miércoles, 19 de abril de 2017

Paso a paso: el intestino grueso - 1

A estas alturas muchos de vosotros sabéis que el intestino grueso es más que un saco de heces o un tubo de expulsión de desechos. ¿Sabéis cuánto tiempo pasa la comida en el estómago? Unas dos horas, si no hay problemas. ¿Cuánto tiempo en el intestino delgado? Si las cosa van bien, otras dos horas. ¿Cuánto tiempo pasa el bolo restante en el intestino grueso? En circunstancias normales, una media de doce horas. Sí, has oído bien, doce. ¿Qué hace el bolo tanto tiempo ahí?

El intestino grueso está formado por tres tramos que forman como una U invertida: el colon, el transverso y el recto. Es el hogar de cien mil millones de seres microscópicos, una selva con más de dos mil especies, muchas de las cuales todavía se están descubriendo y cuyas funciones se desconocen. Entre ellas hay bacterias, hongos y levaduras, e incluso algunos virus.

Tenemos más bichos que células en el cuerpo: por cada célula, más de cien inquilinos con un ADN diferente al nuestro. Habréis oído quizás expresiones como esta: somos un ecosistema, una colonia de bacterias, una simbiosis de flora y fauna diversa...

Toda esa población ―llamada microbiota o microbioma― está ahí por algo. Ha evolucionado con nosotros durante cientos de miles de años y no son meros parásitos. Son nuestros compañeros ignorados y hay que cuidarlos bien.

De la paz en ese reino bacteriano depende la paz digestiva y la salud de nuestro cuerpo, así de claro. Cada vez hay más investigaciones que demuestran que nuestra condición física depende del equilibrio de este ecosistema.

Pero bueno, ¿qué hacen todos esos bichitos ahí adentro? Pues como todo ser vivo: nacer, comer, reproducirse, morir... ¡y trabajar! Nuestro intestino grueso es una tremenda fábrica de nutrientes y componentes indispensables para nuestra salud. Muchas vitaminas, ácidos grasos y neurotransmisores se producen allí. ¿Quiénes los fabrican? Las bacterias. Con qué: con lo que comen. Y lo que comen es, básicamente, ¡fibra! Mucha, mucha fibra. Aunque algunas comen otros restos, como proteínas y grasas.

Panorama ideal: una microbiota sana, pujante, variada y con un equilibrio de especies, como cualquier bosque o selva del planeta. Cuanto más variada sea la fauna, mejor. Cada bicho se nutre adecuadamente, convive pacíficamente con sus vecinos y hace su tarea.

Panorama desastroso: una microbiota devastada, con pocas especies. Unas proliferan en exceso, otras están en peligro de extinción. Unas comen demasiado y medran, otras se mueren de hambre. Las que dominan no hacen más que extenderse sin fin... Las que agonizan ya no pueden trabajar bien ni producir esos nutrientes que necesitamos. A esto se le llama disbiosis. El desequilibrio empeora y nuestra salud se va minando.

¿Cómo sabemos que hay disbiosis? Los síntomas más evidentes de la guerra intestina son claros: hinchazón, dolor, gases, evacuaciones irregulares (estreñimiento, diarrea o alternancia de ambas). A veces, incluso sangre en las heces, cuando el pobre colon ya está irritado, deforme, lleno de pólipos y heridas internas. El estadio peor sería el cáncer. Las colonoscopias con biopsia suelen ser las pruebas más indicadas para examinar el estado de nuesto intestino si se sospechan alteraciones importantes.

Pero hay otros síntomas más sutiles. Hay personas que no sufren molestias digestivas aparentemente. Pero puede ser que sufran enfermedades autoinmunes, como artritis, diabetes, soriasis o hipotiroidismo. Puede ser que padezcan carencias nutricionales, incluso trastornos psíquicos, y nadie sabe muy bien por qué. La causa muchas veces está ahí, en esa preciosa selva amenazada. La situación recuerda un poco lo que, en grande, ocurre en el planeta Tierra, ¿verdad?

¿Qué está ocurriendo en nuestro ecosistema interior?

¿Estamos dando suficiente alimento (o sea, fibra natural) a nuestras amigas las bacterias?


Seguiré hablando de esto.

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