a nuestra salud. La terapia se puede enfocar desde la dimensión física, para trabajar las contracturas musculares y liberar el cuerpo, o desde una perspectiva psicológica, para desentrañar aquellos nudos y heridas ocultas que nos impiden vivir el presente en plenitud.

Con Ángel he mantenido largas conversaciones sobre filosofía, arte, literatura, salud… que hacían menos dolorosa la terapia, ¡porque duele, y mucho! Pero salgo de cada sesión con una ligereza de espíritu y de cuerpo asombrosa. El vigoroso trabajo sobre los músculos libera y oxigena, tanto la carne como el alma.

Liberar el cuerpo


Una conversación y una sesión con Ángel me convencieron de la importancia de cuidar mi cuerpo de otra manera. Adiós a los ejercicios de pesas y a las tablas gimnásticas que prometen un cuerpo esculpido a golpe de agujetas. Adiós a las posturas forzadas, a los estiramientos antinaturales. El cuerpo tiene una belleza y una forma natural que hay que respetar y potenciar, sin forzar músculos ni huesos. Basta caminar ―o correr suave, o bailar― y hacer unos estiramientos equilibrados, que él me enseñó, para mantenerse en buena forma. Nada de machacarse en un gimnasio. Aprender esto fue, para mí, una auténtica conversión.

En las primeras sesiones, dolorosísimas hasta el punto de tener que gritar  ―algo que él te recomienda hacer, sin reprimirte―, me libré de unas tremendas contracturas en la espalda. Soy recta y rígida de constitución, tanto física como mental, me dijo Ángel. Pero la dureza que llevaba a mis espaldas era excesiva. Durante la «tortura» rememoré diversos episodios de mi vida. Especialmente situaciones de dolor y resentimiento que, poco a poco, fui reconociendo. Recordé a ciertas personas. Y perdoné. Perdoné mucho, mientras respiraba fuerte y aullaba, soltando todo mi dolor.

Superar la rigidez corporal ha sido un primer paso. Aunque tiendo a contraer el cuello y los hombros, y de tanto en tanto algunas partes de la espalda y las rodillas, la tensión ahora es mucho menor y las contracturas se disuelven mucho más rápido.

Liberar la psique


Pasado un tiempo le pedí a Angel que nos enfocáramos en el campo psicológico. Mi malestar digestivo y el proceso que había iniciado tras la operación me pedían ahondar en las raíces de mis problemas físicos. Tras varias largas conversaciones he ido desenterrando poco a poco el origen de mi estrés, de mis dolencias, de mis adicciones al trabajo y a la actividad. Gracias a estas sesiones he ido reconstruyendo el mosaico de mi vida, atando cabos, hilando el argumento de mi historia. He lanzado una mirada aérea a lo que ha sido mi existencia… ¡y he comprendido tantas cosas! He contemplado ciclos recurrentes y he descubierto cuál es el leit motif, la constante de mis impulsos y reacciones, el detonante de mis actitudes y mi forma de obrar. Con sus preguntas, breves y precisas, y escuchándome con mucha atención, Ángel me ha hecho mirar mi propia realidad cara a cara y responderme a mí misma: Ahora, con todo lo que sé, ¿qué quiero hacer? No basta saber. No basta entender. Se desenredan los nudos del pasado para poder construir un futuro, nuevo y liberado. Y en los momentos cruciales hay que tomar decisiones.

Quiero vivir. Quiero estar bien. Quiero sentir, y respirar, y disfrutar. Estoy dispuesta a enterrar con cariño los huesos del pasado. Estoy dispuesta a vivir el duelo ―y Ángel me ha avisado: el duelo descoloca―. Estoy dispuesta. Y daré pasos. Pasos reales, físicos, acciones. No basta la intención. Obedeceré. Descansaré. Disfrutaré. Quiero vivir.

Ángel me ha hecho ver la diferencia entre el anhelo de belleza y perfección, que es algo natural en todo ser humano, y el perfeccionismo, que es una actitud enfermiza y obsesiva. El camino de perfección es sano y deseable; el perfeccionismo es vicioso y mata. Buscar el bien y lo mejor es un proceso: solo hay que comprender que la perfección nunca se alcanza del todo, y aceptarlo con calma. Pero el perfeccionismo es loco: nunca tiene bastante y quiere conseguir lo inalcanzable ahora, ya.

Reconstruyendo mi vida con Ángel he contemplado mi camino, una constante búsqueda de perfección desde que era niña. Ansiaba la perfección física, psicológica, moral. Quería el cuerpo perfecto, el alma perfecta, la vida perfecta… ¡Y siempre me subía el listón, más y más alto! De ahí mi hiperactividad y mi extremo deseo de superación. No soy una diosa… No soy omnipotente, no soy perfecta. De ahí la frustración, la ira y el autocastigo. La raíz profunda de todo, ¿dónde está? Ahí, en la primera infancia. En el afán por complacer y ser querida, en la búsqueda de aprobación de mis padres. En los valores familiares heredados. ¡Ah, la herencia! Es nuestro tesoro y nuestra cruz, hasta que nos hacemos conscientes de esa carga y aprendemos, como hombre sabio, a discernir y a separar. Guardamos lo valioso y desechamos lo que no nos sirve o nos daña. Deshacerse de esos lastres que llevamos incrustados como perlas en los repliegues del alma duele, y cuesta. Sí, pide un tiempo de duelo. Pero es necesario si queremos vivir. ¡Libera!

El cuerpo habla


El cuerpo habla, sí. Habla con su postura, se expresa con sus deformidades y contracturas, grita con su dolor. He aprendido que el cuerpo nos retrata y nos muestra, con aplastante sinceridad, qué somos y cómo vivimos. Este cuerpo tan honesto, que jamás nos miente y nos guarda una fidelidad absoluta, quiere estar sano. Quiere vivir y quiere gozar. Anhela la plenitud y está preparado para ella. Tan solo tenemos que aprender a amarlo, a escucharlo, a respetarlo. Somos más que nuestro cuerpo… pero somos, también, nuestro cuerpo. Sin la carne, el alma jamás podría interpretar su melodía.