sábado, 29 de julio de 2017

Una buena siesta



La siesta es una estupenda costumbre mediterránea. Pero con la vida ajetreada que llevamos, parece que ha sido relegada a las vacaciones, a los jubilados o a los enfermos. Para mí se ha convertido en una parte imprescindible de mi rutina diaria, y es el mejor tónico digestivo que conozco. 

Un ratito de lectura y una pequeña siesta, de no más de 20 ó 30 minutos, hacen maravillas en la digestión. Cuando me levanto me siento mucho más despejada y ligera. Y no es por casualidad. Mientras duermes, tu cerebro y tu cuerpo descansan y toda la energía del cuerpo va a lo que tiene que hacer: digerir la comida. La sangre puede afluir al abdomen, porque no hay que trabajar ni pensar, y el proceso digestivo se optimiza. Si tienes el estómago delicado una pequeña siesta puede ayudarte más que el mejor antiácido. 

Se ha escrito mucho sobre los beneficios de una siesta bien hecha. Personalmente, el día que no puedo dormirla lo noto, y mucho. Sé que no es sencillo, con los horarios que tenemos, pero si puedes combinártelo, te aconsejo adquirir este hábito. Te doy varias ideas.

Si es posible evita el sofá, ve a la cama, desnúdate o ponte el pijama, relájate y busca una postura que te sea confortable. A mí me resulta bien sobre el costado izquierdo y con la cabeza un poco elevada con cojines. 

Tápate bien, sobre todo en invierno. En verano, puedes dormir destapado, pero cúbrete siempre la barriga, con una mantita o un chal. Es importante conservar el calor sobre la zona abdominal y además da mucho confort. 

Procura que el ambiente a tu alrededor sea silencioso y calmado. Nada de tele ni aparatos encendidos, aunque, si te ayuda, puedes poner una música suave de fondo. 

Algunas personas hacen siestas magníficas en el sofá. Encuentran su postura preferida y duermen arrullados por la tele o la radio, incluso envueltas en su bata o su mantita. Bueno, si se sienten bien así, cada cual sabrá. Pero los sofás suelen propiciar malas posturas y se corre el riesgo de levantarse con la espalda contraída y el cuello torcido. En todo caso, la señal de que has dormido una buena siesta te la dará tu cuerpo: más despeje, físico y mental, bienestar y energía para iniciar la actividad de la tarde. ¡El cuerpo no te engaña nunca!

sábado, 15 de julio de 2017

Come y calla



¿Os suena la frase? Seguramente de niños la escuchamos muchas veces. Niño, come y calla. Posiblemente en ese momento hicimos poco caso. Suena autoritaria, sí... pero encierra una gran verdad. Si comes, come. Si hablas, habla. No hagas dos cosas a la vez, y menos dos cosas TAN IMPORTANTES. Me impresionó saber que los chinos, tradicionalmente, comían en silencio, incluso estando en familia. Comían centrados en lo que hacían, saboreando la comida y masticándola bien. ¡Algo vital para una buena digestión!

Nunca hasta hace poco le he dado tanta importancia a esta simple realidad. Nuestra cultura ha convertido la comida en una fiesta, un motivo de encuentro y de comunicación. ¡Cuántas comidas “de trabajo”! ¡Cuantas conversaciones alrededor de la mesa! Es bonito pero, digestivamente hablando, un desastre.

Comer con los seres queridos y tener un diálogo sereno, pausado, está bien. Pero en mi experiencia, he aprendido que el viejo consejo de mamá o las abuelas es muy sabio. Nena, come y calla. 

Cuando hablamos al comer, estamos tragando más que alimento: nos estamos llenando de enormes burbujas de aire (como no se ve, no lo notamos). Lo notaremos más tarde en forma de hinchazón, eructos o malestar. Los expertos que estudian los gases que salen de nuestro cuerpo lo saben bien. Cuando nuestras ventosidades están cargadas de nitrógeno es que hemos tragado mucho aire. Buena parte de esos gases que nos hinchan y dificultan nuestra digestión viene, nada menos, que de hablar durante la comida. Parece fácil solucionarlo, ¿verdad?

Come y calla. Y si quieres decir algo, deja de comer, haz una pausa, comenta lo que quieras y cuando el otro responda, mientras escuchas, sigue comiendo con calma. Es cuestión de autoeducarse.

Intenta comer sereno, sin prisas, masticando bien (esas 20 o 30 veces que recomiendan los médicos ayurvédicos). Saboreando. Le encontrarás gustos y texturas inesperados a la comida tan bien triturada y ensalivada. Será un disfrute, y tu estómago y tus tripas lo agradecerán.